«La línea del día», de Sonia González: Luego vino el olvido

La intimista obra de la escritora y abogada chilena es una ficción que instala una visión desmitificadora del éxito y el fracaso, y que repiensa al oficio literario como una actividad necesaria para la comprensión del mundo personal. En suma, el texto que abordamos es una novela de búsqueda, una aventura de aprendizaje y de valentía, donde el amor y la orfandad son parte de una idéntica experiencia femenina.

Por Juan Ignacio Colil Abricot

Publicado el 14.4.2020

Una escritora recibe un día la visita de un desconocido quien le ofrece su historia para que ella escriba una novela. Así comienza La línea del día (Lom, 2018), la última novela de Sonia González Valdenegro (Santiago, 1958).

A partir de este inicio acudimos por una parte a la relación de la protagonista; Lourdes Barrera o Blanquita Muñoz (Blanquita, no Blanca) con la historia que debe ser narrada y por otra parte somos parte de su día a día, sus frustraciones, su desencanto, su mirada desprovista de cálculos y también su humor.

Lourdes oficia como escritora fantasma de dos connotados escritores que ya van en decadencia; Camus y Greene (así los denomina ella), pasa sus días en una oficina que su hermana abogada le facilita para que vea sus asuntos. La relación con Ivette, su hermana, es una de la más importante en la novela. Su hermana es su anverso, su doble necesaria, se necesitan, pero también se rechazan. “Mi hermanita Ivette acababa de entrar a mi despacho. Llevaba puesta la sonrisa del éxito, que producía en mí, no obstante tratarse de mi hermana, la punzada que en el corazón de los fracasados provoca la fortuna de los otros” (p. 56). Lourdes vive en una casa que cada vez es más un monumento a la soledad, su hijo que no vive con ella, sino que con su padre, es su permanente cable a tierra, aunque esto es solo un decir. Lourdes también cuestiona su rol de madre. Sus días transcurren en la oficina que le ha cedido su hermana, algunas clases particulares, sus investigaciones para sus encargos y algunos encuentros literarios que detesta, pero a los que asiste por costumbre o compromiso.

En la novela la historia de Lourdes se va intercalando con las historias que está escribiendo y que no son suyas. Lourdes vive como la escritora que a ratos es y la que quiso ser. Hay en la novela una permanente vuelta sobre su oficio, esto desde el título de la novela, sus epígrafes hasta el final. Lourdes permanentemente está reflexionando sobre lo que significa ser escritora, el valor de las historias que se cuentan, etcétera; que no siempre está ligado al éxito, si es que entendemos por éxito la figuración mediática o las ventas. Lourdes siempre está en duda respecto de su labor y fundamentalmente su lugar en el mundo, un mundo en el que ella no parece encajar, pero en el que insiste a través de su escritura que es en definitiva su espacio, el suyo, construido paso a paso, invisible y despreciado por los demás, salvo por personas claves. “Me comportaba en aquella época como una adolescente que siempre está escapando de la casa paterna en busca de un lugar propio, un sitio que, según se sabe, no existe, puesto que el espacio es uno mismo…” (p. 31).

Lourdes es una mujer observadora, incisiva, a ratos ácida con el resto y con ella misma, pero a la vez es una persona simpática. Es más inteligente de lo que los demás piensan. Aparte de Camus y Greene, aparecen otros personajes del mundo literario como Clarice Liliput y Gregoria Samsa, y otros tantos que van dando vida a las relaciones de Lourdes.

El argumento toma estos elementos y relaciones de la vida de Lourdes, los desarrolla y su personaje sufre y vive un cambio: se evidencia un camino en la novela donde la protagonista abandona lo que era su marco de referencia y sus relaciones, se va transformando, quizás en otra Lourdes. Existen ciertos momentos y personajes que la impulsan. Va transitando desde un espacio que es relativamente cómodo a uno desconocido. Se va despojando de las cargas, de las cadenas que la fueron atando a una rutina, al deber ser, a lo que esperaba ella misma de sí y cuando ya no hay más, ¿qué es lo que queda?

El final de la novela ni a Lourdes Barrera se le habría ocurrido.

“Luego vino el olvido, que es el fin de aquellas cosas que terminan y el comienzo de otras” (p. 256).

 

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La línea del día, de Sonia González: La nubosidad de lo doméstico.

 

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Juan Ignacio Colil (1966) es un escritor chileno autor, entre otras, de las novelas Un abismo sin música ni luz (Lom Ediciones, 2019), y El reparto del olvido (Lom Ediciones, 2017). Asimismo, por el volumen inédito Espejismo cruel fue galardonado con el prestigioso Premio Pedro de Oña versión de 2018.

 

«La línea del día», de Sonia González (Lom Ediciones, 2018)

 

 

Juan Ignacio Colil

 

 

Crédito de la imagen destacada: Lom Ediciones.