[Estreno] «Ida»: Una búsqueda del yo a través de la memoria

La plataforma de streaming de Centroartealameda.tv, acaba de incluir en su catálogo este crédito del realizador polaco Pawel Pawlikowski (el autor de la sensacional «Cold War», asimismo), y un filme, este que analizamos, el cual se quedó con la codiciada estatuilla del Oscar 2015, dedicado a la Mejor Película en Lengua Extranjera.

Por Ezequiel Urrutia Rodríguez

Publicado el 6.1.2021

Aproximadamente a las seis de la tarde del día martes siete de enero, se hizo oficial en la Cámara de Diputados el rechazo al proyecto educacional para una nueva asignatura: “Memoria y Derechos Humanos”. Una nueva muestra del miedo de ciertos grupos de poder ante la mínima mención de las atrocidades cometidas durante ciertos años de nuestra historia.

Es por razones como esta que trabajos como Ida, de Pawel Pawlikowski (2013), resultan tan impactantes, pues lo narrado en su relato es tan semejante a nuestra realidad que no hay coincidencia que valga ante la censura de la política.

La historia en cuestión, nos presenta los pasos de Anna, una joven judía, novicia en el convento polaco donde fue criada, esto luego de que sus padres murieran en manos de los nazis durante la invasión del Tercer Reich.

Aparentemente, nuestra amiga en cuestión estaría a punto de dar sus votos para convertirse en religiosa, pero antes de su ceremonia, la Madre Superiora la enviaría a convivir con su tía. Su único pariente con vida luego de la guerra. Esto desencadenará un viaje entre dos mujeres, no solo en busca de sus orígenes, sino que también de sí mismas.

Pero aunque a simple vista, la obra de Pawlikowski parezca otra historia de reencuentros familiares, lo cierto es que su trabajo da un paso más allá, y no solo en lo referente a lo técnico, especialmente en lo que respecta a su retrato de la sociedad polaca post guerra de los 60. Retrato que no habría sido posible sin la aplicación de ciertos elementos estéticos y audiovisuales, justo como los que analizaremos a continuación.

 

Un romance por lo clásico

El primer elemento que consigue captar esa esencia antigua está en la misma construcción de su metraje. Una filmación en 4×3 a blanco y negro, a la que le faltó sus quiebres en el fotograma y su sonata en violín (tipo Cantinflas) para que nadie supiera que se grabó en 2013.

Dicha decisión resultaría crucial, más al presentarnos a ciertos escenarios recreando el ambiente de los clubes nocturnos de la época. Esas amplias pistas de baile, sumado a los grupos invitados tocando twist, hasta hicieron pensar en los orígenes de músicos como Ritchie Valens o Álvaro Peña.

Asímismo, los encargados de la fotografía, Lukasz Zal y Ryszard Lenczewski, deslumbran a la audiencia con sus tomas a la foresta, aplicando con el elenco un peculiar movimiento. Esto con los personajes sumergiéndose por el horizonte, creando un efecto de “adentramiento en la naturaleza”.

Tal efecto, propio de los poetas romanticistas (como mencioné en mi crítica a Tom en la granja), resalta la imponencia propia de la naturaleza, a la vez que genera en la audiencia una sensación de misterio, preguntas que solo podrán ser resueltas al sumergirse al interior de estos cuadros.

Por otro lado, hablando más de su protagonista…

 

«Ida» (2013)

 

La santa y la «santurrona»

Sin ánimos de spoilear, existe una pequeña línea entre Anna y su tía, en que esta última se autodenomina “puta”, mientras que llama “santita” a su sobrina, en tono burlón. Comentarios que no podrían retratar mejor a las discrepancias entre las vidas religiosas y las vidas seculares, entre otros dilemas.

Por parte de Anna, interpretada por Agata Kulesza, vemos la vida diaria de estas religiosas, donde el recelo y la distancia son el pan de cada día. Vemos cómo se reparten las tareas domésticas en el convento, la tan peculiar forma de bañarse con el camisón puesto, y por supuesto, la ceremonia en que realizan sus votos (castidad, pobreza y obediencia), en que hasta recrean la crucifixión de Cristo recostadas en el suelo, en señal de haber muerto en la carne para empezar esta nueva vida.

Esta dualidad entre el mundo clerical y el mundo secular en que Anna se ve inmersa, son tratados por Kulesza con una precisión comparable con la genialidad de la actriz norteamericana Elizabeth Olsen, desde sus expresiones de inocencia hasta la irritación que implica la invasión de sus principios.

Al otro lado, Wanda, la tía de Anna (interpretada por Agata Trzebuchowska), nos presenta a una jueza encargada de investigar los casos de tortura y violación de los Derechos Humanos contra los judíos en su país, entre ellos, su hermana.

La interpretación de este personaje resulta en una cómica, y hasta cínica antítesis del trabajo de Kulesza, trayendo como resultado lo que llamarían en este tiempo: “una mujer empoderada”.

Diferencia con la protagonista que trae a la mesa los debates del periodo sobre el rol de la mujer en la sociedad, entre los que se encuentra la mirada más conservadora, a la que Wanda responde con dicha ironía.

Al mismo tiempo, aunque en representación exacta al desconocimiento de las Escrituras, Wanda expondrá la crítica liberal hacia los legalismos que la doctrina cristiana inculca en sus fieles (más de parte de los congregados que de la Biblia como tal, pero ya qué).

Claro, tomándose el libre albedrío a la ligera, siendo incluso desubicada, lo que desencadena aquella agresiva reacción de su sobrina ante su falta de respeto (bien plasmada, además).

Pero obviando detalles sobre la actuación, nada quita lo acertada de esta amonestación hacia ciertas costumbres en la congregación, cuyos grupos de estudio muchas veces debaten acalorados sobre dilemas tan absurdos como el que una mujer use pantalón (cuando el pantalón de una mujer ni siquiera está diseñado para que lo use un hombre).

Algo similar se puede decir sobre la música, o las letras, o el arte, o la infaltable de ciertos hermanos de dar crédito al Diablo por manuscritos que no se quedó hasta las dos de la mañana para terminar, así como tampoco tuvo que aprender por su cuenta cómo grabar, editar videos e impostar la voz para difundir su poesía.

El problema acá es que muchos no comprenden la diferencia entre ser “santo”, como apartado para una vida espiritual, y ser un “santurrón” que no mata una mosca.

Esto sumado a que, desde el Edicto de Tesalónica, el discurso de Cristo se ha ido desvirtuando, pero ese tema es para tratarlo en otro momento.

 

«Ida» (2013)

 

Memoria y expiación

Algo que también destaca de este trabajo es el peso de la memoria, retratada tanto en las fotos familiares que Wanda conserva, así como en los testimonios que a diario recoge para encontrar a quienes busca.

Indudablemente, estas escenas en que Anna y Wanda busca a su familia, es imposible no relacionarlas con las comisiones de DD. HH. que estuvieron en Chile buscando a los detenidos desaparecidos.

Por otra parte, ya centrándonos en las protagonistas, un detalle adorable va de cómo Wanda recuerda a su hermana en el rostro de Anna. El único consuelo que ha de quedarle tras dicha pérdida, la niña que lega su figura para contar su historia.

De ese modo, el recuerdo de esa familia, así como de todos los que perdieron a sus seres amados durante esos años oscuros, nunca podrá perderse.

Ahora bien, es cierto que la memoria no es exclusiva del pasado, sino que también de las experiencias del presente. El aprendizaje. Y esta experiencia que ha adquirido Anna antes de su ceremonia es una muestra del constante aprendizaje de los seres humanos.

De hecho, alertando de spoilers, hay un instante en que Anna decide probar la vida secular de su tía, imitando todo lo que vio en ella.

Léase: se viste con un vestido rojo (se sabe por el tono del gris en los fotogramas), usa un collar de perlas, tacones, bebe, fuma, y hasta va a un club nocturno con un chico, y tras su cita, tienen sexo.

Esta escena en particular no solo demuestra cómo nuestras interacciones influyen en el comportamiento de los demás, sino que recuerda a la audiencia lo inocente que es Anna.

Sí, es cierto que todos somos pecadores, y el que dice lo contrario hace mentiroso a Dios. Conozco el enunciado. Pero lo que realmente llama la atención de esta escena es que haya querido “romper las reglas” y lo haya hecho de la forma más inofensiva posible.

Algo como lo primero que en mi congregación harían si tuvieran veinticuatro horas para romper todos los mandamientos que quisieran.

Claro, esto se asemeja a la saga de La purga (2013), en que los directores de dicho programa saltan con la tesis de que, al dar toda esa libertad a la gente, la sociedad entraría en caos.

Ergo, finalmente, solo unos pocos desatan la violencia esperada, el resto de la gente, o se queda en casa, o consume drogas, o hace una fiesta a todo volumen.

Creo que con esto, queda claro que al final del día todo queda a juicio de nuestras decisiones. A la vez que queda claro por qué esta película tiene el reconocimiento que presenta, al recordarnos el peso de la memoria, junto con el precio de nuestras decisiones al componer nuestro estilo de vida.

Y creo también entender por qué motivo los ejes del poder chileno se sienten tan intimidados al tratar el tema.

Pero bueno, al menos este metraje puede servir para analizar el tópico en los ejes de «Formación Ciudadana», si es que los “honorables” no alegan adoctrinamiento político.

 

***

Ezequiel Urrutia Rodríguez (1996) es un joven escritor chileno nacido en la comuna de San Miguel, pero quien ha vivido toda su vida en los barrios de Lo Espejo.

Es autor del volumen Kairos (Venático Editores, 2019) su primera obra literaria, y la cual publicó bajo el pseudónimo de Armin Valentine.

También es socio activo de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech) y licenciado en educación y profesor de educación básica de la Universidad Católica Silva Henríquez.

 

 

 

Tráiler:

 

 

Ezequiel Urrutia Rodríguez

 

 

Imagen destacada: Ida (2013).