Las distopías en el siglo XXI: El asesinato ideológico de un género

El problema crucial de sagas audiovisuales como «The Maze Runner», «Divergente», y «Ready Player One», entre otras —de acuerdo al juicio de nuestro redactor—surge desde la contradicción dramática que subyace en el transcurso argumental de estas historias: la crítica a una sociedad y sus valores, que en el fondo es el único modelo que financia y difunde sus inofensivos discursos artísticos: “Tiremos el capitalismo, mientras te compras este juego”, dicho de otro modo.

Por Ezequiel Urrutia Rodríguez

Publicado el 3.8.2020

La última vez que pensé en el concepto de distopía en la narrativa, estaba viendo Ready Player One (2018), el relato de un joven jugador que compite con un empresario por ganar los derechos del juego llamado el OASIS. Historia que, además de estar basada en un libro, se presenta con la intención de montar una crítica a la brecha social, así como al escapismo del individuo encontrado en el consumo.

Esta pieza no sería la única para abordar el tema en este tiempo. Anteriormente, pudimos encontrar la trilogía de James Dashner, Maze Runner, la historia de unos muchachos dentro de un laberinto, en un mundo devastado por una pandemia zombie. Y unos años atrás, Los juegos del hambre, jugaría con el totalitarismo, la influencia de los medios, entre otros conceptos, en su mayoría interesantes.

Pero bien, ¿cuál es el problema con estas historias? ¿Además de reducir un tropo crítico que retrataba el miedo de una sociedad convulsionada, a un musical Disney con Ramones sonando de fondo? Nada grandioso. Solo la muerte de un género icónico.

En general, el problema de estas historias va en cómo contrastan tan fuertemente con los cánones que entendemos como “distopía” (obras como 1984, o Un mundo feliz), en el sentido que idealizan tanto a su fuerza de cambio, así como minimizan todo un problema social al comportamiento de un villano “malo malísimo”.

No es para menos, considerando que fueron escritas bajo el alero del neoliberalismo, por lo que nunca van a ahondar más allá de lo que el sistema les permita mostrar. A su vez, que están pensadas para un público que se ha acostumbrado a ver las revoluciones como un bien de consumo más (generalmente adolescentes), como la imagen del Che Guevara.

Aun así, esto no quita que estas obras tengan elementos a resaltar. Los juegos del hambre, por ejemplo, podría decirse que toma lo mejor de Orwell y Huxley, reflejándolo en su contraste entre la clase aburguesada y las zonas obreras. Una escena en particular, hasta se ríe de esta brecha, donde los ricos, en sus fiestas, ingieren pastillas para vomitar cuando estás satisfechos solo para luego seguir comiendo.

Por otra parte, es interesante cómo, desde la infancia, en ciertos distritos se inculca este torneo como una hazaña épica. Y casualmente, se establece que las mayores posibilidades de sobrevivir recaen en los participantes adinerados, que a diferencia de los sectores pobres (donde hasta los niños trabajan), estos hijos de burgueses se dedican a entrenar toda su vida, alimentándose, además, de ideales que descartan la empatía, la consideración, incluso si esta actitud les quitara la vida.

Uno de los casos que más resaltaría esa idea, sería el de Cato, que aunque a simple vista solo parezca otro monstruo cultivado para matar sin culpa, nos recuerda que al final del día solo era un niño. Sí, uno instruido para sacar los dientes al oír esa bocina, pero un niño al final del día.

Cuando se enfrenta a Katniss, de hecho, mientras la reta a disparar, este esgrimiría el siguiente discurso: “Ya estoy muerto, de todas formas… No lo supe hasta ahora… ¿Es esto lo que quieren, eh?” (2012), el cual refleja, tras esa soberbia, a un muchacho desesperado, destruido emocionalmente, y que solo desea que esa matanza termine, aun si esa matanza termina con él.

Esta línea del antagonista nos recuerda que al final, estos individuos no son otra cosa que una consecuencia, un subproducto de un sistema de pan y circo. Idea que alcanzaría su máximo esplendor ya cuando la protagonista es puesta por la oposición como su símbolo. Este Sinsajo que además serviría como propaganda Anti-Capitolio.

Cabe agregar, la saga enfatiza que a pesar de derrocar al tirano, nada cambiará si no se cambia el modelo social.  Esto mismo, no podría decirlo The Maze Runner.

 

«The Maze Runner» (2014)

 

Un problema de estereotipos dramáticos

Sí, es cierto que la obra juega con la centralización de los recursos, y cómo las periferias siempre quedan en segundo plano, mientras que busca retratar un estallido popular causado por las mismas organizaciones de su sistema. Pero fallaría en el instante en que empieza a romantizar la revolución. Desde cuando, convenientemente, un grupo de jóvenes desarmados se infiltran en instalaciones con cámaras y guardias armados como si fuera su casa, hasta cómo se deja explícito que el problema de ese mundo derruido por la pandemia recae en un solo individuo.

Claro, si pensamos en cómo se ha llevado la pandemia de Covid–19 en países dirigidos por la derecha económica, más de alguno diría que la solución está en que renuncien. Pero si lo vemos desde un enfoque macro, estos fulanos solo estarían reproduciendo los patrones propios de este sistema, donde el Estado solo está para subsidiar, cosas tan elementales como la salud están dirigidos por el mercado, y sacar el 10% de las AFP es un golpe al bolsillo de sus accionistas. El remate de un mal chiste.

De esta manera, abordar un conflicto tan complejo y de tantas dimensiones, y reducirlo todo a un villano acartonado, plano, que podría hacer más que solo molerse a golpes con un chiquillo, es sin duda un desperdicio.

Este mismo problema proyectaría RPO, presentándonos a este ejecutivo que literalmente se comporta como un niño con tal de ganar un juego. Sí, es cierto que el creador de OASIS prometió dar toda su fortuna y el control del juego a quien resolviera su enigma, lo que vuelve esta aventura una puja de intereses por una propiedad intelectual que claramente vale millones. Eso, no lo voy a negar.

Ergo, es estúpido que ladeen tanto la balanza con esos dichosos “centros de lealtad”. Facción de este mismo corporativo dedicado a comprar deudas morosas para forzar a los deudores a jugar OASIS para su bando. Sumado a que, literalmente, mandó grupos armados a perseguir a los jugadores que competían con él, solo para hacer ver buenos a los “buenos”.

En serio, si vemos a este personaje como una comedia, esta premisa sería pasable, porque es tan ridículo que un empresario llegue a niveles tan bajos por algo tan banal. Más considerando a todos esos abogados con los que podría asegurarse un porcentaje importante del OASIS.

El problema de esta historia es que sigue la filosofía liberal al pie de la letra, que como The Maze Runner, nos dice que el problema es que sean ESTOS individuos los que vayan a la cabeza, y que si los cambiamos por nuestro protagonista, las cosas van a ser “distintas”. Cuando al final del día, con o sin Watts en la conducción (el protagonista de RPO), el mundo en el que vive sigue girando como si nada, sigue habiendo pobreza y el único beneficiado es Watts y sus cercanos. Y eso, es lo peor de esta obra, que por muy entretenida, tiene el descaro de venderse como un modelo de cambio, cuando en la práctica, no cambia nada.

Sí, es cierto que en las viejas historias de distopía tampoco solían demostrar un cambio real en el sistema. Y que a lo máximo, como en Fahrenheit 451, solo podemos esperar a que este modelo colapse bajo su propio peso. Pero a pesar de todo, eran honestas. Captaban a una sociedad derruida por la guerra, el camino a una inminente polarización global con gobiernos totalitarios, veíamos miedo, confusión, así como una ignorancia que construiría en su gente cierta “felicidad”.

Pero con estas historias no vemos eso, solo el subproducto mercantil apelando a un público puberto que busca imitar al avatar de la semana. Y aunque Los juegos del hambre se haya expuesto con decencia, solo le quedó terminar para ver a sus sucesores. Obras cada vez más mediocres que parecían hechas con receta. Además de perecer sin pena ni gloria, quitando encima, el poco peso que va quedando a las novelas juveniles.

Esto mismo va para Divergente, que si bien tuvo puntos interesantes con su sociedad de castas, falló al justificar con su “cacería de brujas” un genocidio contra su propia gente (para colmo, la casta más inofensiva). De la misma forma en que su antagonista se justifica en que, supuestamente, los divergentes pueden: “destruir la sociedad por tener voluntad propia”, solo para que al final, todo este lío sea un experimento social y las personas como Tris sean una especie de “mesías” que guiará al mundo.

Tristemente, toda esta idea también quedaría en la nada cuando vemos a este corporativo que quiere usar a Tris como medio de control social. Encima, con un plan tan desvariado, que ni me sorprende que hayan cancelado a la saga.

Y esto es lo más bajo de estas presuntas “distopías”, pues mientras hay piezas más acercadas a lo que significa el control por el miedo, así como nos retratan las consecuencias del poder absoluto, RPO y compañía nos dicen: “Tiremos el capitalismo, mientras te compras este juego”.

Por lo mismo, es que creo firmemente que las distopías sociales han muerto. Y que la cultura neoliberal, es su asesina.

 

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Ezequiel Urrutia Rodríguez (1996) es un joven escritor chileno nacido en la comuna de San Miguel, pero quien ha vivido toda su vida en los barrios de Lo Espejo. Es autor del volumen Kairos (Venático Editores, 2019) su primera obra literaria, y la cual publicó bajo el pseudónimo de Armin Valentine. Es socio activo de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech).

 

 

 

Ezequiel Urrutia Rodríguez

 

 

Imagen destacada: Ready Player One (2018).