Escritor Ernesto Garratt: «En mis novelas traté de mostrar una pobreza que el modelo neoliberal y su propaganda quieren hacer invisible»

Luego de forjar una carrera profesional de periodista y crítico de cine -gracias a la cual se hizo conocido-, el autor chileno se ha revelado como un destacado nombre en la escena literaria local, tras la publicación de «Allegados» y del reciente lanzamiento de «Casa propia», ambos textos impresos por la editorial Hueders, y en cuyas páginas el narrador contradice la visión construida de un país moral y económicamente ganador durante la década de 1980 (según se difundía en el época y todavía hoy), por quienes detentan las riendas conductoras del denominado programa de desarrollo, aplicado entre nosotros desde el último cuarto del siglo XX nacional.

Por Enrique Morales Lastra

Publicado el 28.1.2020

Si algo se le criticaba a la generación de escritores locales que se conocieron con el apelativo genérico de la Nueva Narrativa Chilena (los novísimos de la década de 1990), era la visión un tanto cinematográfica e irreal de los acontecimientos que convulsionaron al país después de la crisis política sufrida por éste, a comienzos de los años 70: el registro ficticio (aséptico) de una sociedad nacional cuyos mayores problemas eran emocionales, existenciales y espirituales en su padecer, antes que los materiales de subsistencia y los propios de ese tipo debidos a la extrema precariedad, que denuncia Ernesto Garratt Viñes (1972) -mediante su incipiente obra novelística-, y la cual ya anuncia un tercer tomo, con el propósito de cerrar el ciclo iniciado por Allegados (2017) y Casa propia (2019): la inédita y ya titulada, como Enseñanza superior.

En efecto, lo que antes movía a los protagonistas de esas obras de ficción (las inventadas por los narradores chilenos nacidos durante la segunda mitad del siglo XX, sin excepción) redundaban desde los viajes en mochila con lo puesto a Perú, Bolivia o Brasil, y en la descripción de los vínculos humanos propios de una comunidad triunfante y exitosa, de sus motivaciones sexuales, identitarias, religiosas y deportivas: eran los tiempos cuando el triunfante neoliberalismo chileno enseñaba al resto de las naciones sudamericanas (y hasta europeas) las recetas para que sus ciudadanos se dedicaran a viajar y a eludir, a marearse, ¡a ser unos winners!, sin pensar en la pobreza o en las desigualdades que sumen a otros en el fatalismo, y al resto en la frustración, el odio, y en el rencor del aislamiento.

Si algo debemos agradecerle a Garratt, es que su confesión de esa vivencia personal en la miseria acallada por muchos (al protagonista de su saga juvenil nunca se le conoce el nombre, el cual podría ser perfectamente «Ernesto»), es que el desnudamiento de su intimidad ochentera, reiteramos, viene luego de que a su personaje en la vida de carne y hueso, alcanzara el triunfo tras jugar en esa cancha, en el estadio del país aspiracional y libremercadista: periodista de la Universidad de Chile, transformado en un respetado reportero y crítico de cine, que llega y transita por las alfombras rojas de los festivales y muestras de mayor importancia en la industria audiovisual, a nivel mundial. Así, era fácil darle la espalda a una historia de privaciones y de soledad afectiva y familiar (la compartida en exclusiva con su madre), cuando la propaganda del modelo advierte que sus ganancias y bienestar son para todo (a) el que lucha y se esfuerza por conseguirlos (ahora el escritor se encuentra casado y tiene una hija).

Vaticinador o no, el autor de Allegados y de Casa propia anuncia la tristeza de una primera generación de chilenos formada íntegramente bajo el alero de las políticas sociales y financieras de la Escuela de Chicago, y que ahora en esta alborada de cambios nacida luego del estallido social de octubre de 2019, se bautiza en tanto género de una literatura social y comprometida (de larga tradición en las letras chilenas), pero que el neoliberalismo, con sus victorias y espejismos impuestos, también nos había arrancado de cuajo, y la había sumido en el olvido restringido de las bibliotecas y de las librerías de viejo.

 

—¿Por las temáticas que has tratado en tus dos obras de ficción ya publicadas, te consideras un heredero de la novela social del siglo XX chileno, pensamos en Nicómedes Guzmán o en Alfredo Gómez Morel, y donde la figura de la madre como jefa del núcleo familiar, cercana o lejana, siempre es la protagonista en los afectos del narrador?

Mencionas dos grandes escritores que hablaban de una miseria que sigue en el Chile de 2020 tan vigente que duele. El río, la pieza mayor  de Alfredo Gómez Morel, me marcó y su herencia quizás fue y es algo inconsciente. Solo traté de ser lo más honesto posible respecto de mis dos novelas Allegados y Casa Propia en cuanto a seguir un camino sin concesiones a la hora de mostrar una pobreza que el modelo neoliberal y su propaganda quisieron y quieren hacer invisible.

 

—La voz dramática de tus novelas por momentos se escucha como la de Manuel Rojas en su Hijo de ladrón, ¿sientes que escribes acerca de un Chile de polvo y de sociabilidades, que nunca existió?

—Manuel Rojas al parecer es otra voz que sobre vuela mis novelas según muchos comentarios que he recibido. Francisco Ortega hace poco dijo de Casa propia: “es tan pop como Stephen King, tan enrabiado como Manuel Rojas y tan fantasmalmente tierno como Charles Dickens. Lleno de fantasmas que se tocan, los peores”.

 

—Llama la atención -pese a que compartes lugares de inspiración geográfica y espacios de contemporaneidad- con autores nacionales como Alberto Fuguet, por ejemplo, la gran diferencia estética y emocional utilizada por ambos para retratar una ciudad que en el fondo es la misma (el Santiago mesocrático de la década de 1980). ¿A qué crees que se deba esta característica literaria nacida del contraste, más allá de las diferentes historias de vida existentes entre tú y el narrador de Mala onda y de Por favor, rebobinar?

Creo que cada autor tiene el derecho y deber de ser leal a su mundo. Es cierto que para muchos escritores la clase alta es su foco, pero para mí era necesario comenzar a hacer ficción desde las raíces que conocía mejor: el mundo de los allegados, de los que hemos sido dejados de lado, de los miserables. Era demasiado importante para mí mostrar lugares reconocibles pero con un foco más frágil: Ñuñoa, Villa Frei, Macul, Gran Avenida, son otros sitios cuando el punto de vista está teñido por la carencia. He tenido tanta suerte de que mis pesadillas aún me persigan que he podido atraparlas en páginas llenas de descripciones de miserables momentos quizás para atraparlas, pero más allá de mi interpretación de autoayuda, lograr que esos mundos de clase media baja tengan vida en la recreación para mi día.

 

—¿Qué opinas acerca de que tu díptico novelístico sea considerado por ciertos lectores y críticos, una versión literaria de la serie televisiva Los 80,la cual se acaba de reestrenar en la pantalla chica?

A diferencia de esa gran serie, traté de concentrarme no en la recreación física de los 80 en mis libros, sino que en el ambiente sicológico que llenó los lugares ochenteros donde habitan mis personajes. Le he dado vueltas mucho a cómo escribí y escribo ficción y para mí lo más relevante es construir las casas, los espacios, los sets donde van a “actuar” mis personajes y a partir de esos sitios inundar de pena o emoción o tristeza las escenas. Es a partir de los lugares desde donde surgen la acción: me explico, el departamento de Villa Frei en 1988 donde los protagonistas están allegados es un lugar oscuro, de encierro obligado y campo de humillaciones y mal trato. Busqué que esos espacios y sus murallas fueran el mural donde los personajes pintaran, metafóricamente, sus ansiedades y miedos y esperanzas.

 

—Las ilustraciones que exhiben las páginas de Allegados (las tuyas en esa novela) y de Casa propia (de Mariana Mizraji), ¿son una cita a las reproducciones gráficas que acompañaban la publicación de las novelas de aprendizaje por entregas, que se distribuían en los diarios anglo parlantes del siglo XIX? Pienso en Grandes esperanzas, de Charles Dickens, cercana en motivos y en sentimientos a tus dos obras.

—Qué linda la comparación, gracias. La verdad es que sí, la idea de la entrega o de dejar la continuación al final, el cliffhanger en cada fin de capítulo, viene de las novelas por entregas. Y ese formato maravilloso de atraer público, de capturar la atención, consideraba a las ilustraciones. Por eso me atreví a ilustrar Allegados y por eso le pedí a la talentosa artista Mariana Mizraji que ilustrara Casa propia. Sus dibujos los amé, qué arista tan increíble y ojalá podamos hacer más trabajos juntos.

 

—¿En qué se diferencia la pobreza material y espiritual del Chile de fines del siglo XX, que tú tan bien recreas en las páginas de Allegados y de Casa propia, con la precariedad (hiper tecnologizada) que acusa un sector de la población nacional, de este 2020?

—Siempre hablo que Chile sigue sumido en una Edad Media, tal cual hace 40 años, pero con smartphones y tarjetas de plástico para endeudarse. Nunca pensé que mis novelas iban a ser usadas por especialistas para explicar el estallido social de 2019. Han sido mencionadas por mostrar la precariedad y la miseria de finales de los 80s: una precariedad que sigue intacta. Te juro que cuando lo digo lo único que quiero es que el ministro de la vivienda me contradiga, pero no ha sido el caso: en 2020 en Chile hay más de un millón y medio de familias en calidad de allegamiento. Multiplica por tres los integrantes y la cifra es brutal.

 

—Toda literatura es un recuerdo: «uno escribe siempre entre la nostalgia y el rencor», declaró hace poco el novelista español Rafael Reig. Pero especialmente en Casa propia (a diferencia un tanto de lo que se lee en las páginas de Allegados), se escucha, como en la obra del cubano Reinaldo Arenas, el color del verano y de la vida, pese a las carencias y a las estrecheces. ¿Eres consciente de ese mensaje simbólico que traspasan tus creaciones?

—No creo que sea consciente porque escribo desde las entrañas, desde la pena profunda que viví. Y tenía claro, especialmente en Casa propia, que había que incluir más escenas y luz frente a tanta oscuridad. Más color del verano y de la vida. En Casa propia hay humor, humor negro y visiones más alegres porque era lo que el personaje central necesitaba en su vida para soportar el viaje que viene en ese segundo libro, porque al igual que el allegado de Harry Potter, el protagonista de Allegados y de Casa propia es un adolescente con poderes mágicos que, año a año, cada vez que pasa de curso, más que aprender trucos buenos, solo le va quedando una única certeza: en Chile la única magia es sobrevivir el día a día.

 

—¿La redacción estética de Enseñanza superior (tu próxima entrega) es más política que las anteriores, considerando que el protagonista crece en edad, consciencia y voluntad intelectual, en un país que por ese entonces veía terminar una Dictadura cívico-militar, y el advenimiento de una institucionalidad democrática (nacida de ese gobierno castrense), y que 30 años después (hoy), se encuentra en crisis social y política?

—Allegados ocurre en 1988; Casa propia en 1989 y Enseñanza superior transcurre en 1990. Hace treinta años y claro, hay comentarios políticos pero para serte sincero la terminé antes del “1810”, mucho antes. Mi traductora, la escritora estadounidense Jessica Sequeira, decía que Allegados era para ella una novela que cumplía como pitonisa respecto del estallido social. Y claro, el personaje en estos tres años crece y cambia, pero lo primordial del contexto de la dictadura es que sea eso: un muro de fondo donde transcurre la vida que tuvimos la mayoría de los chilenos.

 

—Eres periodista y también crítico de cine, ¿consideras que tus novelas dialogan con ese Chile cinematográfico de los 80, ese visionado de casonas y de blocks de edificios que se observan en los filmes de Silvio Caiozzi, Ricardo Larraín, Gonzalo Justiniano e Ignacio Agüero, entre otros?

Quise retratar el mundo de Caluga y menta de Justiniano, por ejemplo, pero para serte honesto miré más la estructura y corazón de películas como El laberinto del fauno de Guillermo del Toro y claro, Donnie Darko de Richard Kelly.

 

—Como comunicador social y autor de una generación de escritores que abren la tradición literaria de Chile en este siglo XXI, ¿qué significados históricos, tienen para ti, los acontecimientos que sacuden a la República desde el 18 de octubre de 2019?

—Nunca pensé que iba a vivir momentos así de cruciales. Tengo la fe que Chile va a ser un mejor país después de esto. Creo que hay una oportunidad fantástica para dejar de ser un país con millones de personas que apenas llegan a fin de mes. Como te digo: tengo fe y creo que si nos organizamos como corresponde, podemos hacer real y posible el cambio.

 

También puedes leer:

Casa propia, de Ernesto Garratt: Los olores de Ñuñoa.

Casa propia, de Ernesto Garratt: La rabia de Chile.

 

 

«Casa propia» (2019)

 

 

«Allegados» (2017)

 

 

Crédito de la imagen destacada: Ernesto Garratt.