[Ensayo] Del dadaísmo al dataísmo: Las ensoñaciones de un camaleón digital (parte 2)

Si el dadaísmo renuncia a una estructura racional del lenguaje, el dataísmo inaugura la época del panóptico virtual, donde todo se registra y se traduce a datos, en la colonización por parte de la tecnología, de la cultura en la aldea global.

Por Alfonso Matus Santa Cruz

Publicado el 8.11.2020

Las mentes no son acumuladores de conocimiento sobre el mundo.
Las mentes son sistemas generativos: producen activamente el mundo
que experimentamos subjetivamente.
Las experiencias diurnas ordinarias son de hecho
sueños limitados por los datos sensoriales.
Joscha Bach

Es difícil recomenzar desde un lugar específico cuando los pensamientos son tanto un sumidero como un cohete a la espera de indicaciones por parte de la sala de control del subconsciente y la zona cerebral en la cual las neuronas van repartiendo resplandores y enlazándose las unas con las otras para decidir la manera de continuar esta frase, la orientación a seguir en la segunda parte de este texto.

Un puente colgante entre las ideas y postulados que reverberan y se disipan con una ráfaga de viento matinal o las ganas de ir al baño o pararse de la silla a buscar una taza con agua caliente. Se trata del diálogo entre un niño de tres años y el holograma de Jonathan Swift, de la posibilidad de una llamada telepática entre un transhumano y un ciervo parapléjico al borde de un incendio forestal, de ambas o ninguna, del dadaísmo y el dataísmo en ciernes.

Durante las semanas de pensamientos, lecturas, confinamiento, pedaleos, roces y juegos domésticos, que han transcurrido durante la incubación de este texto, acaso esbozo de uno mayor (o menor), he ido reparando que la masa crítica de textos y pensamientos a considerar pareciera expandirse ad infinitum, desde la derrota del mejor jugador de Go del mundo contra un software llamado AlphaGo —hito que azuzó a China para incorporarse a la vanguardia de la inteligencia artificial—, hasta la sugerente residencia en Zúrich de dos pensadores que contribuyeron a modelar la consciencia del siglo XX, a solo cuadras del cabaret Voltaire, cuando se parió el dadaísmo: Lenin y Carl Gustav Jung. Pero comenzaré por otro ángulo, uno que nos concierne, el del valor, la ética y el arte.

«Una obra de arte jamás es bella, por decreto, objetivamente, para todos.» Esta frase se lee en el Manifiesto de 1918, en el que también se tilda a las obras de relativo producto humano, las obras son tan inútiles como inexplicables.

Las teorías son insuficientes, muletas para intelectos amputados de rodilla para abajo, imposibilitados de dejar huella en la tierra, al menos eso parece leerse entre las líneas de los manifiestos: ningún absoluto que difiera de la espontaneidad, esa facultad (aparentemente) indómita a cualquier programación, algo que quizá desmentirían hasta cierto punto, hasta cierto grado de incertidumbre creativa —si se lo puede nombrar de alguna manera—, los especialistas en neurociencia y lenguaje.

Es curioso que uno de los más profundos y concisos investigadores del lenguaje, el filósofo Ludwig Wittgenstein, coincide en varios de los puntos antes mencionados.

En su Conferencia sobre ética, Wittgenstein nos esclarece con pedagógica elegancia que, al querer adjudicar un valor absoluto, digamos de bueno, a una persona o una obra artística, por ejemplo, lo que hacemos no es sino cometer un error lingüístico, algo que confirmará la apreciación subjetiva de otro observador con gustos estéticos y escalas de valores distintos al nuestro.

Simplemente no podemos expresar lo que queremos expresar cuando intentamos otorgar un valor absoluto, enunciar una afirmación totalizante, quedando así desnudada la fragilidad del sinsentido desde el cual nace toda proposición ética. Un intento que, sin embargo, Wittgenstein respetaba profundamente, reconociendo en éste un movimiento tan inexplicable como humano: «Mi único propósito —y creo que el de todos aquellos que han tratado alguna vez de escribir o hablar de ética o religión— es arremeter contra los límites del lenguaje. Este arremeter contra las paredes de nuestra jaula es perfecta y absolutamente desesperanzado.»

Creo no buscar una quinta pata a la mesa al evidenciar la concomitancia de esta relatividad lingüística con los experimentos y postulados del dadaísmo. No hay un calco perfecto, las ideas son expuestas en tonos y formas distintas, pero sí hay una resonancia, casi un lema común en ese arremeter contra los límites del lenguaje.

¿Y qué hay del dataísmo, contra qué arremetemos un siglo después?

 

Ludwig Wittgenstein

 

Un receptáculo de nuestra inteligencia

Actualmente arremetemos contra los límites de la cognición, arremetemos contra ese acotado marco de actividad cerebral que, según cierto sector de la ciencia, circunscribe y rige nuestra actividad tanto orgánica como consciente.

Huelga decir que queda mucho territorio por explorar, que la comisura del cerebro y la conciencia no es tan nítida como la quieren exponer unos, que restringir la mente al soporte físico del cerebro es un postulado que no alcanza una dimensión tautológica, ni mucho menos. Digamos simplemente que el cerebro es el lugar de residencia de la conciencia, que esta se vaya o no de viaje es algo que excede los propósitos de esta incursión.

Esa página en blanco que hace un siglo era una prótesis análoga a la espera de grabar algunos de nuestros pensamientos y memorias, es hoy una prótesis digital capaz de autocorrección y de edición continua, mucho más maleable: un receptáculo de nuestra inteligencia con la cual podemos generar hipervínculos con infinidad de documentos y dispositivos informativos en la red.

Al día de hoy los computadores requieren mucha más energía que nuestros cerebros para computar el caudal de información que procesan, aún no son capaces de pensar como lo somos nosotros, pero está claro que pueden realizar ciertos ejercicios, tales como el análisis de información y la aprehensión de patrones, de una manera mucho más precisa y expedita que nosotros, al menos que el raciocinio erguido en la punta del iceberg cerebral.

El lenguaje, nuestra tecnología más antigua, está siendo discontinuado en lo que a procesamiento de información se refiere; un algoritmo de última generación es capaz de asimilar y sintetizar un corpus de datos más grande que los caracteres que poblaban los libros de la biblioteca de Alejandría, y de hacerlo en tiempo real, aunque, si de filosofar se trata todavía son pocas las inteligencias artificiales que pueden compararse a esa combada servilleta de neuronas que llamamos neocórtex, la que envuelve nuestro cerebro ejerciendo nanosegundo tras nanosegundo los procesos más complejos, como pueden ser el de comprender el significado del conjunto de símbolos que conforman esta oración, de tal manera que nos parece natural algo que a un cromañón le provocaría un mágico desconcierto.

Nosotros (supongo que al elegir esa palabra invoco a la cofradía de lectores anónimos asiduos a la curiosidad y al misterio), al menos algunos, todavía creemos en que hay cierta magia en algunas oraciones, en algunos versos.

Sin embargo, la revolución cognitiva en proceso también implica al lenguaje, a la lectura y creación literaria, baste para ello con leer una novela pre internet y contrastarla con alguna de los últimos años; lo que para un venezolano de los años cuarenta era ciencia ficción hoy pasa como narrativa común y corriente.

Y, más importante aún, la posibilidad de una interfaz cerebro–computador se aproxima vertiginosamente, está a la vuelta de la década, si aceptamos los pronósticos de Elon Musk sobre los biochips en los que trabaja Neuralink.

Dadá apoya su mentón en la mano de la espontaneidad mirando con jocoso escepticismo el escenario que le expone la bola de cristal: un hombre encorvado sobre un rectángulo luminiscente escribiendo que los pensamientos ya no estarán restringidos a las fronteras del cráneo, que los nostálgicos de cartas y teléfonos fijos se morderán la lengua al sopesar la posibilidad de entablar conversaciones telepáticas hacia el 2048.

Encantadores humanos, pensará Dadá con su espíritu atemporal, esparcida la tecnología por todos lados solo faltaba el interior del cuerpo. ¡Brindemos por los cerebros formateados con el último software del mercado! ¡Compremos el antivirus BrainBunker para reducir al mínimo la posibilidad de que nos hackeen la conciencia!

La espontaneidad juega a la velocidad de las neuronas, no se detiene tanto como lo quisiera un moralista o un redactor de paper académico. Dadá dixit que el arte venidero iba a ser de ella. Qué diría Dadá de la abstracción al cubo, del arte conceptual, del hiperrealismo de ciertas pinturas. Pero lo que nos ocupa es el lenguaje, el órgano que hasta ahora consideramos el objeto más complejo del universo: nuestro cerebro.

Si bien es relativamente fácil para los ingenieros más avezados en la neurociencia registrar la actividad de neuronas específicas o grupos de neuronas, algo mucho más fácil con aquellas relacionadas a las actividades motoras que a las de la memoria emocional, aún es sumamente complejo activar neuronas mediante electrodos y biochips para que cumplan una función específica.

Actualmente se están haciendo grandes esfuerzos por mapear la actividad neuronal de las diversas partes del cerebro y ya se han logrado grandes avances como los de permitir a personas parapléjicas controlar un brazo robótico o hablar mediante un sintetizador como en el caso de Stephen Hawking.

Pero en Neuralink quieren llegar a generar esa interfaz humano–internet que masifique la telepatía y expanda considerablemente la banda ancha de nuestro cerebro. En las primeras fases los objetivos son más recatados: paliar enfermedades neurodegenerativas, tal vez llegar a curar el Parkinson. Hay tanto escepticismo como entusiasmo, tanto en expertos como en el público.

Para quienes quieren indagar en este portentoso proyecto de bioingeniería pueden leer este extenso y lúdico post sobre el sombrero mágico para el cerebro que se proponen crear en Neuralink. La tecnología avanza exponencialmente y no se pausa para recobrar el aliento y reconsiderar si se está corriendo una maratón o está a punto de romperse el arnés que le sirve de garantía durante la caída libre.

Una pregunta arrecia: ¿Qué sucederá con los límites del lenguaje?

 

Stephen Hawking

 

El tiempo debe detenerse

Si pueden leer esto significa que están respirando, y, acto seguido, dándose cuenta de que ese acto automático se torna un ejercicio consciente, es decir se muda de un sector del cerebro al otro por el solo artilugio de unas palabras. Quizá a algunos les plazca hablar solos, dar vueltas en la habitación al tratar de resolver un crucigrama o hilvanar un discurso para la audiencia imaginaria que horas, o, días más tarde, estará en los pixeles del laptop con un rostro que (confiemos) continúa siendo el mismo humano, y otro, el otro y el mismo.

Ahora imaginen que hablan sin necesidad de usar sus cuerdas vocales, la muda voz que enlaza sus pensamientos visita el espacio biocibernético de un amigo para entablar un diálogo sobre el último lanzamiento de un cohete a Marte o la extinción de esa rana amazónica que se veía tan exuberante en las fotos de alta resolución.

¿Qué será de nuestras voces cuando podamos enviar mensajes telepáticos para reunirnos a tomar un café? Desafinaremos cantando en la ducha con mayor fruición o leeremos poemas en voz alta por el solo gusto de oír la prosodia de dos versos, como estos de Rodolfo Hinostroza:

“Todo está ahora detenido. No obstante/ hay como el ruido de cubiertos en una larga sobremesa.”

 

*

En una de las secciones de su obra Psicopolítica, dedicada precisamente al Big Data, Byung Chul Han ya parangonaba el dataísmo al dadaísmo: «El dataísmo se muestra como un dadaísmo digital. También el dadaísmo renuncia a un entramado de sentido. […] El dataísmo es nihilismo. Renuncia totalmente al sentido. Los datos y los números no son narrativos, sino aditivos. El sentido, por el contrario, radica en una narración. Los datos colman el vacío de sentido».

Si bien la analogía de Han apunta a un diagnóstico fundamentado, es necesario matizar la procedencia de esa renuncia al sentido. La distinción es la que hay entre una renuncia y una omisión.

Si el dadaísmo renuncia a una estructura racional del lenguaje, el dataísmo inaugura la época del panóptico digital, donde todo se registra y traduce a datos, por el cual nos hemos invadido debido a la inercia con la cual la tecnología ha ido colonizando la cultura de la aldea global.

En el primer caso Tzara y compañía denuncian el nihilismo europeo que ha conducido a la primera gran guerra, abdican del andamiaje semántico establecido con tal de desaprender los condicionantes patrones de la cultura occidental, ese lastre de la culpa y el insaciable instinto de dominación del hombre blanco; proponen, en última instancia, dinamitar las normativas expresivas para dar cauce libre a la expresión del espíritu a través del individuo. A eso llaman la dictadura del espíritu.

En cambio, el dataísmo funciona a la manera de una avalancha cuantificativa, en continua y exponencial expansión, que transforma todo lo que puede en datos mensurables, materia prima para el análisis de múltiples variables con las cuales es posible predecir el comportamiento de un sujeto, un mecanismo o un colectivo, incluso registrando acciones o hábitos que para el sujeto son inconscientes.

A partir de esa lectura en tiempo real de factores físicos y micropsíquicos, Han entiende que entramos en la era del inconsciente digital. Curiosamente, Han concluye su Psicopolítica elaborando un elogio al idiota, a partir de una cita de Deleuze: “Hacerse el idiota siempre ha sido una función de la filosofía”. Quizás no sea el mismo que Dadá, pero sí un hermano empecinado también en transfigurar el absurdo reinante en creatividad.

Lo cuantificable se impone a lo cualitativo, lo artificial a lo orgánico, al menos en lo que refiere al paradigma colectivo, aunque las vías de fuga hacia lo interior, hacia un habitar consensuado y sustentable perseveran en los márgenes del panóptico digital.

Éste está más activo que nunca, el mercado de los datos ya es el mayor del mundo y los gigantes tecnológicos ejercen desde inicios del siglo como monarcas de lo que la socióloga Shoshana Zuboff denomina el capitalismo de la vigilancia, generando a pasos agigantados el albor de las tecnocracias donde el mercado y lo estatal actúan conjuntamente en pos del control y la organización social, como ya sucede en China, cuyas tecnologías de reconocimiento facial son las más avanzadas del mundo.

En este documental lanzado en diciembre del año pasado, Zuboff expone con peras y manzanas como el auge del Big Tech de Sillicon Valley, ha ido aceitando año tras años los mecanismos que permiten capturar la mayor cantidad posible de información de los usuarios de la internet y las redes sociales.

El grado de precisión es tal que el algoritmo de un mercado comenzó a ofrecerle productos de bebé a una mujer que no sabía estaba embarazada… solo por cambiar su elección desde un champú aromático a uno neutral.

Esto en gran parte gracias a lo que en la primera década del siglo se llamaban datos residuales, los que ahora van desde la elección de emoticones, hasta las respuestas de encuestas, el comentario sobre apetito de comer pizzas o reunirse con un amigo en tal lugar a tal hora específica, que contribuyen a configurar un perfil en alta resolución del usuario.

El fenómeno de Pokemon Go, como ella explica, fue un experimento global donde convergieron un juego virtual en el espacio físico, siendo conducidos como un rebaño los jugadores a los locales que pagaban a Niantic, la empresa del juego de realidad aumentada, para consumir en sus dependencias. Fue un éxito escalofriante. Cuando Zuckerberg dijo que el futuro sería privado Dadá se revolvió en su tumba y se levantó con una carcajada idiota a orinar en el urinario de R. Mutt.

Nuevas contraposiciones: la inutilidad dadaísta versus el hiperutilitarismo dataísta; la dictadura del espíritu versus el panóptico digital, que propicia la dictadura de los datos. Podrá extrañar a algunos, el término dictadura del espíritu, mencionado por vez primera en una carta de Tzara a Breton: “¿Has pensado alguna vez en la dictadura del espíritu? ¿Sobre la claridad de la precisión que aportaría a la educación de las individualidades?”.

Aquello a lo que parece referirse Tzara, eso que intenta traducir sabiendo que se perderá mucho en el empaquetamiento verbal del concepto, apunta a un incendio de la escalera mecánica del intelecto, a un pararrayos del poeta que inmola sus constructos identitarios, sus anquilosadas herencias y costumbres, ya sean morales o lingüísticas, con tal de catalizar la expresión del espíritu desenmascarado de las chiporras e ideologías que han querido endilgarle los humanos interesados en apropiarse de aquello que nos rebasa a todos, dotándolo de apellidos, dietas teológicas e instituciones para acomodar a los burócratas de la divinidad.

En el Manifiesto de 1920 Tzara proclama: «Dadá es la dictadura del espíritu, o dadá es la dictadura del lenguaje o dadá es la muerte del espíritu…» y más adelante dice: «Dadá es un microbio virgen». El espíritu abriéndose paso como una cascada a través del atrofiado mamífero pensante. En la época posterior al período dadá, hacia 1926 Tzara escribe «Dictadura del espíritu»:

«Para salvaguardar el semental ideal / Para la agudeza visual / Por la independencia de la palabra / Por la autonomía de los instintos / Por la libertad / Contra los recuerdos y sus sustitutos literarios / Contra géneros, catálogos y teorías / Contra concesiones / Contra los marchantes de arte e ideas / Contra los que son explotados / Por el advenimiento de la poesía».

 

Tristán Tzara

 

La naturaleza del dadaísmo

La simplicidad, la espontaneidad, serían entonces las modalidades más precisas para transmitir con la mayor inmediatez posible las efusiones del espíritu mediante el lenguaje. En otro de sus escritos Tzara elogia la capacidad de Hans Arp para traducir sus “estados de espíritu momentáneos”, lo que nos da una pista sobre el concepto y la naturaleza del dadaísmo.

Las paradojas abundan en los escritos dadaístas, hablar de espíritu es entrar en terreno paradojal, en ese círculo cuyo centro está en todas partes y cuya circunferencia en ninguna; en este ámbito, el lenguaje, que ya es un intermediario en slow motion de nuestra actividad pensante (o con poca banda ancha como dirían los informáticos), balbucea como una mantis religiosa ayunando bajo el firmamento nocturno, el no saber se vuelve nuestra única prenda y el silencio una desembocadura perentoria, ese paréntesis de los pensamientos fecundado por una atención desinteresada, acaso la única vía para dar curso a la expresión del espíritu.

Si se leen despaciosamente los manifiestos dadá tarde o temprano algunos de sus párrafos o frases sueltas evocarán algo así como un eco a koan zen. A veces las declaraciones son directas a más no poder: «Yo escribo este manifiesto para mostrar que pueden ejecutarse juntas las acciones opuestas, en una sola y fresca respiración; yo estoy en contra de la acción; a favor de la continua contradicción, y también de la afirmación, no estoy en favor ni en contra y no lo explico porque odio el sentido común.»

No extrañará tanto ahora entonces que la vanguardia a modo de bomba de racimo contra las convenciones burguesas y el arte como producto de mercado, que era el dadaísmo, se asigne precursores tan remotos, y aparentemente lejanos en las coordenadas de los párrafos enciclopédicos, como el taoísta Chuang Tzu:

“Dchouang-Dsi era tan dada como nosotros. Te equivocas si tomas a Dada por una escuela moderna, o incluso por una reacción contra las escuelas de hoy. Muchas de mis afirmaciones le parecían viejas y naturales, es la mejor prueba de que eran dadaístas sin saberlo y tal vez antes del nacimiento de Dadá.”

 

*

He soñado con una vieja y amplia cabaña de madera, en una de cuyas habitaciones Leonardo di Caprio me iniciaba en la telepatía. Literalmente sentí la transmisión de pensamientos de un cerebro al otro, así de tanto leer sobre Neuralink y la vanguardia de la inteligencia artificial.

Joscha Bach, científico cognitivo e informático nacido y criado en la RDA, está al tanto que la actividad cerebral de un hombre que sueña difiere en poco de la del que camina sobre un piso de madera; es la actividad de los neuroreceptores sensoriales, en el último, lo que cambia la experiencia, mientras que el cerebro del soñador da descanso al neocórtex y al hemisferio izquierdo, aquél encargado de los procesos lógicos y analíticos, para dar preponderancia al cerebro medio y el sistema límbico.

Para él lo que llamamos estar despiertos en el mundo diurno bien podría ser un elaborado sueño representado por las diferentes combinaciones de neuronas y sinapsis, un simulacro minucioso al cual la actividad cerebral dota de colores, olores, tonos de voz y oídos para escuchar su voz y cuestionarse si las nubes arrezagadas sobre la urbe no son más que otra alucinación cerebral, tal como nuestra identidad y la circunstancia de vivir en el 2020.

Esto no significa que Joscha avale la teoría de que vivimos en una gran simulación, teoría sugerente y que defienden algunos informáticos y filósofos contemporáneos. Para él no debemos olvidar que en este universo la información, como la energía, parece no destruirse, sino transformarse y trasladarse.

¿Qué distingue, entonces, a la energía de la información? Pregunta abierta que indagan la computación cuántica y la filosofía cuántica. Será nuestra agencia, en este universo de información, tan similar a un algoritmo en continuo aprendizaje, como los plantea el biofísico Ulrich Warnke:

«Mientras que la consciencia y la subconsciencia transfieren toda la información a la mente y al alma del ser humano, la voluntad tiene otra función: dirige la información con precisión y la organiza en un patrón de acciones futuras.»

Joscha es uno de esos tipos que piensa metapsicológicamente y lo hace convergiendo con inusual facilidad (y humor) la filosofía de Tomás de Aquino y el léxico informático para hablar de cómo el cerebro modela nuestra experiencia generando la narrativa en la cual nos parapetamos día a día para aceptar la fuerza de gravedad y levantarnos pese al bullicio del mundo exterior.

El cerebro es quien nos cuenta la historia de nuestra conciencia, con la cual dotamos de significado a un montón de objetos y memorias, eligiendo si almacenar la impresión visual de una bandera o las garzas en la taza de té. Él piensa fuera de la caja y eso le permite generar un diálogo entre psicología y arquitectura cognitiva, computar la consciencia y concientizar la computación. Es más bien escéptico sobre la ambición de generar una interfaz cerebro-internet a través del biochip de Neuralink, en el sentido de la aprobación de instituciones como la FDA, y plantea un punto importante, uno que los dataístas suelen omitir.

En cierto grado ya somos capaces de generar una interfaz de mente a mente, y una un poco más elaborada que el ripioso lenguaje verbal, esa a la cual accedemos mediante una reciprocidad anímica, una atenta empatía.

Acaso a eso refiere la anécdota de cuando el buda Siddharta Gautama levantó una flor ante su audiencia sin decir nada. Solo lo comprendió su discípulo Kasyapa, que sonrió. Entonces el buda dijo: “Tengo la joya sin precio del Ojo del Dharma, y ahora a ti te la entrego, Kasyapa.” Este episodio dio inicio a la transmisión “de corazón a corazón”.

Hace aproximadamente un mes y medio el mandatario de los pocos por ciento anunció la licitación de la red 5g con una frase que podría ser un taldo del guionista, pero que efectivamente afirma un escenario plausible en las décadas por venir: “es la posibilidad de que las máquinas puedan leer nuestros pensamientos e incluso puedan insertar pensamientos, insertar sentimientos, y una de las preocupaciones que analizamos fue que no basta con proteger los datos, tenemos que pensar también como vamos a proteger nuestra conciencia, nuestra intimidad”.

El resto consistió en la usual retórica del progreso y la modernización, más propaganda que prevención. Por esos días también Neuralink y su maestro de ceremonias Elon Musk ofrecieron una demostración en vivo de los biochips integrados al cerebro de unos cerdos, registrando a las neuronas olfativas que se disparaban en tiempo real. Si algo avanza durante la recesión pandémica son las vanguardias tecnológicas. Y los enclaustrados por fuerza mayor cada vez más dependientes de estos dispositivos, las telellamadas y redes sociales pujantes.

Otro de los puntos riesgosos de nuestra relación con estas nuevas tecnologías, uno que para unos es la aparente máxima comodidad, es la arquitectura algorítmica de las redes sociales, Google y la publicidad.

Según me ilustró mi caro amigo informático Omar, quien me introdujo a Joscha Bach, hay una dinámica informática prácticamente ubicua a la cual se denomina feedback loop, la cual consiste en que a partir de los datos recolectados por tu actividad en la internet estas webs te muestran y publicitan aquello que compete a tu perfil, o para ser más exactos, que calza como un anzuelo para gatillar hormonas del placer en tus circuitos neuronales, así con los likes y las páginas o personas sugeridas como compatibles a ti.

¿Qué problema hay con ello? Pues que nos programan para continuar cultivando los sesgos que nos apartan de otros grupos, gustos, opiniones, valores y estéticas incluidos. Se nos invita a permanecer hipnotizados en la burbuja de la autocomplacencia. Si buscamos poesía se nos muestra más poesía, si visitamos páginas racistas o misóginas se nos muestran más en esa línea.

Entonces, para comenzar a rematar este híbrido zurcido ensayístico del arte y la información, podemos parafrasear al artista conceptual Joseph Kosuth (otro acuariano), quien nos dice con lacónica perspicacia: “Arte es lo que haces, cultura es lo que te hacen”. Y decir, sin aspavientos ni luces de neón, una frase tan coja como abierta a la deriva de los significados: “Dadá es lo que haces, dataísmo es lo que te hacen”. Otra variante simplista podría ser: “Dadá es el hemisferio derecho del cerebro y Dataísmo el izquierdo”.

 

Joseph Kosuth

 

Consideraciones finales

No sé si haya logrado desmalezar el istmo que hay entre estas vertientes del quehacer creativo y la modelación cultural del globo, pero algo se habrá esclarecido en el camino. En el curso de nuestras vidas podremos leer una novela de ciencia ficción generada a partir de una cooperación entre los clones informáticos de Tzara, Wittgenstein, Phillip K. Dick y Elon Musk, si es que alguien con la pericia informática y la intrepidez combinatoria así se lo propone.

Este escenario nos plantea el salto cuántico por el cual está transitando nuestra especie, en el cual la comunicación está avanzando en varios órdenes de magnitud desde el año cero del internet (no así la comunidad) y es difícil predecir si estamos abriendo la caja de Pandora o comenzando a decodificar el conocimiento que nos legó Prometeo, si nos estamos refocilando en un lecho de bits e informaciones que nos proveen de soluciones a problemas antes irremediables o estamos olvidando como acceder a la esfera del conocimiento directo de la conciencia.

Esa vía que no necesita de prótesis tecnológicas ni talleres de autoayuda, sino de un repliegue anímico capaz de abdicar de la propia identidad y del bullicio del mundo, tal vez como lo puedan hacer algunas computadoras. ¿Quién puede negar que el satori computacional, si no se produjo ya, acaecerá en una primavera menos lejana de lo que conjeturamos?

En fin, la poesía también está siendo interpelada por este cambio de paradigma, ya hay experimentos en los cuales gracias al machine learning ciertas inteligencias artificiales son capaces de componer poemas. Los dejaré con uno de ellos, hecho con el estilo de Wallace Stevens, y la incógnita de qué sucederá con los poemas de carne y hueso cuando baste con poner como input la tradición de la poesía occidental a un algoritmo para que componga un poema tan populoso como los cantos de Withman, tan irónico y prosaico como los epigramas de Horacio, tan lírico y experimental como las fracturas sintácticas de Vallejo, tan clásicamente eróticos como los fragmentos de Safo y tan visionarios como los libros proféticos de William Blake.

Poemas científicos, creaciones simbólicas, un alambique algorítmico capaz de sintetizar el elixir de una tradición poética, ¿o no? ¿Qué será, entonces, de los poetas resignados a unas horas de lectura al día? ¿No quedará más nicho que apelar al corazón, al error feliz que decanta en inventiva, al residuo espiritual que fecunda de cuando en cuando nuestros distraídos pensamientos?

Y eso que en uno de los manifiestos se descubre lo que Tzara llama un gran secreto: «El pensamiento se hace en la boca». Bienvenidos a la era de la poesía post humana.

«Genereated Poem 4»

Nobody will come to this place. It is a road that leads nowhere.

The solitude is deep. The mountains are high.

But they are desolate, and they turn the traveler’s face

Towards the North. All the sounds of the world are far away.

When the wind rises above the trees,

The boughs bow to the ground.

Even the birds that inhabit the tangle of weeds

That is the roadside cover, are silent. One listens,

But hears no roar of the forest. One is alone.

One will be taken.

One will be taken.

There is no utterance, there is no conversation,

But one is uneasy all the same….

There is a thin blue mist,

A darkness rising like smoke,

And within that darkness

A possession of the heart.

One will be taken…. It was here, and it will be here again-

Here, under this sky empty and full of light.

 

*

Nadie vendrá a este lugar. Es un camino que no lleva a ninguna parte. / La soledad es profunda. Las montañas son altas. / Pero están desoladas, y dan vuelta el rostro del viajero / Hacia el norte. Todos los sonidos del mundo están muy lejos. / Cuando el viento se eleva sobre los árboles, / Las ramas se inclinan hasta el suelo. / Incluso los pájaros que habitan la maraña de malezas / Esa es la cubierta de la carretera, son silenciosos. Uno escucha, / Pero no escucha el rugido del bosque. Uno está solo. / Uno será arrebatado. / Uno será arrebatado. / No hay ninguna declaración, no hay ninguna conversación, / Pero uno se siente incómodo de todas formas… / Hay una fina niebla azul, / Una oscuridad que se eleva como el humo, / Y dentro de esa oscuridad / Una posesión del corazón. / Uno será arrebatado… Estaba aquí, y estará aquí de nuevo… / Aquí, bajo este cielo vacío y lleno de luz.

 

También puedes leer:

[Ensayo] Del dadaísmo al dataísmo: Un crucigrama en llamas (parte 1).

 

***

Alfonso Matus Santa Cruz (1995) es un poeta y escritor autodidacta, que después de egresar de la Scuola Italiana Vittorio Montiglio de Santiago incursionó en las carreras de sociología y de filosofía en la Universidad de Chile, para luego viajar por el cono sur desempeñando diversos oficios, entre los cuales destacan el de garzón, barista y brigadista forestal.

Actualmente reside en Punta Arenas, cuenta con un poemario inédito y participa en los talleres y recitales literarios de la ciudad. Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

Alfonso Matus Santa Cruz

 

 

Crédito de la imagen destacada: Collage de Alfonso Matus Santa Cruz.