La crisis moral del cine chileno: Una oportunidad para reflexionar sobre el estado del arte

La reciente hecatombe valórica sufrida por el celuloide nacional permite abrir el abanico de las múltiples problemáticas que se hayan dentro y fuera de la industria local, y posibilita hacernos conscientes de cómo funciona, y además se visibiliza un circuito muchas veces opacado por las producciones extranjeras anglos, reivindicando la creación propia, causa y consecuencia de nuestra identidad social y cultural.

Por Jessenia Chamorro Salas

Publicado el 6.7.2018

Durante el segundo semestre del año se celebrará el ya clásico “Día del cine chileno” con una exhibición de las producciones nacionales en gran mayoría de las salas más emblemáticas, centros culturales y cines independientes del país. Esta festividad es organizada por el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio y tiene por objetivo tanto difundir las producciones audiovisuales de las últimas temporadas –las cuales suelen estar durante poco tiempo en cartelera, salvo excepciones “taquilleras”- como acercar al público a las películas nacionales, convirtiendo la fecha en una oportunidad de democratización del séptimo arte nacional.

Sin embargo, pese a estas iniciativas bienintencionadas, es pertinente reflexionar acerca del estado actual del cine chileno, pues no basta solo haber ganado el máximo galardón de la industria del cine mundial, ni siquiera haberlo hecho en dos ocasiones, para que el cine chileno sea valorado fuera y dentro del país. Aquellos premios fueron solo la consecuencia de un arduo trabajo de investigación y creación, en donde los involucrados, desde los actores a los diseñadores, pasando por directores, asistentes y productores, han debido sortear un sinnúmero de obstáculos hasta dar con la apuesta que tuvo éxito.

¿Qué basta? ¿Qué se requiere entonces? Un incentivo no solo conmemorativo sino factual, que evite la precarización de la industria y esa lucha engorrosa y burocrática por obtener fondos concursables. La política propuesta por el gobierno en curso apunta a la idea del “vaucher” de cultura: ¿será suficiente? ¿No habría acaso que apuntar hacia una mejora en las condiciones laborales de la industria del cine y de las artes y cultura en general?

He ahí el punto en cuestión, apoyar a las artes más allá de una plataforma que sirva para visibilizar las producciones, como lo es el llamado “Netflix Chileno” Onda Media, sino que generar instancias que colaboren materialmente en términos de financiamiento a los proyectos que tengan tanto creadores emergentes como consagrados, pues de otra forma difícilmente se podrá competir en términos de taquilla con las películas hollywoodenses, las cuales se llevan gran parte del público cinéfilo, debido a que son exhibidas en cines de mall, el epicentro social contemporáneo.

En la otra cara de la moneda, las películas chilenas en su mayoría son exhibidas durante cortas temporadas en cines independientes y de corte cultural, para un público conocedor, nostálgicos o espectadores undergraund; y las con mejor suerte, ocupan las pantallas de los cines de mall con buenos resultados en venta de entradas, el cual es el caso por ejemplo de los últimos largometrajes protagonizados por la actriz Paz Bascuñán: Sin filtro y No estoy loca, comedias dramáticas comerciales cuya apuesta radica en la conexión con el público de TV, y que nos recuerdan a las comedias clásicas del cine norteamericano. ¿Pero qué ocurre con las cintas con mayores apuestas estéticas y sociales?

En la cartelera nacional abundan filmes que problematizan aspectos sumamente relevantes de la sociedad chilena, como por ejemplo el documental “En tránsito”, recién estrenado en la Cineteca Nacional y que trata sobre personas transgéneros, o la película “Los perros”, protagonizada por Isidora Zegers y Alfredo Castro y que aborda el lugar de los victimarios y su participación en la Dictadura (1973 – 1990) ¿Cuánto tiempo durarán en cartelera? ¿Cuánta gente las verá o habrá visto? En cambio, tenemos en la retina el éxito arrollador de películas como El Rumpy, Sin filtro, la trilogía Qué pena tu vida, las de Stefan Kramer, entre otras. Esto permite preguntarnos: ¿Hacia dónde apunta el cine chileno que se exhibe en las grandes salas?

En este sentido, y dada la contingencia noticiosa, no se puede desconocer el hecho de que estas últimas semanas la industria audiovisual ha entrado en crisis debido a las acusaciones por presunto acoso y abuso sexual en contra del director de teleseries Herval Abreu, y asimismo en contra del director de cine Nicolás López, las cuales abren la discusión y la reflexión en torno a las malas prácticas que se han dado tras la industria y la precarización del trabajo actoral, especialmente el de las mujeres, quienes han sido vulneradas por estos sujetos “todopoderosos” de la industria. El develamiento de tales circunstancias que están aun en proceso, permite reflexionar en torno al sistema heteropatriarcal chileno, el cual se manifiesta incluso y aun más, en la industrial de la cultura y de las artes.

La reciente hecatombe valórica y moral sufrida por la cinematografía chilena, por todo lo anteriormente señalado, permite abrir el abanico de las múltiples problemáticas que se hayan dentro y fuera de la industria local, y permite hacernos conscientes de cómo funciona ésta, además de visibilizar a un circuito muchas veces opacado por las producciones extranjeras anglos, reivindicando así a la creación nacional, causa y consecuencia de nuestra identidad social y cultural.

 

 

Imagen destacada: El director de cine chileno Nicolás López Fernández, por La Cuarta (http://www.lacuarta.com/)