[Crítica] «Una casa con orejas grandes»: En el epicentro de una catástrofe delirante

Este pequeño artefacto literario de la multifacética artista Josefina González es una granada con erupciones y flores imprevistas incubadas entre sus páginas y la cosecha que entrega su lectura se debate entre las consecuencias de estos años convulsivos y bipolares, y la percepción íntima e imaginativa de alguien que se propuso no aburrirse de sí misma.

Por Alfonso Matus Santa Cruz

Publicado el 11.10.2022

No son muchas las ocasiones en que un libro que podría servir como posavasos es también una caja musical (con melodías llenas de un humor negro delirante) y una miniatura escenográfica sacada de una pintura de Del Bosco que se permea por la avalancha de absurdo y realidad que han experimentado los habitantes de este convulsivo territorio durante los últimos tres años.

Ese es el caso, la sensación que queda frente a la lectura de Una casa con orejas grandes, de la multifacética artista Josefina González (1983), obra publicada por la editorial Overol, que hibrida dramaturgia y narrativa (y muchos otros componentes explosivos, estimulantes y desconcertantes).

Llegué a este libro porque Josefina anda en una improvisada gira de presentación y tocatas que la trajo a la Región de Los Lagos, y se dio la oportunidad de participar de la presentación en la librería Mackay de Puerto Varas durante un día que tuvo desde ráfagas de granizo hasta la llovizna bañada de sol que se veía por el ventanal mientras escuchábamos algunos de los diálogos del libro.

 

Una poética espontánea y liberadora

El presentador nos advirtió de entrada que hace tiempo no se reía tanto con un libro. Y, como refrendó, no era un elogio por compromiso. Claro que las risas que brotan de esta lectura no son para cualquiera. Son risas negras, de una ironía que sirve como medio de sobrevivencia ante los estragos de una realidad que pasó desde la revuelta callejera al encierro pandémico sin ningún tipo de intervalo. De un ritmo desenfrenado pasamos a la paranoia y la aislación.

Así, todo ese caldo de cultivo se cocinó a través de esta obra que surge, según ella, casi por pulsión. Una necesidad de expresión y delirio para combatir la monotonía de días y semanas espesas. Y el vértigo que atraviesa los diálogos de una mujer que viaja en bus de vuelta al sur tras enterarse del suicidio de su pareja y de la muerte de su padre, ambos el mismo día, ambos con el mismo nombre, nos remece y nos debate entre la hilaridad, el dolor y la reflexión.

Tragicomedia ácida y dadaísta en la que también juegan su rol una cereza muy filosófica y deconstructivista, y una gallina adicta al cigarrillo que se come sus huevos por falta de calcio. Y, como si eso fuera poco, en un fiel retrato de nuestro accidentado país, una erupción volcánica da el telón de fondo para que llegue un periodista a hacer preguntas que van desde lo contingente a lo personal.

Un chimichurri que estimula la imaginación y atiza el corazón, golpe a golpe, tanto por rápidos desmantelamientos del patriarcado, como por las anécdotas y juegos de palabra que revelan algo que el lector no sabía que estaba esperando, pero necesita descubrir.

Atención también a la referencia a los ojos y la ceguera, metáfora encarnada de una primavera furiosa cuyos ecos y damnificados todavía no sanan. Un par de preguntas sobre el huevo y la gallina, y sobre el suicidio sirven como estribillos que hablan a las claras de que en esta obra no vamos a sacarle la vuelta a las preguntas decisivas.

Este pequeño artefacto literario es una granada con erupciones y flores imprevistas incubadas entre sus páginas. La cosecha que entrega su lectura se debate entre las consecuencias de estos años convulsivos y bipolares, y la percepción íntima e imaginativa de alguien que se propuso no aburrirse de sí misma.

Una acción que requiere coraje cuando las tendencias culturales nos invitan a ser espectadores pasivos dejando un enorme forado interior que solo puede ser sacudido por el impulso creativo y crítico que anima esta obra de una paradójica oscuridad tecnicolor que conjuga oralidad y una poética espontánea y liberadora.

 

 

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Alfonso Matus Santa Cruz (1995) es un poeta y escritor autodidacta, que después de egresar de la Scuola Italiana Vittorio Montiglio de Santiago incursionó en las carreras de sociología y de filosofía en la Universidad de Chile, para luego viajar por el cono sur desempeñando diversos oficios, entre los cuales destacan el de garzón, el de barista y el de brigadista forestal.

Actualmente reside en la ciudad Puerto Varas, y acaba de publicar su primer poemario, titulado Tallar silencios (Notebook Poiesis, 2021). Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

«Una casa con orejas grandes», de Josefina González (Ediciones Overol, 2022)

 

 

 

Alfonso Matus Santa Cruz

 

 

Imagen destacada: Josefina González.