[Crítica] «La caída del ángel negro»: Desobediencia y redención

El autor chileno —bajo el seudónimo de Tomás J. Reyes— nos aporta en esta novela (Zuramerica Ediciones, 2021) un relato apasionante, conmovedor, al abrir un camino que sin consciencia instala los gérmenes de una propuesta descolonizadora de escritura.

Por Omar Cid

Publicado el 16.2.2021

La caída del ángel negro (Zuramerica, 2020) es un relato que nos transporta al imaginario que Tomás J. Reyes, ha ido construyendo en el transcurso de los años. Desde Sombras de papel, El lector perfecto, Killer contra Killer entre otros trabajos, el autor talquino ha ido adquiriendo el bagaje necesario que la novela necesita.

El pueblo de San Cristóbal, el barrio Paraíso, Rubén, Flora e Hipólito como habitantes fronterizos, con sus complejidades que se desarrollan con cuidado en la medida en que nos dejamos encantar por el texto.

Me detengo en el concepto de frontera, porque no es antojadizo, supone una separación, un proceso de desenganche del que hablan con mucha intensidad los intelectuales decoloniales (Dussel, Quijano, Mignolo, Walsh entre otros y otras).

Uno de los abusos cometidos por la estética moderna a partir del siglo XVIII, en específico, desde Las observaciones de lo bello y lo sublime de Immanuel Kant (1767) donde se ordena, se coloniza el gusto, los sentidos y las formas, lo que se traduce en todas las manifestaciones del arte, entendida como hacer.

Perfilado el discurso euro-céntrico, con pretensión universal, genera sus categorías de superioridad, donde el pluriverso mayoritario es reducido a manifestaciones folclóricas, de literatura provinciana o popular, entre otras que escapan al objetivo de este comentario.

Establecer un código de frontera, cimentando un relato donde el [otro] abre una discursividad informal, dando un toque personalista, lo que forja el retorno al carbón encendido, en las mañanas frías del sur, al mate de conversación íntima, logrando con esta técnica argumentativa: dinamismo y cercanía.

Se inicia de este modo, tal vez sin pretenderlo, un campo de sanación de la herida colonial que cruza sin lugar a dudas el campo literario y donde las dimensiones de análisis, construcción del canon, se han cimentado en el paradigma moderno y sus variantes posmodernas que responden al mismo patrón de poder.

Según Walter Mignolo [1], tal matriz se  sustenta en dos pilares: conocer (epistemología) y sentir (aesthesis).

El imaginario de San Cristóbal, es el camino de la insubordinación, de la sanación: «Mi objetivo era llegar a San Cristóbal, a mi antigua casa» (p. 190). La dimensión del regreso no es a un lugar inmaculado, el paso del tiempo lo transforma, incluso degradándolo —y sin embargo— la intención permanece, no como un mero gesto testimonial, sino como un aquí y un ahora.

“Pasé revista a cada uno de los frontis antiguos y luego me acerqué a varios otros transeúntes y volví a preguntar si recordaban lo que había en los terrenos del condominio, incluso consulté a un vecino viejo, pero nadie tuvo la más mínima noción de que detrás del templo, justo en el lado sur del mentado condominio, hubo un internado de niñas”. (p. 118)

En esa dimensión, enlaza con la actitud descolonizadora, porque no se puede volver atrás, el abuso y ocultamiento sufrido desde 1492 en adelante hecho está. Aun así, la desobediencia se instala como una vía de redención.

Uso entonces una categoría que puede sonar extraña, la explico en la acepción de Walter Benjamin, en el número 3 de sus Tesis de la historia [2] (1940).

Esta dimensión mística de lo que en clave cristiana se traduce como salvación, pero que en ningún caso es lo mismo. Porque para el pensador judío–alemán, la redención está sujeta a la idea del Mesías como pueblo, en ningún caso en su lectura como un sujeto individual, en este aspecto, la historia como articuladora de sentido juega un papel primordial, más allá que en la mayoría de los casos, está relatada por los vencedores.

En la novela, el narrador protagonista nos sumerge en el rito de la memoria, la necesidad del regreso, del (re) encontrarse con el pasado, como un ejercicio que no solo lo redime a él, en la medida que asume el papel de testigo.

Instalada la desobediencia decolonial, en vez de la rebeldía moderna, expuesta en pinceladas la redención como elemento simbólico fundante, detallo entonces, algunos aspectos formales del trabajo.

El relato está dividido en tres partes, tiene una extensión de 234 páginas, destaca por su capacidad de generar núcleos narrativos intensos. Se trata de una prosa minimalista, cuyo efecto se trasunta también a lo no dicho, lo sugerido.

Los tópicos centrales, abarcan temas como la maldad, los abusos, el patriarcado, el sentido religioso, no escapando a la dimensión social contradictoria que genera impactos psicológicos.

Hay instantes en que la historia se vuelve violenta, porque la totalidad que viven los personajes lo es —y resulta imposible— escapar o no verse afectados por esa ella.

El ángel negro, es una alegoría que puede relacionarse con otro ángel, el de la historia de Benjamin, ese que se consagra en observar de modo rápido “catástrofe, sobre catástrofe” y quisiera detenerse para dar sepultura digna a los muertos, pero es arrastrado por la fuerza del progreso.

Tomás J. Reyes, nos aporta un relato apasionante, conmovedor, abriendo camino sin total conciencia de instalar los gérmenes de una propuesta descolonizadora de escritura.

 

Citas:

[1] Desobediencia epistémica, retórica de la modernidad, lógica de la colonialidad y gramática de la descolonialidad. Ediciones del Signo, 2010

[2] El cronista que narra los acontecimientos sin distinguir entre los grandes y los pequeños, da cuenta de una verdad: que nada de lo que una vez haya acontecido ha de darse por perdido para la historia. Por cierto, que sólo a la humanidad redimida le cabe por completo en suerte su pasado.

 

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Omar Cid, escritor, poeta y analista político. Actualmente es subdirector del medio periodístico Crónica Digital, es autor de tres libros de poesía y coautor de dos textos de crónicas y artículos de opinión.

Recientemente, fue parte del jurado del Concurso Nacional de Cuentos Teresa Hamel, de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech), donde además ha impartido el taller: «Memoria, cuerpo y escritura decolonial».

 

«La caída del ángel negro», de Tomás J. Reyes (Zuramerica, 2020)

 

 

 

 

Crédito de la imagen destacada: Zuramerica Ediciones.