“Noli me tangere”, de Manuel Florencio Sanfuentes: Una poesía que se basta a sí misma

En este singular volumen nos enfrentamos a una confección literaria y visual sensitiva, rítmica, donde las palabras anulan la carga de sus significados y abren paso a la emoción: hay una apertura de connotaciones bastante notable, la cual se reúne a una hermandad que, hoy más que ayer, pareciera casi extinta: la de Godofredo Iommi Marini y la de Enrique Lihn Carrasco.

Por Víctor Campos Donoso

Publicado el 3.6.2020

«pero igual estoy perdida
entre viejas cartografías de la ruta de la seda
y la pasión como centro».
Mirta Rosenberg

Noli me tangere (Al Fragor Ediciones, 2019) es un libro de extraña materia. Disociada de todo gesto vulgar, la pluma ejerce un movimiento que resulta francamente ajeno. No habita precisamente la palabra un territorio específico, sino que más bien muta y solo se la oye avanzar como si se tratase de un legato, una continua respiración emitida por oboes. La analogía última no es en ningún caso gratuita, puesto que la caída que va tejiendo los términos tiene un halo musical difícil de ignorar en la lectura.

La huella de la sombra que percibimos entre los cortes a veces arrebatados, a veces elegantes y sobrios de los versos, busca un habla que no es el estruendo mundano con el que citadinamente comulgamos: hay, mejor dicho, una búsqueda elemental en el sonido, en la armonía que ya per se eleva la calidad sensible de la referida entrega. Equiparable a obras tan complejas como es la de Mirta Rosenberg o la de Hugo Padeletti y, tocados más de cerca, la poesía de Godofredo Iommi Marini, existe un desarrollo que primero necesitamos fijar y entender para adentrarnos en este bosque que deja caer sus hojas ante nuestra mirada cual melodía original, como notas de una partitura impredecible.

Poemario compuesto de cinco cantos, Noli me tangere hace del arte curso y destino de su propia poética. En el Canto I nominado “Lo que la tarde ignora” asistimos a líneas elocuentes frente a la complejidad de asir texturas que a su vez permitan la realización de aquella acción que se piensa a : “caminar en el repujo de las formas violentadas”, dirá la voz que emerge desde silencios y palabras, desde la navegación marina que se nos indica. Aquí, los versos inaugurales revelan una relación filial con la escritura francesa:

Bajo la línea que cesa la mirada

                una sombra se desplaza

                el navío se apasiona lentamente

                y navega en el caudal que no ha muerto

 

sepa el cedro su camino

                la clavija que al mentón aterroriza

 

ese afán que lo embellece

                repite el albedrío de sus formas.

 

Subterráneo en los señalados términos, yace como rezo silente el soneto “Salut” del poeta Stéphane Mallarmé. Evidentes caen ante nuestros ojos las siguientes líneas: “Navegamos, oh, amigos diversos” y “El blanco afán de nuestra tela”. Es esta última tela —analogía con la hoja como ruta de navegación— la que se revela ante nosotros: la poesía de Florencio Sanfuentes (Viña del Mar, 1970) es una cartografía de exploración incierta, o donde el hablante se humilla ante el acto del trazo por la tinta.

Hay entonces una escritura que se utiliza como cuerpo de su misma grafía. Una complejidad nacida que pretende alcanzar el roce de un intocable: aquel inasible que nace y fenece en el suceso de redactarse y dilatarse en palabras. Es necesario así mencionar que “Noli me tangere” suele traducirse como: “no me toques”, expresión esgrimida por un Jesús resucitado ante una María Magdalena deseosa de confirmar la presencia corpórea del hijo de Dios.

El hablante, entidad desconocida y nebulosa, yace anegado de abismo, inundado de gouffre ante su trayecto de conquista y futura visión:

contemplar ese vacío que yo he visto

dejar en el suplicio a la verdad que allí moría

o volver a devorar el sentimiento marginal

                                                               del otro mundo

(…)

                y pudo ser entonces

                               la mano que recoge lo deshecho.

(…)

pero el miedo permitió que no te vieran ya mis ojos

(…)

oír quizá tu aliento restaurado

                un dejo que tu nombre puede en mí sobrevivir

(…)

                podré una vez                     placer sin fin

                                                               llegar donde no he ido.

 

Creo que estos fragmentos delatan la condición de aquel vacío que supone, en nuestro temple, un desconocimiento, una ignorancia que por su condición ontológica se nos prefigura exótica, ya de por sí enrarecida. De allí —desde la distancia— los versos significan un camino de la pérdida, en el sentido de negociar un despojo en virtud de saber sobre aquello que nosotros no sabemos: “No me retengas que ya no vivo / ya nos separa el cielo y esta piedra descosida // aquí me ves herido y traspasado”.

El suceso del flagelo como ofrenda o sacrificio admite, en su acontecer, la sangre de la metapoesía. Y es aquí donde recuerdo que las heridas apuntaladas en los últimos términos citados, implican una pretérita señal inevitable en la lectura: “rumor de vocecillas bajo el trueno estos monstruos / nuestras llagas” dirán agudas líneas del poema “Mester de Juglaría” del poeta Enrique Lihn, que evidencian la vulnerabilidad a la que yace expuesto el hablante en la intemperie.

Admito que es complejo no citar con frecuencia al texto, puesto que la estirpe a la que pertenece, corresponde a aquella de la que pocas palabras pueden conjugarse. Es una poesía que se basta a sí misma, y que en su desarrollo retórico anula todo comentario racionalmente ilustrativo. Pienso, más bien, en una sensibilidad acaso territorial y, de alguna manera, compartida: si asomáramos la cabeza a la rica tradición poética del puerto, nos encontraríamos con Ximena Rivera, Godofredo Iommi Marini, Virgilio Rodríguez, Renato Yrarrázaval, A. Bresky, Carolina Lorca… En fin, hay obras suficientes para hacer de ellas un caudal del que, sin duda, bebe Florencio Sanfuentes.

En ese sentido es que se refleja una responsabilidad, una asunción de tradición y una angustia resuelta: el corte de los versos emanado de las páginas de Noli me tangere (única señalética para la pausa y la respiración en nuestra experiencia de recreación) establece un vínculo preclaro con la arquitectura de La guerra santa (1961) de Iommi.

Continuando con la influencia de aquel tono que nombraríamos como hermético, se concluye la presencia de una pugna en la expresión. Las expresiones, conflictuadas, gestan una desintegración figurada del texto: este se deshace, pues las líneas caen en una discusión inacabable, ellas nacen de constantes relaciones y divorcios.

En el sacrificar, que es acción resoluta en tanto negociación, asistimos ya en el Canto III, “La idea peregrina”, a la corporalización de una nostalgia. Los signos declaran una pérdida, y en aquel vacío ocurre la composición cayendo y buscando ritmos:

y camina otra vez como un ciclo deforme

hasta un día saber que he vencido a este bello desastre.

 

Exhibida la condición, la voz dicta más delante de las páginas:

El recuerdo carece de las perspectivas del lugar

no hay aquí de nuevo

         no hay tangibles pormenores.

 

Entonces, la página es geografía. Señas fragmentadas, trazos nublados, “torpes pliegos de la interpretación”. Ya hacia el cierre de Noli me tangere (en el último canto bautizado “Le magicien”) se vislumbra unos versos decidores para pensar una poética que yace atravesada en las letras expuestas a lo largo de las hojas:

el hito fulgurante

             la sabia profesión de un arquitecto

 

apenas en su lengua

           los últimos días sin frontera.

 

En fin, estamos ante una confección de orientación sensitiva, acaso intuitivamente rítmica, donde las palabras obliteran la carga estática de sus significados y abren paso a la sensación. Hay una apertura de connotaciones bastante notable. Noli me tangere se reúne a una hermandad que, hoy más que ayer, pareciera casi extinta.

 

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Víctor Campos Donoso (Iquique, 1999) es estudiante de tercer año en la carrera de pedagogía en castellano y comunicación con mención en literatura hispanoamericana de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso (PUCV), y fue partícipe en el Taller de Poesía de «La Sebastiana», a cargo de los poetas Ismael Gavilán y Sergio Muñoz realizado en 2018.

Actualmente cursa el diplomado de Poesía Universal de la ya mencionada universidad y es ayudante del proyecto «Poéticas postdictatoriales. Memoria y neoliberalismo en el Cono Sur: Chile y Argentina», dirigido por el doctor Claudio Guerrero.

 

«Noli me tangere» (Al Fragor Ediciones, 2019)

 

 

Manuel Florencio Sanfuentes Vio

 

 

Víctor Campos Donoso

 

 

Crédito de la imagen destacada: Al Fragor Ediciones.