[Crítica] «Babylon»: La épica de un amor imposible

Todavía presente en la cartelera nacional, el largometraje del realizador norteamericano Damien Chazelle corresponde a una ambiciosa obra audiovisual, la cual a través del registro de época, y en un estilo influenciado por el mejor Woody Allen, entrega una versión acerca de los orígenes modernos y empresariales, de la industria cinematográfica actual.

Por Enrique Morales Lastra

Publicado el 28.3.2023

El filme del director estadounidense Damien Chazelle (1985) es una obra importante de la cinematografía actual, y llama la atención que en esta disputa de los Oscar postule con apenas tres nominaciones menores (mejor banda sonora, mejor vestuario y mejor diseño de producción) si consideramos los altos significados artísticos que representan, finalmente, el total de su realización en el conjunto.

Sus 189 minutos de metraje cobijan la multiplicidad de voces e idiomas que dieron origen a la modernidad audiovisual simbolizada en la industria internacional del cine, y los lazos que unen a sus personajes principales, evidencian las necesidades cotidianas de un grupo de hombres y de mujeres, cuyas carreras profesionales pasan a valer mucho más que sus propias existencias, insatisfechas a perpetuidad, aunque sea en la rutina del éxito y de la fama, que nunca termina por ser suficiente.

El montaje y la continuidad de sus escenas resulta sobresaliente y sus casi tres horas de duración equivalen al aprecio de una retórica entusiasta, incendiara, aunque siempre ágil y entretenida, a cargo del guion escrito por el mismo Chazelle.

Ambientada en la década de 1920, el auge y la caída de sus protagonistas principales, asemejan a esa ficción extraordinaria presente en cualquier biografía humana, donde destacan con gran brillo y alto vuelo interpretativo las actuaciones de Margot Robbie, Brad Pitt y del mexicano Diego Calva.

 

«Qué linda está la vida»

La negación de su indudable calidad artística, dramática y técnica responde a la negación de una industria que se niega a contemplar no solo la amoralidad de su origen, hace ya un siglo, sino que también su difusa identidad cultural y social —teñida por el anonimato de los humildes— al intentar siempre buscar el beneplácito de los poderosos, en última instancia los dueños de los estudios y de las grandes casas productoras, las únicas capaces de concebir artefactos como el que nos ocupa.

Además de Damien Chazelle, un filme de estas características, solo podría haber sido construido en la actualidad por un realizador del nivel de Paul Thomas Anderson.

En Babylon confluyen diversos géneros y la genialidad de un relato que en su desarrollo se alza al modo de una producción audiovisual perfecta acerca de una época y en torno al prodigio intelectual que significa el quehacer del arte cinematográfico.

Asimismo, en la simbiosis de esos múltiples intereses dramáticos y culturales, que jamás abandonan ni la risa ni menos su inherente melancolía, subyace de principio a fin la relación que Manuel (Diego Calva), en su insolente ascenso y audaces ilusiones, intenta mantener y forjar con la delirante y trágica Nellie La Roy (Margot Robbie), quien en la verbalización de su reflexión «Qué linda está la vida», abre y cierra, en el amanecer de una desahuciada calle de Los Angeles, el círculo de la imposible comedia humana interpretada por ambos.

 

 

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Tráiler:

 

 

 

Imagen destacada: Babylon (2022).