[Crítica] «El pa(de)ciente»: El legado de Héctor Noguera

La comedia de la directora chilena Constanza Fernández se encumbra, pese a sus evidentes falencias, como un ejemplo a seguir con el objetivo artístico de filmar una aplaudible construcción cinematográfica, de verídicos y de reconocibles ambientes escénicos, propios de la ciudad de Santiago y de sus habitantes.

Por Enrique Morales Lastra

Publicado el 12.5.2022

La nueva entrega de la realizadora nacional Constanza Fernández Bertrand, pese a sus momentos de brillantez cinematográfica termina por transformarse en un filme irregular. ¿Cómo acontece aquello?

Por pasajes, inclusive, El pa(de)ciente (2022) recuerda a las logradas comedias bonaerenses de temática familiar, debidas a Daniel Burman , y a otro aplaudible largometraje uruguayo, que también cuenta con la actuación protagónica de Héctor Noguera en su elenco: a Mr. Kaplan (2013), del montevideano Álvaro Brechner.

Primero comencemos por las fortalezas de la obra de Fernández: la continuidad del montaje y la interpretación de Noguera, además del diseño de su elemento sonoro y el excelente uso de la música incidental.

Es importante el primer punto, pues aunque la unidad narrativa, a cargo de Soledad Salfate y de Sylvana Squcciarini, se manifiesta al modo de una rescatable calidad dramática, todavía así surgen las grandes falencias de este crédito: los cuarenta minutos que le sobran en su metraje, y la irrupción de personajes mal construidos y gratuitos en su aparición, como son los roles abordados por Diego Casanueva, Natalia Grez y por la directora María José «Pepa» San Martín.

Si el montaje en su desarrollo va de la mano con la buena cinematografía y la destacable dirección de fotografía, se notan mucho más la forzada extensión de los minutos de la cinta (casi dos horas de duración) y esos tics tan comunes dentro de esa «familia» tan hermanable que componen los integrantes, en sus diversos estamentos, del llamado cine chileno:

—Ahí está la Pepa, haciendo de doctora, ja ja ja.

Lo cual se añade a esos detalles que en el fondo son ausencias: nunca se entienden muy bien los matices argumentales del papel de Casanueva (un hijo del protagonista), y el registro del citado actor antes que el de un vástago pródigo y alejado de su padre, manifiesta una neurosis impostada lejos del desapego y de las carencias necesarias, a fin de configurar el carácter psicológico requeridos en esta ocasión.

Asimismo, la breve exhibición de Natalia Grez es presa de esa precipitación y de ese apuro que acompañan a las presentaciones del apuntado trío: son más las dudas que se instalan, que a las respuestas que se obtienen y generan, desde las secuencias focalizadas en estos.

Por último, el papel encargado a Amparo Noguera (nunca finalizado en sus relieves argumentales, nuevamente), también destila ese lenguaje secreto y de clan denunciado en los párrafos anteriores: son las citas y los guiños acostumbrados en la «industria» local, en minucias y confesiones gastadas de uso interno.

 

Cruzar el Mapocho

El uso de la música original, compuesta por Ángela Acuña, deviene en un acierto que acompaña con naturalidad y como un elemento independiente, a los fueros protagónicos de Héctor Noguera y a la excelente fotografía que complementa a esos pasajes.

Entonces, brilla el rol del señero actor chileno (el médico Sergio Graf), y la cámara, además de retratar el desamparo y las lagunas de esa existencia octogenaria caída en la enfermedad, apunta a una orfandad escondida, en apariencia, detrás del éxito profesional y de una presunta estabilidad matrimonial.

La creación de escenas se preocupa de los mínimos detalles con el propósito de entregar ambientes reconocibles para el espectador, y la dirección de arte concibe atmósfera e identidad afectiva al departamento de la familia Graf y al estudio u oficina del alicaído oftalmólogo. De hecho, la cámara sale en contadas oportunidades de esas zonas de confort, logradas sin embargo, con esfuerzo y dedicación.

Otro logro es la cita referencial al olvidado escritor maulino Mariano Latorre y a sus cuentos costumbristas, con sus reparos, obviamente.

Así, y cuando Graf padece sus lamentos geriátricos en el pabellón de una reconocida clínica de la comuna de Providencia, cercana al puente La Concepción (esas secuencias, mientras se encuadra a la estructura, también son notables con el fin de contextualizar diegéticamente al filme); decíamos que al estar Noguera convaleciente en su cama hospitalaria, se observa la proyección en el televisor que lo acompaña, del largometraje Río abajo (1950), que dirigido por Miguel Frank, se encuentra basado en los Cuentos del Maule (1912) de Latorre.

Sin embargo, tampoco se entiende la finalidad de esa mención en el guion tanto a Frank como a Latorre, por lo menos dentro de los significados dramáticos del libreto, así como de las claves semánticas insertas en la totalidad artística y cinematográfica de esta creación audiovisual.

 

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Tráiler:

 

 

Imagen destacada: El pa(de)ciente (2021).