[Crítica] «El conde»: La memoria sesgada de Pablo Larraín

Pese a que el cineasta chileno ha dedicado loables esfuerzos a través de su filmografía, a fustigar las actuaciones criminales del régimen cívico y militar liderado por Augusto Pinochet, jamás ha interpelado el importante rol que tuvo su padre, Hernán, en el mismo, ni tampoco ha criticado públicamente la defensa que este hizo de Paul Schäfer y de la existencia —a estas alturas comprobada judicialmente como delictiva— de Colonia Dignidad, en la Séptima Región del país.

Por Enrique Morales Lastra

Publicado el 31.8.2023

«La impunidad de Pinochet lo hizo eterno y ha destrozado a mi país», afirma Pablo Larraín Matte (Santiago, 1976) en Venecia, luego de la exhibición inaugural de su nuevo largometraje de ficción El conde, en el glamouroso festival que se desarrolla durante estos días en la incomparable ciudad italiana de los canales.

A grandes rasgos, el filme de Larraín —grabado en blanco y negro, a fin de reafirmar la temporalidad fantástica de su argumento— es una sátira que retrata a Augusto Pinochet como un vampiro inmortal, que desde una mansión situada en el sur de Chile, regresa al mundo de los vivos con el propósito de limpiar su denigrado nombre e imagen póstuma.

En efecto, esta obra audiovisual es una prueba palpable de la atención artística que el realizador chileno le ha dedicado a ese período de nuestra trayectoria republicana (1973 – 1990), con obras tales como Tony Manero, Post mortem, y No, las cuales en un breve tiempo lanzaron a su autor al estrellato audiovisual sudamericano, luego del fiasco que supuso su ópera prima Fuga (2006).

También, Larraín ha lanzado sus dardos hacia la Iglesia Católica chilena, con su crédito El club (2015), al denunciar el encubrimiento que habrían desplegado las altas estructuras del clero nacional, hacia sacerdotes acusados de distintos delitos, entre ellos el deleznable de la pederastia.

No en vano, los filmes que el periodismo especializado, y el circuito de los grandes festivales internacionales (Berlin, Cannes y Venecia, en este caso) mayormente han celebrado en torno a las creaciones del realizador chileno, son esos largometrajes de clara intencionalidad política, o a lo menos de análisis y potente crítica social.

Sin embargo, lamentamos que esa rabia y fuerza artística, el cineasta nunca las haya ejercido en contra, primero, para develar el poderoso apoyo de civiles al régimen cuyo rostro visible fue Augusto Pinochet, ni menos, el todavía impune respaldo que su padre, el abogado y exsenador Hernán Larraín Fernández, le prestó inicialmente, a ese mismo gobierno en su condición de vicerrector académico designado en la Universidad Católica de Chile (la autoridad más importante de esa Casa de Estudios en ese entonces, después del rector delegado, el almirante de la Armada, Jorge Alfonso Swett Madge).

Y luego, ya en plena década de 1990 —una vez desplazado el personaje que inspira a El conde de la primera magistratura del país—, Pablo Larraín Matte jamás ha confrontado la defensa encarnizada que su padre hizo de la figura de Paul Schäfer, en su condición de influyente senador (cuando el fallecido convicto alemán era buscado por un juez de la República, o sea que era un prófugo de la justicia); y asimismo de su benefactora Colonia Dignidad, una verdadera organización criminal, esto último dicho de acuerdo a sentencias ejecutoriadas dictadas públicamente por el Poder Judicial, a principios del presente siglo XXI.

Recordemos, asimismo, que aquel recinto (Colonia Dignidad) sirvió a los organismos de seguridad del régimen cívico y militar, en tanto centro de detención ilegal de ciudadanos chilenos, donde además de torturar, se ejecutó e inhumó fuera de la ley a decenas de prisioneros políticos, entre ellos, al joven fotógrafo y brillante ingeniero civil mecánico de la Universidad Técnica del Estado, Juan Maino Canales.

Sobre este último caso, la industria audiovisual chilena como tal, siempre ha eludido, a través del poderoso instrumento que representa el arte cinematográfico, de indagar o siquiera de intentar saber, qué pasó realmente con los restos mortales de su colega fotógrafo, de quien solo se ha encontrado, en los predios de «Dignidad», los metales oxidados del automóvil, una citroneta, que era de su propiedad, al instante de su detención y posterior desaparición.

En las pocas ocasiones que Hernán Larraín Fernández se ha referido a esas controvertidas actuaciones suyas, en el contexto de nuestra historia reciente, solo se ha limitado a decir que simplemente, él también fue engañado…; como tantos, y como lo habríamos sido todos, nuestros padres y abuelos, en relación a gran parte de los hechos criminales producidos por la violencia política que sacudió a la República, en el período comprendido entre 1970 y 1990.

 

Pablo Larraín Matte, Hernán Larraín Fernández y Juan de Dios Larraín Matte en la gala de «No» (2012)

 

El beneficio de la duda

Queda en evidencia, a lo menos, la memoria sesgada y selectiva con la cual el cineasta Pablo Larraín Matte observa y analiza, en su rol de prominente audiovisualista nacional, la historia reciente de Chile, en especial cuando el afán de alumbrar esas siniestras secuencias, por ningún motivo lo vaya a colocar en aprietos personales (o familiares).

Por una parte, si bien apunta en su filme El club a los altos estamentos de la Iglesia Católica local, por encubrir los execrables casos de pederastia en el seno de la institución religiosa bajo su mando, por otra, evita afrontar que la defensa pública que su padre hizo, en torno a la figura del prófugo Paul Schäfer, entorpeció la detención de este, a causa de los numerosos casos que, por ese idéntico delito, motivaron finalmente la condena judicial que recibió el predicador germano, hasta fallecer en su celda de la cárcel de Alta Seguridad de Santiago, en abril de 2010.

¿O el destacado realizador piensa con sinceridad que, en efecto, su padre fue vilmente engañado y que nada más actuó de buena fe al defender a una organización (Colonia Dignidad), a su juicio y por los antecedentes que él tenía en ese momento, beneficiosa para la Región del Maule (su circunscripción electoral), y también para el país?

Eso, lo sabe tan solo el mismo Pablo Larraín, pero a beneficio de la duda, baste reflexionar en la condición de prominente académico universitario de su padre (Hernán), en una de las principales universidades del país (era profesor titular de la Facultad de Derecho de la Pontificia Universidad Católica de Chile), con estudios de postgrado en leyes en la London School of Economics (obtenidos gracias a una beca Ford).

Y donde a los menos su formación intelectual, propia del privilegiado 1% de la sociedad chilena, pudo haberlo motivado o impulsado (ayudado, además por su sensibilidad de servidor público), a contrastar las diversas informaciones que recibía acerca de la naturaleza criminal de Colonia Dignidad, y luego haber aplicado un mínimo del método científico a las mismas, o de empezar una investigación concienzuda en torno al tema, a fin de llegar a buen puerto en sus conclusiones formales al respecto.

En ese punto en específico, solo nos cabe la duda, sin embargo la memoria audiovisual sesgada del cineasta Pablo Larraín, se refleja en que dice criticar a Augusto Pinochet Ugarte, pero en cambio rehúye censurar a los «pinochetistas», como lo sigue siendo su padre.

Mientras, El conde debutará en la plataforma Netflix, el próximo viernes 15 de septiembre.

 

 

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Tráiler 1:

 

 

 

Tráiler 2:

 

 

Imagen destacada: Pablo Larraín Matte.