«El ‘medio pelo’ arriba a la derecha»: La manipulación del zorro

En Renovación Nacional hay cierta tolerancia en acoger al advenedizo, sin embargo, en la UDI y en Evópoli, el cedazo es muy selecto. No deben hacerse ilusiones los patipelados si piensan darse un barniz social mejorando el apellido: sus patrones le harán sentir lo contrario, tienen demasiadas generaciones abusando, saqueando al país, y saben cómo utilizar a quienes por mendrugos, palmadas en la espalda y sonrisas incluidas, se apresuran a rendirles sumisión.

Por Walter Garib

Publicado el 30.12.2019

Desde hace tiempo y en forma sostenida, los arribistas de nuestra sociedad han aparecido en los partidos políticos de derecha. La UDI, Renovación Nacional, Evópoli y otros grupúsculos nacionalistas, se han visto invadidos por quienes ansían cambiar de pelaje. No tienen tiña, lepra, sí deseos de mejorar su posición social. Allegarse al poder del dinero, la usura, y por qué no, vincularse a familias encopetadas, mediante el matrimonio, los negocios en común o las alianzas políticas. Basta examinar cuales son los apellidos de estas personas arribistas por antonomasia, dónde trabajan, provienen, sus relaciones sociales y es fácil descubrir el pedigrí. Descendientes de vendedores ambulantes, llegados a Chile en calidad de inmigrantes, sueñan mezclarse con la élite y acceder a sitios que le son vedados. Concurrir a los clubes privados, que conocen desde afuera, y estadios exclusivos a jugar rugby, golf, polo y sentarse a la mesa, a tomar té en familia, al concluir la jornada.

La derecha, poseedora de la astucia del zorro que la hace reinventarse a diario, los utiliza para demostrar pluralidad y utilizarlos en trabajos menores. Desde luego, no los invitan a sus casas, a cumpleaños y matrimonios, menos aún los vinculan a sus grupos sociales, pero sí a almorzar en un lugar público. En la novela La trepadora del venezolano Rómulo Gallegos, se habla del singular personaje, una mujer dispuesta a sacrificar hasta la virginidad por ascender en la resbaladiza escala social. Joaquín Edwards Bello, novelista y periodista, que pertenecía a la clase privilegiada de nuestro país, se reía de ésta y la criticaba en forma ácida y despiadada, ya sea en su obra literaria, como en sus notables crónicas de prensa. Por algo lo despreciaban, al extremo de prohibirle el acceso a ciertos lugares. Algo similar le había sucedido a Luis Orrego Luco, autor de Casa grande, novela editada en 1908, donde realiza un relato burlón de la clase alta chilena, que le significó el repudio de su propia familia.

Desde siempre el medio pelo de nuestro país ha sido arribista, servil hasta humillarse y se las ingenia para medrar. Hay historias conmovedoras y trágicas de familias, sobre todo de inmigrantes, que realizaron fiestas suntuosas destinadas a presentar a sus hijas en sociedad. Había que vincularlas con la clase alta y poder casarlas en ese medio de ventaja. Invitaban a los jovencitos de familia, al reconocido pije, para otorgarle glamour y pompa al encuentro social y las consecuencias trágicas, surgían a la medianoche. Las fiestas se convertían en bacanal. Destrucción de objetos de adorno, cuadros, quema de cortinas con cigarrillos y obstrucción de inodoros con toallas, para provocar inundación de excretas. A esa hora la borrachera, unida a la anarquía, entraba en su clímax y los despavoridos dueños de casa, se veían obligados a llamar a la policía. La actitud de vándalos, vestidos de etiqueta se resumía en la siguiente explicación, para justificar su grosero comportamiento: “Esto les sucede a los arribistas de mierda, por presumir y vestirse con ropaje ajeno”. Una de estas familias de inmigrantes, desde hacía años se quería blanquear y llegó a la desfachatez de renegar de su origen e inventar ser descendientes de nobles italianos. El estreno en sociedad de las dos hijas quinceañeras, realizado en la mansión familiar, las llenó de ludibrio al concluir la fiesta en bacanal, y para capear el escándalo, divulgado en toda la prensa del país, viajaron fuera de Chile por algunos meses. La historia se convirtió en novela 35 años después y se publicó en 1991.

Si la derecha empalagosa, cursi por antonomasia, acepta en sus filas al medio pelo, que llama en forma aparatosa “clase media”, se trata de la vieja estrategia, destinada a demostrar alguna tolerancia social. Necesita incorporar a los sirvientes, a esa clase arribista que navega en el tormentoso mar de la sociedad, sin saber si deben mantenerse fieles a su condición o gatear por la resbaladiza escala del oportunismo.

Desde hace algunos años, en los partidos políticos de derecha, por estrategia, empiezan a destacarse personajes del medio pelo, sin apellidos ni escudos de armas, ni tradición alguna, cuyo vertiginoso ascenso los ha llevado a ocupar cargos de cierta relevancia. Jamás van a ser aceptados dentro del núcleo íntimo. En Renovación Nacional hay cierta tolerancia en acoger al advenedizo, sin embargo, en la UDI y Evópoli, el cedazo es muy selecto.

No deben hacerse ilusiones los patipelados del medio pelo, si piensan darse un barniz social, mejorando el apellido o casándose con solteronas a punto de vestir santos. Sus patrones y siempre se lo hacen sentir, tienen demasiadas generaciones recorridas, abusando, saqueando al país. Lo cual consideran tarea de patricios. Por algo han mantenido sus privilegios a lo largo de la historia de Chile. La astucia del zorro, mientras merodea el gallinero, la llevan en la sangre. Saben cómo utilizar a quienes por mendrugos, palmadas en la espalda y sonrisas incluidas, se apresuran a rendirles sumisión.

 

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Walter Garib Chomalí (Requínoa, 1933) es un periodista y escritor chileno que entre otros galardones obtuvo el Premio Municipal de Literatura de Santiago en 1989 por su novela De cómo fue el destierro de Lázaro Carvajal.

 

Walter Garib

 

 

Crédito de la imagen destacada: Evópoli.