Cine trascendental: «Chocolat» («Chocolate»), de Lasse Hallström: La pasión vital

Vianne —una mujer de espíritu libre— y su hija llegan a una aldea dominada por un hombre que concibe la vida como estricto deber y férreo control de las pasiones humanas. Este es el punto de partida de la bella fábula audiovisual (un filme de 2000) que nos ofrece el director sueco, acerca de la necesidad de vivir la existencia con amor.

Por Jordi Mat Amorós i Navarro

Publicado el 14.4.2020

«El cacao no necesita Sol, porque lo lleva dentro / Del Sol de adentro nacen el placer y la euforia».
Eduardo Galeano

«El Amor es la fuente de la unidad /El Amor es la fuente de la pasión /El Amor es la fuente del compartir /El Amor es la fuente de la Vida».
Susan Polis Schutz

 

Preliminar

Para aquellos lectores que no hayan visto este filme y quieran hacerlo: quizás sea mejor leer este artículo tras su visionado dado que en él se explican detalles esenciales de su argumento (incluido el final).

 

Dos tradiciones

Una fábula que como es costumbre se inicia con el “Había una vez…” en la voz de Anouk (Victoire Thivisol)  la niña coprotagonista de este relato. Ella junto a su madre Vianne (Juliette Binoche) llegan a una aldea francesa gobernada por el Conde (Alfred Molina), un hombre que es su alcalde y encarna un linaje de poder cuya imagen es la gran estatua de un antepasado en el centro de la plaza mayor. La plaza que alberga la iglesia a la que casi todos los aldeanos acuden, allí se exponen criterios que son los del propio Conde quien revisa los sermones del joven padre Henri (Hugh O’Conor) convirtiéndolo en títere de su radicalidad católica, de su concepción de la “vida” como estricto deber y férreo control de las pasiones humanas.

Una aldea gris como oscura es la “vida” de sus reprimidos moradores, en ese gris resalta el rojo de las capas de madre e hija mecidas por el viento, viento de cambio que simbólicamente Hallström nos muestra abriendo las puertas de la iglesia en plena misa; se abren precisamente cuando el cura pregunta: “¿Dónde encontraremos la verdad?”, las puertas abiertas que invitan a buscarla fuera del rigor de ese discurso y que el omnipresente Conde se apresura a cerrar con el esfuerzo del devoto penitente.

Vianne alquila un local, va a abrir allí una chocolatería. Ella encarna una tradición que es la antítesis de la del Conde, su madre era indígena americana y conocía los secretos curativos del cacao. Vianne ha heredado ese sexto sentido y a la vez el carácter desprendido y nómada de su pueblo o la sabiduría del nativo que se siente y conoce parte de la Naturaleza y que en ese entender la respeta en su libertad que es también la suya. Todo lo contrario de la tradición del Conde que es la de la cultura del control y sometimiento de la Naturaleza y que tiene por bandera la posesión de tierras, frutos, gentes, conocimientos… El alcalde es un hombre disciplinado que pretende ser ejemplo para su gente, pero que no parece serlo para su esposa quien desde hace tiempo “se fue de viaje”, un viaje sin regreso.

No será fácil para Vianne tirar adelante su chocolatería, el Conde se encargará de socavar su reputación entre los aldeanos criticando que no asista a misa y especialmente que sea madre soltera, la tilda despectivamente de “fresca” —palabra ambivalente esta, fresca es la virtud de vida que ella encarna frente al estancado y podrido modo de ser de su crítico— y asegura sentir lástima por “esa hija ilegítima”. Para el Conde, la chocolatera es el enemigo, así se lo manifiesta al joven cura.

A pesar de esa oposición, Vianne va consiguiendo clientes gracias a sus dotes naturales para empatizar con la gente a quienes invita a degustar sus delicias en un ambiente lúdico y distendido. Se hace amiga de Armande (Judi Dench) la propietaria del local y la ayuda a recuperar el contacto con su nieto Luc (Aurélien Parent-Koening) a pesar de la prohibición de Caroline (Carrie-Anne Moss) su estricta madre —y secretaria del Conde— siempre crítica con el carácter liberal de la abuela. Y cobija a Josephine (Lena Olin) a quien ayuda a liberarse de Serge (Peter Stormare) su esposo maltratador.

Poco a poco las aldeanas y aldeanos, antes suspicaces, acuden a ella quien les aconseja la delicia de chocolate apropiada para cada uno como remedio a sus problemas. Problemas a menudo de carácter sexual: sabido es que en ambientes de rigidez la sexualidad es la gran reprimida. Un chocolate específico para la persona distinta que somos o la exaltación de la diferencia como valor y riqueza en la infinita variedad de la Naturaleza a la que estamos unidos.

Vianne encarna la pasión vital, se evidencia especialmente en el uso del color, en contraste a los tonos neutros de la mayoría de los aldeanos ella luce roja. Rojo es su delantal, la capa, muchas de sus prendas, la cinta en el pelo, los labios pintados, el rótulo de la tienda… rojo fuego, rojo pasión y también rojo sangre, el rojo de la sangre y la vestimenta de Cristo en su pasión de muerte liberadora tan malinterpretada por tantas iglesias y comunidades; ese es el caso de la aldea.

Así, muchos de sus habitantes se sienten culpables por acudir a la chocolatería y van a confesarse por haber sucumbido al placer de esas delicias, lo explica con claridad uno de ellos al padre Henri: “se derrite lentamente en la lengua, torturándome de placer”. El placer como tortura o la aberración de esa radicalidad que los ancla en la negación del deleite, de la pasión vital que inevitablemente late en ellos.

Anouk está muy unida a su madre, pero recela de su falta de raíces, siempre de lugar en lugar sin poder conservar a los amigos; es por ese motivo que tiene un amigo “imaginario” —el canguro Pantufla— que siempre le acompaña. A ella le gusta que su madre le cuente la historia de la abuela, historia de ambivalencia como raíz familiar (el hogar) y a la vez como herencia nómada que impregna el modo de ser de Vianne. La abuela indígena dejó al abuelo indiano y se marchó con su hija a recorrer mundo, lo mismo que hace ahora Vianne con Anouk quien una noche mientras oye nuevamente esa historia le pregunta a su madre si nunca se detendrán, Vianne no responde y sonriendo mira la vasija de cerámica donde guarda las cenizas de la abuela.

La confrontación entre el mundo del Conde y el de Vianne se tensa aún más por la llegada de una caravana de embarcaciones —“piratas” según el modo de sentir de Anouk— lideradas por Roux (Johnny Depp). Los recién llegados causan un gran revuelo entre los aldeanos: “Esta gente no tiene raíces, son nómadas sin fe. Disfrutan de placeres pervertidos, contaminan el espíritu de nuestro pueblo y la inocencia de nuestros niños”, proclama el Conde. Y en consecuencia por todo el pueblo cuelgan carteles de “Boicot a la inmoralidad” en los que la consigna es no atenderles: “No sirvo a animales” (el animal como desprecio en vez de como reconocimiento en uno mismo), le espetan a Roux cuando acude al bar de Serge. Vianne sí le atiende y empieza a sentirse atraída por ese hombre de espíritu libre al que no acaba de encontrar su chocolate favorito…

La presión del Conde sobre Vianne aumenta con esa complicidad entre personas libres y los sermones de la iglesia son más explícitos señalando a la chocolatera como Satanás disfrazado. Y la que sufre más este recrudecimiento es Anouk, la vemos entrar en la tienda a esconderse de los chicos diciéndole a su madre: “igual que en los otros pueblos, ¿ayudas a Satanás?”, tras ella vemos su dibujo de la gente del barco como piratas, “no es fácil ser diferente”, responde Vianne; gran verdad esa, la de la dificultad de mostrar la diferencia que encarnamos ante tantas sociedades tristemente uniformizadoras a lo largo de los tiempos.

Armande como réplica a tanto despropósito propone celebrar una fiesta por su cumpleaños, quiere que Vianne y Josephine la organicen. Las vemos en el jardín de su casa cenando con los aldeanos amigos y Roux. Se sirven comidas regadas con chocolate, se nos muestran los rostros de placer de los comensales, sus miradas de aprobación a las cocineras, su satisfacción en esa experiencia liberadora que comparten. Vianne anuncia que el postre lo tomarán junto a la embarcación de Roux. Allí bailan desenfrenados al ritmo de las guitarras y a la luz de las hogueras. Y allí los observa el Conde con Serge y también Caroline, quien al ver a abuela y nieto felices deja por fin de lado sus convicciones y les permite disfrutar de la celebración. Tras la cual el chico la acompaña a su casa y es testigo de su muerte. Armande, quien sufría diabetes, pareciera que quisiera morir como era desafiando a toda limitación con una orgía de chocolate.

Mientras tanto Serge —en su rabia por la liberación de Josephine— prende fuego en el campamento y las embarcaciones. Vianne afectada por tanto (la muerte de su amiga, el rebrote contra ella, el incendio del campamento), decide marchar creyendo que ese lugar no tiene solución. Ni Josephine ni mucho menos Anouk están de acuerdo, la niña se niega a marchar y en su forcejeo con Vianne la cerámica con las cenizas de la abuela se rompe, todo un mensaje para “navegantas”. En la cocina Josephine, Luc, Caroline y otros amigos elaboran chocolate sonriendo cómplices a una sorprendida Vianne quien entiende el nuevo mensaje: se quedan.

Caroline habla con el Conde sobre su mujer, y le asegura que la gente no lo menospreciará si les dice que no va a regresar jamás. El hombre queda tocado por esa verdad y por el saber que Serge —su protegido— ha provocado el incendio. Y queda más tocado aún al observar desde su ventana a Caroline con Vianne; esa complicidad ya es demasiado para él, lo vemos arrodillado ante el altar de su vivienda frente al Cristo crucificado: “Todos mis esfuerzos han sido en vano. He sufrido de buena voluntad. Me siento muy perdido. Dime lo que debo hacer”. Tras lo cual entra furtivamente en la tienda, penetrando en el aparador en el que destaca una figura de chocolate que es una mujer desnuda, en su rabia la destroza primero cortándole la cabeza, y en el destrozar prueba un pequeño pedazo, tanto le gusta que sucumbe a la tentación sin parar de comer todo el chocolate en exposición, ríe satisfecho y acaba llorando tanto dolor reprimido.

 

Alfred Molina en «Chocolat» (2000)

 

En armonía

A la mañana siguiente, el joven cura es el primero que ve al Conde durmiendo en el aparador tras su atracón de chocolate. Lo despierta dulcemente Vianne, él le pide perdón, ella sin rencor afirma que nadie lo sabrá. Y le apremia a incorporarse al ser domingo de Pascua, él confiesa no haber acabado el sermón pero el sacerdote —que ha observado y comprendido todo— lo tranquiliza con un “algo se me ocurrirá”.

Es el primer sermón del padre Henri como cura libre, afirma que en el día de la transformación de Cristo no quiere hablar de su divinidad sino de su humanidad, de su bondad, de su tolerancia. Así se explica: “Creo que no podemos medir nuestra bondad por lo que no hacemos, por lo que nos negamos, lo que resistimos y a quien excluimos. Creo que debemos medir nuestra bondad por lo que aceptamos, lo que creamos y a quien incluimos”. Y se nos muestra la imagen del Conde abatido mientras la voz en off de Anouk resalta que en aquel día los parroquianos sintieron una ligereza de espíritu.

Y la fiesta del chocolate en la plaza organizada por Vianne, la fiesta de la unión de dos tradiciones que nunca debieron separarse, la fiesta de la paz después de tanta absurda guerra interior y exterior. La voz relata: “Hasta el Conde sintió una extraña liberación”, mientras lo vemos degustando junto a Caroline a la que —según añade Anouk— pasados unos meses se animaría a invitarla a cenar. Y la mirada cómplice entre ese hombre liberado y su liberadora antes “enemiga” Vianne, la complicidad que lo renueva todo.

Y la voz de la niña sigue: “Pero el astuto viento del Norte aún no estaba satisfecho. Le hablaba a Vianne de pueblos por visitar. Amigos necesitados, aún por conocer”, palabras que acompañan la imagen de como ella escancia las cenizas maternas desde su ventana, dejando en ese acto la herencia nómada para asumir el crear un hogar, y su hija la observa satisfecha.

Roux también se añade a ese hogar. Ahora están los tres tomando chocolate caliente, el hombre comenta satisfecho: “creí que nunca lo adivinarías”, por fin Vianne ha dado en el clavo. Y Anouk viendo cumplido su deseo mira a la calle en la que vemos —ahora sí— al canguro Pantufla: “Su pierna sufrió una cura milagrosa y se fue saltando en busca de nuevas aventuras. No lo extrañé”, comenta mientras se nos muestra cómo este se aleja por la plaza cuya estatua lleva un globo rojo como símbolo de la aceptación y arraigo de la pasión vital antes repudiada.

 

Johnny Depp y Juliette Binoche en «Chocolate»

 

Pasión

La pasión del vivir, la pasión del goce y el placer de ser y estar; en la obra como símbolo de esa pasión el deleite por el chocolate, el deleite en la boca que estimula todos los sentidos y libera cárceles mentales. Sabemos que la pasión del goce ha sido históricamente reprimida por las religiones. En general, las iglesias cristianas han potenciado la imagen del Jesús sufriente en la cruz con su corona de espinas y heridas sangrantes, esa imagen de la pasión del dolor por encima de la imagen de su resurrección liberadora.

Con esa imagen omnipresente del Cristo clavado se ha creado un mensaje rancio que entiendo que para nada era el pretendido: “si Jesús sufrió, vamos a sufrir todos”, nos vienen a decir esas confesiones religiosas en su histórica manipulación sectaria. Y en esa proclama de autocastigo pretenden pasar por alto que su intención —así lo siento— fue sufrir para que nunca más sufriéramos en nuestros absurdos (absurdos que las iglesias tristemente encarnan). Jesús proclamó que nos amaramos unos a otros y amar siempre es entregarse ahora y aquí, no reprimirse y reprimir los “pecados” que en realidad son expresión del natural vivir. Vivir que es: “ama y haz lo que quieras”, tal y como expresó sabiamente Agustín de Hipona.

 

*Dedicado al tiet Manel quien fue mi padrino y compañero de fe, él que en cada Pascua me regalaba la Mona de chocolate siguiendo la deliciosa tradición de nuestra tierra.

 

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Jordi Mat Amorós i Navarro es pedagogo terapeuta por la Universitat de Barcelona, España, además de zahorí, poeta, y redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

 

 

Tráiler:

 

 

Jordi Mat Amorós i Navarro

 

 

Imagen destacada: Juliette Binoche en Chocolate (2000).