[Ensayo] «La ciudad es nuestra»: La separación de la sociedad civil con su cuerpo de policía

La miniserie cuyo título en inglés es «We Own This City» acaba de trasmitir su primera temporada a través de la plataforma de streaming HBO MAX, y en este artículo se ofrece un completo análisis en torno a sus variables dramáticas y audiovisuales.

Por Cristián Uribe Moreno

Publicado el 28.6.2022

La última miniserie que nos brindó HBO de David Simon y Georges Pelecanos, La ciudad es nuestra (We own this city, 2022), es una gran síntesis de sus trabajos anteriores.

Ambos, ya sea como guionistas o como productores, tienen en el cuerpo un grupo de las más grandes series y miniseries de HBO: The Wire, Treme, The Deuce. Sus historias son sólidas, profundas y entretenidas. Un grupo de realizaciones con un calado muy poco común a las realizaciones que exhiben habitualmente los streamings.

En este caso, la historia se centra en un policía de Baltimore, Wayne Jenkins (Jon Bernthal), que llega a liderar un grupo especial cuya misión es buscar armas ilegales. Sin embargo, en sus actividades él y su grupo se van corrompiendo y actúan de manera más abusiva que los propios criminales.

Junto a ellos, se desarrollan otras historias paralelas. Por un lado, Nicole Steele (Wunni Mosaku), una abogada de derechos civiles que busca esclarecer la corrupción policial en la ciudad de Baltimore. Y por otra lado, el comisionado policial Kevin Denis (Delaney Williams) quien trata de lidiar con la descomposición del cuerpo policial, sus subordinados y los oficiales, y los mandos civiles que presionan para tener resultados en la lucha contra la delincuencia.

La miniserie es presentada en seis capítulos y su relato no es lineal. La historia es entregada a través de un mecanismo elíptico que salta de un presente, donde están los policías acusados, la abogada que reúne pruebas y el comisionado, hacia el pasado reciente.

Por tanto, se entrega cierta información y se posponen otros datos. Esto da, en un principio, cierta ambigüedad, pues no se sabe quiénes son los criminales y quién es la ley.

El tiempo de inicio de la historia principal es la llegada de Jenkins a la policía de Baltimore. Entremedio aparecen los distintos policías que componen el grupo especial, los altos mandos policiales haciendo frente a la crisis que tienen entre manos y policías detenidos que cuentan sus testimonios ante unos agentes del FBI que realizan la investigación.

Una manera de ordenar el tiempo narrativo son los reportes que van apareciendo en la pantalla de un computador y sirve de guía para que el espectador estructure los eventos como piezas de un rompecabezas.

 

Las calles de Baltimore

Si bien la serie es un producto destinado a la entretención, en el fondo es una denuncia sobre los métodos y la relación del poder con este grupo de policías que actúan impunemente. De la miniserie, existen dos puntos que me interesan particularmente de la historia: el comentario meta cinematográfico y el análisis político.

El primero tiene que ver con la función meta de la serie. Pese a que esto no es cine, constantemente está dialogando con otras series policiales y alguna realización cinematográfica. Y en especial una serie está en la base: The Wire (TW).

Para quienes vimos en su momento la realización televisiva de policías de Baltimore, no podemos sacarnos de la cabeza que este es una suerte de segunda camada de los detectives de la misma ciudad. Parte del elenco y escenario se puede ver en la nueva producción.

Lo más llamativo es que gran parte de los policías corruptos, sean personajes que en la producción anterior, TW, actuaban como jóvenes drogadictos o ayudantes de los traficantes. Es como decir que los noveles criminales y adictos se convirtieron en policías. Y terminaron, en lo mismo, como si policías y criminales fueran el mismo cuerpo, solo que en veredas distintas.

Con respecto a los antiguos policías, los que son emblemáticos, son los que llegaron finalmente a puestos de poder. Como el comisionado interpretado por Delaney Williams que en la serie TW interpretaba al sargento Jay Landsman, oficial directo de Mc Nulty.

De hecho, pareciera que el sargento sobrevivió y llegó a la cima. Sin embargo, en la nueva serie, mediando por una solución a la delincuencia y a la corrupción de su institución, poco puede hacer.

En similar situación está el personaje de Stephen Brady, interpretado por Domenick Lombardozzi, el representante del sindicato de policías de Baltimore que se reúne con la abogada y muy cínicamente le notifica que el sindicato respaldará a los policías acusados, porque básicamente son un solo cuerpo.

Este personaje pareciera ser la continuación natural del personaje que el mismo Lombardozzi hacía en TW, el detective Thomas «Herc» Hauk, un policía rudo y de pocas luces.

Pero sin duda, el personaje más trágico de la nueva realización es Sean Suiter, interpretado por Jamie Hector. Un policía que trabajó un tiempo con Jenkins y después se trasladó a la unidad de homicidios. La historia lo muestra como un buen hombre de familia y buen policía. Sin embargo, la narración de la serie insinúa que en algún momento pudo caer en las acciones sucias de Jenkins. El relato es elusivo en esos detalles.

Este actor, también trabajó en TW haciendo uno de los traficantes más carismáticos de la historia: Marlo Stanfield, un hombre violento y decidido del crimen en las calles de Baltimore. Una personalidad totalmente opuesta al policía retratado en la nueva realización que, no obstante, sigue siendo igual de bueno en su oficio.

 

Una corrupción habitual

Hay una sensación que la miniserie está permanentemente dialogando con la antigua producción de policías de Baltimore. Los mismos problemas estructurales que no permitían hacer un buen trabajo. La misma corrupción política.

Los políticos reclamando por resultados sin comprometerse en la solución. Los problemas de presupuesto que nunca faltan. El escaso compromiso de los miembros involucrados. Pasaron los años y el abandono de la ciudad de Baltimore continúa.

El otro punto de la serie que llama la atención, es el del actuar mismo de la policía. Los eventos están basados en hechos reales: un grupo de policías que fue llevada a juicio por su actuación como organización criminal. Una especie de mafia dentro de la policía. Pero este actuar no es aislado y el relato aborda una conducción más habitual de lo que se cree.

Y aquí la producción audiovisual aborda la relación de la comunidad con el cuerpo policial. En este aspecto, el caso de Freddie Gray, muerto en manos de la brutalidad policíaca el año 2015 en la ciudad de Baltimore, fue el motivo de las grandes protestas que fueron aplacadas apunta de golpes.

Este hecho provocó un gran cisma entre la comunidad civil y la policial. Los agentes, que ya tenían mala fama, fueron vistos como personajes del control político y social. Algo parecido al Chile post estallido social. Los carabineros de aquí, ya no solo estaban involucrados solo en estafas o crímenes, sino que la represión política y social recayó en ellos.

El actuar brutal de la policía, lo explica muy bien el personaje de Treat Williams, Brian Grobler, docente jubilado de la academia policial a la abogada Nicole Steele: «La policía siente que hay una guerra afuera. Y ellos, son guerreros. Y los civiles, son solo víctimas que no importan a nadie».

Esta guerra, que el personaje vincula contra las drogas, es un conflicto que los políticos crearon y que ahora no pueden terminar. Y el conflicto social declarado no hace más que acrecentar la separación de la sociedad civil con su cuerpo policial, que en teoría debería protegerlos.

Una guerra declarada a las drogas, que finalmente terminó por criminalizar a parte de la sociedad, de antemano está perdida, dice Brian Grobler. Y se sigue en esa lógica del enfrentamiento puesto que ningún sector político quiere asumir los costos de algo que claramente no tiene una salida viable.

Extrapolado a Chile, hace años que la institución de carabineros ve a cierto sector de la población civil como un enemigo a quien destruir. Eso mismo que declaró Piñera en una funesta alocución en los días del estallido. La lógica de la guerra contra el enemigo, la ciudadanía, se da en distintos lugares del planeta.

La aparición de Treat Williams como el hombre que conoce a fondo la lógica policial, no es casual. Él encarnó un gran personaje en la película El príncipe de la ciudad (1981) de Sidney Lumet. Segunda película que le dedicaba Lumet a la corrupción policial, después de Serpico (1973).

Williams encarna al detective Daniel Ciello, quien delata la corrupción dentro de la policía y sufre las consecuencias. Otro gran cruce metacinematográfico que hace la serie.

La historia de la miniserie se basa en el libro de investigación periodística del mismo nombre publicado por Justin Fenton, periodista del Sun de Baltimore.

La traducción del título original We Own The City, literalmente: «Nosotros somos dueños de la ciudad», alude a una declaración de Jenkins cuando está con su equipo y exhibe todo el poder que siente un grupo privilegiado, que hace rato perdió el norte, poco vigilado y muy protegido políticamente, caldo de cultivo para el abuso.

Un abuso, en este caso, sistémico.

 

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Cristian Uribe Moreno (Santiago, 1971) estudió en el Instituto Nacional General José Miguel Carrera, y es licenciado en literatura hispánica y magíster en estudios latinoamericanos de la Universidad de Chile.

También es profesor en educación media de lenguaje y comunicación, titulado en la Universidad Andrés Bello.

Aficionado a la literatura y el cine, y poeta ocasional, publicó en 2017 el libro Versos y yerros.

 

 

 

Tráiler:

 

 

Cristián Uribe Moreno

 

 

Imagen destacada: La ciudad es nuestra (2022).