[Ensayo] «Veinte mil leguas de viaje submarino»: Con una inhabitual hondura psicológica

El filme inspirado en la novela de Julio Verne y dirigido por Richard Fleischer —un realizador audiovisual de los llamados «artesanos» —, y quienes, según la crítica, son los que conocen bien su oficio sin contar con un estilo propio y no se permiten tentaciones artísticas ni tampoco ambiciones de brillantez.

Por Luis Miguel Iruela

Publicado el 15.11.2025

Una de las más felices adaptaciones cinematográficas de una novela de aventuras fue la que hizo la productora Disney en los años 50 del pasado siglo del libro de Julio Verne, Veinte mil leguas de viaje submarino. Era este una mezcla de imaginación con una divulgación científica enciclopédica optimista, heredera del positivismo de Auguste Comte (1798 – 1857).

Hetzel, el editor de Verne, quería llevar la ciencia a la literatura con un entusiasmo que penetra toda la obra del escritor. Para conseguirlo se partía de un asombro tecnológico y se le situaba en momentos y escenarios imaginativos.

Aquí es el caso del sumergible Nautilus que protagoniza diversas escenas en un fantástico paso entre el Mar Rojo y el Mediterráneo a través de un túnel en el Istmo de Suez (la novela es contemporánea del Canal de Suez), en la Atlántida, en el Mar de los Sargazos (la superficie que se supone cubre el continente perdido) y en volcanes submarinos para acabar con la conquista del Polo Sur.

Con todo, la película está planteada como cine familiar de entretenimiento y cuenta con: emociones a raudales, parajes exóticos, aventuras trepidantes, incidentes sin cuento, canciones, animales simpáticos que lucen sus habilidades en pantalla y unos efectos especiales de 1954 realmente enternecedores.

La dirigió Richard Fleischer, un realizador de los llamados artesanos, quienes, según la crítica, son los que conocen bien su oficio sin contar con un estilo propio y no se permiten tentaciones artísticas ni ambiciones de brillantez. Para ello contó con el guionista Carl Fenton, que desarrolló hasta el límite el personaje de Nemo de una forma inteligente, siguiendo las líneas marcadas por Julio Verne.

De igual manera, lo hizo con los del profesor Aronnax y el arponero, Ned Land. Contribuyó, asimismo, el acierto en el reparto en el cual destacaban los actores James Mason y Kirk Douglas.

Sin embargo, a pesar de su falta de pretensiones, la finura de las observaciones consiguió que el celuloide retratara a los personajes con una inhabitual hondura.

 

El bien para ser eficaz ha de practicarse con constancia

Por lo que respecta a Nemo, Verne puso al frente de su novela de inspiración positivista, un carácter romántico. En efecto, el capitán resulta ser un héroe romántico, que es, al decir de Bertrand Russell, un rebelde que se siente Dios. Siguiendo el eje mismo del Romanticismo que reza: «Yo sin ley».

Nemo está poseído por una gran pasión: el rencor y el odio, lo que le confiere ese aire oscuro, negativo y atormentado por sombríos arrebatos, como cuando interpreta música al órgano mientras contempla el hundimiento de los barcos.

La exacerbación del yo romántico, «el ego único», aboca al individualismo y a la soledad. Aplicado a los pueblos conduce a la magnificación de las naciones y de la raza, y al desembarco de los nacionalismos. Un ejemplo de todo ello es el destino de Lord Byron, exaltado poeta que murió por la independencia de Grecia.

El individualismo, el desprecio del dinero, lo material, lo vulgar, lo burgués y lo filisteo hacen sentirse al ídolo puro libre de ataduras sociales y de convencionalismos. Es lo que constituye la moral romántica, la misantropía magnífica de Nemo, quien es un moralista desdeñoso de la sociedad humana. Por eso, al sentirse Dios, se eleva por encima de los demás y decide de forma directa sobre la vida de sus «inferiores semejantes».

Amargado, resentido, Nemo (cuyo nombre significa «Nadie») se niega para los demás para afirmarse él mismo sin límites y convertirse en un emperador nihilista del mar.

Si se reflexiona sobre la influencia de este movimiento cultural en nuestros días, dos siglos y medio después, veremos su presencia en: la manera de vivir los sentimientos y las pasiones, el individualismo, el egocentrismo de nuestra época, en la concepción popular del genio, los artistas y los temerarios como seres gigantescos y sobrehumanos y en las algaradas contra-sistema entre otras muchas cosas.

Nemo es de un narcisismo infinito, Cuando hunde un mercante, alude a las víctimas como: «los náufragos del barco que me ha atacado». No le conmueven los sufrimientos ajenos, solo aquellos que están relacionados con su persona.

Considera a los hombres unos seres malvados y repugnantes que le han hecho sentirse humillado, desprovisto, incomprendido y rechazado. Nemo es nadie porque nadie le han hecho, podría decirse. Y reacciona experimentando una gran herida narcisista.

Es muy inteligente, culto, refinado, pero carece de autocrítica. Su gran egocentrismo le impide comprender a los otros de la misma forma que si no existiera vida psíquica fuera de él.

Ahora bien, le conmueven dos sucesos éticos: Uno de ellos, que Aronnax se deje morir por sus compañeros debido a la lealtad. Y el segundo, que Ned Land le salve a él la vida por un impulso instintivo al que el arponero no da importancia y al que el propio Nemo no acierta a explicarse. Tiene una nostalgia idealizada del bien.

Cuando habla con el profesor del episodio, dice de Ned: «Es de esos hombres que hoy lo dan todo para dejar de hacerlo mañana. El bien para ser eficaz ha de practicarse con constancia…».

«Está vencido —comenta Aronnax— en su corazón se ha instalado la muerte». Aparece entonces Nemo como un atrabiliario, un melancólico, un depresivo; un Prometeo herido en lo más hondo del corazón por la inquietud y el rechazo.

Representa muy bien la psicología del odio cuando ya no puede volver atrás. Recurre a plantear un suicidio colectivo al estar todo perdido; exige la vida a la tripulación y a sus prisioneros como si formaran una secta.

Sus hombres obedecen ya que son tomados como una proyección del yo de Nemo, quien se revela como un líder totalitario que organiza la vida y la conciencia de su gente en un destino y muerte en común.

Incluso les impone un ideario: no volver a tierra, no usar las riquezas, vestir uniformes, tener enemigos compartidos, renunciar al calor familiar y a los proyectos personales.

 

El máximo valor de la ética positivista

El arponero Ned Land conforma el antagonismo del capitán. «Land» quiere decir en inglés «tierra». Justo lo que Nemo aborrece. Representa la vida muscular e instintiva: codicioso, mujeriego, simpático, ególatra pero capaz de salvar generosamente la vida de alguien sin proponérselo, por un impulso vital, por una especie de ética natural cuyos valores máximos son la sobrevivencia y la libertad.

Cuando Nemo le pregunta el porqué lo ha hecho, Ned muestra un gesto de evidencia sin darle mayor importancia. El arponero es de esos hombres a los que no maravilla el Nautilus, ni la personalidad e inteligencia de su artífice, ni la ciencia, la tecnología o el progreso. No es culto, sino natural e inmediato. Y provoca al final la destrucción del sumergible.

La película transcurre siguiendo un eje de tensión entre la inteligencia, encarnada por Nemo, y la vida simbolizada por Ned Land, con el triunfo de la última. Lo que deja un melancólico mensaje: el pensamiento, la hipersensibilidad y el refinamiento se asocian a la muerte.

Para concluir, unas palabras sobre el profesor Aronnax. Es el modelo de científico optimista que espera recobrar a Nemo para la humanidad, el máximo valor de la ética positivista. Pero el marino le perdona la vida porque necesita alguien que pueda entender y asombrarse de sus descubrimientos al apreciarlos debidamente. Un representante cualificado de la sociedad externa que lo ha humillado.

Aronnax, en efecto, lo comprende (al revés que Ned) y siente compasión de él por su odio que lo inutiliza. Profesa un culto del genio y del sabio.

En un diálogo fundamental sobre el acto salvador de Ned, se descubre este matiz tan relevante. Dice Nemo: «Un acto vulgar». Y retruca Aronnax: «Sería vulgar que le hubiera salvado la vida a otro, pero no a Nemo».

Sorprendente declaración en alguien tan ponderado como el profesor, ya que admite aquí que no todas las vidas humanas son iguales.

 

 

 

 

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Luis Miguel Iruela Cuadrado es un poeta y escritor, doctor en medicina y cirugía por la Universidad Complutense de Madrid. Especialista en psiquiatría, jefe emérito del servicio de psiquiatría del Hospital Universitario Puerta de Hierro (Madrid), y profesor asociado (jubilado) de psiquiatría de la Universidad Autónoma de Madrid.

Dentro de sus obras literarias se encuentran: A flor de agua, Tiempo diamante, Disclinaciones, No-verdad y Diccionario poético de psiquiatría.

En la actualidad ejerce como asesor editorial y de contenidos del Diario Cine y Literatura.

 

 

 

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Luis Miguel Iruela

 

 

Imagen destacada: Veinte mil leguas de viaje submarino (1954).