[Ensayo] «Cuando mi cuerpo dejó de ser tu casa»: Una bomba de novela

La narradora e historiadora chilena Emma Sepúlveda ha hecho un trabajo necesario y deslumbrante, pues ha conseguido poner en palabras, con todas las mediaciones y limitaciones que estas representan, un horror del cual comenzamos a saber más, y el que parece estar, por fin, saliendo de su inexpugnable impunidad: la barbarie inhumana y pederasta de la antigua Colonia Dignidad.

Por Nicolás Poblete Pardo

Publicado el 3.10.2023

Con Cuando mi cuerpo dejó de ser tu casa (Catalonia, 2022) Emma Sepúlveda Pulvirenti (1950) lanza una bomba de novela. El impacto es tal, que su explosión no sólo nos recuerda los macabros experimentos llevados a cabo en la infame Colonia Dignidad, sino que nos permite ver, gracias a sus ondas expansivas de denuncia, que el mayor enemigo allí, fue, desde un inicio, el cuerpo de la mujer.

El liminal fenómeno llamado Colonia Dignidad o Villa Baviera es consignado en la «novela» como una verdadera célula biopolítica donde el cuerpo de la mujer se erige como el chivo expiatorio predilecto. Y digo «novela» entre comillas, ya que, como indica Emma: «estas páginas son la ficción de la realidad y la realidad de la ficción».

A través del testimonio de Ilse, la protagonista a la que se da voz, la autora provee un espeluznante e ineludible megáfono: «Las memorias de Ilse no son de una sola mujer, son historias de muchas en la voz de una», explica.

¿Quién habla? ¿Quién posee voz?

Rossana Nofal ha escrito sobre el complejo lugar en el que se hallan las producciones testimoniales. Tomando el relato de Domitila Barrios de Chungara, en su clásico Si me permiten hablar, testimonio de Domitila una mujer de las minas de Bolivia, cursado por la escritora, socióloga y feminista brasilera Moema Viezzer; Rossana cruza, habla y denuncia, enfatizando lo borrosos que son los dominios en el contrato testimonial, y se pregunta: «¿Puede hablar la minera, o es su transcriptora quién se adueña de su voz? ¿Quién se permite hablar en el relato: Domitila, Viezzer, o el poder de la letra? Domitila sabe escribir, pero necesita de otras letras».

Elena Poniatowska es otro ejemplo que viene a la mente, a través de su novela Hasta no verte Jesús mío, donde surge el entrañable «personaje» de Jesusa Palancares, basado en la persona real de Josefina Bohórquez, una mujer oaxaqueña que luchó en la Revolución Mexicana, una combatiente pobre y que cautiva a la escritora con su lenguaje explosivo, vital. Poniatowska entrevistó a Josefina para plasmar su relato.

Quizá el ejemplo más emblemático, por la polémica que generó y que exponía imprecisiones e impugnaba falsedades, es el de Rigoberta Menchú, transformado en publicación a principio de los años 80, gracias a la asistencia de Elizabeth Burgos en Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia. En ella se describe la vida de la maya quiché Rigoberta Menchú, y es considerado un clásico de la literatura testimonial, donde se denuncian los descarnados abusos perpetrados a los indígenas guatemaltecos.

Estos y otros ejemplos han sido exhaustivamente analizados por la academia (norteamericana), incluidos en programas de literatura testimonial y revisitados como posibilidad de debate en torno a los «estudios subalternos», que han dado tantas luces sobre las polémicas, sobre la autoridad de la voz hablante, sobre la (im)posibilidad de que el subalterno hable (Spivak) y sobre la importancia de sacar a flote las denuncias, más allá de la demanda por la híper precisión verídica que, por ejemplo, sí podría exigírseles a los archivos históricos que acuñan estadísticas porcentuales, certificados legales o cifras numéricas.

Cuando mi cuerpo dejó de ser tu casa viene a consolidar la visión de estas producciones que trabajan con la subjetividad como documentos necesarios, de hecho, invaluables.

 

Dios, raza y misoginia

«A los once años me inventaron una familia y me obligaron a creer que tenía tres padres. El tío Paul —mi padre de Colonia Dignidad—, mi divino Padre que estaba en el Cielo y Holger, mi padre biológico que vivía en Alemania. Pero solo una madre, la que se separó de sus siete hijos al poco tiempo de llegar a Chile, obedeciendo las órdenes de esos tres padres».

Así comienza Cuando mi cuerpo dejó de ser tu casa, la novela que relata las memorias de Ilse en la infame Colonia Dignidad. Ya en estas primeras líneas podemos comprender la dimensión del trauma que se gestará a lo largo de la narración, y que habla del lugar degradado que se le adjudica a la mujer.

Hasta ahora ha habido varios testimonios (siempre insuficientes) respecto a la abyección que aconteció en aquel lugar, especialmente desde la perspectiva de los hombres que escaparon, los jóvenes y niños que fueron abusados, y de los pactos entre otros hombres para mantener el status quo de la colonia, a partir de coimas, negocios, extorsiones.

Así, Cuando mi cuerpo dejó de ser tu casa viene a complementar esta representación con la voz de una mujer, que habla por muchas otras, arrojando luz sobre la misoginia, el prejuicio más antiguo del mundo, como lo define Jack Holland en su estudio pilar, Misoginia.

Ilse explica: «Íbamos por órdenes de nuestro padre, Holger, con el propósito de ponernos al servicio de Dios y de su compañero en religión y negocios: el pastor bautista Paul Schäfer». El padre es un nazi que, a los dieciséis años, predica la palabra de Dios para apoyar la eliminación de judíos entre los alemanes. Aquí tenemos las aristas fundamentales de esta barbarie: poder, dinero, racismo, misoginia (todo amparado bajo la supuesta y justificada palabra de Dios).

Prontamente se perfila el sadismo del tío Paul, quien con sorprendente facilidad embauca a sus seguidores con lugares comunes: «No podemos dejar que el amor mezquino, posesivo y egoísta de la familia interfiera con los sacrificios que debemos hacer para merecer una vida eterna». Luego sabemos que su propio padre es una figura ausente. Esto no importa y no amerita psicoanálisis: la única familia es la divinidad.

Su sadismo es retratado en el libro en numerosas secciones, como cuando ríe a carcajadas mientras sus perros amaestrados destrozan a las mujeres u obliga a niños a golpearse desnudos hasta sangrar… Insólitamente, sus argumentos siempre decantan en la figura divina y en la noción de pecado. Todo lo que él hace es luchar por el bien, por Dios salvador. Todos los castigos que administra conducen hacia la pureza, a purgar a esos cuerpos del pecado para que, así, alcancen la ansiada espiritualidad.

Innumerables recuentos superan la articulación narrativa. Por eso, Ilse recurre a aquel «¡Clic!» que cierra muchas escenas para registrar, como fotografías, aquellos repasos que rebasan la narración, como cuando se reencuentra con su madre (a la que debe llamar «tía»), precisamente en un espacio de encierro y tortura.

La destrucción de su lazo ha sido exitosa y la madre termina renegando de su hija. La disociación es tal, la reparación es imposible entre ambas mujeres. Ilse confiesa: «Por mi parte, yo seguía dudando, no solo de la vida eterna, sino que también de la existencia de un Padre celestial y del amor de mis padres por sus hijos».

 

Disociación y alienación

Durante la narración se detalla el gradual proceso de degradación, de disociación y de secuestro que acontece en el lugar sitiado y protegido con maquinaria de alta tecnología, traída especialmente desde Alemania: focos poderosos, alambradas eléctricas. La tecnología se expande hasta la creación de un hospital dentro del mismo recinto, para que nadie necesite salir de él.

En este recinto, un estado de excepción donde se han suspendido todas las leyes, reina el hospital, a cargo de la doctora Strätling, quien decide: «vacunar a todas las jóvenes solteras que aún no habían empezado a menstruar… nos advirtió que ese medicamento nos protegería de la ‘enfermedad’ de la menstruación… esa desagradable, sucia y hedionda enfermedad llena de sangre podrida…».

La macabra doctora también tortura a las mujeres con electricidad, que administra a sus cuerpos (especialmente vaginas y senos), para sacarles el diablo y sus pensamientos pecaminosos. Les suministra medicamentos, las dopa.

Ilse comenta: «Supe por Angelika que me habían hecho una operación que me impediría tener hijos el resto de mi vida. No solo me transformaron y no volví a sentir atracción por un hombre en décadas, sino que además me convirtieron igualmente en una mujer infértil. Una perra castrada, al igual que tantas otras mujeres de la comunidad».

La espuria protección de la colonia es introyectada con un adoctrinamiento reiterativo: «El tío Paul quería protegernos de los chilenos ladrones y sinvergüenzas».

Son los vulgares y primitivos chilenos quienes representan la amenaza en el afuera. Ellos podían raptar y violar a las mujeres alemanas blancas, rubias y puras, pues: «para los chilenos eran más apetecibles que sus propias mujeres hediondas, flojas, pecaminosas y morenas».

En este aislamiento, el transcurso histórico es visto como un paneo distorsionado, a través de referencias tendenciosas, filtradas de modo inusitado. Hay una banda de música y una mujer infame: Yoko Ono, que obliga a ese hombre melenudo a fornicar en todo momento, y pasan desnudos exhibiendo sus vergüenzas.

Otras noticias son editadas por el tío Gerd, el encargado de la instrucción docente: «hay un barbudo de boina negra… triunfaba en Cuba y en Bolivia: esa revolución podía llegar a Chile… el mundo era un completo caos moral y político».

El comunismo es el enemigo más temido. Estos son los años 60 para las orejas ingenuas de la colonia, que reciben la información sin más agencia que la docilidad y la obediencia. Es más inteligente aceptar las verdades de los jefes, pues el riesgo de contradecir resulta siempre en un castigo excesivo.

Así, en el paneo histórico también se escuchan los nombres de los gobernantes que cubren el arco histórico de la colonia, comenzando con Alessandri, pasando por Frei Montalva y Allende. Estos dos últimos provocan terror y discursos de odio entre los superiores de la villa. La salvación viene con Pinochet, quien visita la colonia.

Ilse recuerda: «Su presencia me recordó las historias que me contaban mis padres de su general en Alemania, Adolf Hitler. Tenía un aura de poder colosal, invencible y macabra a la vez. Su presencia irradiaba un escalofriante horror… estábamos frente a los dos hombres más poderosos del país: el general, presidente de la Junta Militar de Gobierno de Chile, y el general en jefe del nuevo gran Estado de Chile, nuestra Colonia Dignidad».

Luego, y ya con una conciencia crítica, Ilse relatará: «El trabajo más difícil que las mujeres tuvimos que hacer en esos meses fue desenterrar los cuerpos que años antes nos habían hecho esconder. Cuerpos de hombres y mujeres ‘comunistas’, según decía el tío Paul».

Pero la rebeldía sí existe en los cuerpos encarcelados y, en varias oportunidades, se concretan los escapes. Los relatos de quienes consiguen escapar, perseguidos por perros pastores alemanes y dobermans, amaestrados para esos propósitos, alimentados con carne cruda para cebarlos, son angustiantes. Conocido es el caso de Max, quien es recapturado y salvajemente castigado y torturado.

La misma protagonista lleva a cabo su escape, con su amiga Angelika, con quien consigue llegar a un pueblo, sin siquiera poder expresarse en castellano, pues el alemán era el único idioma aprendido en la célula biopolítica: «Tengo viva la memoria de cruzar tiritando por los alambres, como un perro mojado en invierno. Tenía miedo de salir y miedo de quedarme».

Este «miedo de salir y miedo de quedarme», resume el trauma en el que habitan los cuerpos. De hecho, la fuga para Angelika es tronchada por sí misma. Habiendo conseguido la huida, Ilse encuentra una nota de su amiga. Angelika no ha podido tolerar esta súbita libertad y regresa a la Colonia Dignidad sólo para ser masacrada y, finalmente, asesinada.

Su tragedia está ligada a la figura de Igor, un chico al que apreciaba y del que guardaba un recuerdo atractivo, pero su relato no hace más que profundizar en la abyección que consiguió «el tío Paul». Igor ya había sido violado en Alemania por Schäfer a los once años y, luego, abusado en Chile hasta los dieciséis.

Schäfer prefería niños más chicos y descartó a Igor, quien se transformó en coadyuvante, llevándole él mismo niños al cuarto de Schäfer: «en algunas ocasiones dos o tres niños por noche».

Igor pasa de ser una víctima en un victimario, y se le adjudica una nueva identidad, con el nombre de Höff. Schäfer lo envía a Estados Unidos a estudiar medicina, pero no es capaz de cursar estudios allí, entonces regresa a Chile para transformarse en el «El Carnicero de las Mujeres», para lo cual estudia en la Pontificia Universidad Católica.

¿Cómo? Gracias —de acuerdo a Emma Sepúlveda— al soborno hecho por Paul Schäfer a la institución católica, cuando el vicerrector académico de esta institución era un abogado que protegería a la Colonia, asimismo, durante la década de 1990, cuando ejerciera como un influyente senador de la República, en representación de la Región del Maule.

Otro poderoso blindado es el diario El Mercurio: «Un diario de Santiago, el más importante de Chile –El Mercurio–, siempre nos defendía», escribe Ilse.

Emma Sepúlveda ha hecho un trabajo no solo necesario, sino que deslumbrante, pues ha conseguido poner en palabras, con todas las mediaciones y limitaciones que estas representan, un horror del que, poco a poco, comenzamos a saber más; que parece estar, por fin, saliendo de su impunidad inexpugnable.

 

 

 

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Nicolás Poblete Pardo (Santiago, 1971) es periodista, profesor, traductor y doctorado en literatura hispanoamericana (Washington University in St. Louis).

Ha publicado las novelas Dos cuerpos, Réplicas, Nuestros desechos, No me ignores, Cardumen, Si ellos vieran, Concepciones, Sinestesia, Dame pan y llámame perro, Subterfugio y Succión, además de los volúmenes de cuentos Frivolidades y Espectro familiar, y la novela bilingüe En la isla/On the Island.

Traducciones de sus textos han aparecido en The Stinging Fly (Irlanda), ANMLY (EE.UU.), Alba (Alemania) y en la editorial Édicije Bozicevic (Croacia).

Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

«Cuando mi cuerpo dejó de ser tu casa», de Emma Sepúlveda (Editorial Catalonia, 2022)

 

 

 

Nicolás Poblete Pardo

 

 

Imagen destacada: Emma Sepúlveda.