Cuento «Las olas en diagonal», de Alberto Collados Baines: El ejemplo de un genio creativo y multifacético

El autor es arquitecto, acuarelista y escritor. Esta triple combinación, no tan usual en el arte chileno, le ha permitido tener un amplio repertorio literario que va desde la poesía a los cuentos y de los artículos a las columnas. Su interesante trabajo, del cual fervientemente esperamos que tenga un mayor reconocimiento en el futuro, alcanzó una importante notoriedad cuando la prestigiosa editorial Nascimento publicó dos cuentos suyos. En esta oportunidad, «Cine y Literatura» quiere honrar su trabajo publicando el relato «Las olas en diagonal» de su reciente libro «Surtido para caldillo». Prologado por Pedro Gandolfo, estamos ante un texto desbocado en una imaginación insolente y donde lo convencional queda congelado.

Por Alberto Collados Baines

Publicado el 4.6.2019

 

Quiso Nicanor Parra tener una casa-sarcófago en el litoral central, al estilo de otros poetas, me encargó el proyecto, nos juntábamos en el terreno frente al mar, a poco andar se sustituyó la idea por la compra de una casa usada en Las Cruces, donde durante años y años nos juntamos, entreverando la conversación con artefactos y cartas al director. En esto se inspira «Las olas en diagonal».

Una pequeña explanada sobre un peñón del litoral central, roqueríos descendentes, mar hirsuto y estruendoso, las olas en diagonal, una costa entretenida la Punta de Tralca, brumosa, en lontananza, las ruinas del carromato fundidas con el suelo pródigo del lugar, matillas rastreras capaces de enfrentar al viento, cactáceas, plantas suculentas, ávidas de humedad, terrones rojizos, rocas dispersas en descomposición, un manto sutil de colores apagados que ya empieza a trepar atrapando al carromato, lo que queda de esos utilitarios Volkswagen que se usan para llevar niños a los colegios, alguna vez pintado color mostaza, desmantelado del motor y las ruedas y todo lo vendible, embellecido por los matices del óxido de fierro, cadáver en sí, depósito funerario, último hito del tour de sordomudos, vienen bajando ya del autobús de turismo, soy el guía, contratado por la agencia de turismo para este programa «Poetas, tumbas y rastros», ellos traen a una intérprete que habla y escucha y a su vez domina la jerigonza gesticulante de los sordomudos, me traduce, es una mujer grandota y decidida, los maneja bien, tengo que esforzarme para que no me sobrepase, en el grupo viene una niña muy dulce, es manca, de su única mano salen unos dedos de increíble agilidad, debe arreglárselas en media lengua la pobre, qué menos va a hacer uno en este trabajo que enamorarse de la niña bonita del tour, se van disponiendo en semicírculo, siempre que hay espacio lo hacen, todos han de ver a la intérprete y procuran verse las manos entre sí, el carromato era de un viejo poeta, dice la leyenda que frecuentaba este lugar, había, incluso, comprado unos derechos en un predio vecino, el sitio mismo donde estamos no tenía dueño cierto, dicen que alguna vez perteneció a un tal que vivía en Hamburgo, quiso el poeta levantar allí un refugio, un taller, un premuseo funerario, como se estilaba ya en la época, hasta dicen que andan unos planos por ahí, pero el viejo era un poeta más bien nómade, el carromato era su refugio, su taller, su museo y su sarcófago, muchos creen que está enterrado aquí, que ese fue su testamento secreto y así fue cumplido, que tal vez en los roqueríos cercanos al mar, se dicen muchas cosas de este viejo, que aún no ha muerto y que enterraron a un muñeco, pero la verdad es que no tiene tumba conocida, y hasta dicen en vida que vendió sus huesos, y que quién los tenga saltará algún día a la fama, y aún, que se los vendió a más de uno, que a su muerte se produjo la disputa, y unos dicen que al final uno solo se quedó con ellos, pero otros testimonian que fue dividido, y hasta hay quienes creen que aun cuando aquella vez enterraron a un muñeco, al poco tiempo murió ahogado en esta playa frente al peñón, traicionera, le decían la playa de los ahogados, por los muchos que ahí se ahogaban, y aseguran los lugareños que sale a penar de las olas, cuán Neptuno, y se acerca al carromato, lo cierto es que el carromato alguna vez le perteneció, que iba por las tardes al lugar y se quedaba a ver la puesta de sol, que dormía la siesta en el carromato, con zapatos, que una vez un joven entre escritor y periodista fue allá mismo y lo entrevistó, todo esto debe transformarse en morisquetas y gesticulaciones, les interesa el relato a los sordomudos, es un acierto terminar el tour en este lugar con la puesta de sol, al ocaso se lee el poema del sol de mar, el grupo viene ya cansado de un intenso recorrido, hasta Montegrande habíamos remontado los resecos valles nortinos, la casa museo de la maestra poetisa, el huerto tras la casa, papayos, almendrugos, el oasis, la fuerza de la tierra, el cielo líquido entre los cerros, las tensiones magnéticas, las andanzas, la verdad, la leyenda y el poema del Cristo de Elqui, los petroglifos en el camino, los viñedos y los alambiques pisqueros, habíamos entrado en una bodega, la trágica historia de la poetisa nortina, los sonetos de la muerte, les recité uno de memoria y se los repitió la mujer gesticulante, ahí no se podía dejar de hacer referencia, por eso del suicidio, a la otra gran artista, poetisa, música y cantora, de ella poco habíamos podido incluir en este tour, el ómnibus había pasado por el sitio donde alguna vez estuvo la carpa, el último bastión de su trágica vida, el programa nocturno en la peña lo habíamos suprimido, claro, si no escuchan, aun así el conductor todo el día puso las cintas con la música en cumplimiento a lo indicado, visitamos luego la casa de su hermano, poeta de renombre, chillanejo viejo como ella, y ahora, viniendo al litoral, dimos una pasadita por Las Cruces, lindísimo lugar, balneario de principios de siglo, allí estaban las ruinas del castillo negro, nunca fue castillo, una casona de playa, en un alto entre las más antiguas y señoriales, incendiado, dicen que intencionalmente, perteneció al mismo poeta, al hermano chillanejo, de ahí habíamos seguido a Cartagena, ciudad balneario de majestuosa estampa y abigarrada actividad, otrora elegante, hoy populosa, palacios de madera transformados en residenciales de esbelta y distinguida presencia, el encanto que brinda el vigor del mar y la superación mágica de la pobreza en despilfarro, en los cerros de Cartagena, un cementerio desolado, abierto a los vientos, una vista indeseada a un océano extenso y desafiante, casi desapercibida, la tumba del gran poeta, en vida perseguidor del mundo, rey de París, qué barbaridades habría dicho si se hubiera imaginado que todos estos sordomudos iban a visitar sus restos, penetrante viento, pronto quisieron subir al ómnibus, la manca aceptó con su primera sonrisa una parka que le ofrecí y le puse sobre los hombros, andaba muy desabrigada, algunos que estaban cerca se hicieron morisquetas y señales, a estas alturas me tenía ya muy enervado la farándula gesticulante, tuve la idea de cortarles a todos las manos, menos a mi reina manca, y subirlos así al ómnibus a ver si eran capaces de inventar un idioma de muñones, Isla Negra estaba cerca, el punto culminante, la tumba del vate, para muchos, lo único importante tras una semana de ir y venir, había tumulto y mucha gente, perdimos el turno reservado y tuvimos que hacer tiempo para que se despejara, compraron baratijas y artesanías, deambularon por las sombrías callejuelas cercanas al museo y bajaron a la playa, algunos se quitaron los zapatos y se acercaron a las turbulentas rompientes, me enternecí al ver a la manca descalza, pensé que por su carencia tal vez tuviera que haber aprendido a hablar con los dedos de las patas, difícil fue para este tour la casa como difícil ha de haber sido vivir en ella mientras se transformaba poco a poco en museo en vida del poeta, mostrar objetos y explicarlos en espacios tortuosos y estrechos, para estos sordomudos dependientes del contacto visual de cada cual con la intérprete, con sus manos y con su cara, y con la cosa que estaba mostrando, muchas veces era imposible, sólo unos pocos alcanzaban a entender, hubo intentos de retransmitir los mensajes, por algún voluntario, a los desubicados, pero siempre hubo roces y molestias, tuve que decirles que tanta cosa linda que había allí no requería explicación, luego fue necesario hacer un recuento del recorrido, volvimos a los mascarones de proa y vimos otra vez desde fuera las botellas, al altillo subieron en pequeños grupos, habiendo recibido las explicaciones antes, lo del allanamiento, que es por lo que todos preguntan, ya en los exteriores se distensaron los ánimos, al recorrer el jardín frío, la sepultura, los espacios abiertos ante el mar, una recitación de poemas selectos del vate por una actriz a la que habíamos advertido la condición de nuestros clientes y que se esmeró en la expresión de lo visible, menos atractiva había sido la parada en La Sebastiana, casa museo del poeta en el puerto de Valparaíso, ubicada en un lugar espectacular entre los cerros, una edificación de varios niveles, los dos más altos un refugio encaramado del artista para sustentar desde allí un panorama de esta maravillosa cuidad, que ahora los visitantes pueden conocer, los niveles inferiores habían sido la casa de unos tíos, amigos del poeta, sus anfitriones cuando llegaba al puerto, hoy convertida en museo, complementario del altillo, el conjunto arquitectónico incluye también un pequeño teatro, y allí habíamos programado una función de mimos, alegóricos poemas del vate, que a último momento fracasó, no llegaron los artistas, y los sordomudos, frustrada su esperanza del único espectáculo que les había podido acondicionar la empresa, debieron esperar el ómnibus reunidos en el estrecho jardín  atrapado  entre retazos de otras casas, admirando un paisaje que ese día mostraba activo trajín de barcos en el puerto, perfumada la atmósfera con el aroma dulzón proveniente de una fábrica de galletas para perros cercana, que desde hacía años los vecinos trataban de erradicar, luego pudimos mostrarles una colección de dibujos y caricaturas de un genial artista porteño, eso les gustó, y visitar su tumba en el cementerio, en los cerros, un lugar romántico y poético, paseos en lancha y en funicular y algo de la vida turística tradicional quitaron en parte el bochorno del espectáculo esperado que no llegaba y que no llegó, estaban en un buen hotel, el grupo se juntaba en un vestíbulo con cielo de espejo, los ascensores tenían también cielo de espejo, y eso los divertía y les mejoraba el ánimo, todos mirando hacia arriba, parloteaban con las manos, se las veían al revés, podían hablar así al unísono, sin la preocupación de no estarse tapando unos con otros, y al final de tantas aventuras llegamos junto a este carromato, alguna de las incontables veces que el viejo poeta estuvo meditando, contemplando las olas en diagonal, el Volkswagen no partió, cuando pudo regresar con un mecánico ya no estaban las ruedas y tampoco partió, y ahí fue quedando, dicen que iba a verlo de vez en cuando, pero que luego ya no fue más, debía contarles la leyenda del sol de mar, obra maestra del viejo poeta, antes algunos treparon a la puntilla, la cumbre de la península, a unos pasos del lugar, tomaron fotos panorámicas, abarcando sin interrupción el litoral sur hacia Punta de Tralca, y el litoral norte hasta Mirasol, otros alcanzaron el rompeolas, la manca en ese grupo, cada tres o cuatro olas un estallido de espuma sobrecogía a quienes osaban acercarse, por fin el grupo se juntó, y se pudo iniciar el relato, el sol ya cerca del agua, esta leyenda fue concebida por el viejo poeta en alguno de sus viajes, tal vez en Buenos Aires o en Barcelona o en Estocolmo, donde el sol, al contrario de lo que aquí verían, no se sumerge en las aguas en el ocaso, surge de ellas al amanecer, y la leyenda dice que todos los soles de mar, esos que tanto abundan en estas rocas y suelen los turistas martirizar, esos hermosos bichos habitantes de la costa, al caer la noche, emprenden desenfrenada carrera, desde todos los rincones del litoral, y al final de cada noche, tras recorrer el fondo del océano, quien ganaba la carrera era ungido rey de los soles y surgía de las aguas para iluminar el día, el final del poema se hacía coincidir con el instante en que el sol entraba al mar, y todos se quedaban absortos mirándolo, luego sin más que decir se fueron subiendo al ómnibus de turismo, y así nos alejamos del carromato donde el viejo poeta dormía la siesta con zapatos, las olas en diagonal.

 

Alberto Collados Baines (1941), es un viajero empedernido, inquieto admirador y cultor de las artes. En el ámbito literario ha publicado cuatro libros (Ostras con mostaza, Nascimento , 1977, relato en torno a la sobrevivencia de las placentas; El cajón está más podrido que el muerto, Nascimento, 1983, Alegoría en torno a la muerte de Antonio Gaudí; el poema Cuando venga el Papa a Valparaíso, Transparencia 1998, Archipiélago, 2017, que ganó el primer premio en las Justas Poéticas de Dueñas , Palencia, España; y Señor Director, Archipiélago, 2017, archivo de cartas publicadas e inéditas).

En las artes plásticas, se inclina por la acuarela y ha expuesto en distintas ocasiones obteniendo varios galardones y un amplio reconocimiento.

Fue ayudante del acuarelista Hardy Wistuba, y director del Concurso de Acuarela Hardy Wistuba desde 2010 hasta la fecha, certamen de trascendencia nacional que se realiza anualmente en conjunto con la Liga Chileno Alemana de Cultura.

 

Los cuentos de «Surtido para caldillo» (Archipiélago Editorial, 2019)

 

 

 

Imagen destacada: Alberto Collados Baines.

Crédito de la bajada previa al relato publicado: Joaquín Escobar Cataldo.

Crédito de las fotografías utilizadas: Archipiélago Editorial.