Aniversario de «Cine y Literatura»: «Los exiliados románticos», del atreverse a ser y a amar

Cuando este Diario comienza a celebrar sus tres años de vida ininterrumpida (pese a los deseos de algunos en contrario), se inician una serie de publicaciones que buscan retratar los tópicos artísticos que mueven su disposición a crear una plataforma de dialogo y de debate —como la de los nudos estéticos y audiovisuales que se reflejan en este filme del realizador madrileño Jonás Trueba— frente a la imposición mediática, inocua, e inicua, propia de los timoratos y de sus bienpensantes intenciones.

Por Jordi Mat Amorós i Navarro

Publicado el 13.8.2020

«El amor nace de las diferencias».
Renata a Francesco

 

Verano

Huele a frescor veraniego esta reposada película que nos presenta a unos personajes agotando los treinta años. Hombres y mujeres retratados con autenticidad y cómplice proximidad, se nota que Trueba también es de su generación. En este sentido es significativo que sean nombrados en sus verdaderos nombres de pila, el director madrileño parece querer que se muestren naturales, que sean lo más cercano a ellos mismos.

Tradicionalmente son las vacaciones estivales las más largas de todas, las que suelen permitir mayor desconexión de rutinas y de obligaciones. El verano con sus días luminosos que invitan a estar en contacto con la naturaleza a flor de piel, que invitan a la desnudez y a la proximidad. Y el verano como recuerdo de los meses sin clases del niño y adolescente que fuimos, el a menudo grato recuerdo de libertad y camaradería. Ese romanticismo es el que ellos sienten a las puertas de la adultez plena.

Y hablando de puertas, antes de entrar de lleno en el análisis advertir que contiene spoilers.

 

Amar

Es pues verano, tres amigos salen de Madrid en una autocaravana rumbo a Francia al encuentro de sendas mujeres que les importan. Mujeres que les importan y no a las que aman porque ellos temen arriesgarse a amar, por eso no emplean esa poderosa palabra.

Su primera parada es la bella Tolouse, se nos muestra cómo Renata observa gracias a un catalejo su despertar a orillas del río. Tras lo que sigue una bella secuencia que enfatiza su sombra sobre un muro —simbólica imagen— en el caminar hacia el vehículo y cómo finalmente se abraza a Francesco. En este observar de cerca aun estando a distancia, Trueba parece querer plasmar el sentir de la mujer, el amor de ella por él, el amor que en ella late a pesar de la forzada distancia del espacio físico de dos países fronterizos, forzada distancia simbolizada en ese muro en el que se proyecta.

Un espacio de distancia que pronto entendemos proviene de los miedos de él. Hablan los dos y Francesco comenta un cuento de un libro de Natalie Ginzburg que Renata le prestó sobre las diferencias de ser. Y esa introducción le sirve a él para expresar sus diferencias como pareja, su dificultad para entenderse consigo mismo y para comunicarse con los que tiene más aprecio. Aprecio, amar es demasiado —parece— para él.

Y así se justifica para no comprometerse con ella para seguidamente dar por hecho —es más fácil para él entenderlo así— que cuando Renata dijo “te amo” fue sin significado ni pensando en el futuro. Y confiesa que se asustó y por eso ha viajado hasta allí, para decírselo en persona aunque observamos que lo hace sin apenas mirarla protegido en sus gafas negras.

Renata suspira y busca su mirada expresando un sentido: “Qué triste, ¿no?”. Y le explica de qué trata —a su entender— el cuento que le dejó: “trata de que el amor nace de las diferencias” y le espeta: “creo que te estás escondiendo detrás de esa interpretación y te da miedo ir más allá”. Renata capta su miedo a amar y expresa sus propios miedos: no quiere tirar de él, no quiere ser su enfermera o madre, está harta de este rol, busca a alguien con quien compartir, porque ella a veces quiere gritar: “¿Y yo?, ¿quién me salva?”, ella también necesita a alguien en quien cobijarse.

En esta conversación Trueba nos muestra uno de los tuétanos de esta excelente película. El común desequilibrio entre hombres y mujeres, la facilidad de ellas para sentir, empatizar y amar que entiendo está muy ligada al instinto dador de vida que encarnan frente a la dificultad de los hombres para arriesgarse a darse en amor. El común desequilibrio entre sexos que afortunadamente cada vez tiene más excepciones.

Aclarado el tema, Renata se añade al grupo para proseguir el viaje rumbo a Paris donde Luis y Vito se verán con dos mujeres. Luis con Isabelle, quien tiempo atrás fue su pareja. Y Vito con Vahina una amiga a quien conoció a principios de verano en España por la que se siente atraído. Lo vemos explicándole los motivos de ese reencuentro en un esforzado francés y con muchos rodeos. Finalmente es ella quien ante tanta dificultad  coge su escrito y lo lee: “cuando sabemos lo que sentimos, tenemos miedo de decirlo porque se convierte en una verdad, y la verdad es algo que puede sorprender dando miedo”. Y Vahina —entre agobiada y satisfecha— esquiva su propuesta de verse más veces para conocerse mejor. Vito se ha atrevido a expresar su sentir pero no con la suficiente convicción en sí mismo, no con el necesario valor de ser.

 

«Los exiliados románticos (2015)

 

Ser

Ese es el otro gran tema del que trata la película: la necesidad de ser. Se expone en la cena de los tres amigos y Renata en casa de Isabelle quien confiesa su intención de ser madre. Francesco hace mención al cuento “Las virtudes de los niños” del libro de Ginzburg que le dejó Renata. Ella —evocando a la polifacética escritora italiana— afirma que a los niños hay que enseñarles no las pequeñas virtudes sino las grandes virtudes: no el ahorro y sí la generosidad y el desapego hacia el dinero, no la prudencia sino la valentía, no la astucia sino la franqueza y el amor a la verdad, no la diplomacia sino el amor al prójimo y la admiración, no desear el éxito sino ser y saber. Ser uno mismo como base de una vida plena, así lo expresa Francesco que habla de la importancia de tener una vocación, y que de perder esa vocación nos agarraremos a nuestros hijos como un flotador (el clásico de que mi hijo sea lo que yo no me he atrevido a ser).

Porque suele dar miedo ser uno mismo, atreverse a vivir descubriéndose y descubriendo no como un investigador que estudia lo teórico sino como el que se arremanga a ponerlo en práctica y a aprender de los errores y aciertos propios. Le da miedo ese lanzarse —ese arriesgarse— también a Luis quien confiesa a su ex que no acaba la tesis porque: “sería empezar a tomar decisiones”.

 

Tiempo

Miedo a ser, miedo a amar… miedo a vivir en plenitud, con esa plenitud inocente del niño que fuimos y somos. El niño que en la infancia dependía del adulto externo y que en el crecer depende del adulto propio. Ser siendo adulto y niño a la vez, ser con la capacidad de darse cobijo a uno mismo, ser amándose en la sinceridad y a pesar del inevitable error que tanto duele y que a la vez tanto nos puede enseñar.

Así como el niño es poco consciente del tiempo que vive casi como un no tiempo, el adulto puede utilizar el tiempo como factor a favor de ese aprendizaje hacia el llegar a ser uno mismo. Y en ese ser uno mismo que se ama en luces y sombras poder amar al otro plenamente.

Como niños con carencias de adulto nos presenta Trueba a esos tres amigos. Así son y así los ven Isabelle y Renata, de eso hablan en la escena final mientras ellos se bañan en un lago. Renata —la más madura de todos— apuesta por el tiempo para equilibrar la balanza: “(Nosotras) Sólo vamos más rápido… pero juntos vamos más lejos”. Sabias palabras las suyas, sin duda juntos vamos más lejos y es señal de amor de verdad el saber esperar al otro.

 

***

Jordi Mat Amorós i Navarro es pedagogo terapeuta por la Universitat de Barcelona, España, además de zahorí, poeta, y redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

 

 

Tráiler:

 

 

Jordi Mat Amorós i Navarro

 

 

Imagen destacada: Renata Antonante y Francesco Carril en Los exiliados románticos (2015), de Jonás Trueba.