Cine trascendental: «Portrait of Jennie», de William Diertele: Más allá del espacio y el tiempo

El realizador alemán nos ofrece una bella fábula audiovisual en torno al amor surgido entre Eben Adams, un pintor solitario, y Jennie Appelton, una enigmática joven huérfana. La película —que está basada en la novela del mismo título de Robert Nathan— es una obra maestra por su arte plástico, por su guión de profundo significado y por las excelentes interpretaciones de Jennifer Jones y del gran Joseph Cotten.

Por Jordi Mat Amorós i Navarro

Publicado el 15.5.2020

 

«De dónde vengo, nadie lo sabe. Y a donde voy acaba yendo todo. El viento sopla, el mar fluye. Y a donde voy nadie lo sabe».
Jennie (en la película)

«La eternidad no es un tiempo que vendrá después. La eternidad no es ni siquiera un tiempo muy largo. La eternidad no tiene nada que ver con el tiempo. La eternidad es esa dimensión del aquí y ahora que interrumpe todo pensamiento en términos temporales».
Joseph Campbell

 

Preliminar

Para aquellos lectores que no hayan visto este filme y quieran hacerlo: quizás sea mejor leer este artículo tras su visionado dado que en él se explican detalles esenciales de su argumento.

 

Arte

Diertele consigue una obra de arte estética empleando creativamente los limitados recursos técnicos de la época. Ya en el inicio nos muestra un fondo de nubes vistas desde el cielo, unas nubes que asemejan un volcán en erupción. Unas nubes que dejan entrever el Nueva York en el cual se ambienta esta historia de amor eterno entre Eben Adams un pintor solitario y Jennie Appelton una enigmática joven huérfana

La historia tiene un marcado componente etéreo —las nubes del inicio ya lo anuncian— ligado al personaje de Jennie quien aparece y desaparece en la vida de Adams de forma misteriosa, como por arte de magia. El director alemán logra transmitir brillantemente ese transitar de la joven empleando brumas y mediante logrados planos a contraluz solar en los que Jennie “surge” o “desaparece”.

Y el detalle —genial, a mi entender— de que algunas escenas tengan como fondo el rugoso lienzo de un cuadro, el cuadro que define a Adams y que vincula a Diertele como pintor de celuloide en esta obra. En este sentido es de gran maestría el uso del color en las escenas finales, Diertele nos muestra una tormenta en gama de verdes que impacta en su bella fuerza, verdes que son rojos cuando esta ya ha pasado. Esas gamas de un solo color entiendo que también transmiten lo etéreo (hablaré de ello al final de este artículo).

Sólo por este arte visual la película merece todos los elogios, pero el brillante guión —basado en la novela del mismo título de Robert Nathan— de profundo significado trascendente junto con las excelentes interpretaciones de Jennifer Jones como Jennie y  del gran Joseph Cotten como Adams, la convierten en una obra maestra.

 

La humanidad y el espacio-tiempo

En los primeros minutos del filme, una voz en off nos introduce al tema trascendental que hay tras esta bella fábula de amor. Nos relata la inquietud humana por conocer y entender el secreto de nuestra existencia temporal en este extraño mundo que denominamos realidad.

Una cita de Eurípides sobreimpresa en las nubes sirve como reflexión de todo esto:

—¿Quién sabe si morir no es vivir y si aquello a lo que los mortales llaman vida no es sino la muerte?

La voz expone que la ciencia nos dice que nada muere, sino que todo se transforma. Que ni siquiera el tiempo pasa porque describe curvas a nuestro alrededor y así tanto el pasado como el futuro están juntos con nosotros para siempre. Nos cuenta que ante tanto misterio —y a pesar de las opiniones/respuestas de filósofos y científicos de todos los tiempos— seguimos desconcertados y que cada alma humana debe encontrar el secreto en su propia fe. La voz afirma que la leyenda de El retrato de Jennie se basa en dos ingredientes de la fe: la verdad y la esperanza.

Y otra cita rotunda de John Keats antecede al inicio de la historia:

—La Belleza es Verdad; la Verdad, Belleza. Eso es lo único que sabéis en la Tierra y lo único que necesitáis saber.

 

Joseph Cotten y Jennifer Jones en «Portrait of Jennie» (1948)

 

Soledades

Adams es un hombre que siente la soledad, lo vemos caminando reflexionando sobre sí mismo: “Hay un sufrimiento en el artista que es peor que el invierno o la pobreza. Se trata más bien de un invierno mental. Un sentimiento terrible, la indiferencia del mundo”. Esa indiferencia en parte puede ser reflejo de su dificultad —común en tantos artistas— para vivir de su arte, pero hay algo más que una mujer perceptiva pondrá en evidencia. Adams visita una galería para vender sus cuadros, la regentan un hombre y una mujer de avanzada edad. Spinney —así se llama ella— al ver su obra le comenta: “aquí no hay ni pizca de amor, ¿qué le ocurre, Adams?”, la galerista ve el enorme potencial desaprovechado en ese hombre que transita por la vida como un autómata helado en su invierno de soledad.

Esas palabras, ese descubrimiento de la falta de amor parecen presagiar lo que va a suceder.

En su caminar solitario por Central Park, Adams siente algo extraordinario que describe así: “De repente los sonidos de la ciudad se habían apagado y se oían lejanos. Parecían venir de otro tiempo. Como el sonido del verano en una pradera tiempo atrás”. Y ve a una niña haciendo un muñeco de nieve, es Jennie quien le explica que sus padres son trapecistas y que actúan en un lugar que Adams sabe que fue derribado años atrás, pero ella habla de ese tiempo pasado como si fuera presente.

Y se interesa por sus pinturas, al verlas le sugiere que pinte gente preguntándole si no tiene a nadie con quien jugar. Consciente de que no es así, Jennie sostiene que desearía que él esperara a que ella crezca para estar siempre juntos. Ella en ese deseo de corazón le ofrece a Adams el amor que no tiene, el amor que falta en su obra y en su vida.

Y le canta una canción cuya letra describe el misterio que encarna:

—De dónde vengo, nadie lo sabe. Y a donde voy acaba yendo todo. El viento sopla, el mar fluye. Nadie lo sabe, Y a donde voy nadie lo sabe.

Jennie se despide y “olvida” un paquete que Adams guarda, el paquete contiene un pañuelo. El pintor queda impactado por esa niña especial y siguiendo su consejo empieza a dibujar un retrato (a interesarse por conocer a una persona que es el primer paso del amar pleno), el retrato es el de la propia Jennie. A Spinney y a su socio les gusta ese retrato, ven lo que no habían visto antes en sus pinturas, ven el alma del pintor, ven el amor que nace en él. El hombre comenta que Jennie le recuerda tiempos pasados, que le evoca la eternidad femenina. La eternidad del amor verdadero que esa mujer misteriosa encarna.

Vemos a un satisfecho Adams de nuevo en el parque en pleno día patinando sobre hielo. Y aparece Jennie también patinando (aparece a contra luz entre dos rascacielos que asemejan un portal), ella lo toma y gira a su alrededor haciéndolo girar en su rigidez. Adams —y nosotros— se da cuenta de que ella ha crecido mucho: “Me estoy dando prisa ¿no recuerdas nuestro deseo?”. Y él cae ante el brío del patinar (del vivir y del amar) de Jennie, ambos ríen en su creciente complicidad de amor. La chica le pide que guarde su pañuelo (que no la olvide) hasta que crezca más y se despide sin concretar cuándo volverán a verse. Se despide en el mismo momento que llega Spinney quien no la ve, sólo Adams ve a Jennie, es por él que ella está allí, es él quien necesita aprender y recordar lo que es amar de verdad.

Adams está cada vez más enamorado de ella, en sus periodos sin Jennie se siente extraño, piensa en esos momentos de amor compartido afirmando para sus adentros que son más reales que lo que tiene a su alrededor. Y Jennie regresa en más ocasiones al espacio-tiempo de Adams quien poco a poco va averiguando su historia, la verdad de lo que ella relata como presente y que él comprueba que fue pasado.

Jennie es una chica huérfana que vio morir a sus padres en plena actuación malabarista, otra alma solitaria con pocos amigos. Los dos amantes hablan de su situación, de ese extraño encontrarse, ella comenta: “Tal vez sea porque tengo que encontrar algo, creo que algún día sabré qué. Y creo que tú también lo sabrás”.

Adams sigue pintando su retrato y en ese pintar mantiene la llama de amor que gracias a Jennie ahora anida en él. En una de sus sorpresivas apariciones, ella le espera en su casa y allí posa para su hombre. La chica dice que siempre estarán juntos y observa uno de sus cuadros, es un mar bravo en el que destaca un faro, ella lo identifica como el faro de Land’s End a pesar de que no recuerda haber estado allí. Los vemos juntos mirando el ocaso y a la pregunta de Adams sobre cuándo será mañana ella responde un significativo “Es siempre. Esto fue mañana una vez”.

 

Un fotograma de «Portrait of Jennie»

 

Amor, eternidad

Adams otra vez solo en sus caminares por el parque reflexiona: “empecé a darme cuenta de que estaba atrapado en un hechizo más allá del tiempo y del cambio. Supe que el amor es infinito”. La llama del amor está ya plenamente viva en él, es el amor el que le hace sentirse extraño en su realidad cotidiana, él siente el amor verdadero que entiendo no tiene fin, que está más allá del espacio-tiempo porque es eternidad. La obra nos muestra el poder del amor verdadero, en el momento en que Adams lo reconoce y evoca aparece de nuevo Jennie. Ahora sí Adams siente —como ella— que estarán juntos siempre.

Pero Jennie le comenta que aún no es el momento y le invita a tener fe: “los hilos de nuestra vida están tejidos juntos y ni el mundo ni el tiempo pueden separarlos”. La vemos posando para finalizar su retrato —Adams ya la conoce, ya la ama de verdad— comentando que: “a veces te sientes triste por cosas que nunca han sucedido, tal vez sean cosas que van a ocurrirnos, igual lo sabemos y nos asusta reconocerlo”, y sonriendo sentencia que su mente es extraña. Y ella vuelve a fijarse en el cuadro del faro afirmando que cada vez que lo ve se le detiene el corazón, hablan de planes y Jennie afirma que se siente como si hubieran estado toda la vida juntos, sentimiento que Adams comparte por lo que se besan por primera vez.

Y nuevamente sin Jennie, nuestro hombre averigua —por una monja del centro donde estuvo internada— que su amada murió hace años víctima de un maremoto que azotó la costa de Nueva Inglaterra, ella navegaba cerca del faro de Land’s End y no se la vio más. Fue un 5 de octubre, Adams se da cuenta de que “casualmente” faltan cuatro días para esa fecha, así que se dirige allí.

La gente del lugar recuerda aquella gran tormenta y la enorme ola que lo arrasó todo. Un hombre al que le alquila un pequeño velero se acuerda de: “la chica de los ojos grandes y tristes, tenía algo que parecía de otro mundo”, a quien alquiló un velero. Recuerda que llegó a la punta del cabo y ató el barco al muelle, y hablan de que si Jennie hubiera conseguido guarecerse en el faro se hubiera salvado.

Y la mejor escena de la película en la que en el día señalado Adams navega a bordo del velero en un mar en calma, no hay previsión de tormenta. De pronto el blanco y negro cambia a verdes, ahora hay tormenta, es ese fatídico día. Con dificultad Adams llega al faro, impresionante escalera de caracol que asciende a la luz. Impresiona la imagen en sí y todo el simbolismo que alberga ese ascender sinuoso hacia la luz. Desde la terraza superior el desesperado amante ve llegar otro velero, baja y entre las olas chocando con las rocas aparece Jennie.

Adams asegura que no volverá a dejar que se vaya: “te quiero a ti, no sueños de ti. Podemos tener una vida juntos”. Pero Jennie le habla de otra realidad: “tenemos la eternidad juntos, ¿no lo entiendes?, estamos solos sin amor. El tiempo cometió un error pero tú me esperaste y encontramos nuestro amor. Esto acaba de empezar, no hay vida hasta que has amado y has sido amado. Y tampoco hay muerte”.

Las olas son fuertes, una de ellas deja a Jennie colgando de la mano de su amado, Jennie le dice que se vaya sin ella: “debes seguir viviendo pero con fe”. Y la gran ola que la arrastra sin que Adams pueda salvarla.

Tras la tormenta verde, se nos muestra la imagen del faro y la mar en calma en tonos rojizos, Adams está siendo cuidado por un hombre del poblado y Spinney ha venido a saber de él. El pintor pregunta por Jennie, nadie la vio ni a ella ni a su velero. Los dos amigos hablan sobre la extraña existencia de Jennie, la mujer afirma que lo importante es que él cree en ella, en ese instante él ve entonces el pañuelo de su amada (el pañuelo de la primera vez, del recuerdo, de la promesa), que encontraron junto a él. Jennie es real, ahora está convencido y así se lo expresa: “Si, Spinney. Volví a ver a Jennie. No pasa nada, no la he perdido. Ahora todo está bien”.

 

Joseph Cotten en «Portrait of Jennie»

 

Verdes y rojos

El verde aparece cuando los tiempos de Jennie y Adams convergen. El verde que asociamos a la esperanza, el verde de la naturaleza y por extensión de la vida. Ese verde cinematográfico de Diertele me recuerda el verde de los primeros ordenadores y el verde de la saga The Matrix. La Matriz o Maya como modelo que busca explicar nuestro extraño mundo, nuestro espacio-tiempo. Es pues en el verde de la Matriz electromagnética, en la descarga de la gran tormenta donde los espacio-tiempo convergen. Profundo significado de ese verde electromagnético que podemos observar en las auroras boreales o en el último aliento del ocaso solar. Nuestro espacio-tiempo como un mundo de energía electromagnética.

Y el rojo del corazón, de la sangre, de la mar de fuego que late en nosotros. Los bellos rojos del Amor con mayúsculas que Adams ha abrazado en esa mujer que lo encarna y que en consecuencia ha abrazado en sí mismo. El Amor verdadero que entiendo es eternidad y que como tal está más allá de este espacio-tiempo limitado en el que transitamos.

 

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Jordi Mat Amorós i Navarro es pedagogo terapeuta por la Universitat de Barcelona, España, además de zahorí, poeta, y redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

 

 

Tráiler:

 

 

Jordi Mat Amorós i Navarro

 

 

Imagen destacada: Un fotograma de Portrait of Jennie, del realizador alemán William Dieterle.