[Ensayo] «Manfredo»: El drama metafísico de Lord Byron

La crítica ve en esta obra al prototipo del héroe en la poética del autor inglés, un ser alejado del común de los mortales, desengañado de la esterilidad del conocimiento y atormentado por la culpa de la muerte de su hermana Astarté, cómplice de un amor maldito.

Por Sergio Inestrosa

Publicado el 6.8.2021

Siguiendo la pauta de desviarme a leer otras obras relacionadas con el texto que estoy leyendo, me atrevo a comentar y a sugerir al lector el poema dramático Manfredo, de Lord Byron (1788-1824), que aparece tanto en Retrato de un artista adolescente de Joyce, como en El conde de Montecristo de Dumas.

Debo de admitir que Edmundo Dantés tiene mucho de Manfredo no solo en sus aspecto físico sino también en el emocional, e intelectual, como bien puede apreciarse con esta cita: “Con mi ciencia creció mi ardiente deseo de aprender, mi poder y el enajenamiento de la brillante inteligencia que…”.

Pero no solo el conde, también la bella Haydée está representada en la descripción que hace Manfredo de su amada: “Lo mismo que yo, tenía un amor decidido por la soledad, el gusto por las ciencias secretas y un alma capaz de abrazar al universo; pero tenía además la compasión, el don de los agasajos y de las lágrimas, una ternura que ella sola podía inspirarme, y una modestia que yo nunca he tenido”.

La crítica ve en Manfredo al prototipo del héroe de Byron, un ser alejado del común de los mortales, desengañado de la esterilidad del conocimiento y atormentado por la culpa de la muerte de su hermana Astarté, cómplice de un amor maldito.

Asimismo, los analistas afirman que Byron comenzó a escribir el poema a finales de 1816 y reescribió por completo el tercer acto en 1817, pues no estaba satisfecho con el primer resultado.

También afirman que el autor escribió este poema después de que su matrimonio fracasó en medio de los escándalos que incluían acusaciones de indecencia sexual y de un romance incestuoso con su media hermana.

De alguna forma, este hecho subyace en la obra, así por ejemplo escribe haciendo la tercera invocación de los espíritus: “por la terrible maldición que pesa sobre mi alma”. Recuérdese que Lord Byron dejó Londres y se fue a Suiza en 1816, pues estaba siendo atacado por la prensa y por la sociedad inglesa.

El poema está considerado como parte de la tradición espiritista del romanticismo europeo y desarrolla todos los aspectos del drama “metafísico”, como el mismo Lord Byron, definió a su texto que tiene tres actos. El primer acto tiene dos escenas, el segundo tiene cuatro escenas y el tercer acto idéntico número de cuadros.

 

El anhelo del olvido

En el primer acto vemos a Manfredo hacer una invocación a los espíritus, esta invocación la repite tres veces hasta que se le abracen siete espíritus. Y al estar frente a él esto es lo que le dicen: “La tierra, el Océano, el aire, la noche, las montañas, los vientos y el astro de tu destino están a tus órdenes. Hombre mortal, sus espíritus esperan tus deseos. ¿Qué quieres de nosotros, hijo de los hombres?, ¿qué quieres?», a lo que el protagonista contesta de forma categórica: el olvido.

Pero se trata del olvido de sus penas, de sus pesares, de lo que está dentro de su corazón como él mismo dice. Pero los espíritus no pueden darle lo que pide, entonces los va a despedir pues no le sirven, aunque antes les pide que aparezcan frente a él y el séptimo espíritu emerge bajo la forma de una mujer bella.

Entonces Manfredo se desmaya y el espíritu lo condena diciéndole: “vengo a condenarte a que seas tu mismo tu infierno. Derramo sobre tu cabeza el licor mágico que te destina a los tormentos”.

Al despertar Manfredo se da cuenta que está condenado a vivir y dice: “Un poder secreto me detiene y me condena a vivir a pesar mío”. Él y nosotros sabemos que mientras viva no podrá olvidar y esa es su peor condena.

Luego vemos que un cazador se acerca a Manfredo que abstraído en sus meditaciones suicidas no le ha visto llegar y cuando está a punto de tirarse de un peñasco el cazador lo detiene y le recrimina diciéndole: “iDetente!, insensato: aunque te halles fatigado de la vida, no manches nuestros pacíficos valles con tu sangre culpable”. Y después de salvarlo se lo lleva a su casa y con ello termina el primer acto.

 

Un disidente de los hombres

El segundo acto inicia, como era de esperar, en la choza del cazador. Lo primero que vemos es que Manfredo quiere huir de la choza, pero el cazador lo invita a tomar vino y entonces advierte que nuestro héroe es: “Hombre singular en tus palabras, a quien sin duda persigue algún remordimiento”.

Y antes las palabras de Manfredo sobre sus propias acciones que han multiplicado sus días, el cazador piensa que aquél ha perdido el juicio y promete no abandonarle. La escena termina con Manfredo saliendo de la choza del cazador.

En la escena dos Manfredo, al lado de una cascada invoca el espíritu de la encantadora de los Alpes. Y cuando ella le pregunta lo que quiere de ella, Manfredo le responde que contemplar solamente su hermosura, ya que lo deseado no pudieron ni dárselo los espíritus que lo gobiernan todo.

Y entonces Manfredo se ve obligado a contarle sus pesares. Y le hace esta confesión: “Desde mi juventud, mi espíritu no estaba de acuerdo con las almas de los hombres”.

Y después de hablarle de la mujer que amó, sabemos que se trata de Astarté, le pide lo que no pudieron hacer por él los otros espíritus, es decir poner fin a su vida: “corta el hilo de mis días, y sea cual fuere el dolor que acompañe mi agonía, no importa, a lo menos será el último”.

Entonces la hechicera le pide que le jure una obediencia ciega, pero Manfredo le dice que no y ella desaparece. Y entonces el héroe hace esta reflexión: “Somos la víctima del tiempo y de nuestros terrores, cada día se nos presentan nuevas penas; vivimos sin embargo maldiciendo la vida y temiendo la muerte”.

Y con esta reflexión termina la escena dos. La escena tres es corta y en ella aparecen los tres destinos y Némesis, la diosa griega de la justicia, la venganza y la fortuna.

La cuarta escena se desarrolla en el palacio de Arimán (que en la religión persa es el dios de la oscuridad, el destructor eterno de los dioses, personificación y creador de la maldad, portador de la muerte y de la enfermedad), ante el llegan los tres espíritus, Némesis y también emerge Manfredo.

Los espíritus le dicen que se arrodille ante Arimán, pero Manfredo dice que no pues él ya ha caído en: “la ultima de las humillaciones; porque me he sometido a mi vana desesperación y a mi propia miseria”.

Y después, Manfredo le pide a Nímesis que llame a: “un muerto que estuvo privado de sepultura: llama a Astarté” y la sombra de Astarté parece entre los espíritus y Némesis le pide que hable, pero esta calla y entonces es Manfredo quien le pide que hable con estas palabras: «¡Escúchame! iAstarté, mi querida, óyeme y dígnate hablarme! He sufrido tanto, sufro todavía tan cruelmente», y continúa después de admitir que su amor fue culpable: «Dime que no me detestas, que yo solo sea castigado por los dos”.

A mí, esta pareja, puede que esté equivocado, me recuerda a Paolo y Francesca de la Divina comedia.

Asterté le contesta: ¡Manfredo! mañana se acabarán tus dolores terrestres”.

Y se despide, pero Manfredo le pide que se quede un instante más para decirle si está perdona, si le ama todavía, pero la sombra desaparece sin responder a estas preguntas.

Entonces Némesis le dice a Manfredo, que sus palabras se cumplirán cuando vuelva a la tierra. Y con ello termina el acto segundo y se da paso al tercero que ocurre en el castillo del héroe.

 

Como una divinidad infernal

En la primera escena un criado anuncia la llegada del abad San Mauricio quien le dice que corren rumores de que Manfredo anda en malos pasos y le pide que se reconcilie con la verdadera iglesia, “y esta os reconciliará con el cielo”.

Pero Manfredo se niega y le contesta: “No escogeré un mortal por mediador”.

Al terminar la entrevista el abad concluye: “Este hombre hubiera podido ser una criatura admirable; y tal como es, presenta un caos que sorprende. Una mezcla de luz y de tinieblas”. Y así termina la escena primera.

En la segunda escena Hernán, criado de Manfredo llega para recordarle que está por ponerse el sol y que él le había pedido que se lo recordara. Viendo la puesta del sol Manfredo dice: “No hay ninguna cosa que iguale la pompa de tu salida, de tu curso y de tu puesta…».

Y así termina la segunda escena.

En este cuadro vemos a Hernán y Manuel, otro de los criados de Manfredo que hablan sobre la torre donde se refugia el amo y sobre el padre del héroe, el conde Segismundo.

Después llega el abad que pide ver a Manfredo, pero los criados le dicen que espere y así termina la escena.

En la última escena, vemos a Manfredo solo en el interior de la torre.

Mientras Manfredo reflexiona sobre una noche que estuvo en Roma y que se le presenta semejante a esta, su última noche, entra el abad.

Manfredo le pide que se retire, que es peligroso para él, pero el abad dice no temer lo que ve: “un espectro sombrío y terrible que sale de la tierra como una divinidad infernal”.

Y entonces el espíritu llama a Manfredo y le dice que ya es tiempo, que su hora a llegado, entonces el héroe le responde: “Ya sé que mi hora ha llegado, pero no será a un ser tal como tú a quien entregaré mi alma”.

El abad interviene conminando a los espíritus que dejen a Manfredo.

Mientras Manfredo sigue desafiando a los espíritus con estas palabras: «Me encuentro satisfecho de mis propias fuerzas, os desafío, y os desprecio”. Y más adelante, añade: “Me he perdido a mí mismo, y seré mi propio verdugo. Huid, demonios impotentes; la mano de la muerte esta sobre mí, pero no la vuestra”.

Manfredo termina diciéndole al abad: «Anciano, el morir no es difícil». Y el abad piensa: “Ya no existe, su alma ha tomado vuelo: ¿a dónde irá?… Temo el pensarlo, murió».

Y de esta forma termina la obra.

Por último, de este texto se han hecho varias adaptaciones musicales, la primera en 1852, más tarde, Piotr Ilich Chaikovski compuso la sinfonía Manfredo y hasta el filósofo Nietzsche, dicen, empezó a escribir una partitura para piano basada en la obra en 1872.

 

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Sergio Inestrosa (San Salvador, 1957) es escritor y profesor de español y de asuntos latinoamericanos en el Endicott College, Beverly, de Massachusetts, Estados Unidos, además de redactor permanente y miembro del comité editorial del Diario Cine y Literatura.

 

Una nueva versión de la obra publicada originalmente en 1817 por Abada Editores

 

 

Sergio Inestrosa

 

 

Imagen destacada: Lord Byron.