Cine trascendental: «Amelie»: El valor de vivir amando

Jean-Pierre Jeunet dirigió en 2001 está comedia de tintes mágicos sobre la vida de una mujer de gran corazón e imaginación (espléndida Audrey Tautou como Amelie). La historia trata sobre la importancia del azar en nuestras vidas, el valor de vivir de acuerdo con lo que somos y es un alegato en favor del amor como modo de alcanzar la verdadera felicidad que tanto anhelamos.

Por Jordi Mat Amorós i Navarro

Publicado el 7.8.2019

 

«El mundo hay que fabricárselo uno mismo, hay que crear peldaños que te suban, que te saquen del pozo. Hay que inventar la vida, porque acaba siendo verdad».
Ana María Matute

«Pocos saben que, a menudo, nos sangran los dedos a quienes defendemos la alegría. Pocos saben cuánto sabemos del dolor. Pocos entienden nuestro ‘a pesar de todo’. Como expresa Olga Bernad: ‘No sé qué haría sin mi corazón. Vivir me gusta. Perdonen la alegría”.
Carmen Pinedo Herrero

 

Amable originalidad

Jeunet rompe moldes en esta peculiar película, rompe en su estética, rompe en su forma de exponer lo que ocurre, rompe. Ya sorprende gratamente la presentación de los personajes que son la historia de Amelie en un estilo desenfadado que es reflejo de la personalidad de la protagonista, porque la obra está contada y vista desde el sentir de la niña que es siempre Amelie, desde el latir de su enorme corazón, desde la mirada de sus grandes ojos de luz.

Y todo se nos muestra en una atmósfera “retro” muy lograda donde la vieja París bohemia resurge de sus cenizas, de las cenizas producidas por los fuegos fatuos del arrollador e insensible “progreso” de nuestro tiempo. La iluminación cálida, el predominio de los tonos próximos (rojos, naranjas, amarillos, verdes…) crea un ambiente acogedor, amigable; crea hogar aún en las calles.

 

“Princesa”

No es casualidad que la acción transcurra en la época en que murió la mítica princesa de Gales. Una mujer muy querida por el pueblo, una mujer rechazada por su esposo y por su suegra, una mujer de espíritu libre encerrada en una jaula de oro y brillantes, una mujer bella en el sentido amplio de la palabra cuyo final aconteció en el simbólico túnel de la plaza del Alma; potente nombre para una plaza que alberga la réplica de la llama de la también simbólica estatua de la Libertad neoyorquina. La libertad que ella encarnaba y que quedó limitada al entrar en la realeza: así murió la pobre en una alocada carrera perseguida por los agobiantes paparazzi. Triste realidad la suya, princesa en una inútil-incómoda-detestable lujosa jaula.

Y “princesa” en una jaula es también Amelie, pero su jaula no es de lujo elitista sino de multitud de colores fruto de su gran imaginación y vitalidad.

 

Encerrándose

La historia de Amelie es la historia de una mujer que cuida a la niña que fue, es y quiere seguir siendo. Una mujer muy imaginativa que desarrolló al máximo esta capacidad innata a toda niña o niño como defensa-refugio ante la falta de amor-apoyo de sus padres. Amelie es una chica muy sensible y amorosa a quien siendo niña le latía fuertemente el corazón cuando su padre la auscultaba (lamentablemente sólo con este fin la tocaba); así, la creyeron enferma del corazón cuando los enfermos eran ellos en su incapacidad de amarla, en su incapacidad de amar. Esa falsa enfermedad aisló a Amelie en casa privándole del necesario contacto con otros niños.

Amelie, de naturaleza alegre, siente la tristeza del no-amor, de la falta del toca-arte de sus padres y del perder a su único amigo: un pez rojo que su madre le obliga a liberar. Como compensación le regalan una máquina de fotografiar con la que capta imágenes con imaginación desbordante, es bella la escena en la que toma instantáneas de nubes que ella ve como animales.

Un día presencia un accidente automovilístico y un vecino le dice que su aparato tiene un defecto: provoca accidentes. La actitud de demasiados adultos que tienden a culpar al “débil”, a la inocencia de los niños. Gentes que castigan-culpan a los niños tal y como hacen con su propio niño que malvive asfixiado en su interior. Amelie se siente aterrada por tantas fotografías hechas, la vemos mirando la televisión creyéndose culpable de tantas tragedias que la “caja boba” muestra insistentemente; pero al darse cuenta que le han tomado el pelo decide vengarse desconectando-conectando los cables de la antena de televisión provocando la ira del padre que quiere ver su fútbol. Su distante padre que va a quedarse pronto viudo, la madre muere en un accidente cuando junto a Amelie acude a la iglesia a pedir un hermanito. Una mujer suicida le cae encima, todo un símbolo del suicidio que es su no-vida y su deseo de tener otro hijo al que abandonar emocionalmente.

 

Mathieu Kassovitz y Audrey Tautou en «Le fabuleux destin d’Amélie Poulain» (2001)

 

Liberándose

Sin madre y con el padre aún más lejano por su ausencia, Amelie se refugia más si cabe en su mundo imaginativo. Y a la primera oportunidad abandona la casa trasladándose al viejo París donde encuentra trabajo como camarera en un café.

Amelie sigue siendo una chica muy observadora, especialmente observadora de la gente; la vemos en el cine girándose con desenfado para ver las reacciones de los demás ante lo que ocurre. Y empatiza con facilidad ante las personas, aunque no se da por completo acostumbrada como está a refugiarse en su aprendida-conocida soledad. Ella ama la vida “a pesar de” lo vivenciado con sus padres y ella tiene una gran capacidad de amar a los demás; su “problema” es la costumbre de vivir en su especial mundo donde la imaginación reina, un mundo muy distinto al de la mayoría de la gente, un mundo que al protegerlo tanto se torna solitario. Así la vemos disfrutar de la vida con la única compañía de su gato con el que convive en su cálido hogar.

Todo empieza a cambiar cuando encuentra una cajita escondida en un hueco de su baño. El baño o el lugar del agua y del espejo que reflejan, el lugar privado-íntimo donde una o uno suele observase-reconocerse-arreglarse, todo un símbolo del reconocerse o descubrirse personal que se va a ir produciendo en ella a partir de ese hallazgo casual.

La cajita contiene objetos que pertenecieron a un niño que hace muchos años vivió allí. Amelie tiene ahora un objetivo que le hará abrirse-relacionarse más con la gente, ha decidido dedicarse a encontrar al dueño de la cajita para devolverle su tesoro. Y si él se conmueve, ella dedicará su vida a ayudar a los demás. Nuestra protagonista se entrega totalmente al azar que le ha hecho un guiño con esa cajita, a las casualidades de la vida que a menudo no advertimos y que si las seguimos suelen sernos beneficiosas. Y en esa entrega va a acabar encontrando el auténtico amor que tanto merece.

Habla con la señora Wallace, una vecina que se abre a explicarle su historia, la muerte de su marido infiel que tanto le ha marcado y le remite a un inquilino que es tendero y quien le dirige a su anciana madre de gran memoria. La mujer vive con su esposo en una hermosa casita con jardín junto a un gran acueducto, una potente imagen de los caminos-puentes que se le abren-tienden a Amelie (el acueducto por el que corren las aguas, las aguas de los sentimientos); ella tiene anotado en un cuaderno todo el historial del edificio, y le da el nombre de aquel niño. Pero Amelie no consigue localizar a nadie con ese nombre que sea el propietario de la cajita.

Es otro vecino del inmueble quien le va a ayudar y mucho en su búsqueda. Dufayel es un anciano al que ella a menudo observa pintando siempre el mismo cuadro, lo ha pintado varias veces, se trata de la copia de un Renoir; comenta que el único personaje que le cuesta capturar es el de la chica con el vaso de agua: “está en el centro y sin embargo está fuera”, le dice, Amelie sabedora de que así está ella en la vida comenta: “quizás sea distinta a los demás” y él muy consciente de quien hablan en realidad la mira diciéndole: “tal vez de pequeña no jugaba con los otros niños”. Esa semejanza entre mujeres ha creado un fuerte lazo entre ellos dos, hablando de la mujer del cuadro hablarán de ella misma y los acertados comentarios del hombre serán fundamentales en el reconocimiento-descubrimiento de Amelie para arriesgarse a salir de su voluntario encierro.

Gracias a Dufayel, Amelie localiza al hombre que siendo niño escondió la cajita y observa cómo se conmueve, cómo rompe a llorar emocionado al ver su contenido, al recordar su niñez. Ella observa aún desde la protectora distancia del no ser vista-reconocida como “mayor” garantía de no ser nunca más herida. Y el buen hombre se dirige a Amelie sin saber que ella es quien le ha devuelto la cajita, le confiesa su alegría y su decisión de retomar la relación con su hija, con quien hace años no se habla.

Se nos muestra a Amelie satisfecha atravesando un puente del Sena (nuevamente puentes y aguas) y una voz en off que es co-protagonista de la película comenta: “Amelie se siente de pronto en total armonía consigo misma. Ahora todo es perfecto: la suavidad de la luz, ese perfume en el aire, el rumor de la ciudad. Inspira y la vida le parece tan simple, tan limpia, que un vivo deseo de ayudar a la humanidad se apodera de ella”. Y la vemos ayudando a cruzar la calle a un ciego, acompañándole relatando con gracia todo lo que ve y cómo él se siente en la gloria. Amelie ha empezado a abrir su mundo, a ofrecer su riqueza al mundo de todos.

Y seguirá haciéndolo. La vemos en el bar donde trabaja facilitando el encuentro entre dos almas solitarias, un cliente que se pasa el día grabando comentarios e impresiones sobre lo que ve y una compañera muy introvertida; nuevamente se siente muy feliz cuando el bar tiembla por su fogosidad amorosa en el baño.

Amelie se ve como una Don Quijote o una El Zorro decidida a combatir al implacable molino de todas las miserias humanas. Así, también actúa “castigando” al tendero vecino que maltrata a Lucien su joven ayudante. Entra en su vivienda para hacerle todo tipo de gamberradas que fastidien a quien tanto fastidia, divertida e inocente forma de “castigar”. Y también lo hace con su padre a quien roba su amado enano del jardín enviándole fotos en las que aparece fotografiado en distintos lugares del mundo. Tras devolvérselo, el padre se decide también a salir de su encierro-duelo para ser él quien emprenda un viaje, bello “castigo” para un hombre que en su gran carencia tanto dolor provocó a su hija.

 

Audrey Tautou

 

Entregándose

El reto para Amelie va a ser un hombre que toca su corazón piel a piel. Un hombre que conoce por la gracia del azar al que ella se ha entregado. Nino recoge fotos rotas de los fotomatones, las recompone y guarda con cuidado en un álbum. Nino es también una persona muy sensible, y como toda persona muy sensible no le es fácil vivir en este mundo tan desconectado que es el nuestro. Al igual que Amelie, él es “un loco por la vida” como bien define la voz en off.

Los fotomatones están en estaciones de tren, allí se conocen o re-conocen como sugiere sutilmente Jeunet en su voluntad de ensalzar el papel del azar en nuestras vidas y el misterio que este entraña más allá del espacio-tiempo del desconectado mundo por el que transitamos. Todo tiene una potente simbología:

La estación o el lugar donde los trenes -imagen de las vidas de cada uno de nosotros- convergen y donde se pueden producir enlaces con otros trenes u otras personas-vidas, bella simbología del vivir. Y el fotomatón o las fotografías íntimas sin fotógrafo realizadas tras la cortina que permiten dejarse ir mostrándose con mayor libertad.

Nino al encontrarse fugazmente frente a Amelie le ve-le siente su gran corazón. Ella queda gratamente impresionada por el joven. La vemos con Dufayel su amigo pintor hablando una vez más de la chica del vaso en el cuadro, hablando de ella misma. Hablan del porqué estará diferente, a Amelie le parece ausente e imagina que pensando en alguien que no aparece en el cuadro, él le dice: “prefiere imaginar una relación con alguien ausente que crear lazos con los presentes” -Dufayel conoce muy bien a su joven amiga- “No, quizás se desvive por solucionar la vida de los demás”, responde ella –quien se sabe entregada pero teme la entrega definitiva del piel a piel- y él le replica acertadamente: “¿Pero ella?, ¿y los problemas de su vida?, ¿quién los solucionará?”. En Amelie está el miedo a salir de su “confortable” refugio para tocar al otro y experimentar toda la sensibilidad que encarna desde el desnudo absoluto.

La vemos en casa en su cama mirando el álbum de fotos de Nino que él perdió y ella recogió, lo mira y observa en su mesilla una nota arrancada en la que el joven lo reclama. Se decide a llamar y resulta ser una sex shop, acude y una chica le dice que Nino: “es un tipo raro, cuando oye una risa graciosa la graba” y averigua que nunca le duran las parejas: “es difícil para un soñador”, asegura otra chica que trabaja allí. Y va a su encuentro en su otro trabajo, el “Tren fantasma” de una feria, para verlo sube a la atracción en una vagoneta, toda una alegoría al valor que empieza a despertarse en ella para poder enfrentar y superar sus miedos. Allí él disfrazado de esqueleto (la muerte que supone entregarse al amor cuerpo a cuerpo que ella desea y teme) se sube tras ella y le acaricia la cara, la vemos sintiéndolo intensamente cerrando los ojos.

Al acabar su jornada Nino encuentra una nota de Amelie que le cita al día siguiente, una nota escrita tras una foto de su álbum que son cuatro caras de un hombre, caras que por la noche le hablan sobre ella afirmando que es hermosa y está enamorada de él. Nino no sabe quién es Amelie y las caras le aseguran que: “La conoces desde siempre. La conoces en tus sueños”, o la alusión a la misteriosa sabiduría del azar que los ha reunido.

Su cita es en el bello Montmatre. Vemos como ella le ha preparado un juego de pistas para acabar devolviéndole el álbum pero manteniéndose en su protectora distancia. Álbum en el que ha añadido su fotografía distorsionada con un sugerente: ¿Deseas conocerme? Y lo desea, claro que lo desea; lo desea tanto como ella. Amelie nuevamente en la estación ve carteles que él ha colgado preguntándole: ¿Dónde y cuándo?

El juego continúa y la nueva cita es en el bar donde Amelie trabaja. Ella sigue sin mostrarse, sigue observándolo. Él intuye que es ella la mujer misteriosa que anhela pero ella lo niega y deja escapar otra oportunidad. Aunque le entrega una nueva nota que una compañera discretamente le coloca en su bolsillo. Nino se va y Amelie en otra potente imagen se deshace literalmente en agua. El agua de su impotencia-miedo-vergüenza-dolor-placer, el agua de sus sentimientos reprimidos-guardados en el vaso que sostiene la enigmática mujer del cuadro; el vaso desbordado, el vaso que ya no puede soportar más tanta contención y que estalla salpicando su vida.

La vemos otra vez con Dufayel hablando (¡cómo no!) de la mujer del vaso, ella cree que está enamorada de uno de los chicos presentes –antes lo imaginaba fuera del cuadro, ahora por fin su imaginación lo sitúa dentro en lo palpable-visible- el sabio pintor le comenta: “Creo que ha llegado el momento que se arriesgue. Está planeando, le encantan las estrategias. De hecho es un poco cobarde. Creo que por eso no consigo captar su mirada”.

Amelie aún se debate en el entregarse-arriesgarse al cuerpo a cuerpo o en el seguir en su “cómodo” aislamiento. La vemos mirando una película cuyos protagonistas hablan de ella considerando entrometido a Dufayel: “Si Amelie prefiere vivir en sus sueños y seguir siendo una chica introvertida es su derecho. Malograr tu propia vida es un derecho”. Malograr la vida, un triste “derecho” que a mi entender sería preferible no ejercer.

La vemos en su casa preparando un bizcocho mientras se imagina a Nino en la calle bajo la lluvia comprando levadura y llegando a su portal, entrando en la casa y acercándosele por atrás (por atrás como en el tren fantasma, por atrás que sin miedo es agradable sorpresa) tocando suave-mente la cortina momento en el que esta se mueve realmente y Amelie se gira, es el gato, lo mira y rompe a llorar (el agua del llanto de tanta contención). Y suena el timbre, es Nino que la llama por su nombre, los separa sólo la puerta roja del cálido hogar de ella (del cálido hogar que es ella). Pero persiste en su cobardía y finge no estar.

Suena el teléfono, ella lo coge, ahora es Nino quien da las instrucciones del juego que Amelie inició. Le dice que vaya a su habitación y ponga el video, ve a Dufayel quien le habla: “Tú no tienes los huesos de cristal. Puedes soportar los golpes de la vida. Si dejas pasar esta oportunidad, con el tiempo será tu corazón el que se vuelva tan seco y quebradizo como mi esqueleto. Así que decídete por todos los diablos”.

En una bellísima escena vemos cómo Amelie reacciona y al abrir la puerta de su hogar para alcanzarle se lo encuentra frente a frente. Lo lleva dentro, en respetuoso silencio lo besa con lenta ternura pidiéndole que él haga lo mismo, Nino le besa suavemente la cara y la nuca ante la complacida mirada del gato. Dufayel y Lucien también los observan satisfechos desde su ventana.

Por fin Amelie se ha arriesgado, ha encontrado en Nino el que parece una pareja perfecta. Se ha arriesgado a vivir amando ya en la proximidad sin protección alguna. Ella se ha demostrado valor y disfruta de los beneficios del compartir su riquísimo mundo. Y ese disfrutar, esa alegría se extiende a su alrededor. Dufayel decide dejar de pintar siempre el mismo cuadro (ha encontrado a la mujer del vaso, la ha entendido y le ha ayudado a liberarse definitivamente). Incluso el distante padre -tal y como ya se ha comentado-  cambia, los “viajes” de su enano le han estimulado a salir de su luctuoso encierro. Y la pareja se nos muestra radiantemente feliz, los dos juntos en su humilde motocicleta por el bellísimo viejo París. Final feliz, como bien expresa Olga Bernard: “perdonen la alegría”.

 

Jordi Mat Amorós i Navarro es pedagogo terapeuta por la Universitat de Barcelona, España, además de zahorí, poeta, y redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

La actriz Audrey Tautou en «Amelie»

 

 

 

 

 

Jordi Mat Amorós i Navarro

 

 

Tráiler:

 

 

Imagen destacada: La actriz Audrey Tautou en Le fabuleux destin d’Amélie Poulain (2001), de Jean-Pierre Jeunet.