[Crónica] Un poeta en África: El arribo a Dakar

El exdirector del Diario «Cine y Literatura» acaba de contraer matrimonio y ha iniciado un viaje celebratorio al respecto —a través del continente donde surgió el llamado homo sapiens, hace ya miles de años—, dando inicio a un recorrido afectivo y existencial del cual se dará cuenta, además de un emocionante registro artístico, en estas páginas.

Por Francisco Marín-Naritelli

Publicado el 26.12.2022

«La vida es un viaje en paracaídas y no lo que tú quieres creer».
Vicente Huidobro

Confieso que tenía ansiedad, mucha ansiedad. Y quizá miedo. Es difícil vivir con miedo, pero sabía que tenía que atreverme. Muchas personas viven con miedo y no lo reconocen. Muchas otras reconocen el miedo y no hacen nada.

Pero yo quería atreverme. Porque atreverse es sumergirse, lanzarle, explorar. Atreverse es vivir. Es ponerle al corazón unos paracaídas sin saber si se abrirán luego. Vaya a saber uno cómo se tejen las tragedias tanto como las proezas.

Cuando el avión sobrevoló Dakar, capital de Senegal, en el África Occidental, no podía más de la expectación. Quería reunirme con mi esposa. La extrañaba, la extrañaba mucho, pero no era tan solo eso. Bien lo intuía. Desde chico siempre quise la aventura, aunque tenía miedo, tartamudeaba, pasaba enfermo y no se me daba bien la amistad.

Los libros fueron mi escape, mi cuarto propio, y ahora ese cuarto propio se ampliaba porque estaba a punto de lo inimaginable. Y lo inimaginable, por esta vez, estaba sucediendo ante mis ojos. Las luces de la ciudad, una gran franja oscura de mar, y un amigo improvisado.

Un tal Bosé, no sé cómo se escribe, pero para mí era Bosé, no como Miguel Bosé, un Bosé amigo, un chico senegalés que hablaba español y que se sentó conmigo en el avión que nos trajo desde Barcelona. Como bien pude corroborar después la gente de Senegal es amable, sonríe todo el tiempo, como si la vida fuera un carnaval.

El hecho es que Bosé me recomendó un par de lugares a visitar, en especial la isla de Gorée, mercado de esclavos durante siglos bajo dominio colonialista; preocupándose además de advertirme de los taxistas o de cualquiera que quisiera acercarse para ofrecerme algo, porque, muy a pesar de él, había gente mala, como Dakar es una gran ciudad de ese lado de África muchos venían no con buenas intenciones (pensé: como pasa en todos lados, ni más ni menos).

Incluso se ofreció a acompañarme, en caso que no llegara mi esposa a la hora (por aquí las aerolíneas no son muy confiables), a fin de que pudiera dar con el hotel, en un lugar distante y exclusivo del centro.

Apenas el avión comenzó a aterrizar en la pista, la gente alborozada se dispuso a sacar sus maletas, mochilas o todo cuanto traía, pero la fuerte sacudida del freno hizo que muchos se cayeran, incluido los niños. Bosé, encolerizado, se levantó e increpó a la tripulación.

Debido la perplejidad de estos —quienes se excusaban aduciendo la advertencia de no sacarse los cinturones hasta que el avión se detuviera completamente—, Bosé exclamó que era una falta de respeto, que los niños, qué cómo podían, que no estaban en su país y que ¡esto era África! Comenzaba a figurarse para mí una relación de amor y odio entre europeos y africanos.

Finalmente pasé sin problemas policía internacional, pese al rostro de pocos amigos de la funcionaria, para quien mi estadía era excesiva. Me encogí de hombros y seguí mi marcha.

Estaba por fin en África y el calor se hacía sentir.

 

 

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Francisco Marín-Naritelli (Talca, Chile, 1986), periodista y magíster en comunicación política (titulado doblemente en la Universidad de Chile) es profesor en la Universidad Andrés Bello y un prolífico escritor nacional, cuyas últimas publicaciones son el libro de cuentos Interior con ceniza (Ceibo Ediciones, 2018), el volumen experimental de El perfecto transitivo (Filacteria, 2019) y Aguante! (Filacteria, 2021).

Igualmente fue el director titular y responsable del Diario Cine y Literatura, entre agosto de 2017 y mayo de 2020.

 

 

Francisco Marín-Naritelli

 

 

Imagen destacada: Venta ambulante en las calles de Dakar (por Sònia Calvó).