El largometraje de ficción dirigido por Roberto Rossellini —a cuya obra «Roma, cittá aperta» se la cita junto con «Ossessione», de Luchino Visconti como las fundadoras del movimiento neorrealista italiano—, se encuentra protagonizada por un magnífico Vittorio De Sica en su faceta de intérprete actoral.
Por Luis Miguel Iruela
Publicado el 21.7.2025
El cine italiano posterior a la Segunda Guerra Mundial, el llamado neorrealismo, pretendía reflejar la vida como tal, alejado de los gustos y sensibilidades del pujante cine de Hollywood.
Así, en la película El general de la Rovere (1959) están presentes dos de los grandes nombres de este movimiento: Vittorio de Sica (como actor) y Roberto Rossellini (como director).
El primero de ellos fue uno de los grandes creadores del neorrealismo gracias a filmes del prestigio acrisolado de El ladrón de bicicletas, Umberto D, Milagro en Milán, El limpiabotas (con guion del escritor Cesare Zavatini) entre otros. Después derivó hacia un cine más comercial, pero no exento de calidad, del estilo de Dos mujeres, Matrimonio a la italiana, El jardín de los Finzi-Contini o Los girasoles.
Fue un magnífico actor. Protagoniza El general de la Rovere, aportando al personaje la afición por el juego del propio De Sica, un drama que él conocía de primera mano.
Se le atribuye la protección de 300 extras judíos en 1944 durante el rodaje de su película La puerta del cielo para que no fueran deportados a Alemania.
La cinta está basada en un relato de Indro Montanelli, perteneciente a la serie Incontri, y quien está considerado uno de los más significados periodistas italianos del siglo XX, autor de una muy célebre y leída Historia de Roma, y que recibió el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades en 1996 compartido con el filósofo Julián Marías.
Montanelli perteneció durante la guerra a un partido clandestino llamado Justicia y Libertad. Fue descubierto por los nazis y condenado a muerte. De esta experiencia, nació el relato de El general de la Rovere (un apellido de histórica tradición en Italia al punto de que el Papa Julio II patrocinador de la Capilla Sixtina y discutidor con Miguel Ángel era un De la Rovere) que recogía los hombres y los sufrimientos que conoció en la cárcel de San Vittore, de donde salió por mediación del cardenal de Milán Ildefonso Schuster.
La película está dirigida por Roberto Rossellini, a cuya obra Roma, cittá aperta se la cita junto con Ossessione, de Luchino Visconti como las fundadoras del movimiento neorrealista.
Una corriente narrativa que pretendía alcanzar la veracidad testimonial: la vida tal cual es, sin adornos retóricos ni artificios. Lo que suponía el rodaje en escenarios naturales, sin decorados y sin actores profesionales, con un desprecio de lo sofisticado y lo bello, y un respeto por los acentos, ropas y aspecto de las personas reales.
La trayectoria de Rossellini fue separándose del cine espectáculo para acercarse al documental y a la crónica histórica, en especial después de su etapa de colaboración con la actriz Ingrid Bergman (Stromboli, Europa 51, Te querré siempre) para acabar realizando un cine didáctico para la televisión (Sócrates, Hechos de los apóstoles, Pascal, Agustín de Hipona).
El general de la Rovere es uno de sus últimos trabajos de ficción que presenta muchos aspectos testificales al tratar de la cotidianeidad del pueblo de Génova bajo la ocupación alemana: no hay composiciones brillantes, los actores no son guapos ni estilizadas las mujeres. Todo sale tal y como el director lo había vivido durante la guerra.
Un servicio civil y notarial
Para Rossellini, el cine debía ser un servicio civil y notarial dedicado a la causa de las necesidades culturales más urgentes y no una actividad de fabulación o diversión, lo que lo sitúa en las antípodas de los Spielberg, Lucas o Tarantino, por ejemplo.
El argumento es sencillo: Bardone, un estafador de poca monta es obligado por el ejército de ocupación a actuar de «topo», mediante chantaje, infiltrándose en un grupo de partisanos encarcelados para obtener toda la información posible sobre la resistencia italiana.
El coronel Müller, autor del plan, posee esa psicología del que es capaz de detectar las debilidades de los demás y emplearlas a su favor.
Pero el coronel lo hace como un deber militar, como un servicio para con su país, no en su provecho personal. Por lo tanto, no es un sádico nazi, sino un soldado al que no le agradan los métodos de la Gestapo, pero que los utiliza si es necesario. En tiempos de paz, Müller se habría comportado, con total seguridad, de un modo muy distinto.
La guerra lo convierte en un verdugo. Le violenta serlo, pero lo es. Ese es el conflicto principal que se observa en el personaje.
Al contrario, Branchelli (el cabecilla de los resistentes presos) es un héroe a su pesar: un hombre sencillo colocado en una situación límite. El deber para con sus compañeros le hace ser un valiente silencioso y sin alardes.
Müller y Branchelli aparecen desde ángulos distintos, siendo unas víctimas del deber: «víctima-verdugo», Müller y «víctima-héroe», Branchelli.
Bardone, en cambio, experimenta una transformación moral al ver el sufrimiento de los demás. Vividor de medio pelo, petardista, ludópata, impostor, mentiroso acomodaticio que trata de sobrevivir en medio de la ocupación alemana.
Como Müller posee una aguda psicología de las carencias de los otros, pero no de las debilidades, sino de las necesidades. Y se aprovecha de ello: juega, vende joyas falsas, corrompe al suboficial nazi (que obtiene provecho con ello), manipula a las familias de los detenidos y fusilados, etcétera.
Pero cuando se descubren sus tretas, pronuncia un discurso en el que se manifiesta su agobio por el dolor de esas mismas familias, que lo esperaban todo de él.
Al entrar en la cárcel como sicofante e impostor, el contacto directo con el suplicio de los torturados y los futuros fusilados, que se anuncian con humillantes letreros en las celdas de los propios condenados a muerte, y sobre todo con lo que aguardan de él como prestigioso general, símbolo de esperanza, van cambiando a este hombre cobarde, egoísta y pequeño hasta convertirle en un héroe verdadero.
Bardone elige morir para aliviar el paso final de los resistentes que caen con él, para contribuir con su sacrificio a fortalecer a los que no son ejecutados. El fin de Bardone es la redención del Bardone que deja al coronel Müller sin un arma capital contra la moral de combate de los partisanos.
Es la gloria del impostor: acepta ser el doble del general de la Rovere y toda su vida solitaria adquiere sentido al sacarlo de su calculado aislamiento para hacerle pertenecer a su pueblo, a los que luchan por la libertad.
Bardone, que nunca ha creído en nada, se transfigura por medio de la visión de la pena ajena en un convencido del sufrimiento compartido. Reacciona dando la vida por el dolor de los otros.
En tiempos de dura escasez, Bardone se aferraba a acaparar café y azúcar, mínimo e íntimo disfrute, signo de quien está solo, completamente solo y pone su gozo en las pequeñas cosas.
Se trata de la fábula moral de alguien que no puede soportar su carácter miserable y decide dejar de serlo de esta manera.
Oscar Wilde cuenta en la carta De profundis como su amigo Robbie, al verlo entrar esposado en la cárcel de Reading, hace la señal de la cruz con profunda expresión de respeto. Es la actitud de un hombre ante el dolor
que ve en otro.
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Luis Miguel Iruela es poeta y escritor, doctor en medicina y cirugía por la Universidad Complutense de Madrid. Especialista en psiquiatría, jefe emérito del servicio de psiquiatría del Hospital Universitario Puerta de Hierro (Madrid), y profesor asociado (jubilado) de psiquiatría de la Universidad Autónoma de Madrid.
Dentro de sus obras literarias se encuentran: A flor de agua, Tiempo diamante, Disclinaciones, No-verdad y Diccionario poético de psiquiatría.
En la actualidad ejerce como asesor editorial y de contenidos del Diario Cine y Literatura.
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Luis Miguel Iruela
Imagen destacada: Il generale Della Rovere (1959).