[Crónica] «Cuando era muchacho», de González Vera: Otra forma de la memoria

Los recuerdos a veces traicionan y forjan imágenes erradas e inventadas donde antes solo hubo intenciones a fin de compensar dolorosas ausencias. En efecto, somos capaces de incorporar vivencias ajenas como propias con total soltura y libertad creativa.

Por Juan Ignacio Colil Abricot

Publicado el 8.11.2020

En 1950, el escritor José Santos González Vera recibió el Premio Nacional de Literatura. Fue discutido por algunos, ya que a la fecha el escritor solo había publicado dos breves obras: Vidas mínimas (1923) y Alhué (1928). El año 1951 publica Cuando era muchacho, que surge de dos o tres relatos que publicó en la revista Babel (1939 – 1951), según él mismo confiesa.

Cuando publica Cuando era muchacho (Nascimento), González Vera, incorpora en las solapas del libro, comentarios que enaltecen su obra y otros en que lo consideran un mal escritor. Quizás lo hace como una forma de reírse de sus detractores.

En la obra, el autor realiza un recorrido desde sus años de infancia hasta los años 20. En este trayecto personal y social, vemos su crecimiento, sus agudas observaciones, conocemos a sus amigos y conocidos, de los cuales muchos se convertirían en protagonistas de algunas páginas de la historia social y literaria del siglo XX.

Es una muy buena fotografía de la época, porque no se detiene solo en él y sus amigos, sino que muestra algunas de las contradicciones del momento. Recordemos que cuando González Vera publica esta obra está por los 53 años y rememora sucesos acaecidos tres décadas antes.

Pero más que escribir sobre la obra en general, me gustaría referirme a un episodio que menciona González Vera, o mejor dicho, que no menciona, y que me ha hecho pensar en la memoria y sus mecanismos o en la literatura como una máquina de hacer memorias.

En 1920, González Vera, huye al sur. Escapa después de los episodios de represión del gobierno hacia la juventud opositora, específicamente a los estudiantes de la FECH, y aunque Santos Vera no era estudiante, si mantenía una estrecha relación con ellos.

Llega a Temuco y un día viaja hasta Puerto Saavedra. Este es el capítulo que me ha hecho pensar, porque lo despacha rápidamente. Páginas antes el autor nos cuenta que cuando visitó Valparaíso estaba muy ansioso, ya que era primera vez que visitaba el puerto y no conocía el mar. Supuse que este viaje generaría en él algo similar.

Narra el autor: “Subí al vagón de tercera, que iba repleto de alegres mapuches. Todos hablaban paralelamente como para reponerse del mutismo a que se obligan ante los criollos. No deja de haber dulzura en la lengua araucana”, luego González Vera, piensa en Neruda y en su forma de hablar; conversa con un cura y en el párrafo siguiente llega a Puerto Saavedra al anochecer.

En ese tiempo el tren que salía de Temuco hasta la costa llegaba solo hasta Carahue, que está aproximadamente a 30 km hacia el interior de la playa, y el viaje hasta Puerto Saavedra debía continuarse en vapores que viajaban por el río Imperial.

La gente viajaba a través del río llevando sus animales, sacos de trigo al molino, herramientas, etcétera. El Imperial es un río, en ese trecho, de grandes proporciones. Me llama la atención que González Vera no haga referencia a ese tramo del viaje o al paisaje que circundaba el río, que en esos años debe haber sido muy diferentes a las lomas que hoy vemos.

¿Es posible que simplemente haya olvidado aquel trecho del viaje? ¿No lo consignó porque le pareció aburridor?, ¿le pareció que no aportaba nada a su relato?

Es extraño pensar que simplemente se le haya olvidado, porque en el verano del año 1948 hubo un gran accidente en el río. En enero de ese año el vapor “Cautín” se hundió con una gran cantidad de pasajeros que asistían a la fiesta de San Sebastián el 20 de enero. Las primeras informaciones hablaban de cientos de muertos. El hecho se convirtió en noticia nacional.

Dos meses más tarde, otro vapor el “Helvetia” se hunde cerca de Carahue y mueren decenas de víctimas. Pienso que motivado por estas noticias González Vera podría haber tomado esas páginas y recordar su viaje por el río, y dedicar algún párrafo al paisaje, al viaje en el vapor, a los pasajeros que salían desde Carahue, a los peñis y lamgnen que abordaban los vapores mientras viajaba por el río, pero quizás no podía recordar algo que no conoció y que no supo relacionar.

Entonces me puse a pensar que quizás González Vera inventó ese viaje motivado por un afán de pasar revista a los poetas de la época. Le correspondía conocer a Augusto Winter; poeta de los cisnes; nombrado por Neruda, y al cual le dedica solo unos párrafos generales.

Quizás estando en Temuco era imperdonable que no conociera a Augusto Winter; o quizás soy yo el que quiere completar unas memorias, y donde González Vera no escribió nada fue solamente porque no le llamó la atención. En todo caso, me queda la duda sobre este capítulo.

La memoria a veces traiciona y forja imágenes donde antes solo hubo intenciones, o genera recuerdos para compensar ausencias. Somos capaces de incorporar recuerdos ajenos como propios con total soltura.

También la memoria intenta ponernos a salvo de nuestras caídas, y no siempre lo logra.

He leído varias veces el mentado capítulo y pienso que quizás pueda haber otros similares en la obra, ¿será posible? Al final lo único seguro es el olvido. No sé quién lo dijo, pero no es mi invención.

 

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Espacios intemporales: Los pueblos de González Vera, Rulfo y García Márquez.

 

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Juan Ignacio Colil (1966) es un escritor chileno autor, entre otras, de las novelas Un abismo sin música ni luz (Lom Ediciones, 2019), y El reparto del olvido (Lom Ediciones, 2017). Asimismo, por el volumen inédito Espejismo cruel fue galardonado con el prestigioso Premio Pedro de Oña versión de 2018, que entrega la Corporación Letras de Chile.

 

«Cuando era muchacho», de González Vera (Editorial Nascimento, 1951)

 

 

El río Imperial en la actualidad

 

 

Juan Ignacio Colil

 

 

Crédito de la imagen destacada: Marcelo Parra.