Escritor J.P. Zooey: «Para ‘concientizar’ y ‘emancipar’, las mejores tecnologías todavía suelen ser los libros, la militancia, las asambleas con el cuerpo presente»

El narrador argentino acaba de publicar el ensayo “Corazones estallados. La política del posthumanismo” (Cía. Naviera Ilimitada, 2019), donde analiza las transformaciones operadas por esa corriente de pensamiento en la existencia actual, bajo el contexto de la íntima relación que se suscitan entre las redes sociales y la vida afectiva y ciudadana de los miembros de una comunidad.

Por Joaquín Escobar

Publicado el 3.12.2019

J.P. Zooey (Buenos Aires, 1973) es el seudónimo del académico y periodista trasandino Juan Pablo Ringelheim, el autor de recordables títulos literarios, entre los cuales podemos mencionar los cuentos de Sol artificial (2009), y a las novelas Los electrocutados (2011), Te quiero (2014) y Manija (2018), esta última, una trama que fue publicada en Chile por el sello de La Pollera Ediciones, en el contexto de la Furia del Libro realizada en el GAM, hace justo un año.

Multifacético, reflexivo y siempre profundo, el escritor argentino acaba de lanzar el ensayo Corazones estallados. La política del posthumanismo (Cía. Naviera Ilimitada, 2019), un volumen donde valiéndose de un ameno estilo narrativo, aborda las transformaciones en la vida actual (especialmente en el plano de la subjetividad y de la emocionalidad), operadas por la influencia del «humanismo» surgido en el Renacimiento italiano de los siglos XIV y XV.

De esa manera, y transportando aquellas ideas a los días que corren, Zooey pone el foco en la política y en la sociedad construidas en lo que va del siglo XXI, donde imperarían los cánones del «posthumanismo», un paradigma antropológico, sociológico y moral que vendría a romper con los principios solidarios de una comunidad nacional, reemplazándolos por un descarnado individualismo.

Aquel escenario es el campo de estudio favorito del autor, quien modela a un hablante que le permite escribir desde una identidad variante y contradictoria (como se puede apreciar en la auto entrevista realizada al final del libro), y que deja al descubierto el absurdo de las relaciones digitales, el tráfico de información y la dependencia de un apoyo virtual para vivir.

Así, Zooey no se refiere solo a la forma en que la tecnología viene a modificar o asistir a los cuerpos y mentes humanas, sino también a la trama que se teje alrededor de las redes sociales como Facebook, Twitter e Instagram, las cuales constituyen un cambio rotundo de las formas de comunicación entre las personas, más aún en pleno 2019, cuando varios países sudamericanos como Chile y Colombia, se debaten en la aurora de un nuevo comienzo, luego de vivir traumáticas jornadas de inesperados y cruentos estallidos sociales.

 

-¿Qué opinión te merecen aquellas lecturas político-sociales que proponen utilizar a la tecnología como una estructura que a partir de la palabra funcione en tanto forma de emancipación, concientización y cambio? Algo así como adueñarse de las herramientas que entrega la globalización y ponerlas en su contra. Infiltrarse en el sistema y explotar desde adentro.

-Al mencionar una tecnología que a partir de la palabra funcione como herramienta de emancipación y concientización pienso en esa tecnología llamada “libro”, que en general me merece una valoración muy positiva.

Pero si te referís a adueñarse de las herramientas de la globalización para ponerlas en contra de la misma, la cuestión se vuelve más compleja. Las tecnologías de la palabra que se han desarrollado en los últimos años, a nivel global, son las redes sociales y los sistemas de chat como WhatsApp o Telegram.

Me pregunto qué concientización se puede realizar en 280 caracteres (que es la extensión permitida por Twitter para cada idea). Qué concientización puede lograrse si a un posteo en Facebook sólo puedo “reaccionar” emocionalmente (no argumentativa y racionalmente). Ante un posteo respondo “me gusta”, “me encanta”, “me asombra” como un niño ante dibujos animados o que come un helado. Por no hablar del torrente de imágenes shockeantes que ofrece Instagram, que terminan insensibilizando, por saturación, a quien las observa.

¿Hay aquí posibilidades de concientización que tengan algún lazo de filiación con un programa político? Desde mi punto de vista, estas herramientas de la globalización, como son las redes, generan stories pero no hacen Historia.

Es obvio que las redes o los servicios de chat pueden servir para realizar denuncias en un país bajo una dictadura o bajo la suspensión de las garantías constitucionales. También para organizar la asistencia a una marcha o los puntos de las barricadas. Pero “concientizar” y “emancipar” son cuestiones de alta densidad histórica que no pueden reducirse a 280 caracteres. Para esto las mejores tecnologías todavía suelen ser los libros, la militancia, las asambleas con el cuerpo presente.

 

-En Corazones estallados citas a diversos pensadores y filósofos de distintos siglos y lugares, respaldando tus hipótesis con una fuerte batería teórica. Nos llamó positivamente la atención que estuviera Michel Houellebecq dentro de los elegidos. ¿Qué relación tienes con este autor? Aparecen referencias a sus pensamientos y ficciones.

-Michel Houellebecq suele realizar diagnósticos descarnados sobre nuestras sociedades capitalistas. También sobre el humanismo progresista. En sus ensayos y novelas es sinuoso, por momentos contradictorio. Pero suele ofrecer un punto de vista inusual. Lo tomo como un sociólogo sui generis.

 

-Uno de las hipótesis que planteas en Corazones estallados es que la tecnología hace perder los componentes azarosos que trae consigo una historia de amor. Tínder y sus equivalentes crean algoritmos para que te relaciones con personas afines a tus intereses, forzando y forjando situaciones a partir de un esquema. Bajo esta lógica las novelas de Paul Auster y los poemas de Wislawa Szymborska quedarían suspendidos, sus escritos basados en la idea de las causalidades (por sobre las casualidades) no podrían escribirse bajo esta forma (computacional) de relacionarse.

-O podría pensarse en una causalidad algorítmica. Pero sí creo que todavía hay lugar para el azar en todo tipo de encuentros y relaciones. Solo que si seguimos delegando en las aplicaciones nuestras decisiones, surgirá una nueva idea de Destino (ya no determinado por Dios sino por el capricho de las máquinas).

 

-Tal como planteas en el ensayo, Twitter es una plataforma en la cual se puede hablar de cualquier cosa sin ningún tipo de control. Por lo general, se dan opiniones superficiales que están mediadas por las condiciones de existencia que genera la posmodernidad y el capitalismo tardío, bajo este contexto y haciendo una revisión general de la plataforma, ¿podríamos decir que la libertad de expresión está sobrevalorada? 

-No, en absoluto. La libertad de expresión no podría reducirse al clisé actual de la supuesta “sobrevaloración” de cualquier cosa.

Lo que creo que es todos los tuits se parecen en alguna medida. Al menos yo los veo siempre de 280 caracteres como máximo, efectistas, alarmantes, sarcásticos o irónicos; claro, buscan atrapar la atención en un timeline en el que otros miles están tratando de jibarizar sus ideas, reducirlas a aquella medida. La forma de atrapar la atención de los otros usuarios suele atentar contra las ideas profundas, lentas, conscientes; pues el sarcasmo o la chicana estridente son mejores carnadas.

No creo que los límites formales de las redes, su imperativo de la conexión, la visualización y la publicación permanentes, se lleven bien con la expresión profunda de las personas.

 

-Nos parece que las novelas Kentukis de Samanta Schweblin y Los cuerpos del verano de Martín Felipe Castagnet es tu ensayo convertido en ficción.

-No las leí.

 

-Resulta interesante la autoentrevista que te realizas al final del libro. ¿Cómo surge esta idea? ¿Te parece que hubo hipótesis que podrían haber quedado mejor conformadas con una devolución que las interpelara?

-Claro. Ese ejercicio formal produjo ideas que antes yo no había pensado. De esta manera logré un estado esquizoide sumamente productivo para esa parte del libro.

 

-Las sociedades posthumanistas han posibilitado que Chile y Argentina tengan presidente como Macri y Piñera. ¿Cómo evalúas ambos gobiernos? ¿Qué podemos esperar de la Argentina de Alberto Fernández? ¿Cómo ves el estallido social de lo que se ha denominado como el octubre chileno? 

-Yo creo que la emancipación y el cambio profundo y duradero en una sociedad deben estar relacionados con la organización política.

Es cierto que en un comienzo las revueltas que conducen a estas transformaciones suelen ser espontáneas y horizontales, necesarias y “terapéuticas”. Me llamó profundamente un grafiti que vi fotografiado en una pared de Santiago: “Hasta que vivir valga la pena”. Hay algo profundamente deprimente en el capitalismo desregulado, extremadamente codicioso e insensible.

Pero creo que al neoliberalismo se lo vence con organización política, sea a través de los partidos existentes u otros por formarse. Sucedió en la Argentina posterior a las revueltas de diciembre de 2001. Y el gobierno de Néstor Kirchner fue un emergente de esa situación. El gobierno de Alberto Fernández renueva las expectativas en una forma de gobernar inclusiva, con políticas a favor de los más débiles, con una revalorización de la política frente a una alianza que gobernó los últimos cuatro años basando sus decisiones en el marketing, las mentiras, los medios dominantes y una parte del poder judicial que dejó muchas dudas.

 

-El año pasado publicaste Manija con la editorial chilena La Pollera. ¿Cómo ha sido esta experiencia? ¿Qué nos puedes contar de la Furia del Libro, de la que fuiste parte el año pasado?

-Simón Ergas y Nicolás Leyton son dos editores que me ayudaron a que saliera lo mejor de Manija. Además de la profesionalidad necesaria para lograr ese catálogo y ese lujo en el diseño editorial, tienen una creatividad y una sensibilidad para el trato con los autores que es asombrosa. No es fácil tratar con autores argentinos, y si son porteños como yo, más difícil aún. Ellos lo hicieron de maravillas.

Los organizadores de La Furia, como Galo Ghigliotto, hicieron de mi experiencia del año anterior algo que contrapesó mi reticencia a las apariciones públicas.

 

-¿Por qué escribes con seudónimo? ¿Cuál fue el propósito de construir literatura a partir de una máscara? 

-Haber estado cubierto por un seudónimo durante diez años, sin dar la cara, me preparó para escuchar desde la “invisibilidad” las cosas más disparatadas que se podían decir sobre mis libros. Algún día escribiré la historia de las enormes ventajas que tiene inventarse el propio nombre cuando se hace necesario.

 

-¿En qué estás trabajando actualmente? ¿Estás preparando nuevos libros? ¿Ficción o seguir en la senda del ensayo?

-Estoy escribiendo una novela que me va a llevar un tiempo. Pero si exhibo públicamente su tema, puede que se vele, como una fotografía a la que le da demasiado tempranamente la luz.

 

-¿Qué lees actualmente? 

-Estoy releyendo algunas partes de una novela muy potente que leí el año pasado. Es de Lucila Grossman y se llama Mapas terminales. En Chile la editó Los Libros de la Mujer Rota. En Argentina la editó Editorial Marciana.

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Joaquín Escobar Cataldo (1986) es escritor, sociólogo y magíster en literatura latinoamericana. Reseñista del diario La Estrella de Valparaíso y de diversos medios digitales, es también autor de los libros de cuentos Se vende humo (Narrativa Punto Aparte, 2017) y Cotillón en el capitalismo tardío (Narrativa Punto Aparte, 2019).

Asimismo es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

“Corazones estallados. La política del posthumanismo” (Cía. Naviera Ilimitada, 2019)

 

 

Juan Pablo Ringelheim (J.P. Zooey)

 

 

Crédito de la imagen destacada: Jazmín Teijeiro.