[Ensayo] «Locke»: La grandeza de un hombre comprometido

El filme del realizador y escritor británico Steven Knight es una obra audiovisual que, protagonizada por un Tom Hardy en excelente forma en la temporada 2013, esconde al interior de su argumento una serie de dispositivos de profunda significación tanto estética como literaria.

Por Jordi Mat Amorós i Navarro

Publicado el 31.7.2022

«No importa cuál sea el problema, puedes resolverlo».
Ivan a su padre ausente

El escritor, guionista y director británico Steven Knight nos ofrece una joya cinematográfica que obtuvo distintos premios y la cual fue muy bien recibida por la crítica y el público.

Su argumento es sumamente original, trata de un hombre que va conduciendo su automóvil en la simbólica noche —casi interminable noche— hacia el lejano hospital donde nacerá su tercer hijo. Y en ese viaje se comunica por teléfono —en una cascada de llamadas también casi interminable— con todos los que conforman su universo: con la gente del trabajo y con su esposa e hijos que le esperan en su hogar. Y también con la mujer que está embarazada de él por un único día de infidelidad conyugal.

Toda la película transcurre en ese escenario móvil a la luz de los faros y de las farolas, y con tan sólo un intérprete visible —los demás son voces entre las que destaca la de la gran Olivia Colman como la mujer hospitalizada—: Tom Hardy quien encarna de forma sublime a Iván Locke, un hombre que reconoce su error y que asume su responsabilidad.

Y en ese asumir, todo su universo se va a desmoronar. Y en el proceso de solucionar los numerosos problemas que se le presentarán entenderemos el origen de su actitud responsable y comprometida ante los imprevistos de la vida.

Debo advertir que el análisis que sigue contiene inevitablemente spoilers.

 

Merecer ser feliz

Pocas personas lo hubieran arriesgado todo por otra con la que han estado unas escasas horas en intimidad, pocas personas hubieran empatizado con una desconocida que no tiene a nadie en la vida y quiere dar a luz al hijo que ambos, sin ser conscientes, concibieron.

Ese es Iván, quien no rehúye su responsabilidad y acepta el deseo de Bethan, y apoya a una mujer que no ama porque algo sabe de su dolorosa soledad y quiere que sea feliz, así de claro se lo dice: «mereces ser feliz».

Iván está acostumbrado a gestionar con aplomo y eficiencia los imprevistos de la vida, especialmente los de su trabajo como responsable de grandes edificaciones. Lo comprobaremos de inmediato en sus conversaciones con su jefe y especialmente con el hombre que lo sustituye tras su precipitada salida para atender a Bethan.

De esta forma, Iván quiere explicarle la verdad a su esposa Katrina y a sus dos hijos pero los imprevistos de la vida esta vez han llamado a la puerta de su hogar ya que el bebé va a nacer muy prematuro.

Parece que todo se ha conjugado «en su contra» porque precisamente al amanecer tendría que haber dirigido una gran operación de descarga de hormigón, la más importante de su dilatada vida profesional.

Y a pesar de esos dos grandes hándicaps, Iván no duda en conducir cientos de kilómetros para apoyar a una mujer que merece ser feliz. Grande el corazón de un hombre que es así por naturaleza propia y también por positiva rebelión con su padre.

 

Hasta las narices

Iván conduce —controla— de forma impecable el coche, un buen hacer que refleja su forma de tratar a las personas con las que habla, lo que no quita que de vez en cuando acuda algún acceso de rabia que procura no escupir a los demás. Y en ese aluvión de problemas que ha de resolver resulta significativa su congestión nasal que refleja su humano estar hasta las narices.

En un momento dado, en su conciencia de riesgo personal por esa valiente decisión se pregunta sobre la justicia del obrar bien o el obrar mal.

Se lo pregunta en sus diálogos con su padre ya muerto entre tantas llamadas de vivos. Y en esos diálogos comprendemos la carga heredada que aún arrastra en su incapacidad de perdonar al padre, un hombre alcohólico y drogadicto que los abandonó a su suerte. Y es que con el padre Iván se torna otro radicalmente distinto, mostrándose implacable sin atisbo de empatía ni de perdón.

Para él su padre fue un hombre cobarde y perezoso que no se enfrentaba a los retos y conflictos, por eso le espeta la diferencia que él encarna con un contundente: «no importa cuál sea el problema, puedes resolverlo».

Y añade que: «voy a conducir directo al peor lugar para mí, el peor lugar de la tierra para mí. Haré lo que haya que hacer, me amen a me odien por ello. Hay que ser fuerte para que no importe lo que ellos piensen. Conduje en esta dirección y habrá una persona nueva cuando llegue allí».

 

En la cuerda floja

Su jefe, un hombre al que apoda «desgraciado» lo despide por ese irse urgente en el peor momento posible. Pero en su responsabilidad extrema, en el espíritu constructivo —es un constructor constructivo, siempre tiende puentes— que le define, Iván sigue en contacto con su sustituto guiándole en todo para lograr que el proyecto de su vida sea un éxito.

En casa la cosa está también complicada. Esa noche precisamente tiene lugar un importante partido de fútbol que sus hijos siguen por televisión añorando la compañía del padre. Las llamadas de Eddie y Sean le informa de cómo va el partido y de cómo está su madre.

Porque su esposa Katrina está en shock tras la abrupta confesión de infidelidad de un hombre que en verdad la ama y que se sabe responsable. Así se lo explica Iván: «cometí un error, no siento nada por esa mujer, intento ir hacia lo correcto esta noche porque está sola y el bebé es responsabilidad mía y sé que se siente al llegar al mundo así», y le ruega a la mujer de su vida que espere a su vuelta para hablarlo con un simbólico: «Quiero saber que voy a regresar cuando salga el sol».

Pero Katrina cree que «nunca es una sola vez» y le espeta que siempre estuvo más enamorado de sus edificios para concluir con un durísimo: «voy a lavar aquí diez veces para sacarle el polvo tuyo, esta ya no es tu casa».

 

Cuando salga el sol

Y a pesar de tanto, Iván se dice a sí mismo que la descarga de hormigón funcionará y que Katrina va a estar bien: «En la mañana estará bien. Así es como puede ser, ruego por ello», añadiendo que el bebé crecerá siendo un Locke: «Locke está bien, somos buenos. Porque yo limpié el apellido». Ese es el motivo de su riesgosa aventura nocturna, el transmutar la herencia paterna.

En la que a mi entender es la mejor escena de la película lo vemos roto en llanto al oír la voz del pequeño Eddie que le llama para relatarle lo mejor del partido y para transmitirle su confianza en él y en la familia:

«Mamá estaba llorando, así que ni siquiera lo vio. Pero te lo grabamos, así que tienes que venir a verlo. Tienes que venir a casa, y tengo una idea. Fingiremos que no sabemos el resultado —qué gran asociación entre juego y realidad tal juego— que está pasando de nuevo en vivo», y le relata ese volver a verlo en el ambiente de armonía del hogar, los cuatro juntos.

«Lo haremos, buenas noches papá», es el colofón del niño que confía por su condición de niño y por tener un padre ejemplar como él. Bellísimo.

Acaba la película aún de noche con luces de faros y farolas que se desenfocan. Ha llamado Bethan e Iván ha oído al bebé llorar, todo está bien y pronto llegará al hospital para estar con ellos.

Aún es de noche, una noche muy larga pero se sabe que amanecerá. Iván y Eddie creen que amanecerá mejor, confían en que todo se arreglará, confían en que Katrina podrá perdonar el desliz de su esposo. Todo apunta que será así cuando salga el simbólico sol.

Otra cosa es si Iván algún día (en algún nuevo amanecer) podrá perdonar al padre y en consecuencia podrá liberarse de la carga heredada que tanto le pesa. Ojalá salga ese sol porque como Bethan, Iván merece ser plenamente feliz.

 

 

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Jordi Mat Amorós i Navarro es un pedagogo terapeuta titulado en la Universitat de Barcelona, España, además de zahorí, poeta, y redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

 

 

Tráiler:

 

 

 

Jordi Mat Amorós i Navarro

 

 

Imagen destacada: Locke (2013).