[Ensayo] «Gagarine»: El espacio interior del mundo

El filme de los realizadores franceses Fanny Liatard y Jérémy Trouilh es una bella metáfora audiovisual acerca de las ansias de superación y de creatividad, a fin de vencer y subsanar las carencias emocionales y materiales de todo tipo, propias de la existencia de un grupo de jóvenes de diverso origen, situados en el contexto de la periferia del Gran París.

Por Jordi Mat Amorós i Navarro

Publicado el 25.4.2022

A todo ser le abarca un solo espacio: el espacio
interior del mundo. Silenciosas, las aves vuelan
a través de nosotros. Oh, quiero crecer
miro hacia fuera y está en mi crecimiento el árbol.
 
Me preocupo, y la casa está en mí
Me protejo, y el cobijo está en mí
Yo que fui amado: en mi reposa
la imagen de la creación y se deshace en llanto.
Rainer Maria Rilke

Dos jóvenes directores franceses que tras realizar distintos cortometrajes de contenido social dan el salto con esta excelente ópera prima —nominada a los Premios César— en la cual nos muestran con mirada empática la vida de unos jóvenes en un barrio del extrarradio parisino.

Como explican en una entrevista concedida a la revista Caimán, cuadernos de cine su idea original era realizar un documental acerca de los habitantes del emblemático conjunto de edificios Cité Gagarine —nombre que evoca al mítico astronauta Yuri Gagarin, quien lo inaugurara en 1963— y que estaba en proceso de demolición.

Esta circunstancia junto al impacto visual que les produjo la construcción que asemejaba una nave espacial les llevaron a realizar una ficción en torno a la juventud que crece en los barrios marginales colocando como protagonista a Yuri (Alseni Bathilly en una gran interpretación premiada en el Festival de Sevilla), un joven que tiene al astronauta ruso como un héroe de referencia y que fantasea con ser tripulante del edificio nave que ha sido su hogar desde niño.

Liatard y Trouilh resaltan que para nada querían potenciar la nociva imagen de violencia, drogadicción, etcétera, que suele enfatizarse en las aproximaciones a la vida de estos barrios.

Así, la suya es una esperanzadora fábula de resistencia heroica que sin obviar la dura realidad, pone el foco en el humanismo de Yuri y su gente. Y en ese enfoque, la voluntad de dar un voto de confianza a los jóvenes, de darles voz en la búsqueda de nuevas soluciones a modelos caducos impuestos.

 

Espacios

Un espacio arquitectónico enorme parcelado en numerosos pequeños espacios en los cuales se han vivido multitud de historias de mujeres, hombres y familias de orígenes muy diversos. Se nos muestran imágenes históricas reales de esas gentes e imágenes de presente ficción poniendo el foco en la convivencia vecinal.

Gentes en su mayoría inmigrantes que buscaron hacer sus sueños realidad en el gran París, gentes que —salvo algunas excepciones— no pudieron «despegar» hacia horizontes más amplios.

Ese gran espacio de espacios interiores ahora está a punto de ser sentenciado a muerte por no cumplir los estándares de habitabilidad que rigen en las sociedades del «primer mundo». Todo ello —entiendo— como imagen de la dura realidad social de quienes «estando en» casi nunca alcanzan a «vivir plenamente en» el denominado «primer mundo».

Yuri no quiere que esa sentencia se ejecute, para evitarlo y como es habilidoso decide reparar los desperfectos en el sistema eléctrico de los espacios comunitarios. Con este fin lo vemos cual profesional junto a algún amigo substituyendo luces y manejando cables.

Pero pese a su voluntad heroica no podrá lograrlo y el viejo edificio símbolo del viejo mundo en el que él y tantos otros chicos crecieron va a ser demolido en breve. Los realizadores nos muestran bellamente esa realidad con la imagen del edificio que voltea cual ser vivo con caparazón que al voltear se sabe impotente.

Una imagen que también evoca a la de una nave en el espacio exterior donde el voltear no es para nada riesgoso sino que es lo natural.

Esa evocación espacial liberadora que es también la que de algún modo «da alas» desde niño a Yuri quien sueña con ser astronauta y gusta de observar el cielo con su telescopio. Su afición le lleva a confeccionar un gran toldo translúcido para que los vecinos puedan observar sin riesgo un eclipse solar. Ese acto como reflejo de la vida en común —con sus luces y sus sombras— que define el barrio.

Para Yuri el inmenso espacio exterior que tanto observa y conoce es la salida a su dura realidad; una dura realidad que es la propia del barrio marginal y que en su caso se ve incrementada por su situación familiar.

Así en ese simbólico volteo del edificio nave terrestre que lo ha cobijado está el vuelco en la vida de Yuri, su vida vira y con ese viraje personal vira también la película mostrándonos una fábula fantástica con significados.

 

Del abandono y el amor

Yuri vive solo, sus padres se separaron y el quedó al cargo de la madre, una mujer que ha rehecho su vida y lo ha abandonado confiando en que una vecina amiga la «substituya».

El chico es feliz compartiendo momentos con esa mujer que es madre de su mejor amigo pero en sus muchas noches de soledad la necesidad del abrazo materno duele.

Cuando los vecinos más o menos conformados van abandonando sus hogares, Yuri los observa con la esperanza de que finalmente su madre vendrá —tal y como le ha prometido— a por él para integrarlo en su nuevo hogar. Esa es la esperanza de quien ve desmoronarse su única referencia: ese espacio, ese barrio.

Y se queda completamente solo, solo porque todos se han marchado ya y solo porque la madre vuelve a fallarle. En plena noche y con su hijo durmiendo, esa mujer —cobardemente, sin dar la cara— quiebra la esperanza de su hijo dejándole una nota en la cual le asegura que le es imposible alojarlo puesto que está embarazada del hombre con el que convive.

Para Yuri es esta la gran decepción de una ristra histórica de decepciones por parte de una madre ausente que se despide en su cruel nota con un te amo que no es.

Solo se queda pues Yuri a bordo del Gagarine. Lo vemos esquivando a los operarios y construyendo un espacio único en el que fantasía y realidad se unen. El suyo es un hogar a modo de estación espacial con huerto y detalles ingeniosos como una superficie agujereada que al incidir la luz solar evoca el cielo estrellado (una de las imágenes más bellas del filme).

En esa soledad familiar, la gran ayuda que supone la compañía de Diana, una chica de etnia gitana por la que él se siente atraído. Ella irá entrando en su peculiar mundo, en su espacio interior y reconocerá la grandeza en la diferencia de ser que encarna Yuri.

Nace así el amor compartido que es medicina especialmente para él, un amor que sellan en un bello beso en el terrado del Gagarine —un espacio muy vinculado a Yuri— en un simbólico amanecer. Nace un «juntos» especial y espacial entre una chica de etnia nómada acostumbrada a viajar y un chico de etnia sedentaria que busca viajar.

Liatard y Trouilh nos muestran cuales son los planes de Yuri quien piensa llegar hasta el final en su voluntad de volar como modo de liberarse del duro abandono que tanto le pesa.

Me parece interesante la analogía sugerida entre la historia vivenciada y la imaginación evocada que enlaza espacios en apariencia distintos pero que en el fondo no lo son tanto.

Sabemos que todo ser humano nace niño necesitando la protección materna y paterna, y que —si nada lo impide— en el «pequeño» espacio familiar (el hogar) se desarrollará y se preparará para dar el salto al «gran» espacio intrafamiliar (el mundo, la tierra).

Yuri —a pesar del amor correspondido, del «juntos» con Diana— por sus carencias cree que la Tierra —la madre Tierra como evocación de la madre humana— no le ama. Y busca dar el gran salto como ya no tan niño al espacio lejano en el que el planeta —la madre— es mucho más pequeña y apenas ejerce fuerza gravitatoria.

Como final de análisis, sólo añadir que son bellas las imágenes del vuelo alucinatorio de Yuri hacia esa «liberación gravitacional» materna y su simbólico «alunizaje» con el que concluye el filme.

Imágenes que pueden interpretarse como un reconocimiento de su valor y de su potencial, de su capacidad de ser.

Y en el ser, poder llegar a sentir en sí mismo el espacio interior del mundo al que alude Rilke en la bella cita del encabezado.

 

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Jordi Mat Amorós i Navarro es pedagogo terapeuta por la Universitat de Barcelona, España, además de zahorí, poeta, y redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

 

 

Tráiler:

 

 

Jordi Mat Amorós i Navarro

 

 

Imagen destacada: Gagarine (2020).