[Ensayo] «Argentina, 1985»: Una nación que camina hacia la verdad

El filme del realizador trasandino Santiago Mitre no es ni un dechado de originalidad ni una obra audiovisual que pretenda subvertir nada en la visión de la historia, pero es una herramienta de esclarecimiento que gusta y a la cual se accede sin mayores esfuerzos: está bien contada y mucho mejor interpretada por Ricardo Darín, Peter Lanzani y Norman Briski, además de haber conseguido una ambientación general amable y fluida, que logra transmitir esa necesidad de honestidad política, que la gente debe aprender a sentir cada vez con más fuerza.

Por Horacio Ramírez

Publicado el 27.10.2022

Si hay un arma que seguramente no tiene tras de sí un gigantesco batallón triunfante, es la verdad. La verdad llega al hombre desarmada. Pobre. Aislada. La verdad no tiene mayor fuerza y es frágil, es casi ilusoria y parece caer fácilmente ante las faramallas de la falsía.

Pero la verdad cuenta con una ventaja que la vuelve invencible: tiene a todo el universo de su lado. Por esta propiedad, la de participar en el todo, la de serlo todo, la verdad es imposible de que pierda un centímetro de terreno en su avance.

Supongamos que afuera no llueve y yo digo en casa: «afuera está lloviendo». Es verdad que afuera no llueve, es verdad que yo digo que no llueve y es verdad que se trata de una mentira, la mentira es verdadera: es, efectivamente, una mentira.

Sólo falta que mi víctima salga con paraguas y piloto en un día de sol. Sigue habiendo verdad en todo eso: la persona fue engañada, salió con equipo de lluvia y no llueve. Nunca hay algo que no sea verdad. En pocas palabras: es imposible que la mentira triunfe, porque hasta el engaño es verdadero.

Lo que debe pasar es el tiempo para nuestro desengaño, pero eso —el tiempo o, más bien, el desengaño— es algo que ya no le pertenece estrictamente al Universo.

Es verdad que el engaño y su contraparte, la desilusión o el desencanto, son también verdaderos y que nunca hubo una gota de nada que no haya sido verdad, pero son los sentimientos los que comienzan a trabajar en nuestros pequeños universos interiores: el sentirnos engañados, doloridos, frustrados y quizás hasta asesinados moral y biológicamente por la mentira no es consecuencia de algo falso sino de algo verdadero: una calumnia y un balazo son también verdaderos.

El problema que el ser humano —especialmente el occidental— arrastra desde hace siglos es tratar de concluir en una verdad contra todos los engaños que se pueden interponer, pero eso es imposible. La verdad no se puede ajustar a la axiología ética del hombre ni a cualquier deseo humano. Si cuando entro a mi casa, me he mojado previamente, incluyo otra mentira que es verdaderamente mentirosa: se me ve mojado y declaro que afuera llueve, y así construyo una sarta de verdades mentirosas que refuerzan una conclusión verdaderamente falsa la que entorpecerá aún más la llegada a la verdad del día soleado, y estos entorpecimientos pueden ser —al modo kafkiano— verdaderamente interminables.

 

Las frágiles herramientas de la justicia

De hecho, la verdad se entorpece a sí misma de manera constante a través de verdaderamente falsos indicios que conducen a conclusiones verdaderamente falsas. La búsqueda de una verdad definitiva es un ejercicio inútil que hasta las ciencias mismas han comenzado a abandonar para conformarse con verdades momentáneas o paradigmáticas.

El ya legendario argumento del cuervo blanco siempre se puede aplicar: se puede decir que todos los cuervos serán negros hasta que se vea el primer cuervo blanco lo que será otra verdad. Y es en Derecho donde esta pretensión de una verdad se vuelve más peligrosa aún porque cualquier aseveración en ese sentido involucra la libertad de las personas, y la libertad es, como sabemos desde los textos bíblicos, más que lo que es la verdad, ya que la libertad es consecuencia de la verdad.

Y es sobre este esquema tan problemático donde se manipulan las diferentes verdades hasta mezclarlas entre sí poniendo capas y capas de verdaderas y falsas verdades que, para colmo son siempre verdaderas, como verdades y como falsedades.

Pero este juego debe terminar alguna vez: sabemos que hay una verdad verdadera definitiva que justifica la libertad vital de los personas, tanto en cuanto a su capacidad de hacer el bien como en la de hacer el mal, todo ligado al hecho de que somos mortales, y el final debe llegar mientras podamos enfrentar cierto grado de libertad, que cierto grado de certeza en la verdad alcanzada así lo determine.

Los valores morales serán, entonces, los agentes dinamizadores del proceso de ir decidiendo entre las diferentes verdades hasta llegar a alguna conclusión. Se parte de evidencias; las mismas se evalúan y se llega a la emisión de un juicio respecto de una conducta que puso en peligro la estabilidad social.

Sabemos, también, que desde las evidencias mismas hasta sus evaluaciones y emisión de juicios nada asegura la veracidad definitiva de la verdad alcanzada: se puede ocultar un delito para siempre o se puede uno auto inculpar para siempre y la verdad habrá quedado defraudada, aunque no nos enteraremos de ello nunca. Pero para evitar que este proceso se haga infinito es que se establece un sistema de justicia.

La justicia deberá trabajar con herramientas muy frágiles y tratará de sopesar el peso de las evidencias enfrentándolas a los esquemas legales del país: qué se hizo y qué dice la ley que se podía hacer al respecto. Una evidencia, de por sí, cuenta con la misma debilidad que una verdad: es evidente que la Tierra es plana y que el sol gira alrededor de la Tierra.

Hubo que esperar a que se despejaran ciertas falsas verdades para llegar a otras conclusiones las que, en términos de lógica, tienen el mismo valor de verdad. Por eso mismo las evidencias no prueban nada, sin embargo, la justicia antepone la capacidad de discernimiento de los doctos en leyes y da por terminado en algún punto las discusiones, porque debe someterse a la realidad del paso del tiempo.

Argentina, 1985 (2022) de Santiago Mitre (El estudiante, La patota, La cordillera, Pequeña flor) trata sobre este complejo de asuntos que se interponen, se mezclan, que se promueven y a la vez se cancelan entre sí, y al que se le deben agregar los sesgos culturales, sociales e ideológicos de sus diferentes actores y las perspectivas de los diferentes espectadores según hayan vivido aquellos años o no.

Es una película de producción estadounidense y rioplatense, sobre la historia que vivió la Argentina desde 1976 y 1983, la cual culminó con la llegada de la democracia y el gobierno de Raúl Alfonsín y el juicio que de todo ello devino.

 

El contexto histórico y político

Si las ciencias duras como la física no pueden acceder a una verdad última y el derecho, con mecanismos análogos, puede menos, qué decir entonces de la herramienta histórica, siendo que la historia no es —sensu stricto— una ciencia.

Pero como siempre pasa, el arte —que no busca la verdad sino que nos la trae, aunque sea en fragmentos— ayuda a que comprendamos desde el presente parte del espíritu que animó a aquellos años de fuego que vivió la Argentina y que marcó un hito en la historia del mundo.

Cuando en este mismo espacio hablábamos del proceso que abarcó desde la Nueva Ola francesa al mayo francés del 68 (a través del filme Alphaville de Godard de 1965) y su posterior desembarco en América Latina, no contamos lo que siguió en muchos países, al cabo de no más de diez años, a poco de llegar esta influencia de la izquierda política nutrida por ese quinto mes mítico, la resistencia vietnamita y la influencia cubana asistida por la Unión Soviética.

Diferentes movimientos de oposición activa a la dictadura pinochetista en Chile; el complejo Ejército, peronismo de izquierda y sindicalismo en la Argentina y su resistencia entre Montoneros y ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo) sumados al Movimiento de Resistencia Tupamaros en Uruguay, formaron un arco de violencia interna que terminó en todo tipo y calibre de excesos que iban de lo político e ideológico hasta el simple y llano delito de extorsión o secuestro seguido muchas veces de asesinato.

El regreso de Perón a la Argentina —que es desde donde arranca el intríngulis político que trata Argentina, 1985— desencadenó el operar más violento de los Montoneros y el ERP. Esto sirvió de excusa a la facción militar para tomar el poder en marzo de 1976.

Con abusos sistemáticos cometidos tras el pedido oficial del gobierno de Isabel Martínez de Perón (a través de Ítalo Luder, a cargo momentáneamente de la presidencia) contra la guerrilla, extendieron el operar militar concentrado en la provincia de Tucumán a todo el país, subiéndose a una sola palabra del decreto: «aniquilar».

Con esa palabra no sólo se justificó la toma del poder por parte del Proceso de Reorganización Nacional sino el desmadre de las medidas de represión que fueron conjugando la prevención, con la represión, la tortura, la violación, etcétera.

Todo esto aparece en los relatos de los testigos convocados por el fiscal Julio César Strassera y su equipo. Y allí comienza el relato de lo épico que tuvo este juicio: por primera vez en el mundo las víctimas —el pueblo argentino— juzgarán a sus victimarios —las sucesivas Juntas Militares— en el marco de crímenes tan atroces y de tal magnitud que no tenían ni siquiera una clasificación clara a escala internacional.

Una situación más imponente que la del Juicio de Nuremberg, porque allí eran los vencedores de una guerra quienes juzgaron las atrocidades de los vencidos, en cambio en el Juicio a las Juntas, el Presidente y la democracia —y esto se dice en la película— tenía el aliento de los militares en la nuca.

Querían volver a pesar del desastre que significó la guerra de las Malvinas, donde habían querido relanzar el proyecto autocrático militar y reeditar el éxito del Mundial de Fútbol de 1978… y que lleva, de paso, a pensar en cuántas muertes se hubieran evitado si el tiro del holandés Resenbrink hubiera sido gol en lugar de chocar en el poste del arco argentino en el partido de la Final.

Golpe en el poste que aseguró el amarre del poder militar en el gobierno de facto ya que se tomó el triunfo como un ícono simbólico del supuesto «patriotismo» y «sacrificio» que significaba el haberse alzado con el gobierno, afianzándolo a través del terrorismo de Estado.

 

Mostrar los abusos de poder

Prolija y dinámica, sus más de dos horas de duración pasan sin notarse, contrabalanceando los momentos de tensión, oscuros y de miedos íntimos, con la exhibición clara y distinta de lo que fue la dictadura militar. Con gran habilidad, Mitre logra eludir, por ejemplo, la eventual densidad de los testimonios, que suelen ser las más densas en una película de juicios, a partir de una manejo ejemplar del ritmo consiguiendo que el espanto de lo relatado tome el mismo nivel de atención que los momentos más distendidos.

Al trabajo de los jóvenes asistentes de Strassera se le suma la investigación, ya en el mundo cinematográfico, del material fílmico y fotográfico de la época por parte de los productores y de los guionistas (el propio Mitre y Mariano Linás). Todo se conjuga en un algo más que sólo un emotivo relato histórico: lleva al espectador del filme a la necesidad de reflexionar acerca de toda forma de abuso de poder.

Se le criticó el acercamiento a la figura de las Madres de Plaza de Mayo porque implicaba, tácitamente, no encarar la aberración que significó, desde las izquierdas, el terrorismo guerrillero y, desde la derecha peronista, la «Triple A»: la Alianza Anticomunista Argentina que inspiró terror antes del golpe en pleno gobierno democrático.

Hay que reconocer un hecho claro: la historia que llevó al Proceso de Reorganización es igualmente compleja y contradictoria y de más está decirlo, necesitaría de otro filme completo por lo que acentuar la figura de las Madres, por parte de Mitre, hacía el trabajo de análisis histórico del filme más «objetivo», en el sentido de mostrar la importancia social y la trascendencia mediática que aquellas mujeres habían alcanzado en la época por el simple método de pasearse en Plaza de Mayo con sus cabezas cubiertas con pañuelos blancos con fotos y consignas que las identificaban, aun a pesar de que varios de esos muertos y desaparecidos habían sido tan o más criminales a veces que sus captores.

El alegato final del fiscal Strassera, es un capítulo clave que rescata los momentos fundamentales del objetivo del filme. La actuación de Ricardo Darín como el fiscal alcanza los máximos niveles en ese desafío actoral de la película: transmite la fuerza que todavía resuena en los oídos de aquellos que lo escuchamos cuando el verdadero Strassera lo decía, aunque físicamente Strassera fuera menos imponente en lo visual que como lo transmite en la pantalla Darín.

Además, ese alegato rescata momentos que serían hilarantes si no hubieran terminado como terminaron: como el hecho de secuestrar a alguien por pertenecer a las F.A.P., siglas que fueron tomadas como de una supuesta Fuerzas Armadas Peronistas cuando en realidad la víctima pertenecía a la F.A.P.: Federación Argentina de Psiquiatras.

Y ejemplos de esta ignorancia de brutos con arrogancia de príncipes, hubo muchos a los que yo añado, por ejemplo, el de haber prohibido el libro La cuba electrolítica por creer que era una apoteosis a la revolución cubana o quitar de los planes de estudio en las escuelas secundarias la Teoría de Conjuntos porque inducía a los alumnos: «a pensar como comunistas».

En manos de estas bestias estuvo el destino de la Argentina y aunque en la película no se mencione directamente, los militares del Proceso tuvieron el mismo problema de Hitler: deshacerse de los cadáveres.

Y así aparecieron las tumbas comunes, muchas relacionadas con los centros de detención (los «chupaderos» según la jerga de la época) y las hileras de tumbas «NN» que, como hongos, de la noche a la mañana, aparecían en varios cementerios, sumado a los cadáveres arrojados desde aviones y helicópteros en el Río de la Plata.

La alta calidad de la cinta que tanto gustó, por ejemplo, en el Festival de San Sebastián, se basa la combinación de dos estilos muy definidos: uno, la del melodrama hollywoodense en su mejor faceta, mechado con historias domésticas, anécdotas reales y en breves pero muy efectivos chispazos de humor, muchos de los cuales son más entendibles siendo argentinos y cuya efectividad —ya dijimos— inevitablemente se irá perdiendo con las distancias culturales.

Para algunos críticos, la música y el humor le quitan ritmo pero, en lo personal, parecen servir de contrapeso para que el espectador que no es habitué de los dramas históricos, pueda sentirse enganchado a la historia sin que el tedio y la eventual complejidad de los datos, lleguen nunca a aburrir.

Una película hecha no para divertir a los argentinos y a los más cercanos a las grandes ciudades del país, sino para advertir a los argentinos que aún hoy sueñan o con el retorno a los izquierdismos violentos o al orden luctuoso de los militares.

Vivir en la verdad para una sociedad no es vivir en el marco de la lógica que se va desgranando hasta donde se puede mantener en pie en el Derecho, y eso es lo que Mitre dijo en una entrevista: «quise mostrar que la verdad es posible».

Asimismo, decir que se trata de un filme al estilo hollywoodense es tan cierto —para hacerla atractiva fuera del ámbito cultural que le es propio— como que puede ser una película de carácter terapéutico para los propios argentinos y para todos aquellos públicos que tuvieron —y muchos todavía tienen— que sufrir el asesinato y el descerebramiento de poblaciones íntegras.

Déspotas autócratas nimbados de orgullo, sadismo, regocijo en el dolor del otro, ignorancia, brutalidad, todos los condimentos más abyectos de la estupidez humana. Argentina, 1985 denuncia, en definitiva, con cuánta facilidad cualquier bestia ignorante y psicótica puede acceder al control total de la vida y la muerte de miles y miles de personas sin importar la parálisis de ideas que siembran a lo largo de generaciones, ya sea fuera como dentro del gobierno.

Argentina, 1985 no es ni un dechado de originalidad ni una obra que pretenda subvertir nada en la visión de la historia, pero es una herramienta de esclarecimiento que gusta y a la que se accede sin mayores esfuerzos.

Está bien contada y mucho mejor interpretada por Darín, Peter Lanzani (como el neófito fiscal adjunto Luis Moreno Ocampo), y Norman Briski entre muchos otros, además de haber conseguido una ambientación general amable y fluida que logra transmitir sin dudas ese pedido de verdad que la gente debe aprender a sentir cada vez con más fuerza frente a cualquier abuso de poder.

 

 

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Tráiler:

 

 

Horacio Ramírez

 

Horacio Carlos Ramírez (1956) nació en la ciudad de Bernal, Partido de Quilmes, en la provincia de Buenos Aires, República Argentina. Tras terminar sus estudios secundarios comenzó a estudiar ecología en la Facultad y Museo de Ciencias Naturales de La Plata, pero al cabo de algunos años:

Reconocí que estudiaba la vida no por ella, sino por la estética de la vida. Fue una época de duras decisiones, hasta que me encontré con una serie de autores y un antropólogo de la Facultad —el Dr. Héctor Blas Lahitte— que me orientaron hacia un ámbito donde la ciencia instrumental se daba la mano con el pensamiento estético en sus facetas más abstractas y a la vez encantadoras… pero ese entrelazamiento tenía un precio, que era reencausarlo todo de nuevo… y así comencé a estudiar por mi cuenta estética, antropología y simbología, cine, poética. Todo conducía a todas partes, todo se abría a una red de conocimientos que se transformaban en saberes que se auto promovían y auto justificaban.

La religión —el mal llamado ‘mormonismo’— terminó de darle un cierre espiritual al asunto que encajaba con una perfección que ya me resultaba sin retorno… La práctica de la pintura —realicé varias exposiciones colectivas e individuales— me terminaron arrojando a las playas de la poesía. Hoy escribo poesía y teorizo sobre poesía, tanto occidental como en el ámbito del haiku japonés. Doy charlas sobre la simbólica humana y aspectos diversos de la estética en general y de estética de la vida, donde trato de mostrar cómo una mosca y un ángel de piedra tienen más elementos en común que mutuas segregaciones, y para ayudar a desentrañar el enredo sin sentido al que se somete a nuestra civilización con una deficiente visión de la ciencia que nos hace entrar en un permanente conflicto ambiental y social… La humana parece ser una especie que, de puro rica y a la vez desorientada, está en permanente conflicto con todo lo que la rodea y consigo misma…

He escrito cuatro libros de poesía, el último con algunos relatos y una serie de reflexiones, y estoy terminando dos textos que quizás algún día vean la luz: uno sobre simbología universal y otro sobre teoría poética.

Horacio Ramírez actualmente vive con su familia en la localidad de Reta, también de la provincia de Buenos Aires, en el partido de Tres Arroyos, sobre la costa atlántica (a unos 600 kilómetros de su lugar natal), dando charlas guiadas sobre ecología, epistemología y paseos nocturnos para apreciar el cielo y su sistema de símbolos astrológicos y las historias que le dieron origen en las diferentes tradiciones antiguas.

 

*Este artículo fue escrito para ser publicado exclusivamente por el Diario Cine y Literatura.

 

 

Imagen destacada: Argentina, 1985 (2022).