Cine trascendental: «Another Earth» («Otra Tierra»), de Mike Cahill: El valor de perdonar

El director y guionista estadounidense nos ofrece una bella película de gran sensibilidad en torno a la joven Rhoda (Brit Marling en una espléndida interpretación) y John (William Mapother) un hombre que perdió a su mujer e hijo en un accidente causado por ella. La obra es una reflexión sobre la necesidad de conocerse a uno mismo y el coraje de la redención.

Por Jordi Mat Amorós i Navarro

Publicado el 4.6.2020

«Si te encuentras contigo, ¿Qué te dirías?».
Rhoda a John en el filme

 

Bella exploración

Cahill nos ofrece una película que emociona por su gran sensibilidad y belleza. Bello es su mirar reposado del paisaje y de las personas, grande su sensibilidad en el retrato de sus sensaciones. Destacar el magnífico uso del color azul —algunas escenas se nos muestran en gamas azules— como reflejo de esa enigmática Tierra 2 y de esta enigmática Tierra nuestra que habitamos. El azul vinculado al agua de la madre mar —muy presente en el filme ambientado en una población costera— y de las lágrimas saladas de nuestros mares emocionales; el agua como espejo que refleja imágenes, que refleja nuestra imagen, que refleja nuestro sentimiento, que refleja nuestras historias en las aguas de los tiempos…

El realizador estadounidense en una entrevista concedida a Sensacine comenta sobre Another Earth: “La parte dramática es el verdadero corazón de la historia, la parte fantástica es básicamente metafórica, la uso para explorar la autocompasión o, mejor dicho, como una manera de que cada uno se plantee qué piensa de sí mismo”.

Así —a través de la fantasía de un planeta espejo— la obra invita a reflexionar sobre nosotros mismos, sobre el “planeta” que cada uno encarnamos. En este sentido es de notar que Earth (Tierra) se asemeja a Hearth (Hogar) y Heart (Corazón).

El análisis que sigue contiene spoilers, así que para aquellos lectores que no hayan visto este filme y quieran hacerlo quizás sea mejor leerlo tras su visionado.

 

Planeta espejo

Un planeta “nuevo” aparece en el cielo. Primero como un punto azulado, como una estrella más en el firmamento nocturno. Poco a poco ese planeta se acerca siendo visible incluso en luz diurna. Y es aparentemente igual a nuestra tierra, por lo que se le denomina Tierra 2.

Lo vemos en el cielo junto a la Luna, Tierra 2 es de mayor tamaño y parece estar en fase con nuestro satélite. Los científicos logran contactar y descubren que están hablando consigo mismos. La gente reacciona con asombro y miedo al saber que Tierra 2 está habitada por personas de vidas coincidentes, personas que parecen ser ellas mismas.

Es sintomática la reacción de Jeff —el hermano de Rhoda— quien afirma que todos: “van a ser chupados por la estrella oscura y van a morir” o el miedo que hace ver como oscuro lo que se muestra Luz (así se observa Tierra 2, luminosa) y paralelamente asociar toda exploración a lo desconocido como peligro de muerte física.

Miedo a la muerte física que entiendo —en parte— como reflejo inconsciente de la necesaria muerte psicológica para la evolución personal y grupal. El humanísimo miedo a lo desconocido que en este caso tiene la lectura psicológica y anímica de miedo a lo desconocido en uno mismo. En este sentido en la película se hace hincapié sobre el espíritu explorador humano que nos ha llevado a investigar el microcosmos y el macrocosmos, y que a pesar de ello nuestro mayor reto sigue siendo la autoexploración, el conocernos a nosotros mismos.

Es significativa la escena en la que vemos a Rhoda caminando por la ciudad sobre un pavimento con un gran “Perdónanos”, mientras una voz en off reflexiona: “¿Puedo ir a conocerme?, ¿es mejor ese yo que éste?, ¿puedo aprender de mi otro yo? ¿mi otro yo cometió mis mismos errores?”. Es de notar que se pregunta por los errores pero nada se dice de los aciertos. Ese modo de pensar y ese ruego es el de la desafortunadamente común maximización del error frente al acierto que tanto daño ha hecho y hace a niños y adultos. El —inevitable y a menudo necesario— error que sin el apoyo pedagógico y la comprensión plena suele convertirse en culpa. Cuando el error no se acepta, no se entiende, no se perdona en uno mismo y en los demás, la vida se vivencia como una pesada carga, como un tormento que afecta a uno mismo y a las personas con las que uno se relaciona.

 

Un fotograma de «Otra Tierra» (2011)

 

Culpa

«Perdona a todos y perdónate a ti mismo, no hay liberación más grande que el perdón. Y nada peor que el miedo, la culpa y el resentimiento».
Facundo Cabral

Desde niña a Rhoda le fascina el espacio exterior y poco antes de la mayoría de edad consigue ser admitida en una prestigiosa institución astronómica. La vemos feliz conduciendo por su ciudad en la noche estrellada, oye las noticias radiofónicas que informan que se acaba de descubrir un nuevo planeta muy cercano visible en el cielo y ella —en su pasión exploradora— lo localiza. Su pasión observadora del espacio exterior la distrae de la observación del espacio interior y en la distracción choca con un automóvil parado junto al arcén. Una pareja con un niño están en él jugando a las rimas, el impacto se produce justo cuando el pequeño preguntaba a sus padres qué rima con Luz, simbólico “guiño” de Cahill.

Ese accidente supone un antes y un después para Rhoda, aparentemente —sabremos que el padre sobrevive— los tres han muerto por su “culpa”. Cumple su pena de cárcel atenuada por ser menor de edad pero sigue en ella la cárcel mental. Poco ayudan sus padres y hermano quienes en ningún momento se interesan por cómo se siente su Rhoda.

En este sentido es significativa la escena en que los vemos comiendo para celebrar que Jeff va a ingresar en una escuela superior, los padres no parecen darse cuenta de cómo se siente su hija, ella que estuvo a punto y por un error no alcanzó su sueño. Rhoda necesita ayuda para salir de su pozo de culpa y su familia no sabe dársela, siempre se agradece la ayuda de aquellos que se supone que te conocen pero en su defecto —o complementariamente— es favorable el apoyo de algún profesional especializado. La familia no se la ofrece ni directa ni indirectamente.

Esa necesidad de ayuda se hace evidente la noche en la que averigua que el padre del accidente sobrevivió al superar un estado de coma, la vemos muy afectada tras observar a ese hombre en su solitario hogar. Rhoda no puede con su culpa, no puede con su dolor empático y se acerca a la playa desnudándose temblorosa para tumbarse en la arena observando Tierra 2 como queriendo encontrar respuestas en ese espejo planetario. El desnudo físico en la fría oscuridad nocturna que entiendo a modo de imagen de la oscuridad de aquella fatídica noche que perdura en ella en espera de Luz. Y despierta ya en el hospital, junto a la joven está su padre en silencio, en el frío y triste silencio de la incomunicación familiar.

Esa culpa la aísla de la comunidad, no quiere relacionarse con nadie. Por eso Rhoda escoge un trabajo sin apenas contacto personal. Elige ser limpiadora de una escuela superior, la vemos limpiar con mucho brío como si en el limpiar el espacio pudiera “limpiar” su espacio, su culpa. La limpieza o la lucha frente a la suciedad, frente al polvo que todo lo invade, en especial los rincones escondidos y oscuros… Es bella la escena en la que en la intimidad de su habitación Rhoda observa el polvo en suspensión visible gracias a los rayos solares que penetran o la fascinación por la Luz que ilumina las motas de oscuridad, la fascinación por la Luz que necesita en su oscuridad personal que quiere transmutar.

De ahí su interés por viajar al planeta espejo, por reconocerse y perdonarse. Se nos muestra cómo rellena su solicitud en la web del concurso organizado para ese fin cuyo lema es “Viaje a Tierra 2. Daremos a nuestros viajeros una experiencia única y transformadora”. En la casilla sobre sus motivos escribe sobre el histórico afán humano por explorar tierras desconocidas, de cómo las expediciones solían estar formadas por: “personas viviendo al límite de la vida: locos, huérfanos, ex–convictos y marginados como yo. Como delincuente no son muchas las cosas que puedo hacer”. O la carga que tantas personas han tenido y tienen que soportar al estar marcados por la sociedad en su distante incomprensión, en su falta de empatía; muy triste realidad esta.

 

Los actores William Mapother y Brit Marling en «Otra Tierra»

 

Rabia y valor

«Y después de la rabia
Una lágrima rozando la caída
recuerdo de la sumisión del hielo al calor».
Marçal Font

Rhoda se atreve a visitar al hombre al que truncó la vida, tiene la intención de  presentarse y disculparse pero finalmente le/se miente ofreciendo servicios de limpieza, afirmando pertenecer a una empresa de significativo nombre “Maid in Heaven” (Sirvienta en el cielo). John —así se llama él— acepta y la joven entra en su hogar que está tan destrozado como él, se observan muchas botellas de alcohol, un gran desorden y numerosos frascos de medicamentos.

John le pide que siga viniendo, ella lo hace satisfecha e intenta siempre confesarle la verdad pero sin la suficiente convicción y valentía. La vemos llorar al ver la fotografía familiar, al ver a la madre y el niño. Su llorar versus la rabia de John que explota el día en que ella lava una prenda de su mujer, el día en que Rhoda —inconsciente y simbólicamente— quita el rastro de olor de su antigua compañera.

Poco a poco John sale de su encierro teñido de rabia y se acerca a Rhoda, los vemos jugando a un vídeo juego de lucha. Él pelea enérgicamente y ella se defiende o el reflejo de su realidad: la rabia de uno y la culpa de la otra. En ese acercamiento hablan de Tierra 2, Rhoda le pregunta: “Si te encuentras contigo, ¿Qué te dirías?”, el hombre responde: “Probablemente me golpee”, o la rabia por no haber podido evitar la tragedia. Y le devuelve la pregunta, Rhoda afirma: “Estoy segura que me quedaría muda”, o el no encontrar la manera de perdonarse.

Es bella la historia sobre el primer astronauta que vio la Tierra desde fuera que Rhoda cuenta a John. Con su dulce voz ella le relata cómo este ve absorto desde su pequeña escotilla la curvatura de la Tierra añadiendo: “Y de repente, un extraño tic-tac comienza a salir del panel de mando. Maldice el panel y saca sus herramientas tratando de encontrar el ruido para detenerlo. Pero no lo encuentra. Pasan unos pocos días y él sabe que ese pequeño sonido lo va a enloquecer. Decide que sólo salvará su cordura enamorándose de él. Así que cierra sus ojos (ella se los cierra a John) tratando de imaginárselo y luego los abre. Él ya no escucha más el tic-tac, oye música. De este modo sigue navegando en total felicidad y paz”. O la invitación a abrazar el dolor de lo que ha ocurrido y que no puede callarse, la invitación a amar la “desgracia” por dura y torturante que sea, la invitación a transmutar ese dolor, esa rabia o culpa que los ancla.

Cuando Jhon le pregunta su nombre, Rhoda le dice la verdad y observa su reacción. Pero el viudo no la reconoce porque tal y como le explicará no sabe quién causó su desgracia. Se lo dice después de hacer el amor, Cahill nos muestra ese hacer el amor con gran sensibilidad, especialmente en la belleza de la música elegida, la música del amor que —como en el relato del astronauta— transmuta ruidos. La música que es el oficio de John y que es la poesía que ofrece con ternura a esa joven por la que se siente atraído.

Hablando sobre el accidente, John comenta que estaba tan furioso que temía lo que podía hacerle a esa adolescente y que por ello delegó el proceso en su hermano. Rhoda se abraza a él sin atreverse a confesar la verdad; de regreso a casa la vemos mirarse al espejo del aseo del tren vomitando su falta de valor.

Y la seleccionan para viajar a Tierra 2. Rhoda acude a casa de John para comunicarle la gran noticia, él se alegra pero en la cena íntima de celebración confiesa lo que siente: “No te vayas, por favor. Estamos tan cerca de lograr algo”. Y ella —ahora sí— le explica la verdad afirmando antes que si sabiéndola sigue queriendo que se quede lo hará (anteponiendo su amor a él, a su pasión por el espacio exterior). En ese explicar Rhoda confiesa haber sido débil para tener el valor de decir la verdad antes, pero John se muestra incapaz de asumir esa verdad y la echa de allí en su recurrente rabia.

A pesar del rechazo, la joven vuelve para explicarle una teoría que ha oído; se lo explica después de recuperarse de la casi asfixia que John le causa al agarrarla con su desatada fuerza. Le comenta —buscando una explicación a su trauma compartido— que: “en el momento en que vimos por primera vez la otra Tierra, nuestra sincronía se rompió. Tal vez ellos —su mujer e hijo— estén ahí arriba” y ante su no reacción se marcha dejándole su billete espacial, regalándole su bien más preciado en su liberador Amor.

Al cabo de un tiempo se nos muestra a Rhoda viendo a John en las noticias televisivas dispuesto a emprender el vuelo: “Me siento privilegiado y curiosamente estoy orgulloso”, declara y ella sonríe satisfecha. Su culpa se ha deshecho en ese regalo de Amor que es una gran oportunidad para John.

En la última escena la vemos en el jardín familiar donde se encuentra a su otra Rhoda vestida de negro, se miran y el fundido a negro final. El negro del vestido y del fundido, el negro de lo oscuro/desconocido en Rhoda que ahora tiene la oportunidad de iluminar, de conocer.

No obstante es este un final abierto en el que cada espectador puede sacar sus conclusiones. Así lo ha querido Cahill quien declara: “Yo podría haber hecho una película media hora más larga, tratar de explicar qué significa ese otro planeta, quién lo habita… pero no era necesario. Lo que interesaba era llegar a ese punto de emoción que se alcanza al final de la historia, el resto no es tan importante. El resto de la historia debe finalizarlo cada espectador por separado, que cada uno especule sobre qué demonios pasará a partir de ahí”.

 

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Jordi Mat Amorós i Navarro es pedagogo terapeuta por la Universitat de Barcelona, España, además de zahorí, poeta, y redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

 

 

Tráiler:

 

 

Jordi Mat Amorós i Navarro

 

 

Crédito de la imagen destacada: Otra Tierra (2011).