«El día que Selma soñó con un okapi», de Mariana Leky: Todo el amor del mundo

El encanto de esta novela de origen germano deriva de una integridad volcada a lo espiritual, del perdón al padre mentiroso y narcisista, de las formas que adoptamos al elaborar un duelo, del esfuerzo de Luise, su protagonista, por evitar el suicidio de una amiga de lo más antipática (Marlies), del amor por los animales y la naturaleza en general, de la apuesta que se hace al vínculo social en su faceta de mayor solidaridad.

Por Nicolás Poblete Pardo

Publicado el 10.6.2019

El día que Selma soñó con un okapi (2019), la novela revelación de Mariana Leky (1973), está causando conmoción en Alemania, donde lleva más de 80 semanas entre los libros más vendidos. Un relato que transcurre en la localidad de Westerwald, y que le hace varios guiños al realismo mágico de Macondo, la obra recibió el premio de los libreros independientes alemanes.

El encanto de la novela deriva de una integridad volcada a lo espiritual; del perdón al padre mentiroso y narcisista; de las formas que adoptamos al elaborar un duelo; del esfuerzo de Luise, su protagonista, por evitar el suicidio de una amiga de lo más antipática (Marlies); del amor por los animales y la naturaleza en general; de la apuesta que se hace al vínculo social en su faceta de solidaridad.

En este lienzo Luise es la voz narrativa. Selma, su abuela, es quien tiene este don o, más bien, la maldición de anunciar una muerte después de su estrafalario sueño que incluye el animal del título. La novela comienza con Selma en sus 60 años, y termina después de dos décadas, cuando Selma, octogenaria, se despide de la historia en una emotiva escena de alcance espiritual—finalmente este es el mensaje de la novela: un acercamiento al mundo espiritual, a través de nuestra comunidad. Al comenzar, ya sabemos que ese fatídico sueño ha cobrado víctimas previas, como el cartero jubilado, Otto. El reciente sueño de Selma desencadena la acción y la ebullición en el pueblo.

Aunque se explica que la gente del pueblo no es supersticiosa, cuando Selma sueña sí que la paranoia se manifiesta: “Cuando se le aparecía un okapi en sueños, la muerte hacía acto de presencia… como si la muerte no estuviera siempre presente, desde el primer momento, siempre acechando a una cierta distancia, como esas madrinas que a partir del bautizo aparecen de vez en cuando para entregar un obsequio a sus ahijados”.

A pesar de que la acción transcurre en un momento contemporáneo y hay tecnología (se habla de un módem en la librería, y de “una novedad llamada correo electrónico”), el relato tiene el aura de las fábulas, de los cuentos de hadas: “Quien se come un corazón de murciélago, deja de sentir dolor”, dice Elsbeth, suerte de bruja, curandera. O: “En ocasiones, la hiedra puede ser una persona hechizada… que tiene que crecer hasta la copa del árbol para liberarse del embrujo”. En otro momento, Luise recuerda: “Elsbeth me explicó en una ocasión que es bueno para el difunto que llueva sobre su ataúd”.

Las relaciones en la novela tienden a ser poco convencionales y las figuras, tanto paterna como materna, son desplazadas a una existencia excéntrica. Más que rechazadas, entran en un orden subalterno mantenido solo por un afecto transversal, un amor por los seres humanos en general, más allá de sus roles genéticos.

Así, el compañero espiritual de Selma es el óptico, atacado por voces interiores, rasgo que lo hace más sensible. Entre ellos forman el ejemplo ideal para traspasar a Luise. El óptico reemplaza la figura ausente del padre, quien no es resentido, sino comprendido en su rareza. Esta pareja se propone como alternativa más que propositiva.

En momentos de ternura y expresividad emotiva, estos personajes se alejan del estereotipo germánico que habla de parquedad y frialdad, para mostrar facetas prácticamente iluminadas. El óptico, por ejemplo, le confiesa a Luise: “A medida que me hago mayor, estoy más y más convencido de que nos crearon sólo para ti. Y que si existe un buen motivo para existir, ése eres tú”.

El viaje vital que los personajes emprenden, principalmente condensados en la figura de Luise, es descrito con una apertura que alterna afecto, misericordia, aceptación amorosa. Hasta los momentos más duros, como las muertes, son asimilados con una actitud compasiva. Y hasta los detalles más orgánicos pasan por este prisma. Al describir, por ejemplo, el aliento del librero Rödder, Luise comenta: “El aliento le olía a caramelo de violeta. Se pasaba el día chupando caramelos de violeta porque le daba miedo tener mal aliento… Debido a los caramelos de violeta, el aliento del señor Rödder olía como una decoración fúnebre, pero nunca me atreví a comentarle que eso también podía considerarse tener mal aliento”.

Con un imaginario que recuerda al realismo mágico de García Márquez, Luise se prepara para su encuentro amoroso/budista: una iluminación. A partir de Frederik, monje que ayuda a encontrar a Alaska, el perro perdido (animal que se encuentra en la misma jerarquía que los otros personajes), el texto se empapa de un tono budista que convoca a todos los personajes.

En varias oportunidades, se repite el acertijo: “Cuando miramos algo, ese algo puede desaparecer ante nuestros ojos. Pero cuando no intentamos verlo, no puede desaparecer”. Frederik encarna este ideal hacia el cual todos los personajes se encaminan, de una u otra forma. Luise explica su admiración: “Entró en casa otra vez. Durante todo ese tiempo, su mente había estado en blanco, hasta un punto que sólo Frederik era capaz de alcanzar. Pero en ese instante, cuando abrió la puerta, de pronto se preguntó si al ocuparte de una casa antigua, la casa también se ocupaba de ti”.

El texto entero está regado con momentos como este, donde las acciones cotidianas dan paso a la posibilidad de una apertura existencial: “El óptico y yo pensamos en las varias vidas que tenemos según el budismo, porque por la manera en que se miraron Selma y Frederik parecía que hubieran coincidido al menos en una vida, y no en una cualquiera: era como si juntos hubieran luchado para evitar el fin del mundo o como si hubieran crecido juntos en la misma familia”.

 

Nicolás Poblete Pardo (Santiago, 1971) es escritor, periodista y PhD en literatura hispanoamericana por la Washington University in St. Louis, Estados Unidos. En la actualidad ejerce como profesor titular de la Universidad Chileno-Británica de Cultura y académico de la Universidad Andrés Bello, y su última novela publicada es Sinestesia (Editorial Cuarto Propio, Santiago, 2019).

Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

 

 

La autora alemana Mariana Leky (1973)

 

 

Nicolás Poblete Pardo

 

 

Crédito de la imagen destacada: Editorial Planeta.