Escritora Larissa Contreras: «Para que exista Sanhattan tiene que existir el Sename, la infancia vulnerada»

La multifacética artista chilena dialogó con el Diario «Cine y Literatura» en torno a su transgresora obra narrativa —feminista, libertaria y contestataria— inserta en una visceral crítica a ese país neoliberal y de la «constitución maldita», como lo llama, y sobre el horror de ver a un menor boca abajo en las aguas turbias del Mapocho (como en septiembre de 1973), en el contexto de esa lucha de un pueblo por su autodeterminación y poder así escribir un nuevo pacto social, «en donde se garantice otra forma de tratarnos y de relacionarnos», explica.

Por Nicolás Poblate Pardo

Publicado el 8.10.2020

Nuestro contexto, sin duda, nos hace releer las expresiones artísticas bajo un nuevo matiz. Hay signos que resuenan con renovada entonación y que ameritan un repaso de “mirada retrospectiva”. En ese ejercicio es posible detectar (en el sentido más detectivesco del término) señales que estaban ahí; que hablaban de otros contextos, pero que son perfectamente aplicables a nuestra actualidad.

Hace cinco años Larissa Contreras (escritora, actriz, guionista, parte del colectivo de autoras chilenas, Auch!, y narradora del conjunto de relatos Postales [Cuarto Propio, 2005]) publicó La leva (Ceibo, 2015), novela que, en palabras de Fernando Moreno, se erigía como una “epopeya desprovista de héroes”.

“¿Matar la perra? ¿Aplastar su cráneo con los neumáticos? ¿Suicidarnos todos juntos y se acabó la historia?”, leemos en el “primer tramo” de la novela. Aquí, el uso del lenguaje juega en pos de la vertiginosidad narrativa con la que se desarrolla el argumento, organizado en cuatro “tramos” (e intervenida por un “Testimonio”), y consigue cristalizar lo que Moreno denomina una “metáfora de nuestra animalidad”.

El oxímoron de esta épica luchada por personajes que encarnan el sueño cotidiano de cualquier persona con aspiraciones corrientes privilegia el cuestionamiento de estatutos básicos y tremendos, con la imagen del paraíso perdido: La pareja protagonista, Santiago y Graciela, repasan este edén caído muy prontamente, por una tragedia que los (des)une y por el desencanto y la inestabilidad social y psicológica.

Hacia el final de la novela se ofrece un matiz, que nos alerta sobre lo complejo que resulta sostener la postura heroica que buscamos, narrativamente hablando, pues La leva también circula por el thriller político, donde los dilemas éticos son parte de la trama, literalmente, del tejido: “Sigo aquí. Morir no es tan fácil como se cree. Se necesita mucha voluntad para eliminar una vida”.

 

La escenografía del neoliberalismo

En tu narrativa vemos el trauma de la dictadura y la consecuente ola de consumismo. ¿Cómo ha mutado esta realidad en tus materiales, hoy?

—Me agrada la idea a la que te refieres: que mi narrativa apela a un trauma. El trauma es la respuesta a un hecho negativo cuyas resonancias perduran en el tiempo y se reviven con la misma potencia que en el origen. Siento que crecí en un país traumatizado producto de un golpe violento. Creo que, como país, mantenemos una doble vida debido a eso, la herida está latente y sus consecuencias se dejan sentir de múltiples maneras. Las intenciones de sanarnos han sido desoídas y obstruidas, e implican un trabajo de mirarse, reparar, que tienen alcances profundos y generan altos costos.

El antidepresivo neoliberal para tolerar esa fractura viene incluido en la constitución maldita que nos heredó la dictadura. Nos crearon la enfermedad para vendernos el medicamento (y bien caro, por lo demás). Como fármaco, el consumismo nivela el ánimo y genera la ilusión de una expectativa cumplida, de pequeñas cuotas de bienestar y éxito.

Somos seres traumatizados buscando desesperadamente la felicidad. Pero, ¿cómo ser feliz en una sociedad de consumo? ¿Cómo llenar el vacío, el cansancio de la rutina por la subsistencia?

Y aquí no estoy pensando en el ser humano realizado y conforme, considerado en la constitución maldita (hombre blanco, heteronormado, funcional, coeficiente intelectual promedio), sino en aquellos y aquellas que no están considerados en la norma, los que no encajan, los que atochan los laberintos del metro en tiempos de emergencia sanitaria, los de la cola para el pago de pensiones expuestos al contagio, los que necesitan creer en algo, lo que sea, para no morir de angustia.

Pasados los años, enquistado el trauma, hoy me encuentro focalizada en las zonas de sacrificio. Más que al lugar geográfico y humano que debe soportar la contaminación generada por la voracidad del progreso, a los seres humanos cuyos cuerpos deben ser sacrificados en medio de un ritual silenciosamente macabro y eterno que conduce a la muerte. Este sacrificio, no es un error, un lamentable daño colateral que se debe mitigar, no, es una más de las piezas del engranaje del ecosistema neoliberal.

Para que exista Sanhattan tiene que existir el Sename, para que puedas comprar tu celular de última generación, tiene que existir Colina I, para que puedas comprar tu vehículo tienen que existir pensiones de miseria.

Ya que estamos todos conectados en este ciclo, alguien tiene que pagar por nuestras aspiraciones y logros materiales. En estos momentos estoy indagando en la zona más azotada de todas: la infancia vulnerada. Para los abandonados y maltratados por sistema no existen soluciones, sólo medidas de mitigación.

 

—Un aspecto crítico es la forma en que se posiciona la fe, la posibilidad de renacer; del costo de nacer. En La leva está la imagen de las torres gemelas en Manhattan, en épocas de Bush, cuando Bush parecía encarnar lo peor. En ese momento nadie imaginaba que todo puede ser peor. ¿Qué formas de esperanzas ves posibles, hoy?

—Sí, en La leva me planteo la posición de la fe en el Chile post dictadura. En esta novela no pretendo realizar una crítica a una religión determinada, más bien a un sistema de creencias que ofrece alivio a la crudeza de las vivencias y al sin sentido. Las pérdidas son pruebas que debemos sortear impuestas por un alguien que tiene un propósito supuestamente beneficioso para nosotros.

En el desgarro de la precariedad y la muerte vienen adosadas la esperanza y la promesa del reencuentro. La posibilidad de la vida eterna es un premio a la fe en la religión de consumo. Si simbólicamente te pasaste la vida perdida en los laberintos de un mall, existe la esperanza de que después de la muerte tendrás todo el derecho a gozar de los prados que lo rodean. Los beneficios los obtendrán todos por igual, lo cual nos habla de la aspiración humana de igualdad y justicia, aunque sea después de la muerte.

En la novela, de hecho, sitúo el reencuentro de una pareja años después de su separación traumática en un café de un mall, precisamente el día en que por las pantallas se transmite en directo la caída de las torres gemelas en Manhattan. Se produce además el espejeo con nuestra propia tragedia del once de septiembre.

Observo la caída de las torres como el derrumbe de la escenografía del capitalismo, una tragedia para toda la humanidad, pero en definitiva, una pérdida marginal. Más allá de las subidas y bajadas en la bolsa, en el World Trade Center se sigue apostando por el progreso económico y la riqueza, ahora en memoria de esas víctimas. La zona de sacrificio otra vez.

¿Si cuando escribía esa novela pensaba que el panorama mundial podía ser peor? A veces a una no le da la imaginación, pero ese es un problema que tiene una. Cuando creíamos que con Bush habíamos tocado techo, aparece Trump. Se valió de la democracia para instalarse en el poder y hoy es una amenaza a la democracia. Pero aquí lo mas peligroso son sus votantes, si no es él, será otro que represente los antivalores que él encarna. Por estos días su éxito se afirma en que supuestamente ha vencido al Covid-19.

La salida del gladiador de la arena es con fanfarreas. Tiene los ojos del mundo entero sobre su biología, y la enfermedad se transformó en su más segura carta de campaña. Así como van las cosas, creo que no queda más que conformarse con pequeñas victorias. Lo más sensato en este momento, como escuché decir a Judith Buttler, es escoger contra quién se pelea.

Me preguntas por la esperanza. Es difícil sostenerla por estos días en este país. El triunfo más noble resultante de las revueltas del año pasado es la esperanza de escribir en paridad una nueva hoja de ruta: un libro escrito por el pueblo para el pueblo.

La ola feminista de la que me siento formando parte es realmente una inyección de energía, se vislumbra un tejido en el que cada una es una hebra. El Chile resultante post nueva constitución no será, por cierto, el paraíso en la tierra, pero sí será un paso en la dirección correcta en un largo camino que alguna vez transitamos y que quedó trunco. No queremos más reformas, no queremos más leyes de mitigación, queremos refundar Chile. ¿Será mucho pedir?

 

«La leva» (Ceibo Ediciones, 2015)

 

La refundación de Chile

—En tu columna de opinión “La rebelión de los veraneantes” (publicada en El Periodista) acusas el abuso, el exceso, la glotonería de los más ricos de nuestro país. Esto, casi a mediados de abril del presente año. Escribes: “Somos sólo diminutas piezas de un engranaje mayor. Pero en secreto estamos conectados”. ¿Cómo vislumbras una comunidad solidaria?

Durante estos meses de confinamiento nos hemos visto obligados a conectarnos con lo esencial. Ha sido un tiempo de introspección en el que nos hemos preguntado acerca de lo que tenemos, lo que nos falta y lo que nos sobra. Hemos visto glotonería, pero también hemos tendido puentes. Hemos sido partícipes de acciones concretas de apoyo comunitario a sectores que han sido los más dañados con esta crisis (los de siempre).

La gran catástrofe sólo ha puesto en evidencia y ha agudizado las catástrofes crónicas de los más vulnerables: pensiones de miseria, trabajo precarizado, violencia intrafamiliar, femicidios, y muchas otras. Hay un renacer, una forma de experimentar una forma de convivencia que se ha puesto a prueba. Reconocemos a la caridad como otra pieza más del ecosistema del neoliberalismo (Chile ayuda a Chile). Lo que requerimos y nos merecemos son acciones horizontales de solidaridad, sororidad y empatía. Es curioso que este aislamiento haya dado vida a lazos comunitarios auténticos y eso llena de esperanza.

 

—La igualdad de género permanece como urgente preocupación. ¿Qué ha permitido la plataforma del colectivo Auch!? Últimamente hemos escuchado propuestas como la de ‘desbiologizar’ la letra, ‘deselitizarla’.

—La plataforma de la colectiva Auch! a la que pertenezco, ha enarbolado al feminismo como bandera de lucha con todos los valores asociados a la igualdad de género. Somos feministas, pero, por sobre todo, escritoras. Desde ahí surge nuestra mirada. El feminismo se rebela al abuso, omisión y obstrucción de los que han sido víctima las mujeres, junto a otros grupos marginalizados (raciales, de clase, de origen, disidencias sexuales), a través de los años. En el plano literario, se rebela a la visión heteronormada y binaria de la escritura.

Una gran pancarta de las escritoras convocadas a la marcha del 8-M de 2018 versaba: “Cuestiona tu canon”. El cuestionamiento del canon que se nos ha asignado a nosotras ha sido un gran trabajo. Se asocia, en general, la escritura femenina a lo sentimental, lo intramuro, lo íntimo, lo emocional. La escritura masculina, a lo más racional, voluminoso, extramuro, épico. Si bien lo que se pretende es barrer con ese cerco artificioso, también ha costado un mundo validar nuestras voces. Eso afortunadamente está cambiando, pero ha costado posicionarlo.

Como prueba de la discriminación está la entrega del Premio Nacional de Literatura: de los cincuenta y cinco reconocimientos sólo se ha galardonado a cinco escritoras mujeres. El trabajo que hizo Auch! apoyando a las candidatas de este año fue instalar esa problemática visibilizando voces que, más allá de sus grandes méritos, no siempre se presentan en igualdad de condiciones en la mesa. Esos reconocimientos, proyectan esas voces en el escenario de la letra transformándose en referentes, referentes que dan impulso y validan otras escrituras y lecturas.

En este ámbito, la problematización feminista también lanza el dardo, pues en el campo de las publicaciones se replican los modelos capitalistas de producción. Tenemos, por un lado, a las “grandes” editoriales, las transnacionales, instalando un canon, masificando una cierta letra y, por otro lado, tenemos una cantidad de editoriales “pequeñas” y jóvenes que apuestan por otras escrituras.

En este sentido, lxs escritxres y estas editoriales corren riesgos que las “grandes” editoriales escogen no correr. Ocurre que voces que se instalan en editoriales independientes “suben” al catálogo de “grandes” editoriales que reconocen retroactivamente su trabajo con segundas ediciones. Es curioso que las “grandes” editoriales hagan el trabajo de masificar y las “pequeñas” editoriales lleguen a un público más específico. La elitización, en este sentido, de manera paradójica se da a la inversa.

 

Los relatos de «Postales» (2005) y su edición en inglés

 

Un país sin políticas públicas

—“No hay historias ni nombres, solo números, porcentajes y curvas que enderezar”, escribes en tu columna sobre “El plebiscito que no fue”, publicada en El Desconcierto. Ahí, acusas la crisis humanitaria que estamos viviendo, transformados como estamos en aquellas cifras. En la columna también compartes una esperanza para el futuro…

Es llamativo que haya escrito esa columna el 26 de abril de este año, el día en que no se realizó el plebiscito y hoy estemos tan cerca del 25 de octubre, día en el que sí se realizará. Tengo la sensación de que hubiera doblado por la mitad un calendario y ambas fechas estuvieran casi besándose en el papel. Ese doblez es una buena forma de verlo en perspectiva. En ese momento no nos imaginábamos cómo nos golpearía la crisis humanitaria. No imaginábamos que nos esperaba lo peor de lo peor. Que la curva, lejos de aplanarse, enloqueció, y que hoy nos faltan alrededor de 17 mil personas producto del mal manejo sanitario de la pandemia.

Que el ministro Mañalich, el panzer como le llamé en ese artículo, hoy estaría siendo objeto de una acusación por parte del Ministerio Público debido a la alteración de datos que, atendidos, podrían haber ayudado a salvar vidas. No ha habido políticas públicas solventes para sobrellevar la crisis económica, las brechas sociales no hicieron más que agudizarse, hay hambre y cesantía. Insisto en la idea de la zona de sacrificio. Los que han debido salir a la calle a exponerse han sido los mismos.

Es octubre otra vez. Las movilizaciones han salido de la hibernación que empezó en otoño. La violencia de Estado se ha desatado nuevamente. Un niño ha sido arrojado al río Mapocho por la policía y la fiscal que lleva la causa ha sido amenazada. La imagen del cuerpo bocabajo del niño lamido por el agua turbia aviva el trauma. Esa imagen nos perseguirá por años. Ese cuerpo viene girando en espiral ascendente desde hace cuarenta y siete años.

La misma violencia, el mismo respaldo oficialista a la institución agresora. Nos vemos atrapados en el hilo de un tornillo que se incrusta. Si no tuviera la esperanza de barrer con la constitución maldita y la de la escritura de un nuevo pacto social en donde se garantice otra forma de tratarnos y relacionarnos, no sé de qué se trataría todo esto.

 

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Nicolás Poblete Pardo (Santiago, 1971) es periodista, profesor, traductor y doctorado en literatura hispanoamericana (Washington University in St. Louis).

Ha publicado las novelas Dos cuerposRéplicasNuestros desechosNo me ignoresCardumenSi ellos vieranConcepcionesSinestesia, y Dame pan y llámame perro; y los volúmenes de cuentos Frivolidades y Espectro familiar, y la novela bilingüe En la isla/On the Island. Traducciones de sus textos han aparecido en The Stinging Fly (Irlanda), ANMLY (EE.UU.), Alba (Alemania) y en la editorial Édicije Bozicevic (Croacia).

Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

Nicolás Poblete Pardo

 

 

Imagen destacada: Larissa Contreras.