El libro publicado en 1857 enmarca la actitud frente al mundo contemporáneo del poeta francés. En efecto, la obra literaria, para él, constituía la mitad de lo artístico, de lo inmutable, de lo imperecedero, y una época debe ser representada de alguna u otra forma por los autores de su tiempo.
Por Carlos Pavez Montt
Publicado el 8.8.2019
Baudelaire, en 1863, escribió: “Por la modernidad me refiero a lo transitorio, lo fugitivo, lo contingente que constituyen la mitad del arte, lo otro es el eterno y lo inmutable” (13). De esta frase puede extraerse, a lo menos, una porción de la concepción artística del poeta francés. El arte es imperecedero, pero la vida en la ciudad, la fugaz experiencia de los sujetos modernos, se inscribe en esa perdurabilidad que la capta, para darle, al menos, un sentido. En dicha fluctuación o experimentación citadina, el poeta o los individuos se entregan a una nueva representación. Comienza a construirse un tópico literario que se enfoca en la cotidianeidad de la metrópoli, pero también en la contemplación del autor. La observación ya no es una experimentación científica como en el naturalismo, por ejemplo, sino que genera la involucración del poeta en las vivencias que ocurren en el nuevo mundo.
Según Oyarzún, el poema À une passante: “tiene la virtud de llevar a la palabra la cuestión del lugar, […] del acontecimiento” (31). La calle se vuelve un elemento que presiona al yo poético, porque aúlla y construye un ambiente moderno, inhóspito. El hablante observa que: “Une femme passa, ciel livide où germe l’ouragan” (v. 7). En el espacio de la cotidianeidad lo efímero se vuelve trascendente, en la ciudad moderna todavía queda espacio para involucrarse en la observación. Se genera un momento interior, dentro de la desolación de los individuos modernos, fundamentada por el entorno, que puede reflejarse en: “Dont le regard m’a fait soudainement renaître” (v. 10). El acontecimiento se configura como el factor que primero extrae, pero que luego deja al poeta, o al yo poético, en una soledad igualmente expresiva e importante para comprender su situación.
En Le crépuscule du soir se observa una especie de barbarización de lo civilizado, de bestialización de lo moderno. La observación que involucra al poeta no sólo le permite rescatar imágenes o hechos, sino que también le otorga una facultad de expresión. Capacidad que se ve, obviamente, afectada por el paso del tiempo, por la sucesión de etapas que se repiten una y otra vez girando alrededor del trabajo, del dinero. “Voici le soir charmant, ami du criminel” (v. 1). El momento en que la jornada termina es el mismo en el que aparece el mal, los demonios, la Prostitución, los hombres de negocios. “La sombre Nuit les prend à la gorge… ” (v. 32), pero no solo a los enfermos, como sigue el poema, sino que la fosa es común para todos. La agresividad del entorno, citadino y moderno: “expresa la cosificación y el endurecimiento del mundo de la vida administrado por el capitalismo” (Valverde 2).
El poema L’ame du vin puede retratar lo que Walter Benjamin define como “al gladiador esclavo” (92) que representa Baudelaire. Es un concepto que también nos entrega una parte de la concepción sobre la vida de los sujetos trabajadores y, en el fondo, sobre la vida en el mundo moderno. Que el vino sea asimilado como un remedio, por decirlo de alguna forma, nos obliga a pensar en que hay algo que necesita curación. Quizás lo enfermo está: “Dans le gosier d’un homme usé par ses travaux” (v. 10). El vino es, además: “L’huile qui raffermit les muscles des lutteurs” (v. 20). Es lo que necesitan los luchadores de la vida, el proletariado, un conglomerado que está siendo consumido por el nuevo sistema económico. La observación de Baudelaire puede hasta parecer un consejo: el alma del vino es lo que se necesita para aliviarse de la ciudad, de las estructuras, de la presión.
Las flores del mal es un libro que enmarca la actitud frente al mundo moderno del poeta francés. La obra literaria, para él, constituía la mitad de lo artístico, de lo inmutable, de lo imperecedero. La modernidad, o el otro medio, debe ser representado de alguna u otra forma por los autores de su tiempo. Esta representación nos ofrece una contemplación poética, una observación consciente, una intención de raciocinio. A partir de distintas imágenes o acontecimientos, Baudelaire nos va entregando su idea o la forma en que piensa la realidad en la que está inmerso. La decadencia y la implícita esclavitud de la condición humana tiene su solución no-definitiva en el vino. El paso del tiempo y la marca que dejan sus etapas repetitivas expresan la dureza y la enajenación de los individuos y del entorno; los acontecimientos que ocurren en él sólo sirven para alejarlos por un rato de su desolación.
Citas:
-Baudelaire, Charles. Las flores del mal. Biblioteca virtual universal.
-Oyarzún, Pablo. Baudelaire: La modernidad y el destino del poema. Ediciones Metales Pesados, Santiago de Chile, 2016.
-Benjamin, Walter. Iluminaciones II: Baudelaire. Un poeta en el esplendor del capitalismo. Taurus Ediciones, Madrid, 1972.
-Valverde, Sergio. “Poesía y Filosofía: La lectura social de Baudelaire en Walter Benjamin”. Filología y Lingüística XXVIII(1): 69-79, 2002.
Carlos Pavez Montt (1997) es, en la actualidad, un estudiante de licenciatura en literatura hispánica en la Universidad de Chile. Sus intereses están relacionados con ella, utilizándola como una herramienta de constante destrucción y reconstrucción; por la reflexión que, el arte en general, provoca en los individuos.
Imagen destacada: Charles Baudelaire (París, 9 de abril de 1821-31 de agosto de 1867).