«Dulces sueños», de Marco Bellocchio: La horfandad de un hombre

Hasta hace poco presente en la cartelera local, este largometraje de ficción no es lo mejor del ya histórico realizador italiano, aunque sigue siendo un filme de una inteligencia melancólica y reflexiva: la candidatura a diez premios David di Donatello (entre ellos mejor película y director) acompañan y respaldan su visionado.

Por Alejandra M. Boero Serra

Publicado el 24.1.2019

Massimo: 9 años, fanático del Torino. Ante la pérdida de la madre sólo la negación y un rito: invocar la ayuda y la fuerza de Belfagor (personaje televisivo, monstruoso, terrorífico). Treinta años más tarde, un periodista deportivo y corresponsal de guerra reconocido, arrastra los mismos fantasmas de la infancia. Excelente actuación de Valerio Mastandrea.

La madre: joven, bella, enferma -siempre idealizada en el recuerdo infantil-  y una decisión desesperada.

El padre: huraño e impotente ante el dolor propio y el de su hijo no encuentra mejor atajo que el ocultamiento de la verdad.

Una carta que marcará la búsqueda de la verdad fundacional en la vida del niño: «¿cómo murió mi madre?».

Un recorte de diario que dirá, tres décadas más tarde, qué sucedió aquella noche.

De fondo una fría Torino, un estadio enloquecido, una Italia desdibujada. Los años 70′ y 90′ sólo presentes en los programas televisivos, la música, el vestuario, la escenografía. Y la guerra de los Balcanes: un encastre forzado. O quizás otra metáfora: en la vida y en la guerra se montan escenarios ficticios para ocultar/desocultar una realidad incomprensible, incontestable.

Marco Bellocchio (1939), acaso uno de los más importantes y premiados directores vivos de Italia, toma la exitosa novela autobiográfica del periodista Massimo Gramellini y explora temas recurrentes de su filmografía: la familia, la religión, la memoria, los fantasmas (Vincere, Bella addormentata, Sangue del mio sangue).

En Fai bei sogni -palabras con que la madre se despide del niño antes de suicidarse y que éste nunca recordará- el espectro de la madre ausente cala y pervive en lo más íntimo de la vida de Massimo. El trauma de la pérdida y la persistencia de una verdad negada impiden la autorrealización del protagonista. Hasta que los ataques de pánico y una carta y su contestación lleven a indagar y a exorcizar la oscuridad y el sufrimiento.

No es lo mejor de Bellocchio, aunque sigue siendo un filme de una inteligencia melancólica y reflexiva. Una niñez desdichada, conflictos existenciales irresueltos. Demasiadas marcas y poco lugar para el espectador avezado, sobre todo en el final. Quien consume este cine no está acostumbrado a ser subestimado. Y a Bellocchio se le escapa esa mirada. Un exceso de melodrama. Una realidad política difusa. Y demasiados cabos que se atan sin necesidad. En los flashback en que se articulan las escenas hay elipsis que ameritan ser conservadas.

La orfandad permanente contada con un montaje impredecible y por eso pleno de espesor semántico (de Francesca Calvelli) merece un reconocimiento extra.

La fotografía de Daniele Cipri y la música de Marco Crivelli acompañan el vacío existencial y el enigma del protagonista.

Y hay presencias, como la de Elisa (Bérénice Bejo) que no suman. Este encuentro para saldar cuentas del pasado es un subrayado más que obvio. Lo contrario de Roberto Herlitzka (el cura/profesor, actor fetiche de Bellocchio) que muestra, en consonancia con lo que el director quiso y se le escapó en detalles puntualizados en exceso, que hay interrogantes que transcienden todas las esferas, y que la filosofía y la fe pueden dar cuenta. Y el cine/arte habilita estas preguntas y la intemperie en que las mismas nos dejan.

Lo que comenzó con I pugni in tasca (el asesinato de una madre) quizás se cierre, cincuenta años más tarde, con Fai bei sogni (el suicidio de otra) manteniendo temas pivot. En una entrevista Bellochio confiesa: «…La relación con la madre es opuesta y complementaria a la de la madre de mi primera película, Las manos en los bolsillos, tirada por el barranco. Aquí hay una madre santificada… aquí tenemos una relación de simbiosis…».

La candidatura a diez premios David di Donatello (entre ellos mejor película y director) acompañan y respaldan a Dulces sueños.

 

Alejandra M. Boero Serra (1968). De Rafaela, Provincia de Santa Fe, Argentina, por causalidad. Peregrina y extranjera, por opción. Lectora hedónica por pasión y reflexión. De profesión comerciante, por mandato y comodidad. Profesora de lengua y de literatura por tozudez y masoquismo. Escribidora, de a ratos, por diversión (también por esa inimputabilidad en la que los argentinos nos posicionamos, tan infantiles a veces, tan y sin tanto, siempre).

 

Barbara Ronchi y Dario Dal Pero en «Dulces sueños» («Fai bei sogni», 2016)

 

 

 

 

La crítica argentina, Alejandra Boero

 

 

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