[Ensayo] «Metrópolis»: Un monumento de la ciencia ficción y del cine mudo

Quizás la gran fama del icónico largometraje de ficción debido al realizador alemán Fritz Lang, se apoye en los asombrosos resultados estéticos de su puesta en escena, en una reflexión que con tanto acierto expresara el maestro Luis Buñuel.

Por Luis Miguel Iruela

Publicado el 2.8.2025

El día 10 de enero de 1927 se estrenó en el UFA Palast am Zoo de Berlín una película que sería considerada, con el tiempo, un monumento tanto de la ciencia ficción como del cine mudo. Se trata de Metrópolis, dirigida por Fritz Lang (1890-1976) y basada en la novela homónima de, a la sazón, su esposa la escenista Thea von Harbou.

La historia se presenta como la crónica de una distopía, es decir, como una sociedad pensada para ser perfecta que se convierte en la más atroz de las pesadillas. O por decirlo con palabras sencillas como una utopía fallida. Lo que no debiera resultar nada extraño, ya que la palabra griega utopía significa «no hay tal lugar».

El relato describe a una enorme ciudad muy desarrollada tecnológicamente capaz de producir fascinación en quién la conoce o visita por sus logros y avances. Organizada, desde el punto de vista social, en una estructura estratificada con una gran rigidez de clases, ocupando el pináculo del poder Fredersen, amo y creador de la polis, y descendiendo jerárquicamente hasta los obreros que habitan en los oscuros sótanos de las magníficas construcciones.

Con todo, esta maravilla de la tecnología es soportada por el sufrimiento de los trabajadores cuya condición vital se ve sometida, sin esperanza, a una extrema crueldad. Situación que los ha empujado a refugiarse en las palabras de la predicadora María con su mensaje cristiano y su anunció de la llegada de un salvador, aunque también hay una facción obrera levantisca y propensa a la revolución.

Enterado Fredersen, por sus espías, de estos movimientos clandestinos, decide encargar al inventor oficial, Rotwang, la creación de un robot igual en todo a María, pero con la misión de confundir y desbaratar a la resistencia obrera.

Rotwang es un personaje anacrónico en la ultramoderna ciudad. Su mismo aspecto gótico y romántico lo desvela. Hombre apasionado por María ha sacrificado una mano en la construcción del robot, lo que le da el desdichado y sombrío aspecto del romanticismo más desesperado.

Una vez que Rotwang consigue sustituir (y secuestrar) a María por la autómata gemela, se suceden una serie de catástrofes debido a las reacciones de los gobernados que están a punto de acabar con sus propias vidas y las de sus familias, así como con la metrópolis.

La intervención de Freder, el hijo de Fredersen, un alma noble y sensible, logra la paz y establece un pacto al final entre la cúpula y la mano de obra.

Existe una inmensa bibliografía sobre este largometraje. Sin ir más lejos es muy recomendable el análisis crítico que redactó Pilar Pedraza, publicado por Paidós en el año 2000. Sin embargo, en toda esa maraña de libros y artículos hay aspectos y matices que no se mencionan y son de interés.

 

Dentro de un marco futurista en «Metrópolis» se emplea un lenguaje narrativo característico del más acendrado expresionismo germánico

 

La creación prometeica de una forma de vida

Lo primero que hay que notar es que se trata de un pastiche, una mezcla de elementos heteróclitos que en ocasiones encajan bien y en otras rechinan o pecan de una gran ingenuidad. Así, por ejemplo, dentro de un marco futurista se emplea un lenguaje narrativo característico del más acendrado expresionismo germánico.

Por otro lado, aparece una mixtura de elementos religiosos y políticos como intento de solucionar un grave conflicto social, decantándose por una conciliación de ambos.

El cuadro que refleja el orden organizativo de la metrópolis es muy esquemático e inocente, lo que impide tomar en serio cualquier analogía política con la década de los años 1920 del pasado siglo. Fritz Lang era un amante de la cultura popular y con toda probabilidad la descripción de la ciudad y sus conflictos tiene el mismo sentido que las civilizaciones halladas en la literatura de aventuras.

Otra influencia del máximo interés es la del romanticismo alemán, manifiesta en el personaje gótico de Rotwang, que representa la figura del sabio genial, desgraciado y loco, poseído por el mal.

Asimismo, es un tema decididamente romántico la creación prometeica de una forma de vida, en este caso artificial, personificada en los autómatas. Asunto que se desarrolla en un clima de terror lírico en los cuentos de Hoffmann, «El hombre de arena» y «Los autómatas», por señalar solo dos ejemplos destacados.

Quizá la gran fama de Metrópolis se apoye en los asombrosos resultados estéticos de su puesta en escena, como señalara Buñuel.

Es importante recordar aquí la importancia que tiene el pastiche en la cultura literaria alemana, representado en especial por el Fausto II, de Goethe, un ambicioso «totum revolutum» de los temas más diversos, que trata de ofrecer un panorama de la cultura alemana, unidos por el hilo de la voluntad.

Durante el primer tercio del siglo XX se da en el arte este afán totalizante de decirlo todo. Dos ejemplos lo aclaran a la perfección: el Ulises, de Joyce, en novela; y los Cantos pisanos, de Ezra Pound, en poesía. En el cine, sería Metrópolis la que cumpliría el mismo papel.

 

El mal desencadenado como una bestia

Muchas veces, un autor dice en su obra algo que no había previsto hacer, y ni siquiera sabe que lo ha hecho. En ocasiones ese algo supone una veta enriquecedora de la historia. Es el caso de la película que nos ocupa.

En Metrópolis hay un curioso estudio, desarrollado por medio de los personajes, de lo que podría llamarse «efecto boomerang del Mal». Una forma sofisticada de aludir al popular refrán: «Quién siembra vientos, cosecha tempestades».

De esta manera, en el filme, Fredersen —el dueño y señor de la urbe—, incita al robot, convertido en doble de María, a confundir a los obreros, lo que acarrea las consecuencias de que casi pierde a su hijo Freder y a la ciudad.

El robot femenino, sosias de María, incita a los trabajadores a destruir las máquinas con el resultado de que acaba en la hoguera quemada por los revolucionarios.

Los obreros arrasan las máquinas en un raptus ludita, y como consecuencia se inundan sus hogares y casi acaban con la vida de sus hijos.

Finalmente, Rotwang crea el Robot con el coste de la amputación de una mano. Crea la falsa María con el dudoso fruto de la pérdida del mismo y de la muerte del inventor.

El mal desencadenado como una bestia que devora a sus padres y mentores, se revuelve contra ellos y los deshace.
Sócrates afirmaba que nadie hace el mal a sabiendas y que el hombre injusto es desgraciado. Parece ser que la historia en especial después de Freud y sobre todo el panorama del mundo actual se han encargado de rebatirle.

Puede que la bestia ataque a sus libertadores, pero antes de hacerlo acostumbra a llevarse por delante a muchos, muchísimos inocentes.

 

 

 

 

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Luis Miguel Iruela es poeta y escritor, doctor en medicina y cirugía por la Universidad Complutense de Madrid. Especialista en psiquiatría, jefe emérito del servicio de psiquiatría del Hospital Universitario Puerta de Hierro (Madrid), y profesor asociado (jubilado) de psiquiatría de la Universidad Autónoma de Madrid.

Dentro de sus obras literarias se encuentran: A flor de agua, Tiempo diamante, Disclinaciones, No-verdad y Diccionario poético de psiquiatría.

En la actualidad ejerce como asesor editorial y de contenidos del Diario Cine y Literatura.

 

 

 

 

Tráiler:

 

 

 

Luis Miguel Iruela

 

 

Imagen destacada: Metrópolis (1927).