[Crítica] «Queridos camaradas»: Cambiar todo para que nada suceda

El último filme debido al realizador ruso Andrei Konchalovsky se exhibió en la sección «Maestros del cine» del reciente Sanfic 17, y se encuentra inspirado en una huelga ocurrida en la pequeña ciudad industrial soviética de Novocherkassk, en 1962.

Por Cristián Uribe Moreno

Publicado el 24.8.2021

La carrera de Andrei Konchalovsky se ha extendido largamente en el tiempo. Comenzó en los años 60 como colaborador en los guiones de Andrei Tarkovsky. Su primera película como director fue El primer maestro (1966). Ha filmado tanto en Europa como en EE. UU., donde dirigió la notable Los amantes de María (1984).

En los últimos años sus producciones las ha llevado a cabo en su tierra natal, Rusia. Ahora en Sanfic 17 tuvimos la oportunidad de apreciar su última película, ¡Queridos camaradas! (2020), realización inspirada en un hecho histórico: una huelga en una fábrica en la Unión Soviética de los 60.

El relato transcurre en 1962, en la ciudad de Novocherkassk. Lyudmila “Lyuda” Syomina (Yuliya Vysotskaya) es parte del comité regional que dirige la ciudad. La organización debe hacer frente a una huelga que se declara en una fábrica de construcción de motores por la drástica bajada de los sueldos a los trabajadores. Los huelguistas no aceptan ninguna mediación y el gobierno decide enviar tropas para sofocar el levantamiento en ciernes.

Durante el desarrollo de la historia, el octogenario director bosqueja una sociedad post Stalin, un colectivo que empieza a superar el terror de aquella época, que parece abrirse políticamente hacia una nueva etapa, pero que en el transcurso del relato sus cúpulas políticas no titubean en utilizar los antiguos métodos.

 

Un momento de la historia soviética

La película sirve para retratar a la sociedad soviética de aquel entonces. Comenzando con la familia de Lyuda. Ella es la devota funcionaria del sistema político imperante. Dentro del comité, ella es la voz más dura contra los huelguistas. Luchó en la Segunda Guerra Mundial y no olvida al desaparecido líder soviético y su orden político.

El padre de Lyuda es un anciano que vive de los recuerdos de las luchas revolucionarias. Él guarda bajo su cama, su antiguo uniforme del ejército cosaco así como una imagen de una Virgen. Y finalmente, su hija Svetka, quien trabaja en la fábrica y cree en la nueva política de apertura.

A esto se suma Vicktor, un agente de la KGB, que llega a la ciudad para detener el movimiento y, luego, borrar las huellas de los luctuosos hechos. Él es quien termina ayudando a Lyuda.

La representación que hace el filme de la sociedad también se despliega en varias líneas. La casta burocrática que dirige, representada por el comité local en el cual participa Lyuda. Un grupo de funcionarios acostumbrados a emitir informes políticos administrativos, que suenan extrañamente kafkianos en algunos momentos. Ellos no pueden con la fuerza de los huelguistas y toda su minúscula nimiedad emerge en sus inútiles acciones y discusiones sin sentido.

El comité local y su incapacidad dan paso a los funcionarios que tienen directa relación con el poder y que junto a los militares toman acciones sin ninguna piedad sobre los obreros. Al respecto, el director muestra cierta compasión de algunos oficiales de los altos mandos militares por las acciones sanguinarias que deben llevar a cabo. No así los funcionarios políticos que se exhiben como insensibles a toda humanidad en sus decisiones.

Después que la huelga es reprimida de manera sangrienta, todo se desmadra. Vuelve el terror estatal, las acciones sumarias secretas y la persistencia de esconder y reescribir el pasado. Signos que después de la muerte de Stalin y la realización del XX Congreso Comunista, reunión que por primera vez criticó de manera pública las políticas del jerarca, se sentían males que el nuevo Estado había erradicado.

 

La pequeñez de la burocracia

La película está filmada en un blanco negro, bastante estilizado, lo que suaviza de alguna manera los instantes más atroces de la historia. Los espacios cotidianos de convivencia están filmados de manera oclusiva. Los personajes en sus hogares se muestran apretujados a las puertas y ventanas. Así también se exhibe la huida de los funcionarios del comité de la fábrica, a través de corredores pequeños y claustrofóbicos. La muestra gráfica de su pequeñez.

En cambio, la escena de la matanza de trabajadores, tiene una apreciable secuencia que alude figurativamente al estado social del momento. Se inicia dentro de una peluquería donde se escucha una melodiosa música. La cámara se acerca poco a poco a la ventana, donde se ven personas corriendo de un lado para otro mientras algunos caen heridos. El cuadro se asemeja a un televisor sin audio.

En ese momento, Lyuda logra entrar para refugiarse, salvando una chica que está herida y el sonido de la masacre entra con ellas. La cámara se mueve ligeramente y se ve a la peluquera en el piso muerta por un disparo. Nadie está a salvo cuando comienza la acción criminal del gobierno.

La película es una gran muestra de la mano veterana de Konchalovsky, un cineasta que lleva filmando desde los años 60 y que aún se ve en buena forma. En este trabajo, que revisa un momento de la historia soviética cuando se abría a una nueva era, que coinciden con los primeros pasos en el cine del autor.

Un relato que devela las contradicciones de una sociedad que trataba de superar una de las dictaduras más atroces de las que se tenga registro, buscando avanzar por otros caminos. Caminos que se aproximan mucho al antiguo régimen que se desea dejar atrás.

En el fondo, las cenizas del antiguo régimen dictatorial siguen ardiendo en el interior del sistema. Las cosas van cambiando para que en esencia nada cambie.

Un tremendo guiño a El gatopardo.

 

***

Cristian Uribe Moreno (Santiago, 1971) estudió en el Instituto Nacional «General José Miguel Carrera», y es licenciado en literatura hispánica y magíster en estudios latinoamericanos de la Universidad de Chile, también es profesor en educación media de lenguaje y comunicación, titulado en la Universidad Andrés Bello.

Aficionado a la literatura y el cine, y poeta ocasional, publicó en 2017 el libro Versos y yerros.

 

 

 

Tráiler:

 

 

Cristián Uribe Moreno

 

 

Imagen destacada: Queridos camaradas (2020).