[Estreno] «Sputnik: Extraño pasajero»: La monstruosidad humana

El filme de terror y de ciencia ficción del debutante realizador ruso Egor Abramenko llega a Chile a través de las plataformas de streaming de Cinemark Online y de Cinepolis Klic. La obra fue galardonada como la mejor largometraje de su género en el Trieste Science+Fiction Festival 2020.

Por Felipe Stark Bittencourt

Publicado el 7.1.2021

Según el sitio especializado IMDb, la palabra rusa “sputnik” puede traducirse por “acompañante”. No solo es el nombre de los famosos satélites rusos. Y esa razón, precisamente, explica el título de esta efectiva película rusa de terror.

Corre el año 1983 y una sonda espacial tripulada se estrella en territorio del Kazajistán soviético. Uno de los cosmonautas que iba a bordo muere. El otro sobrevive gracias a un extraño parásito que se le ha metido en el cuerpo. Será tarea de una experta y poco convencional doctora encontrar una forma de extirparle el extraterrestre antes de que todo termine en un baño de sangre.

Sputnik fue dirigida por el debutante Egor Abramenko y escrita por Oleg Malovichko y Andrey Zolotarev y por sus venas fílmicas recorren varias influencias, entre las que se cuentan las más evidentes: Alien de Ridley Scott y la serie de Netflix Stranger Things, pero también otras que quizá no resultan tan evidentes en un comienzo, como lo es Arrival (o La llegada) de Denis Villeneuve.

No es raro encontrar estas referencias y alimentaciones, a fin de cuentas, la historia de Sputnik bebe del género de monstruos con todos sus lugares comunes: está el laboratorio y la bestia que pronto arranca, poniendo en peligro a personajes que no siempre son lo que aparentan y que están relacionados con intereses gubernamentales más siniestros.

Lo interesante está, entonces, en cómo se utilizan esos elementos. El terror con monstruos generalmente se sirve de las luces y sombras para mostrar quizá una garra o una cola que se oculta en la oscuridad, de un espacio claustrofóbico que se transforma en un laberinto lleno de trampas, del fuera de campo, el cual, muchas veces, es más siniestro que el plano cinematográfico, y de una concienzuda utilización del sonido, entre otros recursos pavorosos.

Sputnik hace gala de estos tópicos, pero llegado un momento se resuelve por abandonarlos en pos de otros intereses. El alienígena, así, no es la única monstruosidad presente en el relato (o incluso los fines para los cuales se le estudia), pues, tal como pasa con Arrival, lo más absorbente de su historia es la posibilidad de comunicarse con ellos y lo que sucede con los seres humanos alrededor suyo. Incluso, las consecuencias emocionales que pueden nacer de una convivencia como esa.

En un contexto tan hermético como el de la URSS, este revés cobra interés. Sputnik no parece muy contenta con el pasado político de Rusia y se permite jugar con su imaginario sombrío y los experimentos y secretos que pululan en el colectivo popular, sin importar su autenticidad, pues en el terreno de la conspiración, lo que menos importa es lo que tenga pies y cabeza (razón por la cual cualquier teoría conspiracionista tiene un sabor a serie B apetitoso, pero absurdo).

Y cuando este aspecto está bien logrado, la cinta cobra fuerza e interés.

Ya no solo estamos frente a una peliculita de terror común y corriente, sino ante un esfuerzo por crear algo distinto, en el que incluso se cuestiona el valor del heroísmo en un contexto político como el soviético.

¿Qué queda, pues, cuando un invasor que nadie conoce sino solo los pocos trabajadores de un laboratorio se escapa? ¿Es acaso heroico participar de un experimento cuestionable, aunque sus fines no lo parezcan?

Son preguntas que están presentes en Sputnik y que cautivan cuando entran en sintonía con esa vertiente emocional que busca crear con el invasor. No son ajenas al género, pero tampoco tan comunes y en este collage de referencias y calcos, se vuelve uno de los puntos más fuertes del filme.

Pero cuando la película se aburre de esta posibilidad y se entretiene, en cambio, en entregar demasiados detalles de la criatura, implementando secuencia expositiva tras secuencia expositiva, pierde vigor.

La promesa del terror, gracias a ingredientes que pueden generar una buena atmósfera, se diluye y, en cambio, se contenta con un gore innecesario, que estalla como un petardo y luego pasa a segundo plano, acaso para compensar esas otras escenas de mucho diálogo y poca acción.

Es ahí cuando la obra de Abramenko hereda de mala forma lo que hacía tan notable a Arrival y que compensa con la parte más sencilla de Alien, esa cáscara de violencia que ha perdido su referente.

Sputnik, con todo, es una película que tiene buena materia prima, un director que sabe trabajar con un equipo bien capaz y que tiene en sus manos ideas notables, pero que se pierde en los mejores momentos.

No es en ningún caso un filme mediocre o un tiro al aire, sino una promisoria ópera prima, un panorama entretenido para una noche de verano y un título recomendable para quien guste de la monstruosidad humana.

 

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Felipe Stark Bittencourt (1993) es licenciado en literatura por la Universidad de los Andes (Chile) y magíster en estudios de cine por el Instituto de Estética de la Pontificia Universidad Católica de Chile.

Actualmente se dedica al fomento de la lectura en escolares y a la adaptación de guiones para teatro juvenil. Es, además, editor freelance.

Sus áreas de interés son las aproximaciones interdisciplinarias entre la literatura y el cine, el guionismo y la ciencia ficción. También es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

 

 

Tráiler:

 

 

Felipe Stark Bittencourt

 

 

Imagen destacada: Sputnik (2020).