«En buenas manos»: Los órdenes del amor

El filme de la realizadora francesa Jeanne Herry -actualmente en la cartelera chilena- es una obra audiovisual que en su argumento no deja de lado ninguna arista en el camino que lleva a una madre a decidir no serlo, a un Estado estar a la altura con todos los implicados, a un bebé tener el hogar que merece y a quienes desean maternar y paternar desde el corazón.

Por Alejandra Boero Serra

Publicado el 26.12.2019

«…Una emoción toma cuerpo, algo toma cuerpo, algo toma lugar…»
Anne Dufourmantelle

Nominada a 7 premios César (los Oscar franceses) PupilleEn buenas manos en la traducción castellana- es un filme que nos acerca de una manera sensible en los meandros de lo que sucede cuando hay un proceso de adopción. Eso sí, en un país del primer mundo como Francia. Y acá, quizás, con este contexto, la película se sienta lejana. Lo que hace posible que en este sur tan a la intemperie se disfrute, es la conjunción de buenas intenciones de una burocracia eficiente y el cuidado en el tratamiento de sentimientos tan delicados. En definitiva, una historia de amor que desconoce fronteras. Como directora y guionista, Jeanne Herry se hace cargo de la complejidad del tema que aborda. La fotografía de Sofian El Fani y la música de Pascal Sangla la acompañan titubeantes, balbucientes, comprometidas en esta espiral de emociones.

Todo comienza con una propuesta: «El Consejo de Familia tomó la decisión de confiarles un hijo en adopción». A una pareja que desde hace años espera un hijo que no llega. De allí en más confluirán dos tramas narradas a través de largos flashbacks para adentrarnos en las vivencias de los protagonistas.

Por un lado tenemos a la institución de la Dirección de la Infancia y su dinámica: reuniones, debates, charlas entre pares y posibles candidatos a adoptar. El lado fuerte de la trama, la intención que raya lo didáctico sin caer en moralismos. Los roles de Karine (Sandrine Kiberlain) como funcionaria encargada de buscar un hogar de tránsito a Théo antes de que pase a ser tutelado por el Estado para lograr una adopción definitiva; Jean (Gilles Lellouche) como asistente familiar; Mathilde (Clotilde Mollet) como asistente social conteniendo y explicando a Clara (Leïla Muse), la madre biológica (desde el momento cero deja en claro que su maternidad no fue deseada y que no se siente capacitada para criar a su hijo), y los entretelones de dar en adopción. Y el proceso de Alice (Elodie Bouchez), que se reinvetará -la idea primigenia de ser la familia tipo junto a su pareja mutua- para lograr ser una madre soltera.

Cabe destacar el respeto que se dispensa tanto al niño como a sus madres y a la preocupación desde lo social hasta lo personal para que nadie quede expuesto al maltrato físico o psicológico, muy por el contrario. Y algo poco habitual en la cinematografía actual, la impronta de la palabra -aún cuando no se puedan entender los significantes- en la construcción simbólica de los vínculos presentes y futuros. La palabra como portadora de los significantes vitales para una niñez y adultez sanas. Una gran constelación familiar y social para resguardar lo más preciado que es una vida digna.

Por el otro lado, una trama que toca vínculos que trascienden lo profesional en la relación que tienen Karine y Jean. Una elección de parte de la directora que ameniza y descomprime una historia densa.

En buenas manos se transforma así en una obra genuina que no deja de lado ninguna arista en el camino que lleva a una madre a decidir no serlo, a un Estado estar a la altura con todos los implicados, a un bebé tener el hogar que merece y a quienes desean maternar y paternar desde el corazón.

Sin complejidades ni riesgos estilísticos, con actuaciones acordes y una dirección acertada podemos pasar casi dos horas viendo buen cine francés. Nada nuevo, nada imprescindible. Un buen momento con una historia mínima. Mínima sólo en la pantalla, no así cuando acontece en la vida real.

 

También puedes leer:

En buenas manos, de Jeanne Herry: El retrato íntimo de una adopción.

 

Alejandra M. Boero Serra (1968). De Rafaela, Provincia de Santa Fe, Argentina, por causalidad. Peregrina y extranjera, por opción. Lectora hedónica por pasión y reflexión. De profesión comerciante, por mandato y comodidad. Profesora de lengua y de literatura por tozudez y masoquismo. Escribidora, de a ratos, por diversión (también por esa inimputabilidad en la que los argentinos nos posicionamos, tan infantiles a veces, tan y sin tanto, siempre).

 

 

 

Tráiler:

 

 

Imagen destacada: Sandrine Kiberlain y Gilles Lellouche en un fotograma de En buenas manos (2018).