[Entrevista] Mike Wilson: «‘Leñador’ es un libro en contra de ideas que promulgan la relatividad de todo»

El escritor y académico argentino de origen estadounidense —radicado en Chile desde 2005—, aborda los símbolos de la emblemática novela de su autoría, que una década después de su publicación original, retorna al debate literario con la frescura de un clásico contemporáneo que reflexiona en torno a los límites del lenguaje y del conocimiento.

Por Alfonso Matus Santa Cruz

Publicado el 7.8.2023

La literatura cocinada en nuestro territorio no posee un gran arsenal de obras secretas que con el paso del tiempo vayan ganando más lectores de los que pierden. Ese privilegio es para las obras escritas sin concesiones ni pretensiones extra literarias, para la prosa o la poesía cultivada con el cuidado de un huerto del cual depende nuestra alimentación.

De vez en cuando descubrimos una de esas obras o, como en este caso, una de ellas es reeditada en un bello formato que le hace honor.

Hablo de la reedición de Leñador, de Mike Wilson (1974), por La Pollera Ediciones, una suerte de novela casi exenta de ficción, que originalmente publicada en 2013, comulga con un registro documental o practica un arte de la descripción afín al formato del almanaque, con una prosa tan prístina como la luz matinal.

Un destello que vuelve literatura lo aparentemente no literario, como puede ser la descripción de un hacha, la preparación de un guiso o la manera de vestirse en los gélidos inviernos del Yukón, donde se halla el campamento de leñadores que es el topos central del libro, para no perder dedos por congelación.

Con el pretexto de indagar en la escritura de la novela, su peculiar arquitectura, su resonancia con el paso de los años y el pensamiento que la sostiene, Mike Wilson tuvo la cortesía de respondernos algunas preguntas sobre esta obra que propone olvidar el juego de las preguntas y respuestas en procura de la llaneza de la presencia. Pequeña paradoja por la cual le agradecemos como espero lo hagan los lectores.

En la actualidad, Wilson es docente de la Facultad de Letras de la Universidad Católica de Chile, y como tal profundiza en el estudio de la literatura y de la filosofía, particularmente sobre los problemas existenciales que se manifiestan en cualquier relato narrativo.

Así, sus enfoques monográficos incluyen los problemas del escepticismo radical, la epistemología, el solipsismo, y el sentido y el ser, en campos de investigación donde cita con recurrencia textos de Ludwig Wittgenstein, Martin Heidegger, Byung Chul-Han, Susan Blackmore, David Hume, Soren Kierkegaard y de George Berkeley.

Otras destacadas obras del escritor Michael James Wilson son El púgil (2018), Ártico (2017) y Ciencias ocultas (2021).

 

«Quise eliminar la idea misma de un destino»

—Han transcurrido diez años desde la primera edición de Leñador, un libro que parece estar compuesto en procura del mismo acto de la escritura y la lectura, favoreciendo la inmersión en su prosa precisa y amena, hermanando la textura de la lectura al tempo propio a una meditación. Esa densidad pide que la lectura sea lenta, por procesos de decantación. Me gustaría preguntarte: ¿Qué recuerdas del tiempo de composición de la obra, en tanto experiencia íntima y registro temporal, y si esta década te ha otorgado nuevas perspectivas sobre el trabajo acometido y su peculiar naturaleza narrativa?

—Me acuerdo que me hizo bien el proceso de escritura, creo que tuvo en mí el efecto que deseaba transmitir con el libro. Escribía todos los días —cosa que no suelo hacer— y me internaba en ese lugar para ver las cosas de otra forma, sin apuro, sin urgencia por llegar a algún destino, pienso que quise eliminar la idea misma de un destino.

Es algo que para mí quedó en el momento de escritura y sigue en mí, pero no vuelvo a la novela, no la vuelvo a evaluar ni busco sacarle más sentidos. Eso solo me pasa mientras escribo.

 

«Encontrar a través de la lectura algún sentido olvidado»

—En la apertura del texto atisbamos el iceberg de memoria que yace tras el protagonista anónimo, cuya experiencia subjetiva se acota a pequeños momentos, a párrafos que sirven de bisagra entre una y otra entrada descriptiva. La relevancia de los instrumentos, los actos, la flora y la fauna, los procesos naturales o artificiales, en una frase, de la descripción objetiva, sirve al protagonista y narrador como acto purgativo, limpiando el pasado, trocando el dolor de su historia personal por la contemplación de una realidad expurgada de constructos ideológicos y conceptuales. Es una apuesta radical, como habitante de una metrópolis, ¿crees que esa opción ficticia puede contagiar algo de lo que implicaría la experiencia real, de que esa llaneza descriptiva puede llevar al lector a una suerte de percepción zen de su entorno? ¿Hay alguna obra que te haya provocado algo similar al leerla?

—Puede ser, la subjetividad del lector no es algo sobre lo que me atreva a especular. Buscaba comunicar algo de eso, el despojo de los dogmas, de la parodia, y ojalá encontrar a través de la lectura algún sentido olvidado, algo que alguna vez entendíamos pero que el tiempo y que el lenguaje nos arrebató.

En general los textos no-narrativos me generan eso, la lectura de libros obsoletos, manuales, listas de ingredientes, cosas así que uno recoge y lee sin pensarlo y la cabeza se aquieta por unos momentos.

 

«Una huida de ese oscurantismo relativista e inane»

—La presencia del almanaque agrícola es una clave que nos permite entender de mejor manera la estructura de la obra. En ese sentido el afán descriptivo alcanza una cota de coleccionista que recuerda al Perec de La vida instrucciones de uso (considerando también el enfoque en un espacio; allí el edificio y sus habitantes, la geografía del bosque de Yukon y sus leñadores, en Leñador), claro que, de modo distinto, como pasado por el cedazo perceptivo de Thoreau. ¿Qué obras te inspiraron y ayudaron a componer esta novela? Y ese substrato de almanaque, de argumento que prioriza las descripciones útiles por sobre la contaminación de la ficción, ¿responde de algún modo a la propuesta de Walter Benjamin sobre la utilidad de la narrativa como divulgadora de saberes y de conocimientos?

—El almanaque agrícola es algo que me fascinaba de chico, en mi casa había copias del Old Farmer’s Almanac y me perdía en ellas, leyendo datos sobre clima, sobre las cosechas, sobre herramientas y tractores. Era información solo, no contaba nada, no había un comienzo, desarrollo y fin, tampoco había parodia, solo sentido congelado en un momento.

Benjamin no era parte del libro, tampoco Perec, de cierto modo Leñador es un libro en contra de ideas que presumían develar ideas agregándole más y más ideas, especialmente en contra de la teoría continental que sale de la posguerra, teoría predicadora de una cuasi sociología y moral que promulgaba la relatividad de todo, pero sin aporte, solo estableció dogmas reformulados en el nombre del fin de las estructuras. Es un fenómeno que le hizo mucho daño a las humanidades.

Para mí Leñador era una huida de ese oscurantismo relativista e inane, volver al sentido y la certeza que siempre ha estado ahí detrás del ruido.

 

«Despojarse de las preguntas que no tienen sentido»

—Es difícil no pensar en Wittgenstein considerando el epígrafe del libro, el que originalmente haya sido editado en una editorial especializada en filosofía y el ensayo que le dedicaste poco después de publicarla. La misma lejanía de Wittgenstein, su fuga a las cabañas de pequeños pueblos en Noruega o el norte del Reino Unido, es de cierto modo análoga a la del protagonista de la novela. ¿De qué modo su vida y su filosofía te impactó y formó parte de la propuesta de esta obra que parece hacer eco a una de las últimas frases del Tractatus, esa de «arrojar la escalera después de haber subido por ella», en el sentido de que no es una novela de ideas, sino una que trata de abandonar la inquietud que generan preguntas y respuestas?

—Sí, eso mismo, lo que describí en la respuesta anterior. Lo de la escalera sería como salir del lenguaje a través del lenguaje, por muy contradictorio que suene. Wittgenstein buscaba aquietar la mente para ver y experimentar el mundo en el mundo y desde el mundo.

Es despojarse de las preguntas que no tienen sentido, las que no caben en el lenguaje, preguntas que nos hacemos convencidos de que podemos completar la ecuación con más conocimiento, ignorando la verdad de que la mayoría de los sentidos no son unidades de conocimiento, sino sentidos que se manifiestan en la experiencia y en lo tácito.

 

«Escribir me aporta sentido»

—Fabian Casas suele recurrir a la idea de que una buena técnica de escritura también debe servir para vivir, ¿crees que la técnica o forma de escritura de Leñador te ha ayudado a vivir con cierta templanza o al menos cumplió ese rol durante el período de su escritura?

—Sí, todo lo que escribo me entrega algo, no entiendo del todo cómo ni qué, pero siento que escribir me aporta sentido.

 

«Páginas para encender fogatas»

—El libro funciona como una especie de arca de Noé de técnicas de sobrevivencia para habitar un bosque. Me hizo pensar en que, de haber un evento apocalíptico, alguna especie de caída del internet global o cualquier evento que desate un caos colectivo, sería uno de los pocos libros que me llevaría en la mochila como recurso tanto práctico como de salvaguarda de la literatura. ¿De haber un evento de esas dimensiones, qué libros crees que llevarías contigo?

—Algo con muchas páginas para usar de yesca y encender fogatas las veces que sus hojas me lo permitan.

 

«La forma es algo que se acomoda a lo que busco exteriorizar»

—Todos tus libros siguen cauces distintos, aunque haya obsesiones y temas constantes en tu obra, pareces transitar de una forma de experimentación a la otra, sea a través del pretexto de un género o un topos literario. Incluso es difícil llamar a Leñador una novela, más bien parece una suerte de documental. ¿En qué medida crees que tu labor literaria es experimental y qué persigues en esas búsquedas creativas?

—Sí, son obsesiones existenciales más que cualquier otra cosa. No me identifico mucho con la idea de lo experimental porque siento que antepone el experimento. No escribo buscando experimentar con la forma o el contenido, escribo lo que siento que debo escribir y la forma es algo que se acomoda a lo que busco exteriorizar.

A veces la forma es tan importante como el contenido, incluso lo veo como parte del contenido, es un lenguaje que contiene otro lenguaje.

 

«Leer es clave para cualquiera que quiera escribir»

—Finalmente, nos podrías comentar en qué estás trabajando ahora y, pensando en los jóvenes escritores o aspirantes a narradores, ¿qué sugerencia les darías a la hora de abordar este oficio, crees que puedes traspasar algo de tu experiencia en ese sentido considerando también tu labor pedagógica?

—En este momento no estoy escribiendo, creo que la mayoría del tiempo no escribo, solo lo hago cuando algo me obsesiona y no lo suelto hasta terminarlo. De ahí pueden pasar meses o años sin escribir, y me parece bien eso.

Pienso que leer es clave para cualquiera que quiera escribir. Suena obvio pero en la Universidad he atestiguado como la lectura es algo que se ha ido desvaneciendo. Siempre recomiendo leer de todo, leer hacia atrás, ver de dónde viene todo, como cambia, leer los clásicos, leer los menos conocidos, la mitología, la historia, suelo recomendar leer el Antiguo Testamento, los textos apócrifos, leer a los árabes del medioevo, leer filosofía, y así.

Y escribir lo que uno quiera, no lo que uno ‘debe’ ni lo que los demás quieran, no escribir sobre temas que parecieran ser aduanas para ser tomado en serio, y por favor no escribir cosas correctas por presiones externas, no censurarse, hay que ofender cuando hay que ofender, no pensar tanto en el lector, no pensar en la publicación, no pensar en el paisaje literario, no pensar en el qué piensan en las redes sociales.

Nada de eso sirve.

 

 

 

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Alfonso Matus Santa Cruz (1995) es un poeta y escritor autodidacta, que después de egresar de la Scuola Italiana Vittorio Montiglio de Santiago incursionó en las carreras de sociología y de filosofía en la Universidad de Chile, para luego viajar por el cono sur desempeñando diversos oficios, entre los cuales destacan el de garzón, el de barista y el de brigadista forestal.

Actualmente reside en la ciudad Puerto Varas, y acaba de publicar su primer poemario, titulado Tallar silencios (Notebook Poiesis, 2021). Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

«Leñador», de Mike Wilson (La Pollera Ediciones, 2023)

 

 

 

Alfonso Matus Santa Cruz

 

 

Imagen destacada: Mike Wilson.