[Ensayo] «Quo vadis, Aida?»: Las fronteras siempre se han trazado con sangre

El largometraje de ficción de la realizadora sarajevita Jasmila Žbanić —estrenado en mayo de este año en Europa— se encuentra ambientado en Bosnia (durante el mes julio de 1995), y cuando la localidad de Srebrenica fue ocupada por el ejército serbio y entonces se produjo uno de los mayores genocidios en el contexto de la guerra que destrozó a la desaparecida Yugoslavia.

Por Horacio Ramírez

Publicado el 16.9.2021

Las fronteras. Desde pequeños vemos los mapas y aceptamos las fronteras. Creemos en ellas. Matamos y morimos por ellas. Héroes y mártires. Valientes y cobardes… Toda una constelación de vidas, sentires y reflexiones asentadas sobre un trazo de tinta aplicado al papel de un mapa.

Entendemos que estas líneas tienen una existencia virtual, simbólica, y que el Hombre apela a una dimensión psicológica, cultural y no física, que lo lleva a un respeto a ultranza de tales cosas poco menos que etéreas, pero que también entendemos que son existentes en tanto que “funcionan” en un mundo abstracto en el cual se cree.

Sabemos que el Hombre es capaz de hacer las cosas más extremas movidos por cuadros psicóticos, fanáticos, respecto de símbolos y de los acuerdos tácitos que los sobrevuelan: un trozo de papel de matices verdes (dólares), puede sobre toda decisión, sobre toda ética, rigiendo riquezas igual de simbólicas y poderosas. El elemento de número atómico 79 en la Tabla Periódica (el oro) avanza sobre toda razonabilidad y sentimiento.

Las fronteras entre países o entre colores de papel o números atómicos, acarrean toda una vorágine histórica que ha definido no sólo revoluciones y guerras, sino también estilos de vivir la realidad que nos afectan profundamente en su evolución a lo largo de milenios, a pesar de que sus pesos materiales sean, prácticamente, nulos: los acuerdos entre las personas en función de estas fronteras son rígidos, mientras que los parámetros para dichos acuerdos son fantasmales.

No obstante la contradicción, ésta se supera sin cuestionamiento alguno y, como dijimos, con una fiereza completa respecto de estas asimetrías epistémicas, estas maneras diferenciales de construir y vivir la realidad. Y es así como una persona se puede enojar con otra o un país declarar la guerra a otro.

Es una tontería basada en otra tontería, pero estas tonterías han funcionado siempre (con dudoso valor adaptativo) y la psicología humana las ha adoptado siempre aun a pesar de ser obvia la tontería. De hecho, su aplicación en la vida humana a distintos niveles sociales (desde que un vecino se enoje con otro, a que Occidente le tire un par de bombas atómicas a Oriente) termina implicando siempre cierto malestar mental o, directamente, la muerte.

La tontería institucionalizada es un mal inscrito en nuestra genética y deberá ir perdiéndose con el paso de los milenios si hemos de esperar que funcione la lógica natural que la evolución ha desarrollado hasta ahora…

Pero como sea que fuera a progresar nuestro rol ridículo en el teatro de la Historia (el ridículo que implica que la Humanidad, como unidad, se pelee consigo misma), es que la pelea siempre se dio y se seguirá dando.

Las fronteras son cosas superficiales que han definido cosmovisiones y a ellas les debemos todos los desaguisados del Hombre…

Hombre que no entiende, como invitaba a considerarlo San Agustín, que el mundo es redondo y que lo que hacemos hacia una dirección, se nos acerca en su marasmo de consecuencias por la espalda: un disparo para matar a otra persona, fue magistralmente sintetizado como un suicidio por la espalda en el filme Posesión de Andrzej Zulawsky (1981), filmada al Oriente del Muro de Berlín… una gruesa tontería de hormigón armado.

 

La tragedia que se cuela ante los ojos

Estamos ahora con uno de los eslabones en la sucesión de genocidios que arrastra el Hombre. Para algunos historiadores, el primer genocidio fue la destrucción de Cartago entre el 149 y 146 aC. Nos resulta difícil creerlo, pero como sea, los genocidios (término acuñado por el jurista polaco Raphael Lemkin en 1944), se suceden por diferentes razones, en los diferentes tiempos y en todas las culturas.

El eslabón que encaramos es Quo vadis, Aida?, película de la directora sarajevita Jasmila Žbanić, estrenada en mayo de este año y ambientada en Bosnia en julio del 95. La localidad de Srebrenica es ocupada por el ejército serbio y las Naciones Unidas habían contratado como traductora a la maestra Aida Selmanagic, espléndidamente interpretada por la actriz serbia Jasna Djuricic.

La progresiva invasión serbia está en manos del general serbio-bosnio Ratko Mladic, quien llevará adelante la masacre y que encuentra a Aida con su familia atrapada en los refugios holandeses de la ONU.

Es una película de guerra, de violencia material y moral, pero la Žbanić logra llevar el derrotero de toda la cinta encauzado por el drama personal de Aida, quien es puesta antes que como la heroína “pura” de una historia, como un ser humano que lleva adelante no sólo su deseo de vivir sino su amor por la familia hasta el límite del egoísmo.

Miles de personas quedan fuera de los refugios, pero Aida intentará por todos los medios que los suyos puedan atravesar el cerco que los separa del refugio: la frontera de emergencia establecida por los cascos azules holandeses de la ONU (que por momentos hasta lloran viendo la tragedia que se cuela ante sus ojos).

Este buscar, este tratar de influir por su posición dentro de las fuerzas o rogar por su condición de debilidad femenina, para que su familia pueda refugiarse es el eje dramático del guión y es la usina de angustia que acompaña al espectador en diferentes gradaciones.

Nos enfrentamos junto a Aida a todas las barreras, una más absurda y ridícula que la anterior y que en ese enredo, vemos sufrir tanto a la protagonista como a los militares que deben afrontar la tibieza con la que las Naciones Unidas encaró el conflicto.

 

Un filme poderosamente humano

Por su lado, la siniestra figura de Ratko Mladic es la verdadera entidad maligna que enfrenta Aida y que se va perfilando en las tierras controladas, como una verdadera serpiente… y como tal, va sembrando su sombra de muerte a cada paso: los gestos, calculados a máxima precisión por parte de la directora, lo van mostrando con su avance de vulgaridad tan ostentosa como peligrosa.

Y como siempre le pasa al bruto con poder, exhibe su potestad a través de gestos ridículos, especialmente como una especie de director de cámara de un cronista que lo acompaña en su invasión, sabiendo que su imagen tendría sus minutos de fama en el libro negro de la Historia.

Los dos elementos, la vida desesperada de Aida y la presencia del militar, se terminan enfrentando a favor de la masacre que se cierne sobre los varones, que son separados de las mujeres. Poderosamente humana, la película ilustra con una delicada precisión los terrores y abyecciones a los que debió enfrentar toda una comunidad inerme ante un ejército despiadado con órdenes de limpieza étnica.

La atmósfera de un gran desconsuelo define todo en la película que nace de la ingenuidad de muchos bosnios ante la llegada de los que serían sus verdugos. Žbanić trata esta inhumanidad sin ocultamientos ni agregados, un tono huraño, una fotografía (de Christine A. Maier) engañosamente simplista y exhibe descarnadamente cómo se superaron las cosas vividas.

La cinta tiene un solo momento donde la directora “afloja” la tensión —calculada con el preciosismo necesario para regresar a la tensión general— que es durante el recuerdo de un concurso de peinados que le tocó vivir. Sacando este momento, el filme no nos deja apartar la mirada de la masacre que se avecina y la que una vez llegada es siniestra pero también relativamente pequeña respecto de los más de 8 mil muertos musulmanes que dejó la masacre.

La propia directora lo explica: “Quería que los espectadores sintieran cómo fue; que se preguntaran: ‘¿Qué haría yo?’, identificándose con Aida y acompañarla en su viaje. Quería que el público fuese activo y con tragedias como en el caso del Holocausto (nazi): la gente sabe lo que ocurrió y se puede centrar directamente en el argumento. En este caso, fuera de nuestra gente, casi nadie sabe lo que ocurrió en Srebrenica; y yo necesitaba que entendieran quién es quién y cuál era la premisa. Sí: la gente conoce el resultado, pero esta película trata más bien de lo que ocurrió y de los dilemas de una madre en una situación como esta…”.

Es en el evangelio apócrifo de los Hechos de Pedro, cuando éste, mientras huye de las persecuciones de Nerón, se cruza con Jesucristo, cargando una cruz y a quien le pregunta “Quo vadis, Domine?” (“¿Adónde vas, Señor?”), a lo que el Mesías le responde: “Romam vado iterum crucifigi” («Voy hacia Roma para ser crucificado de nuevo»). Esta visión le valió a Pedro la vergüenza por huir y su posterior entrega a las fuerzas romanas.

Por nuestra parte, vemos a Aida yendo y viniendo, implorando, golpeando inútilmente puertas, escondiendo a su familia, llorando, maldiciendo al mundo por su indiferencia frente a la masacre de Srebrenica. Un laberinto que advertimos insalvable…

¿Adónde vas, Aida?

Sabemos que volvió a la escuela, a su trabajo como maestra, dejando detrás los cuerpos muertos, las fosas comunes, todo el sordo dolor que se convierte en un poso de angustia y que la acompañará, seguramente, toda la vida…

¿Sentimos nosotros vergüenza por huir y no querer ver estas masacres?

Entonces volvamos sobre nuestros pasos y veamos para no sentir vergüenza. Hagamos como los niños del final: despejando nuestra mirada y aprendiendo de la denuncia de la bella y joven directora, sobre la herida abierta que siguen siendo las guerras balcánicas.

Una herida que es, apenas, un momento más del hilo de dolor que conforman todos los genocidios que se conocieron a lo largo de la Historia humana.

 

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Tráiler:

 

 

Horacio Ramírez

Horacio Carlos Ramírez (1956) nació en la ciudad de Bernal, Partido de Quilmes, en la provincia de Buenos Aires, República Argentina. Tras terminar sus estudios secundarios comenzó a estudiar Ecología en la Facultad y Museo de Ciencias Naturales de La Plata, pero al cabo de algunos años:

“Reconocí que estudiaba la vida no por ella, sino por la estética de la vida. Fue una época de duras decisiones, hasta que me encontré con una serie de autores y un antropólogo de la Facultad —el Dr. Héctor Blas Lahitte— que me orientaron hacia un ámbito donde la ciencia instrumental se daba la mano con el pensamiento estético en sus facetas más abstractas y a la vez encantadoras… pero ese entrelazamiento tenía un precio, que era reencausarlo todo de nuevo… y así comencé a estudiar por mi cuenta estética, antropología y simbología, cine, poética. Todo conducía a todas partes, todo se abría a una red de conocimientos que se transformaban en saberes que se auto promovían y auto justificaban”.

“La religión —el mal llamado ‘mormonismo’— terminó de darle un cierre espiritual al asunto que encajaba con una perfección que ya me resultaba sin retorno… La práctica de la pintura —realicé varias exposiciones colectivas e individuales— me terminaron arrojando a las playas de la poesía. Hoy escribo poesía y teorizo sobre poesía, tanto occidental como en el ámbito del haiku japonés. Doy charlas sobre la simbólica humana y aspectos diversos de la estética en general y de estética de la vida, donde trato de mostrar cómo una mosca y un ángel de piedra tienen más elementos en común que mutuas segregaciones, y para ayudar a desentrañar el enredo sin sentido al que se somete a nuestra civilización con una deficiente visión de la ciencia que nos hace entrar en un permanente conflicto ambiental y social… La humana parece ser una especie que, de puro rica y a la vez desorientada, está en permanente conflicto con todo lo que la rodea y consigo misma…”.

“He escrito cuatro libros de poesía, el último con algunos relatos y una serie de reflexiones, y estoy terminando dos textos que quizás algún día vean la luz: uno sobre simbología universal y otro sobre teoría poética…”.

Horacio Ramírez actualmente vive con su familia en la localidad de Reta, también de la provincia de Buenos Aires, en el partido de Tres Arroyos, sobre la costa atlántica (a unos 600 kilómetros de su lugar natal), dando charlas guiadas sobre ecología, epistemología y paseos nocturnos para apreciar el cielo y su sistema de símbolos astrológicos y las historias que le dieron origen en las diferentes tradiciones antiguas.

 

*Este artículo fue escrito para ser publicado exclusivamente por el Diario Cine y Literatura.

 

Imagen destacada: Quo vadis, Aida? (2021).