[Ensayo] «Santiago el pajarero»: El alegórico teatro de Julio Ramón Ribeyro

Esta obra —como muchas otras del autor peruano, sobre todo las más aplaudidas—, sostiene el peso de su riqueza textual en la diégesis y en los diálogos, en la elaboración de un mundo convincente y seres que revelan en su devenir, la crisis de nuestras sociedades metálicas e industrializadas.

Por Daniel Rojas Pachas

Publicado el 23.6.2021

Santiago el pajarero, obra teatral ganadora en 1959 de un premio otorgado por el Ministerio de Educación del Perú, es parte de una veta poco practicada, mas no por ello ajena al genio de Julio Ramón Ribeyro, al cual conocemos como uno de los grandes de la narrativa breve peruana y también de Latinoamérica.

Este drama corto, dividido en seis cuadros, está inspirado en una tradición de Ricardo Palma. Se ambienta en el siglo XVIII y se refiere a hechos verídicos; la vida de Santiago Cárdenas. A través de esta historia, Ribeyro desarrolla una de sus inquietudes primordiales, el estoicismo y la voz de los oprimidos y relegados.

El personaje, un alucinado limeño que nace en 1726, al interior de una familia humilde, se desarrolla como un niño inquieto, que a la edad de diez años, ya cumplía labores de grumete en la marina

Durante su juventud Santiago, obsesionado por el vuelo de las aves y el estudio de su anatomía, se dedica a la construcción de un aparato volador y a la elaboración de una memoria que ilustra sus complejos estudios, acerca de la posibilidad que tendrá el hombre para dominar el cielo. Ese trabajo, Cárdenas lo desarrolla con muchas peripecias bajo el virreinato de Manuel Amat, llegando a ser vetado por los expertos de la época.

La labor de Cárdenas, finalmente es rescatada del anonimato de manera póstuma y en primera instancia por Ricardo Palma, luego aparecerá como referencia en obras sobre aeronáutica, al punto de ser considerado hoy, uno de los primeros hombres en dedicar estudios a la tarea de surcar el aire.

El espíritu aventurero y el sentido de fracaso inminente que envuelve la empresa de Cárdenas, cala profundamente en la sensibilidad de Julio Ramón, al punto de explorar gracias a ella, el proceder de un medio agreste y hostil, la Lima de ayer, hoy y siempre, incapaz de tolerar en su exceso racional e institucionalizado, la aparición de soñadores o seres extraordinarios.

Cárdenas con su particular obsesión y extrañeza, no tiene la intención o ánimo de convertirse en mártir de una idea o proclama. El simple hecho de existir y perseguir con delirio obstinado sus anhelos, evidencian las falencias y fisuras de un sistema agotado, tributario de valores contradictorios e inconsecuentes, ante los propósitos de sus propias proclamas, la libertad e igualdad que debiera traer el progreso.

En definitiva, el universo riberiano encuentra en la figura de Santiago, un significante privilegiado que sirve como sustituto y cuerpo, de uno de los fetiches del autor. Este personaje tal como Silvio y otros personajes entrañables del peruano, revela el fracaso del hombre al ser aplastado bajo los cánones del prototipo exitista y adecuado socialmente.

En esta obra, cumplen el rol de antagonistas el duque, el oportunista barbero, el cerrado catedrático Cosme Bueno y desde luego el Virrey. De modo que la imagen que se instituye como modelo de la época ubica a Santiago como una alegoría del fracaso y dolor, gestor de una generosa utopía que se ve irremediablemente abortada. Santiago, encarna una estética de la marginación y el desamparo; tema usual en la prosa creativa del peruano.

 

«Santiago el pajarero» (1975)

 

La arbitrariedad de los poderes máximo

Como tipo humano, Cárdenas al igual que sus pares, presentes en los relatos breves y novelas de Ribeyro, comparten el peso de ser excepciones ante un mundo oportunista y mercantilizado que se sustenta en una opinión pública que aprueba la supremacía de un cargo o título, por sobre la capacidad o talento (el conocido argumento de autoridad y nepotismo).

También el protagonista debe hacer frente al rechazo y silenciamiento. Ribeyro da cuenta de esto a través del episodio titulado el informe de Cosme Bueno, suerte de juicio inquisitorio que se realiza de modo público en las dependencias de la Universidad de San Marcos. Los argumentos arremeten no sólo contra la memoria y el proyecto de Santiago, sino que alcanzan a la persona, humillando su genio.

Esto reafirma que en un mundo, como el que funda la voz de Ribeyro, el valor individual poco cuenta ante estereotipos que condenan a empresas progresistas y espíritus libres, al ser calificados de antemano como existencias inútiles e irracionales.

Santiago es empujado a cargar hasta las últimas y trágicas consecuencias, al igual que una cicatriz, una serie de apodos, Santiago el volador, Santiago el loco. Estos apelativos representan su divergencia frente a un mundo que no tolera el actuar de aquel que se aparta de los giros de la tradición

Las palabras de Cosme Bueno, que transcribo a continuación son lapidarias y demostrativas del pensar general durante aquellos años:

(…) Toda nuestra ciencia está contenida en los filósofos de la antigüedad, nosotros no somos más que humildes glosadores dedicados a comentar e interpretar los textos inmortales. Quien intente salirse de ese sendero se precipitará de las nubes de sus quimeras en el abismo del error.

(..)Hay cosas señor, que no deben ser investigadas porque sus premisas son falsas y contrarían las leyes de la naturaleza.

Santiago opera dentro de esta sociedad como un espejo que pone de manifiesto el reflejo deforme de los valores de su época. Presupuestos que son adoptados por la generalidad como verdades inamovibles.

En su devenir, Santiago Cárdenas encuentra como principal traba la arbitrariedad de los poderes máximos (la negativa e indiferencia del Virrey), la indolencia e incomprensión de sus cercanos (el abandono de su novia Rosaluz), la malicia y arribismo de los que detentan un pequeño poder o aspiran a lucrar, accediendo a un escaño superior en la organización socioeconómica (El duque y el barbero) y finalmente el pueblo, masa voluble cuya ignorancia y temor degenera en violencia y focos absurdos de venganza ante la represión; dirigiendo usualmente su rabia hacia los más débiles o aquello que no comprenden.

En contraparte, la única tolerancia y apoyo que puede recibir Santiago, es por parte de quienes comparten su condición periférica, los esclavos representados por María, la joven que trabaja para Rosaluz y sus amigos más queridos, Baltazar Gavilán y Basilio el coplero, ambos bohemios y bandidos, uno escultor el otro poeta.

De modo que la intelectualidad y el arte, junto al oprimido esclavo o masa social sin acceso a privilegios conforman un sector b de la sociedad, lo cual prefigura sus roles en el universo social.

El intelectual y artista conforman la consciencia, mente e ingenio de los grupos disidentes; mientras que los otros, las masas incultas y esclavizadas son en potencia la otra mente, la mano, esa fuerza del cuerpo que pudiese en una revuelta echar abajo un régimen totalitario; por ende unos son censurados y vetados, mientras que los otros, con trabajo y entretención burda, son objetivados, e instrumentalizados, pues el peligro radica en la combinación de ideas y cuerpo.

Una amalgama y equilibro entre estos dos sectores, destruiría el establishment. Allí radica la primordial amenaza de los delirios de Santiago, las fechorías y actos poéticos de Gavilán así como los paródicos cantos de Basilio.

 

Edición conmemorativa

 

Una lectura sensible de la realidad

En ese sentido, resulta revelador el decir de María, la esclava, cuando valora el invento de Santiago:

Yo no entiendo de estas cosas pero dicen por allí que es usted capaz de hacer volar a los hombres (…) Si es así, maese Santiago ¿por qué no nos da unas alas a mí y a todos mis hermanos negros? (…) Nos iríamos volando y no volveríamos jamás ¡Debe ser hermoso no tener dueño, como los pájaros y volar libremente por toda la tierra!

Las alas de Santiago permitirían al hombre salir de su ámbito de dominación temporal y aspirar a la libertad a la emigración, por tanto, actancialmente nuestro protagonista es un token o significante de cambio ante la libertad, el ingenio y el progreso social que logra la movilidad de los grupos.

Su figura se opone al status quo de su tiempo, y a la corrupción de quienes detentan y lucran con el poder. Sus únicos ayudantes, son otros disidentes, soñadores o voces relegadas sin derecho, que guardan una sutil esperanza ante un bello sueño como el de Cárdenas. Un legado diseñado para la humanidad entera y desde luego, para su amado Perú.

El anhelo tras sus ideas, implica la superación de múltiples barreras sociales y la emancipación de quienes marcan el compás de las vidas, a través de sus draconianas normas. Esta obra, como muchas otras de Ribeyro, sobre todo las más aplaudidas del autor, sostiene el peso de su riqueza textual en la diégesis y los diálogos, en la elaboración de un mundo convincente y seres que revelan en su devenir, la crisis de nuestras sociedades metálicas e industrializadas.

Un texto, que a simple vista pudiese resultar retaguardista en su técnica, sin embargo, mantiene enorme vigencia en su mensaje y lectura sensible de la realidad.

 

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Daniel Rojas Pachas (Lima, Perú, 1983). Escritor y editor chileno-peruano, dirige el sello editorial Cinosargo. Ha publicado los poemarios Gramma, Carne, Soma, Cristo barroco y Allá fuera está ese lugar que le dio forma a mi habla, y las novelas RandomVideo killed the radio star y Rancor.

Sus textos están incluidos en varias antologías —textuales y virtuales— de poesía, ensayo y narrativa chilena y latinoamericana. Más información en su weblog.

 

Daniel Rojas Pachas

 

 

Imagen destacada: Julio Ramón Ribeyro (1929 – 1994).