Cine trascendental: «El discurso del rey», de Tom Hooper: Reconocer el caos

El escritor y juez chileno realiza su octava entrega como polemista cinematográfico, en un texto que comienza a dar forma y existencia artística al libro que durante el presente año lanzarán en conjunto el Diario «El Heraldo» de Linares y su símil digital de «Cine y Literatura», con la impresión editorial de la totalidad de estos artículos interdisciplinarios, una vez ya publicados según su meta creativa esencial.

Por Víctor Ilich

Publicado el 6.5.2020

Reconocer el caos no es lo mismo que aceptarlo, esto último tiene cierto aire de conformismo. Algunos sostienen que el orden es solo una herramienta, ya que es el arte de priorizar: dar al César lo que es del César. Y saber organizar las prioridades es un desafío que puede tomar un largo respiro o toda la vida, dependiendo de la envergadura del desafío.

Alguien dijo que el caos habita dentro de nosotros en forma natural, es decir, fluye hacia un imperceptible abismo, con muchos disfraces, de despropósito y malas decisiones, errada administración del tiempo, discusiones bizantinas, expectativas equivocadas o insatisfechas y un largo etcétera; por eso, quien aspire a gobernar, sea lo que sea, debería comenzar por autogobernarse, según sostienen, y cultivar, al menos, aunque sea una sola pero verdadera amistad: el rey Jorge VI de Inglaterra es uno de tantos ejemplos al respecto.

Luego de ver El discurso del rey, filme de Tom Hooper de 2010, basado en hechos reales, recordé varias frases con las cuales crecí y que aparentemente no pierden su vigencia.

 

Si eres fiel en lo poco, terminarás gobernando sobre mucho

No es fácil gobernar, qué duda cabe. Y gobernar en tiempos de crisis es aún más difícil, porque la tentación de ceder al populismo está siempre latente. Esto se advierte cualquiera que sea la escala, desde el Presidente de una nación hasta el jefe de departamento más ignorado.

Algunos aspiran a gobernar ciudades, empresas, conglomerados o participar en círculos de poder, y recordé también un antiguo proverbio hebreo que reza: “Mejor es ser paciente que poderoso; más vale tener control propio que conquistar una ciudad” (Proverbios 16:32). Por eso dicen otros que el defecto o el exceso son sutiles manifestaciones del caos que habita en nosotros.

La película aludida muestra que el rey Jorge VI no aspiraba a ser rey. Su hermano, que finalmente abdicó, desencadenó su asunción al trono, pero antes de llegar a él, da la impresión que fue fiel en todo lo que se le encomendó, aunque hubiese sido poco, insignificante o a espaldas del reconocimiento popular.

 

A quien mucho se le da, más se le demanda

Pareciera entonces que el mérito no está en lo que se hace, sino en cómo se hace. En otras palabras, ¿cuál es el mérito de terminar en un puesto de autoridad u honor en la dirección de algo, si se tuvo la oportunidad de estudiar en buenos colegios, prestigiosas universidades, una familia que contuviera y fuese soporte?, y si a eso se suma el hecho de haber sido entrenado para aspirar a cosas superlativas o superiores, y sin considerar cierta disposición natural o genética para un desarrollo cognitivo óptimo, al alcanzarlas, dicen otros, con su deber no más se cumple.

Por ende, pareciera de toda justicia que a quien más se le da, más se le exija. Y el cómo se ejerza esa autoridad, hace toda la diferencia: el verdadero mérito.

 

A quien se le ha perdonado mucho, mucho ama

Esto supone, al parecer, el deseo de querer ser perdonado. El reconocerse en bancarrota. Lo que implica saberse culpable y que la sanción conmutada por el perdón equivale a otra oportunidad para resarcir o reparar el daño. Y si el perdón es un puente, en uno de sus extremos quizás espera el amor, que se materializa en ayudar, exhortar o edificar. Nada de palabras de buena crianza, hechos. Solo hechos que hablen tan fuerte que frente a ellos las palabras guarden silencio.

La amistad de Jorge VI y su terapeuta del habla también dio cuenta de esta realidad.

A raíz de todo esto nace una digresión: hace unos meses, en el lanzamiento del libro Teoría de la infelicidad, conocí a un joven universitario, hijo de un buen amigo, de nombre Moisés, estudiante de antropología en una histórica y emblemática universidad. Sus padres son dos psicólogos que vivían en Vitacura, y ahora, en el contexto de la contingencia sanitaria, se fueron a vivir a la precordillera, fuera de Santiago.

Advertí que Moisés era agudo, un hombre observador, crítico de lo establecido y convencional. Con habilidades musicales y manuales excepcionales. Y vino a mi memoria una conversación con un profesor del Instituto Nacional, Luis Elmes Araya, sobre aquellas personas con múltiples intereses y talentos y lo difícil que se les hace encajar en un mundo que encasilla.

Supe hace poco que este Moisés quería abandonar su carrera, luego de varios años de estudio.

No sé si Moisés tartamudea como el rey Jorge VI, lo que sí sé es que llamarse Moisés es un nombre que pesa como la ley, pero al igual que aquel, somos varios los que estamos dispuestos a sostener sus brazos para hacerlo prevalecer y que se convierta, aunque no quiera, en rey: rey sobre sus circunstancias, incluso a pesar de él.

Quién sabe si en el futuro sea él quien nos ayude a levantar nuestros brazos. Es cierto, el rey se tropezaba con las palabras, tartamudeaba, pero incluso hasta el rey más necio pasa por sabio si se deja guiar según sea el caso. Mas para dejarse guiar, siempre hay que reconocer el caos y eso no es fácil de visualizar.

 

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Víctor Ilich nació en Santiago de Chile en 1978. Egresado del Instituto Nacional y de la Escuela de Derecho de la Universidad Finis Terrae, en la cual estudió becado. Abogado y juez de garantía en la Región de O’ Higgins. Autor de más de una docena de obras literarias. Algunas de ellas han sido prologadas y comentadas por destacados académicos, escritores y críticos como Hugo Zepeda Coll, Thomas Harris, Andrés Morales, Alfredo Lewin y Juan Mihovilovich.

Entre sus obras se puede citar Infrarrojo, poemario presentado por el académico, escritor, poeta y miembro de la Academia Chilena de la Lengua, Juan Antonio Massone del Campo, quien le ha antologado; Réquiem para un hombre vivo, poemario dedicado al poeta Juan Guzmán Cruchaga (presentado por el ministro de la Corte Suprema y escritor Carlos Aránguiz Zúñiga y el ex ministro de la Corte de Apelaciones de Santiago, Juan Guzmán Tapia); La insurrección de la palabraArte de un ocaso vitalBaladas de un ruiseñor (poemario erótico romántico); Dragón, escorpiones y palomasHojas de téLa letra mata (un texto que resucita la palabra); El silencio de los jueces, un texto para sazonar el corazón, prologado, en su primera edición, entre otros, por Sergio Muñoz Gajardo, quien fuese presidente de la Excelentísima Corte Suprema de Justicia (2014-2015); Disparates, poemario relativo a la libertad de expresión y los prejuicios (2016); Cada día tiene su afán (2017), que procura motivar en la lucha del cáncer, presentado por Haroldo Brito Cruz, quien también fue presidente del máximo tribunal del país, con ocasión de la celebración del Día Internacional del Libro.

Y, además, ha lanzado el poemario titulado Toma de razón, en coautoría con Roberto Contreras Olivares, poeta y ministro de la Corte de Apelaciones de San Miguel, presentado en Hanga Roa, Isla de Pascua, en agosto de 2017. En abril de 2018 junto a otros tres jueces penales publicó el libro Duda, texto fruto del taller literario que impartió, el cual luego de terminar denominó “Ni tan exacto ni tan literal”. También, en octubre de 2019, en pleno estallido social, público Venga tu reino, poemario prologado por Felipe Berríos, S..J. y Alfredo Pérez Alencart, poeta y docente de la Universidad de Salamanca.

Por último, en marzo de este año 2020, publicó el libro Al derecho y al revés, que recopila las columnas de opinión y crítica literaria escritas bajo el alero del diario El Heraldo de Linares, quien patrocinó su cuidada edición. Libro prologado por Lamberto Cisternas Rocha, quien fuese vocero de la Corte Suprema.

 

 

 

Tráiler:

 

 

Víctor Ilich

 

 

Imagen destacada: El discurso del rey (2010), del realizador inglés Tom Hooper.