Cine trascendental: «Sed de mal», de Orson Welles: Las sombras del poder

El realizador norteamericano dirigió en 1958 esta obra maestra del género negro en la que él mismo interpreta brillantemente a Quinlan, un policía corrupto que se enfrenta a un asesinato, y lo hace con la indeseada colaboración de Vargas (Charlton Heston) otro detective que es su antítesis. Ambientada en la frontera entre Estados Unidos y México, es una aguda reflexión sobre las sombras del poder y sobre la a menudo difusa frontera entre el bien y el mal.

Por Jordi Mat Amorós i Navarro

Publicado el 11.8.2019

 

Genio, genialidad

Orson Welles innovó radicalmente el mundo del cine con su primera película, la mítica Ciudadano Kane. Genio prolífico -además de ser uno de los mejores directores de la historia- destacó como actor en películas propias y ajenas (como El tercer hombre). Y fue un artista polifacético que también trabajó en radio (la famosa emisión de La guerra de los mundos que desató el pánico en la población por su realismo) y teatro; su pasión por el teatro hizo que como tantos grandes adaptara al maestro Shakespeare en tres cintas extraordinarias: Macbeth, Otelo y Campanadas a medianoche. Película esta última considerada por el propio Welles como su mejor obra y rodada en España, país del que se confesó enamorado.

Su gran talento se aprecia en en Touch of Evil principalmente en la larga escena inicial que ha quedado como una de las mejores de toda la historia del cine. También en la lograda atmósfera oscura del filme (prácticamente todo transcurre en las noches fronterizas con una espléndida fotografía de Rusell Metty que resalta las sombras), en su soberbia interpretación del comisario Quinlan, en la elección de grandes actores secundarios (como la legendaria Marlene Dietrich encarnando a Tana) y en su capacidad para hacer una obra maestra a partir de una novela nada destacable como es Badge of Evil de Whit Masterson.

 

«Entrega tu rostro al Sol y las sombras caerán detrás de ti».
Proverbio maorí

 

Dos mundos, dos formas

Quinlan y Vargas son unos afamados detectives pero de naturaleza muy distinta. El mexicano es un hombre íntegro cuya vida está seriamente amenazada por el clan mafioso Grandi al que persigue. El atentado lo sorprende cruzando la frontera con su mujer Susan (Janet Leigh), quien va a estar también en peligro por el hecho de serlo. El capitán Quinlan perdió a la suya, fue asesinada hace muchos años y no logró atrapar al culpable. Ese fracaso y el dolor por la pérdida lo convirtió en lo que es: un hombre amargado con tendencia a la bebida, un policía corrupto que no duda en falsificar pruebas para incriminar a los que su famosa “intuición” considera criminales. No pudo atrapar a su asesino más dolido y desde entonces no ha permitido que ninguno más (sea o no cierto) se le escape.

Los dos se encuentran en este caso, un empresario americano y una mujer mexicana mueren en territorio estadounidense tras la explosión de su coche, acababan de cruzar la frontera, el artefacto fue colocado en México. Quinlan se siente amenazado por Vargas, se sabe corrupto y entiende que le puede descubrir. En sus primeras tensas conversaciones hablan de su oficio, Vargas le dice: “Hay muchos soldados a quienes no les gusta la guerra. Es un trabajo sucio defender la ley, pero es nuestro trabajo”.

Pronto descubre Vargas cómo “trabaja” Quinlan. El joven Sánchez convive con la hija del empresario asesinado, en su “nido de amor” el capitán lo abofetea por persistir en hablar en español con Vargas. Este se le encara advirtiéndole que sabe de sus interrogatorios con coacción, visiblemente molesto va al baño y allí se le cae una caja que está vacía al tiempo que oye cómo Quinlan interroga a Sánchez golpeándole; abandona el lugar para llamar a su mujer que le espera en un motel. Él es consciente de que no es su jurisdicción y que el capitán es un policía muy respetado por todos los poderes locales.

Tras la infructuosa llamada (no puede hablar con Susan, sabremos pronto por qué) regresa al piso donde ya se llevan arrestado a Sánchez, han encontrado parte de la dinamita robada utilizada en el atentado en su baño, precisamente en la caja que Vargas vio vacía. Así se lo dice a Quinlan, quien le tacha de sentimental con los de su raza hispana: “Ustedes son muy susceptibles. Diga lo que quiera. La gente comprenderá su parcialidad”. Vargas ahora sí con mirada de furia le acusa de incriminar al joven. La guerra ha comenzado.

 

La actriz Janet Leigh en «Sed de mal» (1958), de Orson Welles

 

Prioridades, descuidos

Vargas no es plenamente consciente pero, como les ocurre a menudo a muchos profesionales sean hombres o mujeres,  prioriza en exceso su trabajo en detrimento de su vida privada, de su mujer Susan. La tiene que dejar sola para colaborar en la investigación  y ese dejarla sola va a suponer ponerla en serio peligro, ella va a ser el punto débil que los mafiosos Grandi aprovecharán. Vemos cómo un joven en la calle la engaña diciéndole que tiene un mensaje para Vargas. Y la conduce a un hotel donde le hacen una foto juntos antes de presentarle a Joe Grandi (Akim Tamiroff); ella se encara con él: “yo quizás tenga miedo, pero él no”, refiriéndose a su valeroso esposo. Nada ocurre, salvo la fotografía.

Ya en su hotel Susan está muy molesta porque un hombre la espía desde el edificio de enfrente, la vemos marcharse con su maleta cuando Vargas regresa, él diciéndole: “Este no es el verdadero México y lo sabes. Todas las ciudades fronterizas sacan a relucir lo peor de un país”. En ese momento y sin que él lo vea, ella recibe la fotografía con el joven mexicano bajo el cartel del Hotel con una nota: “Un recuerdo y un millón de besos”. Joe ha elaborado un plan para doler a Vargas en su reputación, Susan no le enseña la foto y decide seguir a su lado. Ese miedo a provocar la desconfianza en su esposo junto con la actitud cada vez más obsesiva de Vargas para solucionar el caso y desenmascarar a Quinlan, la conducirán a una situación muy desagradable.

Ahora Susan se alojará en un motel en territorio estadounidense, un motel que pertenece al clan Grandi que opera a ambos lados de la frontera. Welles nos ofrece una simbólica escena en la que vemos a Vargas telefoneándola al motel tras comprobar cómo interroga Quinlan a Sánchez, el noble policía está al lado de una mujer ciega que regenta el local donde se halla, la imagen de su ceguera al abandonarla sabiendo que los Grandi van a por él, la ceguera de no valorar el riesgo que supone dejarla tanto tiempo sola sin protección.

Vargas ya de noche (tarde, muy tarde) va al motel donde se aloja Susan. Ella no está ni consta que haya estado allí. Descubre que en su cabaña ha habido una “fiesta”, todo revuelto y falta la pistola que entregó a Susan. El cobarde conserje acaba confesando que un joven Grandi estuvo de recepcionista todo el día porque ese motel pertenece a los mafiosos y ellos se la han llevado a otra propiedad.

En el Hotel de la ciudad regentado por los Grandi, vemos como tienen a Susan drogada y adormecida en una cama. Joe y Quinlan la observan, el capitán ha accedido a participar en el plan del mafioso; llama a Pete (Joseph Calleia) su amigo policía para informarle que la esposa de Vargas está drogada, miente sobre que le avisaron de ello, y le pide que informe a los de antivicio. Al colgar, en una lograda escena, se nos muestra como asesina a Joe (asfixiándolo, como asfixiaron a su mujer) mientras Susan inconsciente se agita sobre el colchón desnudo. Lo deja allí a su lado, al despertarse ella grita horrorizada y sale a la escalera de emergencia pidiendo ayuda. Pero la gente se mofa: “¿Qué te pasa bonita?”, le pregunta una mujer. La burla de tanta gente incapaz de empatizar con quien sufre, triste realidad de muchos.

Vargas pasa con su coche entre esa gente pero no ve a Susan porque conduce alocadamente rumbo a otro local de los Grandi. Y acaba sabiendo que ha sido detenida por los de antivicio acusada de asesinato y consumo de narcóticos. La visita en su celda, ella aún está bajo los efectos de la substancia, la abraza y se despierta pidiéndole que la lleve a casa; él consciente de su negligencia le pide perdón. En ese momento Pete le muestra el bastón del capitán que encontraron en la habitación del hotel junto a Joe, el policía sabe que su amigo está implicado; y Vargas ahora también. La guerra va a terminar pronto.

 

Marlene Dietrich en «Sed de mal»

 

Hasta el final

Vargas tiene pruebas de la mentira de Quinlan en lo que se refiere a Sánchez, las muestra al fiscal y otros colaboradores. El capitán acude a la reunión, los dos policías se enfrentan en un nuevo careo sobre su oficio. Vargas le increpa: “No creo que un policía deba cazar criminales como si fueran perros. En cualquier país libre un agente debe defender la ley. Y la ley protege a los culpables y a los inocentes. El trabajo de un agente sólo es fácil en un estado policial. De eso se trata capitán, ¿quién manda el agente de la ley o la ley?”. Cuanta verdad en estas palabras, difícil oficio el de policía, excepto en los tantos estados donde el policía es la ley y el ciudadano no tiene la defensa de derechos sino la opresión de ellos. Y Quinlan con su modo de actuar es como esos agentes, se cree con derecho a todo, se cree la encarnación de la ley.

A pesar de esas pruebas, el capitán consigue el beneficio de la duda en sus hombres, sólo uno cree a Vargas y le ayuda a averiguar sobre otros casos de Quinlan. El mexicano se da cuenta que en muchos de los casos aparecen pruebas que los acusados niegan. Lo comenta con Pete asegurando que ellos falsificaron pruebas para incriminar a sus sospechosos, el hombre se sorprende (es un buen policía y confía en su amigo) y le habla de que el capitán ha desaparecido, que ha recaído en el alcohol.

Quinlan está borracho en casa de Tana, su refugio en los malos momentos. En otra notable escena simbólica Welles se muestra en una butaca observando las fotos de toreros y en un espejo que es como una foto más ve a Vargas, se levanta junto a una gran cabeza de toro negro. La imagen del desbocado “toro” oscuro en el que Quinlan se ha convertido que ve con miedo como el bravo “torero” mexicano va a su caza. Asustado, el capitán pregunta a Tana que le dicen las cartas sobre su futuro: “No tienes futuro”, le espeta ella sin necesidad de mirarlas.

Vargas pretende que Quinlan confiese sus continuas manipulaciones. El joven Grandi ha declarado que todo ha sido un montaje. Susan ya está libre y afortunadamente no le inyectaron droga. Pero Vargas quiere llegar hasta el final, para nada el capitán puede seguir ejerciendo sus  oscuros métodos.

Consigue que Pete vaya a hablar con su amigo portando un micrófono para poder grabarle. Quinlan irónico le dice que tiene el halo de Vargas y le sienta muy bien: “dentro de poco empezarás a batir las alas como un ángel”, para a continuación advertirle que tenga cuidado: “Vargas te convertirá en uno de esos idealistas soñadores. Son los que causan problemas en este mundo. Ten cuidado. Son peores que los criminales, a ellos sí puedes arrestarlos”. Quinlan lleva mucho tiempo sumido en el pozo por la muerte de su mujer, desde entonces todo es oscuridad en su vida, se ha encerrado en él y sólo sale a cazar criminales como inútil forma de restituirla ya que no pudo cazar al asesino de ella, no cree que nadie pueda ayudarle a iluminar esa oscuridad que le ha convertido en sombra de lo que fue; la misma Tana no lo reconoce al verlo tras un largo tiempo: “estás hecho un desastre, cariño”, le dice.

Quinlan habla por fin de lo ocurrido con Susan, dice que tuvo que defenderse de Vargas, Pete consciente de que actuó para sí y no como policía le suelta: “¿Defenderte a ti mismo?”. Y confiesa que incriminó a tantos en su convicción de que todos eran culpables. Pero escucha el eco del equipo de Vargas que en aquel momento está bajo el puente donde ellos dos se encuentran. Dice presentir que el mexicano anda cerca, sospecha que lo está grabando y dispara a su amigo Pete que cae al suelo; tras él vemos a Vargas: “Me temo que por fin de esta no se saldrá”, pero Quinlan no se rinde fácilmente: “¿Quiere apostar algo? Usted mató a Pete, la bala es de su pistola”, afirma apuntándole con el arma. Pete antes de morir dispara al amigo que le ha disparado, su sombrero vuela tras su muerte sobre el capitán que levanta la vista para ver a su honesto amigo ya muerto; al matarlo ha acabado con lo poco bueno que él conservaba, su fiel amigo encarnaba ese buen policía que un día fue.

Tana se ha acercado al lugar y ve a Quinlan ya muerto flotando en las aguas. Un policía porta la grabación de su confesión y le comenta que el capitán con su famosa intuición tenía razón puesto que Sánchez acabó confesando ser el autor del atentado de marras. Tana impasible casi como epitafio asegura que Quinlan era: “un hombre fuera de lo común”, para acabar soltando lacónicamente: “¿Qué importa lo que una diga sobre la gente?”. Con este final parece que Welles se-nos pregunte: ¿Realmente importa lo que cada uno de nosotros expresemos? ¿Importa escuchar las ricas diferencias que somos? En mi opinión en una comunidad que se precie, sin duda así debería ser; pero desafortunadamente no suele serlo en este extraño Mundo en el que vivimos donde demasiada gente prefiere no mirar, no entender, no ayudar optando por un subsistir que ni a ellos ni a nadie beneficia.

 

Jordi Mat Amorós i Navarro es pedagogo terapeuta por la Universitat de Barcelona, España, además de zahorí, poeta, y redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

Charlton Heston en un fotograma de «Sed de mal»

 

 

 

 

Jordi Mat Amorós i Navarro

 

 

Tráiler:

 

 

Imagen destacada: Orson Welles en Sed de mal (1958).