[Homenaje] «Las paredes hablan»: Carlos Saura, el cineasta de la transición española

Con esta última realización, el realizador aragonés fallecido el día 10 de febrero construye una reflexión en relación al arte callejero del grafiti y la plástica rupestre de las cuevas de Altamira y de Chauvet, y donde a través de testimonios y de entrevistas visibiliza cierta semejanza que habría entre el trabajo de los autores del paleolítico y los creadores visuales contemporáneos.

Por Cristián Uribe Moreno

Publicado el 1.3.2023

Se estrenó en España este 3 de febrero de 2023, el documental Las paredes hablan (2022) de Carlos Saura y lo que constituía todo un suceso, pues el cineasta seguía mostrando plena vigencia a sus 91 años, se convirtió en su despedida luego que una semana después, el 10 de febrero, falleciera.

En esta última realización, el cineasta nacido un 4 de enero de 1932 en Huesca, comunidad de Aragón, construye una reflexión en relación al arte callejero del grafiti y el arte rupestre de las cuevas de Altamira y Chauvet. A través de testimonios y entrevistas visibiliza cierta semejanza que habría entre el trabajo de los artistas del paleolítico y los creadores contemporáneos.

Además, en el documental, se ve lleno de energía para desentrañar las interrogantes sobre qué lleva a los artistas a crear y dejar huella de sí mismos en sus obras. Un poco lo que ocurre con el pulso del arte en sí y del mismo director, como cineasta y artista.

La obra artística de Carlos Saura, con sus aciertos y yerros, lo convierten en uno de los mayores directores españoles que aún continuaba filmando. A la altura de otros grandes directores de la península como Luis Buñuel o Luis García Berlanga.

El trabajo que dejó Saura se estira desde el año 1955 hasta este 2022. Es decir, una obra que abarca casi unas siete décadas y una cincuentena de realizaciones entre cortos, documentales y largometrajes de ficción.

Saura fue el director clave para entender la sociedad española en tiempos de la dictadura franquista y su posterior transición. Autor que comenzó sus primeros trabajos en el apogeo de régimen militar y que supo construir mundos que figuradamente representan la opresión y los estragos que causó la guerra civil y la posterior tiranía.

 

En una Madrid poco conocida y gris

El año 1960 en Cannes fue cuando se dio a conocer al mundo con su filme Los golfos (1960), un retrato realista que muestra las vivencias de unos jóvenes delincuentes en una Madrid poco conocida y gris. En ese momento, se alabó la puesta en escena del filme que tenía reminiscencias del nuevo cine francés, que tenía maravillado a la crítica.

De esta forma, el primer reconocimiento internacional, de una larga lista de premios, lo logró con una gran película, La caza (1966). Un relato asfixiante, aunque transcurre en campo abierto, sobre un grupo de amigos en un día de cacería. Una fábula que exuda violencia y muerte, fiel reflejo de los días que corrían.

En los años 70, moldeó lo que se considera lo mejor de su filmografía, dando vida a una serie de personajes que están en los estertores de la dictadura y que se enfrentan a un inédito cambio de época, en una España que despertaba de la pesadilla militar.

Así, en esta década fue acompañado por quien sería protagonista en su vida y los filmes de esos años, Geraldine Chaplin. Desde Peppermint Frappé (1967) ellos trabajarían juntos en un conjunto de obras de las que se destacan Ana y los lobos (1973), Elisa, vida mía (1977) y Mamá cumple cien años (1979).

De este conjunto, la cinta más destacada fue Cría cuervos (1976) un relato donde se mezclan sueño y realidad, pasado y presente, sintetizado en Ana, una inolvidable Ana Torrent, una niña que cree tener el don de conectarse con su madre muerta.

Este filme, que muestra una infancia reprimida por adultos despóticos en las postrimerías del franquismo, es uno de sus trabajos más conocidos y premiados.

Y resume muy bien las intuiciones de Saura, quien se convirtió en el cronista que plasmó en imágenes las pulsiones de ese momento bisagra de la historia española.

 

Un agudo observador de la Hispania contemporánea

El propio director al referirse a su trabajo, contaba en entrevistas que ese realismo con el cual se le asoció en sus inicios lo fue superando poco a poco dando cabida a momentos que traspasaban la barrera de lo real. Esto fue en comunión con una reconocida influencia sobre su trabajo de otro aragonés, el maestro Luis Buñuel, alguien que con los años se convirtió asimismo en su amigo.

Y aunque siguió filmando de manera continua, sin abandonar esa veta de agudo observador de la España contemporánea, realizando una radiografía de la juventud de ese entonces, con la magnífica Deprisa, deprisa (1981), hubo un giro en su producción audiovisual hacia otro ámbito artístico que le apasionaba, la música.

Con Bodas de sangre (1981), el director aragonés exhibe su amor por la música tradicional española, en este caso el flamenco. Y comienza a unir música, baile, teatro y experimentación, en obras que reflexionaban en el quehacer artístico hispano y, por extensión, el arte mismo.

Carmen (1983) y El amor brujo (1986) vienen a completar la trilogía que le dedicó al flamenco (luego agregaría el documental Flamenco en 1995).

Este es un cine más abstracto, más conceptual que realista en el cual la música y el baile son los verdaderos protagonistas. Este interés por la música se vino a completar con otras manifestaciones como las sevillanas, la jota, el fado o el tango argentino.

Poco a poco el realizador hispano extendió su mirada hacia otras latitudes. En Francia, Portugal, México y Argentina, entre otros países, buscó de manera incasable, las manifestaciones culturales que tanto le atraían.

Los años 90 los abrió con Ay Carmela (1990) una comedia perfecta, que une los ecos de la guerra civil española, el drama y el teatro situándose en el arte dentro del arte. Esto vino a coronar sus reflexiones «meta» que se iniciaron con propuestas que unían de manera habitual música y teatro.

Estas meditaciones sobre el arte también se encuentran en Buñuel y la mesa del rey Salomón (2001) donde crea una historia fantástica en torno a Buñuel, Lorca y Dalí en una aventura para encontrar en Toledo la mesa del rey Salomón.

El maestro español jamás se dejó encuadrar en algún género o tema. Siendo la pintura uno de los últimos asuntos que consumirían sus atención. Un interés que siempre tuvo de manera muy cercana pues su hermano Antonio Saura fue un reconocido pintor.

Con Goya en Burdeos (1999), y un enorme Francisco Rabal en el papel del pintor cortesano, Saura hace una imaginativa biografía de los últimos días del artista, quien reflexiona sobre su vida y su creación.

De ahí, el acercamiento hacia la pintura no terminaría. El penúltimo trabajo del director se puede ver en la plataforma de streaming MUBI: Rosa rosae. La guerra civil (2021) un cortometraje que une música y dibujos para volver a la cruenta guerra civil española.

La extensa obra de Carlos Saura tuvo luces y sombras. Sin embargo, queda claro que fue un hombre que vivió intensamente el cine, que nunca dejó de atestiguar los entresijos de la sociedad de su tiempo, que fue un incansable indagador de las más distintas expresiones artísticas, una suerte de arqueólogo moderno.

Un hombre que forjó una obra que habla por sí sola, pese a que hoy está un tanto descuidada. No obstante, Carlos Saura, un director fundamentalmente español, logró construir imágenes que quedarán grabadas en la historia del cine hispano y mundial.

 

 

 

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Cristián Uribe Moreno (Santiago, 1971) estudió en el Instituto Nacional General José Miguel Carrera, y es licenciado en literatura hispánica y magíster en estudios latinoamericanos de la Universidad de Chile.

También es profesor en educación media de lenguaje y comunicación, titulado en la Universidad Andrés Bello.

Aficionado a la literatura y al cine, y poeta ocasional, publicó en 2017 el libro Versos y yerros.

 

 

 

 

Tráiler:

 

 

 

Cristián Uribe Moreno

 

 

Imagen destacada: Las paredes hablan (2022).