[Crítica] «Don Pasquale»: Un retroceso teatral y dramático

La dirección actoral del régisseur nacional Francisco Krebs —en esta versión concierto de la partitura de Gaetano Donizetti—, estuvo a distancias siderales, más allá de la ausencia de un diseño escénico, de reproducir el ambiente bufo y festivo, característicos de la popular pieza del repertorio operático, montada desde este jueves 5 de octubre en el Teatro Municipal de Santiago.

Por Enrique Morales Lastra

Publicado el 8.10.2023

Estábamos sinceramente entusiasmados con la dirección dramática del realizador chileno Francisco Krebs Brahm, pero nuestras ilusiones fueron arrojadas a la noche obscura de la calle Agustinas, una vez caído el telón y la luz natural, de ese frío jueves 5 de octubre, que obligó a algunos a posponer el guardado estacional de abrigos de lana y de bufandas.

Sin ir más lejos, nos parecía que La traviata de la temporada pasada que dirigió también en versión concierto el profesional local de reconocida trayectoria teatral, fue una oportunidad para demostrar que con una perspicaz distribución del espacio escénico y un uso estético de la iluminación, se podía pensar en un liderazgo dramático que podía hacer olvidar si no subsanar la ausencia de un diseño escenográfico en esta y en futuras presentaciones, donde por diversas circunstancias, el Municipal de Santiago debía afrontar carencias presupuestarias frente al objetivo de montar un espectáculo operático de primer nivel.

En efecto, cuando pensábamos en la consagración de Francisco Krebs como un régisseur nacional de futuro promisorio e importante, nos encontramos con una dirección dramática bastante estándar y claudicante con respecto a las virtudes creadoras y estratégicas, que el director chileno adoptó con éxito en agosto de 2022.

La Don Pasquale que se exhibe hasta el próximo sábado 14 de octubre en el coliseo de la calle Agustinas, salvo un par de rojos intensos que encendieron las paredes frontales del escenario, estuvo lejos en calidad y proyección dramática de esa versión de la obra de Giuseppe Verdi, que tan buenas y excelentes impresiones artísticas había dejado en nuestro ánimo y recuerdo.

Y pese a que en el elenco que debutó el jueves 5 de octubre, Krebs contaba con una primera línea de cantantes y actores superlativos a fin de levantar un montaje operático excepcional.

Porque musical y líricamente el espectáculo que tuvimos la ocasión de apreciar así lo fue, una buena presentación en rasgos generales, pero menoscabada por las decisiones escénicas que en ningún caso apoyaron o realzaron las cualidades dramáticas de Ricardo Seguel, Javier Weibel, la estupenda actriz y correcta soprano que es la española Sabina Puértolas, y su compatriota, el tenor Celso Abello, de un aplaudible debut santiaguino, y cuyo volumen tímbrico, todavía resuena al interior de los límites del histórico recinto.

Lo que sucedió fue como si el Teatro Municipal de Santiago se rindiera a las exigencias de las huestes conservadoras que demandaban que una ópera versión concierto debía ser un espectáculo con la agrupación Filarmónica plantada en el centro del escenario, y los cantantes e intérpretes debían arreglárselas escuálidamente en un primer plano entre la orquesta y el comienzo de la platea, que fue lo que realmente aconteció.

Mi opinión es que lejos de disfrutar de una ópera en versión concierto, solo nos maravillamos con una sucesión de intervenciones líricas, vocalizadas a modo individual, y unidas musicalmente por el esfuerzo sonoro y continuo emanado desde la orquesta, dirigida en esta serie por el maestro italiano Evelino Pidò, un conductor sinfónico de primera estatura internacional, y quien obtuvo un desempeño superior por parte de la Orquesta Filarmónica, el cual solo creíamos reservado, en el último tiempo, por lo menos, a cuando al maestro Roberto Rizzi Brignoli le correspondía dirigir al principal cuadro estable del Municipal de Santiago.

 

El debut del tenor español Celso Albelo brindó pasajes de gran interpretación vocal en esta «Don Pasquale» versión concierto

 

 

La encrucijada operática nacional

Así, en esa recordable La traviata, Krebs dispuso de la geografía escénica a como se efectúa en una ópera habitual, y reemplazó el inexistente diseño respectivo, por graduaciones de intensidad lumínica que retrataban las emociones y el desarrollo argumental del libreto, acompañado por la música compuesta por Verdi.

Es decir, hacía actuar a los cantantes, no en una postura casi declamativa y extática como en esta oportunidad. Los condujo a moverse y a representar sus distintos roles en un arco dramático y actoral contextualizado por la luz que los envolvía y que hizo olvidar los detalles de una puesta en escena promedio, por la comprensión que existía de la iluminación como un catalizador global de los distintos estados emocionales vividos por los personajes en el transcurso del libreto, del argumento y de la partitura musical.

Dicho de otro modo, aquella vez sí hubo una puesta en escena, pero dibujada e imaginada por la iluminación, lo cual evidenciaba una manera de diseñar mucho más sublime, y conceptual si se quiere, pero comprensible estéticamente para cualquier espectador que observaba la presentación con un mínimo de concentración.

En esta Don Pasquale, sin embargo, esa audacia teatral se extravió o se suprimió, lo desconocemos. Pero los avances anteriores, y cuyo paladín era Francisco Krebs, rebatían a esas voces que confunden una ornamentación escénica con una formulación dramática expresada y desarrollada a cabalidad.

Creativamente, la propuesta de Krebs era sólida y fundamentada, con precisión intelectual y dramática, y también abría un camino con el fin de poder montar óperas de primera calidad musical y vocal, bajo un presupuesto más acotado, que pudiese prescindir, en ciertas presentaciones, de esos carromatos, carruseles, escaleras y terrazas, estructuras carísimas todas, pero que hacen las delicias de los cenáculos líricos made in Chile (entre más rococó y excesivo, mejor el asunto se repite en esas corrientes de opinión).

Por si fuera poco, en esta Don Pasquale resultaba difícil y complejo seguir a los cantantes, mientras la orquesta asemejaba personificar el único y excluyente rol principal.

El estreno en Chile del maestro Evelino Pidò y del tenor lírico ligero español Celso Albelo, respondieron a las expectativas de sus trayectorias particulares, pero el precario contexto escénico hizo palidecer esos atributos musicales y vocales, propios de otro entorno dramático y artístico, de otra cartografía teatral.

Asimismo, el público ha estado lejos de responder a la nueva propuesta, y quizás esta tercera fecha lírica de la temporada de ópera 2023 termine convirtiéndose en un paso en falso que traiga nuevos endeudamientos y costos aparejados que previamente no estaban considerados.

¿Se puede hablar de un verdadero desarrollo dramático, si la profundidad emocional, existencial y colectiva de una ópera, se redujo a una especie se antología vocal, propia de un espectáculo lírico de circunstancias reunidas?

¿Dónde se encontraba la idea dramática de la misma, si aquella, lejos de comprobarse en la obra en específico, solo podía entenderse gracias a los subtítulos electrónicos que se sitúan arriba del escenario?

Bajo ese contexto, era difícil mantener la concentración y seguir un argumento del cual, por lo menos visual y escénicamente, no se nos entrega ninguna pista o rastro dramático, más allá del subtitulado, y de la comprensión particular que cada cual tuviese de la hermosa lengua italiana.

Escuchar una ópera desde un disco, puede resultar, en ese sentido, una experiencia dramática más certera y próxima al fenómeno operático original, pues en el sillón de nuestras casas no tenemos esas distracciones escénicas que aquí abundaban con la orquesta abarcando la totalidad de la territorialidad escénica, y menos observamos la presencia de ese rojo intenso que semejaba un crepúsculo romántico y terminal (etariamente), para todos.

Por otra parte, fue un acierto comprobar que los bajo barítonos chilenos Ricardo Seguel y Javier Weibel, ambos de una correcta interpretación vocal, pueden sostener una exhaustiva presentación (me refiero a la duración temporal de la misma) junto a Sabina Puértolas (una brillante actriz, y una soprano consciente de sus debilidades y de sus fortalezas, y por ende muy inteligente vocalmente) y el tenor Celso Albelo, quien nos regaló un par de bellos y limpios agudos, libres de cualquier impostación, y los cuales justificaron con creces el esfuerzo de su venida entre nosotros.

Esta tercera fecha lírica mueve a la reflexión sobre qué se desea hacer o montar cuando la incapacidad presupuestaria imposibilite a la administración del Municipal de Santiago, de programar una cuarta, quinta o sexta jornada de ópera, difíciles de financiar con un diseño escénico «de punta», según los cánones mayoritarios.

Así, mientras el Krebs de La traviata, ofrecía una variante inédita y de fuerte consciencia teatral, esta versión concierto de Don Pasquale hizo disputar, amargamente, el protagonismo de unos cantantes arrojados a los leones, frente a una orquesta que terminó convirtiéndose en la prima donna de la fiesta.

Las funciones de Don Pasquale proseguirán en el histórico recinto de la calle Agustinas hasta el próximo sábado 14 de octubre. 

 

 

 

 

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El ejercicio vocal del bajo barítono chileno Javier Weibel (a la derecha) destacó por su contundencia en las notas graves

 

 

Tráiler:

 

 

Crédito de las fotografías utilizadas: Patricio Melo (Teatro Municipal de Santiago).