Un capítulo de la novela «El vestigio del silencio», del cineasta Jorge Yacomán

El director y guionista nacional de los largometrajes de ficción “La comodidad en la distancia” y “Fragmentos de Lucía,” ambas estrenadas en salas el 2016, presenta un extracto de su primera obra literaria, “El vestigio del silencio” (aquí el capítulo III, titulado «Reflejos») la cual narra en primera persona los inicios de una relación entre un hombre y una mujer, donde él no recuerda ciertos eventos de su pasado y esta situación afecta la consolidación del vínculo. Es una trama que habla sobre la identidad personal una vez que la memoria ha sido fracturada, y ese problema entra en la intimidad de una pareja, cuando el romance adquiere un valor más complejo y se cuestiona al amor en sí mismo.

Por Jorge Yacomán

Publicado el 10.1.2018

Capítulo III: “Reflejos”

Estoy comprando cosas en el supermercado cuando me doy cuenta de que me había equivocado al pensar que he estado viviendo en esta ciudad por cinco años. Por alguna extraña razón estaba convencido de que me había ido de la ciudad donde había nacido, pero en realidad todavía estoy en el mismo lugar, sólo que aislado de todo el mundo. Sentí que había dejado todo atrás como si hubiera sido demasiado bueno para estar con mi familia y amigos que sentía que sólo me tiraban para abajo con su mediocridad y mentiras, o tal vez me aislé para no contaminarlos y lastimarlos.

Probablemente hay algo de verdad en ambos puntos de vista, pero estoy seguro de que he distorsionado mis recuerdos de alguna manera. Quiero decir, no odiaba a mi familia, pero sentía que nunca podíamos dejar de culparnos por nuestros propios errores y nunca parecíamos ir a alguna parte. Nos distanciábamos cada vez más cada año. No había comunicación entre nosotros y sólo cuando las cosas estallaban—normalmente por problemas de dinero—hablábamos de cambios y yo me reía por dentro.

En cuanto a mis amigos, pronto me aburrí de los mismos chistes del colegio y su enfoque tradicional de la vida. Lo resentía porque me hacía sentir solo. También era mi mecanismo de defensa para lidiar con el hecho de que no podía confiar en ellos, que no me entendían y trataban de empujarme en direcciones lejanas a mí mismo en vez de apoyarme y apreciarme por quien soy o quien era—lo que no puedo recordar exactamente. Quiero decir, cuando trato de mirar hacia atrás sólo me veo como la misma persona que soy en el presente, sin cambios excepto por lo que he mencionado antes, como si esta imagen pasada que tengo de mí se hubiera convertido en un retrato barato y engañoso—un reflejo.

Pero pienso que tal vez me golpeé fuerte la cabeza en ese pequeño accidente en auto, o tal vez el amor me ha cegado y me ha atrapado en todos los clichés posibles donde sólo puedo pensar en ella.

Durante los siguientes días sigo teniendo mis momentos paranoicos y me asusto cada vez que no puedo verla o cuando ella no contesta mis llamadas, pero aún así puedo encontrar un poco de paz y equilibrio sin destruir los momentos que hemos compartido.

Cuando ella se va por tres días, decido enfrentar a mi jefe y renunciar a mi trabajo. Siento que necesito deshacerme de todos estos fantasmas vacíos que he dejado en mi vieja rutina, no para olvidar quién era sino para aprender a actuar frente a mis sentimientos e ideas. Digo, solía ser una persona muy despreocupada, siempre evitando peleas, con todos mis instintos y reflejos entumecidos.

Entro en la oficina de mi jefe e incluso lo regaño. Su oficina es este lugar limpio, con paredes de vidrio esmerilado—el concepto de transparencia en las empresas hoy en día—y con un gigantesco escritorio negro entre nosotros, con cada uno de mis colegas chismosos mirándonos. Sólo tenemos que interpretar nuestros personajes. Él está un poco confundido y no me escucha al principio. Quizás porque me veo como tres o cinco años más joven y siento que la mayoría de la gente nunca me toma muy en serio debido a eso, por lo que él sólo trata de calmarme como si estuviera gritándole o algo, lo que no es así.

Me dice cosas como que tal vez tengo que irme de vacaciones y que tal vez he regresado demasiado pronto a trabajar. Esta parte no la entiendo, pero la ignoro cuando me da una palmada en la espalda y se ríe insinuando que le estoy haciendo una broma. “No estoy bromeando”, le digo y después de un momento de mirarme sin saber qué decir, me dice que tengo razón y sólo desearía entenderme mejor, que no estoy tomando una decisión sabia, que me voy a arrepentir—como una amenaza o algo así. Me dice que lo he decepcionado. El descaro. Ahí es cuando el coraje florece en mí como el día en que uno le pide a una chica o chico salir por primera vez y me dejo llevar. No me he sentido así en años. En mí nace un sentido palpitante, puro, sin palabras y brillante. De ser un bastardo manso casi invisible en el trabajo y en cualquier otro lugar, me convierto en un goliat resplandeciente, casi draconiano y capcioso, queriendo destruir a cada agente autoproclamado con su supuesta verdad y moral manipulada para su propio beneficio, usando sus propios métodos para asustarnos y sedarnos contra ellos mismos.

Puedo ver todo claramente y sin embargo por dentro me estoy riendo—de mí, de él, nuestra situación y los idiotas chismosos a nuestro alrededor. Tengo piedad con el bastardo. Después de todo, él es sólo un títere. Los verdaderos culpables—los viejos conspiradores—están escondidos en otro lugar.

Le digo con mucha calma y humildad que el dinero no significa nada para mí. “No entiendes el humor del tiempo”, le digo muy sabelotodo. “Si todo esto es tu proyecto de vida, todo este control y poder que crees que tienes es una ilusión, así que no intentes imponerme tus necesidades y ambiciones”. Y él se queda callado y casi me siento mal por él, Pero no me cae bien este tipo ni un poco. Es tan arrogante y piensa que es un campeón por usar ropa casual en el trabajo, como diciendo de una manera muy falsa con una gran sonrisa en su rostro, “Yo soy el jefe, pero todos somos iguales, somos un equipo. ¡Vengan esos cinco!” Iguales mi culo.

Recuerdo que me dijo, cuando yo estaba empezando en su compañía de mierda, que debería enmarcar mi primer cheque de pago porque él lo había hecho y era como el comienzo del éxito o algo así. Me mató. De alguna manera, nunca me puedo llevar bien con la gente rica, son muy cínicos. Se creen dueños de todo y piensan que nadie puede defenderse por sí mismo. Quiero decir, ellos te cuentan cómo empezaron y todo, como tratando de mostrarte su lado humilde y esforzado, pero en realidad están presumiendo, y no sólo eso, están siendo tan cínicos, porque, ¿por qué no te cuentan también sobre ese último millón fácil que se hicieron y de todo el tráfico de influencias detrás?

Aún así, le doy la mano para despedirme y le digo que se cuide. Me mira como si no lo dijera en serio. Este es otro problema que tengo de vez en cuando, a veces cuando estoy siendo agradable, la gente piensa que estoy siendo sarcástico. Debe ser algo en mi cara o mi tono de voz. Como sea, sin trabajo y con un tipo de espíritu revolucionario barato me voy y vuelvo a casa.

 

El cineasta y novelista chileno Jorge Yacomán (1988)

 

 

La portada del volumen en cuestión

 

La novela se puede adquirir online aquí y en formato impreso en:

Librería del GAM en Avenida Libertador Bernardo O’Higgins Nº 227, comuna de Santiago Centro, Santiago

Espacio Literario Ñuñoa en calle Jorge Washington Nº 116, comuna de Ñuñoa, Santiago

Librería TAKK en calle Andrés de Fuenzalida Nº 18, comuna de Providencia, Santiago

 

El vestigio del silencio, de Jorge Yacoman, Independiente, 208 páginas, $8.000

 

Imagen destacada: El actor Eusebio Arena en un fotograma del filme «La comodidad en la distancia» (2014), del realizador chileno Jorge Yacomán