Los relatos de la escritora nacional Ana María del Río conforman un universo narrativo de tipo coral, que tanto por separado como en su conjunto, diseccionan fragmentos de memoria que nos muestran una parte del país, el nuestro, y el cual apenas se puede la carga moral de su historia política reciente.
Por Nicolás Poblete Pardo
Publicado el 27.2.2024
«Todo ha ocurrido como ocurren todas las cosas de esta vida, a destiempo», leemos en el primer cuento de la última entrega de Ana María Del Río Correa (1948).
Desde el inicio vemos que el tiempo será una preocupación presente en todos los relatos. El tiempo distorsionado, pues es imposible vivirlo sincrónica o cronológicamente cuando el trauma se ha apoderado de los cuerpos y psiques de sus personajes.
Así, el juego que se pone en marcha con los tiempos verbales evidencia la imposibilidad del recuento lineal y permite la producción de un ritmo, una poética determinada, una sutil experimentación.
El blurb de la publicación señala que sus protagonistas son mujeres que cargan con los cuerpos de aquellos encontrados. «Niñas que observan ríos mientras estos no dejan de fluir. Piezas oscuras, recintos cerrados». Las voces por separado y también en su conjunto exhiben: «fragmentos de memoria que nos muestran una parte de ese Chile que carga con el peso de su historia. Y de su olvido».
El consumismo abrazado
En «De lado a lado», vemos el diálogo que la voz narrativa establece con un hombre muerto. Se trata de una conversación póstuma, producto de un vuelco surrealista, oximorónico: el muerto no muere. Como en varios relatos, aquí se saca a flote el proceso de duelo, complejizado por las circunstancias en que acontece: «Cierro las cortinas por precaución. Pero es un poco inútil. Ya no nos visita nadie».
Las circunstancias están marcadas por la erosión histórica y la violencia que explosiona con la dictadura. «Gran angular» hace eco del advenimiento de la disociación temporal: «Y los relojes se atrancan. Siempre es hora de quedarse callada». Luego: «No sé por qué pregunto eso. Muchas veces he pensado que ella no ha estado nunca». Aquí se refiere al abandono de la madre y al rito de pasaje del que debe salir indemne sola.
«Pieza del fondo» crea su personaje central a través del habla, en forma de monólogo: «¿O se le olvidó que fuimos entrenados para estas cuestiones y que tenemos chipe libre? Estamos en el año del pronunciamiento de mi general, no se le olvide». A la distorsión de los tiempos se añade la ironía que significa la aleación entre tortura y parto.
En «Timex», vemos a una mujer cuyo mecanismo de defensa y terapia es encerrarse voluntariamente en un auto mientras está siendo lavado, ya que allí mira la espuma y se imagina el mar. Recurrir a la imaginación es una estrategia importante para atenuar o lidiar con el sentimiento de desfamiliarización que sufre por el hombre que ya no reconoce; que ha pasado de ser un barbón que creía en la revolución de las clases trabajadoras a un eximio capitalista.
Así, este cuento permite denunciar los chaqueteos y oportunismos tan evidentes en el recorrido de mucha gente que alguna vez vimos como íntegros, pero que resultan en meros peones de un sistema que ahora atesoran. El consumismo que antes se vio como repudiable, ahora es abrazado con bienes y marcas elitistas.
Un círculo de opresión
«Acequia» es otro relato que da cuenta del recuento histórico y trae a colación la Reforma Agraria: «que no era una peste, como yo creía, sino una ley. Entonces, el administrador lo decretó: nadie tendría sueldo ese mes. Ni el siguiente, ni el otro». Luego leemos: «Pero no vino nadie en la acequia. Sólo seguía corriendo agua sangrienta».
Ha pasado el tiempo, pero la historia traumática sigue penando. En «Missyou» («Él tiene una pensión de retornado»); en «Misa de once», con aquella niña que: «necesita saber qué pasa en el mundo. Con la gente que no está». El abandono es recurrente: «La niña sabe desde muy adentro de ella misma que tal vez su mamá no vuelva. Ha desaparecido para siempre, junto con su ropa del clóset».
El último cuento, «Recinto», culmina con recuerdos e imágenes de tortura, creando un círculo de opresión. Aquí se recrea la tortura de la gota en la cabeza por boca de un hombre que relata ante la mujer, quien tirita sin control mientras escucha:
«Me pescaron una vez. Estuve unos días encerrado. Buscaban a otro. Me tomaron por error. Hacían caer una gota perpetua en mi cabeza… Para que contestara a las preguntas».
Cuando ella le pregunta qué preguntas eran las que debía contestar, él responde: «No me acuerdo».
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Nicolás Poblete Pardo (Santiago, 1971) es periodista, profesor, traductor y doctorado en literatura hispanoamericana (Washington University in St. Louis).
Ha publicado las novelas Dos cuerpos, Réplicas, Nuestros desechos, No me ignores, Cardumen, Si ellos vieran, Concepciones, Sinestesia, Dame pan y llámame perro, Subterfugio y Succión, además de los volúmenes de cuentos Frivolidades y Espectro familiar, y la novela bilingüe En la isla/On the Island.
Traducciones de sus textos han aparecido en The Stinging Fly (Irlanda), ANMLY (EE.UU.), Alba (Alemania) y en la editorial Édicije Bozicevic (Croacia).
Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.
Imagen destacada: Ana María del Río (por Leo Piagneri).