[Entrevista] Pablo Illanes y su nueva novela: «Quería armar un paseo macabro por Santiago de Chile»

El multifacético escritor nacional, quien además de narrador de relatos dramáticos es un prolífico guionista de cine y de televisión, acaba de lanzar por estos días su cuarta obra de ficción, titulada «Cataclismo» (Sietch Ediciones, 2021), un texto ilustrado, y el cual se encuentra ambientado en una Región Metropolitana cercenada por un proceso de destrucción natural de rasgos apocalípticos, en pleno siglo XXI.

Por Nicolás Poblete Pardo

Publicado el 7.12.2021

“Estar constantemente al borde de la muerte hace que los días pasen como minutos y que las personas se conozcan más rápido. Es la única ventaja de vivir así, sobreviviendo”, reflexiona Inés, protagonista de Cataclismo, la reciente entrega de Pablo Illanes Tapia (Santiago, 1973).

Cataclismo (Sietch Ediciones, 2021), es la última publicación de Pablo Illanes, multifacético creador, autor de ideas originales para series como Adrenalina, Machos y, recientemente, Demente, así como de novelas (Una mujer brutal, Fragilidad, Los amantes caníbales) y películas (Videoclub, Baby shower).

Cataclismo comienza con apocalípticas imágenes de Gustave Doré, y ellas anticipan el tono en el que va a transcurrir la narración: un vertiginoso recorrido plagado de sobresaltos y acción.

Con evocaciones a Georges Romero y a otras ilustraciones, como las películas de la serie Alien o Resident Evil, o la referencia al mítico filme de culto, con su peculiar uso de la luz, los fuegos y fogatas, en el distópico universo creado por Ridley Scott en Blade Runner, Illanes organiza un relato que le permite abordar un sinfín de temas que, hoy, a la luz de nuestra realidad (política y) global, se resignifican con nuevas lecturas.

La noción de sororidad, la disección de las distintas jerarquías que controlan el (des)orden social, la explotación de los discursos religiosos como panfletos de impunidad, la idea del lujo cuando no hay audiencia, del derroche del capital cuando éste ya ha perdido su valor como forma de escala social, estas son algunas de las interpelaciones que la novela articula.

Mutilaciones, cortes, miembros cercenados exhibiendo músculos, tendones, huesos; vísceras desparramadas y ratas festinando en un carnaval dantesco de fetidez, podredumbre y depredación, en un Santiago arrasado, permiten bosquejar una ciudad con exquisitez gore.

Mucho hay que decir de la estratificación que acontece en la urbe y en los estigmas asociados a las comunas. Por ejemplo, el barrio de Vitacura, descrito como “el infierno”, es especialmente tóxico, pues allí estas hermanas vengadoras han visto la primera mutación de ratas.

Las protagonistas femeninas se rehúsan a ser vistas como víctimas. La espontánea líder está a cargo de la voz narrativa: Inés González, domiciliada en Santa María de Manquehue, en Santiago de Chile, la primera ciudad de Latinoamérica en caer tras los sucesivos cataclismos.

De Inés también sabemos que ha hecho su escolarización en el colegio Las Teresianas y, de adolescente, padecía de ofidiofobia. Hoy, con treinta y largos años, recuerda su pasado con asombro y un creciente sentido de la alienación, decorado con un imaginario escatológico y gore.

En el país impera un estado de excepción y hasta las especies animales han reclamado protagonismo en la ciudad. Los pumas bajan de los cerros para alimentarse en la urbe, donde sus habitantes se hallan confinados por toques de queda y racionamientos energéticos.

Inés habita un mundo en descomposición. El gobierno de lo orgánico es inevitable y le hace repasar su vida con una mezcla de ingenua esperanza y sorpresa.

Ella recuerda la facilidad con la que vomitaba de adolescente, solo por motivos espurios; ahora, actualizado, el vómito es síntoma de una catástrofe mucho mayor, mucho más dramática que la de su propio cuerpo individual, ya pasado y resignado a la supervivencia más urgente en la que se encuentra, mientras recuerda a sus hijos chicos, presas fáciles de la debacle, inaugurada por un terremoto grado 12…

 

Una estética literaria de lo gore

Inés evoca los privilegios de los que gozaba “antes del desastre”, apuntando su chequeo con marcas neoliberales, como malls, calles reconocidas por ser epicentros de boutiques, restoranes de lujo y tiendas exclusivas.

Estas politizadas esferas son el blanco de las enormes ratas y otras especies mutantes que se han apoderado del espacio urbano, donde impera un aire putrefacto. Los cuerpos heridos que aún viven es mejor ignorarlos, ya que el futuro que les espera es el de transformarse en muertos vivos.

Inés vive su duelo, la ausencia de su familia, probándose ropa en una boutique arrasada, en busca del vestido perfecto para homenajear a sus deudos. La disociación de la sobreviviente quien, impelida por un darwinista instinto de supervivencia, se hace camino por un teatro derrumbado, es uno de los aspectos más atractivos de su personaje.

Aun cuando ella misma admite que hasta la estética había perdido el sentido bajo la luz apocalíptica que imperaba sobre todo, igualmente le usurpa el vestido a la dueña muerta de la boutique para apropiárselo, como lo haría una sobreviviente en un campo de concentración.

Ya avanzada la catástrofe, Inés comienza a adaptarse a la ruda realidad, con un tono desenfadado: “Nunca antes había cortado carne humana con un hacha. Es una sensación extraña. Una cree que la carne es blanda y que va a ceder como si fuera una pechuga de pollo recién descongelada, pero no. No es tan fácil”.

Para Inés la Iglesia Inmaculada Concepción, en Vitacura, es un referente clave que la enviste de un aura de heroína, aunque ella no se siente como tal; de hecho, se considera a sí misma pesimista y trata de “parecer una mujer fuerte”. El simbólico espacio religioso le hace repasar su tránsito por ahí, a través de distintos ritos: funerales, matrimonios, bautizos.

Fiel a su instinto de conservación, Inés se ancla a una vaga concepción religiosa, que permanece como una curiosa pulsión atávica: “Cuando nos lo proponemos algunos seres humanos podemos pasar por ciegos e invisibles, mudos o sencillamente inexistentes”, reflexiona.

Aquí hay más denuncias: “El Pastor” es la figura religiosa en torno a la cual se organiza la selección de las especies. Inspirado en el Antiguo testamento este pastor, con su discurso de fanatismo religioso, tiene tintes actuales.

Él cree, por ejemplo, que el género femenino es fundamental, “aunque reservado únicamente a dos aspectos de la vida masculina: los hijos y la satisfacción del apetito sexual”.

 

«Quedaron muchas criaturas por descubrir en el futuro»

—La publicación contiene sugerentes ilustraciones; el diseño es muy cuidado y la interpolación de sincrónicos y ominosos dibujos juega a favor de una lectura vertiginosa. ¿Cómo planearon la edición del libro?

—Varios factores se dieron al mismo tiempo: la necesidad de escribir algo en el género del terror; un acercamiento a Sietch Ediciones a través de Instagram; y ciertas lecturas pandémicas que alimentaron y aceleraron el proceso de escritura.

La idea era complementar el tono extremo de la novela con algunas intervenciones gráficas, que son el sello de la editorial y que en el caso de Cataclismo abrieron un mundo de posibilidades sobre lo que se muestra y lo que no.

Hay una galería de monstruos que el lector puede ver y otros que es preferible imaginar (como los deformes, por ejemplo, los grandes enemigos de la supervivencia).

El trabajo gráfico lo hizo Michel Deb con su equipo y desde el primer borrador ya teníamos claro cuál iba a ser el tono, aunque siento que quedaron muchas criaturas por descubrir en el futuro.

 

«La idea del escape funciona como motor de los personajes»

—En La sangre y la esperanza, novela de Nicomedes Guzmán (intertexto que actúa como imagen especular), el conflicto social, situado en los años 30, se centra en la huelga de los trabajadores del transporte tranviario, con el río Mapocho como trasfondo de pobreza y marginalidad. En la novela, que acusa varias denuncias sociales, es también el río Mapocho el que se revive como posible vía de escape en el plan de Inés. ¿Cómo ha mutado la ciudad?

—Entre la novela de Guzmán y el trayecto que hacen los personajes de Cataclismo hay casi un siglo. Me parece que se trata de otra ciudad, aunque permanece la idea del río como una especie de columna vertebral que representa al mismo tiempo un escape (o guarida para el niño Enrique, en La sangre y la esperanza), y también una barrera que divide y margina física y emocionalmente.

Santiago es un personaje más de la novela de Nicomedes Guzmán, uno de los autores que de una u otra forma me “empujaron” a escribir.

Creo que ese realismo, en La sangre… y también en Los hombres oscuros y en algunos de sus cuentos, alcanza un nivel donde el relato se emparenta con la mejor literatura de género, en la descripción del ambiente, el hacinamiento de los cuerpos, la sumisión social, la atmósfera casi apocalíptica de la realidad pura, desnuda, sin artificios.

Y, por cierto, en el terror constante al abuso de esos mismos cuerpos.

En una primera lectura me interesaban el reconocimiento y la identificación de la ciudad como recursos narrativos para equilibrar el horror, el asco, la sensación de náusea que padecen Inés y todos los que la siguen. Quería armar un paseo macabro por Santiago de Chile como si fuera una película grindhouse de Michael Bay, pero con el tono trágico y doloroso de Venga y vea, la demoledora cinta de guerra de Elem Klimov, que me marcó en los 80, cuando la vi por primera vez, y que volvió a impactarme ahora, durante la escritura.

Al igual que en la película, y como ocurre en muchas historias de guerra, la idea del escape funciona como motor de los personajes, por eso necesitaba que el movimiento que hacían, “el bajar” cruzando Santiago de oriente a poniente por lo que queda del lecho del Mapocho, fuera posible.

 

«Escoger narrador es una lucha constante con el cálculo y la posibilidad de error»

—Háblanos de la creación de tus personajes, del tono que conseguiste para posicionar a Inés como voz narrativa, en diálogo con los otros personajes, como la destacable Vicky, quien da curso a sus fetichismos, protagonizando una impactante escena necrofílica.

—La historia de Cataclismo era originalmente “Santiago zombie”, un cuento que publiqué hace muchos años en la antología Cuentos con walkman.

Al comienzo, entusiasmado por una amiga que me había pedido el PDF del original, mi intención era reformular el texto, probar las cuatro voces simultáneas que dialogaban y ver qué pasaba. Sin rumbo ni reglas.

Después de un par de semanas de trabajo dejé atrás el cuento y empecé de nuevo una historia distinta, inserta en otro universo, con una sola voz, la de Inés.

Escoger narrador es una lucha constante con el cálculo y la posibilidad de error, pero en este caso hay una templanza en Inés que no tienen las demás. Ese detalle de inmediato la convirtió en la mirada que me interesaba seguir, describir y a ratos admirar.

De las cuatro sobrevivientes Vicky es la más llamativa, pero también la más difícil de digerir. Desde el comienzo se perfila como el carácter duro, imperturbable, la amazona crossfitera por excelencia, entrenada para salvarse.

Es, en el fondo, una privilegiada incluso después del fin de los privilegios y a pesar de sus fortalezas físicas y psicológicas, da rienda suelta a una filia que había mantenido oculta y que no puede controlar.

La mencionada escena es un humilde homenaje a Nekromantik, la película de Jorg Buttgereit que revolucionó a toda una generación.

Fue un desafío a nivel de escritura, pero sin duda no el más complejo del proceso. Ese fue enfrentar mi propia fobia a las serpientes en las escenas de “lluvia” que abren otro espacio en la fuga de los personajes.

 

«Nunca antes el apocalipsis se había sentido tan cerca»

—La violencia es extrema en la narración: desde violaciones grupales, hasta desmembramientos de extremidades o explosiones de cuerpos exhibiendo vísceras o materia cerebral. ¿A favor de qué simbolismos funciona el gore?

—Cuando decidí lanzarme de cabeza en la escritura de un texto nuevo, lejos del cuento original y en el género del terror, tomé dos decisiones. La primera fue no ponerme ninguna barrera en la escritura. Ni moral ni mental ni editorial. Ni siquiera física (vuelvo a las escenas de serpientes).

La segunda fue cuestionarme cuáles eran los horrores que quedaban post-pandemia, que es probablemente el peor horror que hemos experimentado como civilización desde la peste negra.

Me parece que lo más aterrador que existe en el presente es la posibilidad concreta y “verosímil” de un cataclismo. Nunca antes el apocalipsis se había sentido tan cerca.

Mientras empezaba a escribir también me pregunté qué imágenes, situaciones o personajes me provocaban terror o repulsión verdadera.

Recuerdo que cuando era chico estaba obsesionado con la guerra y los terremotos, pensaba que en cualquier momento podían pasar y que eran inevitables. Y de hecho, un tiempo después, cuando yo tenía once años, pasó lo inevitable: el terremoto del 3 de marzo del 85.

No me imaginaba escribiendo una historia de terror, un género que siempre me ha fascinado, y enfrentando el proceso con distancia o sin sentirme removido, al menos en parte. Encontrar ese espacio de conmoción, de shock, descubrir lo que te duele o lo que de verdad te perturba, es lo más difícil, creo yo.

Siempre me ha interesado el horror orgánico, el que mezcla la descomposición de los cuerpos con la intervención de lo externo, metal o cemento, por ejemplo. Pienso en Cronenberg, en Ballard y en Clive Barker. La teoría del gore comienza ahí.

Podría decirse que son los agentes corrosivos de la carne los que detonan el viaje de Inés y los suyos, comenzando con ese primer terremoto donde muere su familia, que marca este relativo fin del mundo que es el catalizador de todo.

El gore es fundamental en la novela para hablar del gran tema, el deterioro de la carne va de la mano de la destrucción del entorno. Así como quería enseñar esta ciudad en eterna devastación me interesaba hacer lo mismo y en paralelo con el proceso que vivían los cuerpos, revelar los detalles, las insignificancias aparentes de un accidente, por ejemplo, o de un asesinato, una tortura o una violación.

En este sentido la violación es una herramienta de represión y esclavitud de los cuerpos de ambos sexos, siguiendo lo que hacen los renegados de la novela con sus víctimas.

 

—El final abierto sugiere una continuación de la historia de Inés… ¿Cómo se proyecta su personaje?

—Hay un futuro para Inés y el final abierto es en realidad el inicio de una nueva etapa en la terrible existencia del personaje.

En algún momento el viaje del personaje debe continuar.

 

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Nicolás Poblete Pardo (Santiago, 1971) es periodista, profesor, traductor y doctorado en literatura hispanoamericana (Washington University in St. Louis).

Ha publicado las novelas Dos cuerpos, Réplicas, Nuestros desechos, No me ignores, Cardumen, Si ellos vieran, Concepciones, Sinestesia, y Dame pan y llámame perro, y los volúmenes de cuentos Frivolidades y Espectro familiar, y la novela bilingüe En la isla/On the Island.

Traducciones de sus textos han aparecido en The Stinging Fly (Irlanda), ANMLY (EE.UU.), Alba (Alemania) y en la editorial Édicije Bozicevic (Croacia).

Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

«Cataclismo» (Sietch Ediciones, 2021), de Pablo Illanes

 

 

Tráiler:

 

 

Nicolás Poblete Pardo

 

 

Imagen destacada: Pablo Illanes.