[Crítica] «Fragmentos de una mujer»: El cambio de una reconstrucción

El filme del realizador húngaro Kornél Mundruczó responde a los parámetros de una lograda metáfora audiovisual en torno a las pérdidas emocionales que acechan la existencia de un personaje femenino en la plenitud de sus capacidades físicas. La interpretación de su protagonista (la actriz Vanessa Kirby) resulta meritoria y destacable, en una obra cinematográfica posible de visionarse a través de la plataforma de streaming Netflix.

Por Ezequiel Urrutia Rodríguez

Publicado el 20.1.2021

La idea de los “fragmentos de una mujer” es de esas figuras líricas que no se revelan hasta el final, y que a simple vista pueden brindar una impresión muy diferente a tus expectativas.

Y es que al principio, al contemplar este relato de Kornél Mundruczó (1975), su referencia a “fragmentos” puede interpretarse como las consecuencias de esta pérdida, esta que su guionista, Kata Wéber, redacta de tal manera que su eje no es otro que este duelo, el duelo de una madre ante la abrupta muerte de su hija, aparentemente, por negligencia de una matrona.

A modo general, el director de este metraje retrata el cambio que afrontan sus protagonistas, que además, se ejecuta ingeniosamente durante un periodo invernal, no solo por su obvia evocación a la tristeza, también por su semejanza con el mito de Deméter, la madre de Perséfone. Pero primero lo primero.

Un elemento fuerte de esta película es la variada aplicación de planos en su filmación. Para empezar, aquellos que captan la amplitud de la ciudad en donde ocurren los hechos. Los planos generales. Estos, y en especial el llamado “Gran Plano General”, el cual encapsula la imponencia de este mundo tras la pantalla.

Como he mencionado un par de veces, dicho encuadre tiende a captar la esencia de la poesía romanticista, que en este caso, pinta la inmensidad de la ciudad a la orilla del mar, incitándonos a recorrerla. Algo similar a planos como en La sociedad de los poetas muertos (1989), o en la misma Ida (2013), de la cual ya tengo algunas líneas.

Seguido de esto, claramente toca mencionar los juegos de paneo, así como los movimientos en línea recta que acompañan a nuestros personajes. Un retrato del dinamismo que tiende a envolverlos, más en la vida de ciudad (trabajo, trámites, etcétera).

A esto sumamos los encuadres grabados en movimiento circular, aquellos como los vistos en El vuelo del poeta (2009), perfectos para retratar la noción de pensamiento y flujo de ideas, y más en momentos de tensión. Recurso necesario en obras como esta.

Esta idea del dinamismo marcaría un fuerte contraste más adelante, dando paso a escenas más estáticas, reflejándonos el claro desánimo por el que esta pareja se encuentra por su pérdida.

Y hablando de la pareja, hay dos puntos que marcan fuertemente su arco de personaje. Léase: la infaltable paleta de colores, y las respectivas formas en que afrontan esta pérdida.

Es aquí donde toca hablar de Sean, el padre, interpretado por Shia LaBeouf. De él presenciamos esta figura imponente, pero afable. Alguien que es capaz de proteger a alguien a brazo partido.

Pero en contraposición, tras la tragedia, LaBeouf nos expone una faceta altamente vulnerable que necesita contención, mientras que va recurriendo a los vicios que en el pasado dejó para escapar del dolor.

Este concepto de fuerza/debilidad se complementa así con la nombrada paleta, que a su entorno tiende a marcar de formas bastante disyuntivas. En el trabajo, por ejemplo, es común verlo en una paleta gris, reflejando el frío (el peso del trabajo); pero luego, en su hogar, apreciamos estos tonos marrones que lo aterrizan, lo envuelven en este espacio reconfortante, complementado con esos tonos rosas en la cocina, captando el aura de inocencia y gentileza de su esposa.

Ya con este incidente, sobraría decir cómo estos tonos tan agradables pierden su lustre, y no sería hasta cierto incidente con la fiscal del caso contra esa matrona (a quien responsabilizan legalmente por la muerte de la bebé) que Sean volvería a estar rodeado de estos tonos vivos y acogedores.

Ahora, ya centrándonos en su esposa…

 

«Fragmentos de una mujer» (2020)

 

Una Deméter moderna

Cuentan los relatos griegos que la diosa de la agricultura tuvo una hija, una que le fue despojada y enviada al Mundo de los Muertos a ser la esposa de su hermano. Esto la dejaría tan devastada que abandonaría sus labores en la tierra, sepultando a nuestro mundo en la nieve del invierno.

Entonces, para evitar la extinción humana, Zeus ordenó que Perséfone, la hija de esta diosa, fuese devuelta a la tierra de los vivos. Pero esta, por comer semillas de granada del Inframundo, se vio obligada a regresar en un plazo de seis meses.

De esta forma, los griegos explicaban las estaciones del año.

Al escuchar esta historia, es imposible no pensar en las similitudes que tiene con la tragedia de esta madre, Martha. Esta mujer, interpretada por Vanessa Kirby, retrata de la forma más visceral las consecuencias de su pérdida, así como las diferencias de su estado, antes de su evidente estrés postraumático.

Esto nos lleva a su interpretación durante la noche del parto, donde ocurre la tragedia. Aquí, su mezcla de dolor y de náuseas, propias de quien da a luz, tiene un nivel tan intenso, que sin duda la pondría entre las mejores interpretaciones de 2020, junto con figuras como Pedro Pascal, que ganó ese honor con The Mandalorian (2019) y WW84 (2020).

En contraste a estas sensaciones brutales, tenemos su transformación luego de estos hechos, en que Kirby nos presenta a una dama de hierro, fría, que oculta su dolor bajo una mirada de hielo que desconcierta a más de uno.

Dicha frialdad llegaría al punto de cortar relaciones hasta con su propio marido, cuya primera interacción tras su pérdida es una conversación casual en el auto, una que podría tener con cualquier taxista de la ciudad y nadie notaría la diferencia.

De esta forma, el comportamiento de Martha frente a su pérdida capta esa semejanza con el duelo de esta diosa. Hecho que, ¡oh, casualidad! ocurre durante los meses de invierno, como dije al inicio.

Cabe señalar, durante el desarrollo del arco dramático de Martha, que la veríamos bastante interesada en el cultivo de plantas, que si bien, es una buena forma de distraer la mente, al mismo tiempo recuerda lo herida que se encuentra.

Es sabido que quienes se dedican a la jardinería suelen ser personas solitarias, o que han pasado por una pérdida, y buscan llenar ese vacío teniendo algo que cuidar. Así obtienen un propósito.

Pero aunque la respuesta fácil sea dejar a esta “Deméter moderna” sola con sus brotitas, Mundruczó y Wéber nos recuerdan que no es saludable, que ocultándose del mundo, y que sus seres queridos se alejen por su frialdad, solo empeorará todo.

Es aquí donde el papel de Ellen Burstyn cobraría importancia (la madre de Martha), quien luego de ver a su hija tanto tiempo envuelta en la nieve, decide intervenir.

Algo curioso de los planos de confrontación, es que no suelen poner a los contrincantes de un lado a otro porque sí. De hecho, esta idea de que uno vaya a la izquierda, y otro a la derecha, vendría de las nociones de “preservar” y “cambiar” contempladas en la Revolución Francesa; y es lo que este encuadre entre una madre y su hija representaría, una situación en que Martha debe cambiar, pese a que no quiera, y su madre (a la izquierda de la pantalla) lucha para infundir un cambio.

Es así como el trabajo de Mundruczó sintetiza su tesis en esta obra: el cambio. Un proceso de adaptación que muchas veces será doloroso, pero que sacará una versión mejorada de nosotros.

Por ese motivo es que tampoco podemos cerrarnos a estos, por mucho que el dolor solo nos arrastre a poner barreras, porque al final del día solo nos estancaremos.

Y es esta idea de cambiar la que luego nos presentarían al llegar la primavera, el regreso de Perséfone a los brazos de su madre, que como Martha, ahora tiene una nueva oportunidad de amar, de ser feliz, de estar con ese fragmento de sí misma que ha brotado de la tierra para convivir con ella.

Y sí, un día llegará el fin, pero al menos tendrá esa próxima oportunidad que la espera al terminar el invierno.

 

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Ezequiel Urrutia Rodríguez (1996) es un joven escritor chileno nacido en la comuna de San Miguel, pero quien ha vivido toda su vida en los barrios de Lo Espejo.

Es autor del volumen Kairos (Venático Editores, 2019) su primera obra literaria, y la cual publicó bajo el pseudónimo de Armin Valentine.

También es socio activo de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech) y licenciado en educación y profesor de educación básica titulado en la Universidad Católica Cardenal Raúl Silva Henríquez.

 

 

 

Tráiler:

 

 

Ezrquiel Urrutia Rodríguez

 

 

Imagen destacada: Fragmentos de una mujer (2020).