«Las intermitencias de la muerte», de José Saramago: Sin dejar de respirar

La ficción del escritor portugués Premio Nobel de Literatura 1998, sin llegar a ser su mejor novela, es una obra que se lee rápido, pues resulta ágil y se encuentra muy bien redactada. Y tiene en su tema la misma densidad artística de «El ensayo de la ceguera», uno de sus mayores créditos.

Por Sergio Inestrosa

Publicado el 23.12.2019

¿Y si la gente dejara de morirse? Es la pregunta con que la editorial Alfaguara nos trata de enganchar para que compremos el libro Las intermitencias de la muerte (2005) del escritor portugués José Saramago, quien recibiera el Premio Nobel de Literatura en 1998.

Como probablemente el lector sabrá, Saramago (1922 – 2010) es uno de los grandes escritores de los últimos tiempos. Entre sus textos se encuentran Historia del cerco en Lisboa (1989), El evangelio según Jesucristo (1991), Ensayo sobre la ceguera (1996) para mencionar solo algunos de sus títulos más conocidos.

La novela que hoy pongo a consideración del lector comienza diciendo: «Al día siguiente no murió nadie». Como sabemos, la muerte junto con el amor, es uno de los grandes temas de la literatura, y Saramago en esta obra se las ingenia para no solo hablar de la muerte en el plano personal y familiar sino que encuentra la forma para hacer evidentes las repercusiones sociales y de convivencia a las que la población (de este ficticio país) se enfrenta cuando la muerte deja de operar por un tiempo. El título pone al descubierto los distintos ámbitos de la vida que se ven afectados ante una situación tan excepcional como la que se cuenta en esta trama.

La ausencia de la muerte, vuelve problemática nuestra cotidianidad y muy pronto aflora la ineptitud del gobierno, la corrupción, el abuso del poder, el peso de la Iglesia, el modus operandi de grupos mafiosos que manipulan y corrompen a todo tipo de funcionarios públicos; incluso las dificultades en las relaciones entre países vecinos salen a relucir en esta tragicomedia que nos cuenta Saramago.

El escritor portugués nos ofrece, a través de esta historia de la ausencia de la muerte, una mirada un tanto cínica de la inmortalidad, a la cual anhelamos los seres humanos. No nos olvidemos de que la trascendencia está directamente vinculada con el papel que la religión juega en nuestras vidas: «sin muerte no hay resurrección, y sin resurrección no hay iglesia», se dice en la novela.

El espíritu antirreligioso de Saramago se deja entrever en las palabras del cardenal, quien no duda en afirmar que todo el sistema del culto no ha hecho más que contradecir la realidad desde siempre o que el objetivo de las religiones es neutralizar al espíritu curioso.

A partir de la pregunta: ¿Qué pasaría si la gente dejara de morir?, Saramago teje una novela que deja entrever que el asunto de la inmortalidad, aunque nos parezca atractivo, puede volverse en contra de nosotros mismos.

En la obra, en un primer momento la ausencia operativa de la muerte se recibe con alegría, pero los problemas no tardan en aparecer; pues que haya desaparecido el acto de fallecer no significa que vendrá la eterna juventud sobre los humanos ni que viviremos una viva llena de salud y de bienestar, ni que estaremos fuertes hasta el fin de los tiempos, muy por el contrario en este nuevo estado lo que tendremos, como se dice en el texto, es una población condenada a envejecer y padecer enfermedades y dolencias volviéndose: «una masa gigantesca de viejos en la parte de arriba, siempre creciendo, engullendo como una serpiente pitón a las nuevas generaciones».

Ante la nueva situación, el país se sume en el caos más absoluto: el gobierno no sabe qué hacer, se produce una enorme crisis de valores y en este contexto surge la mafia que se beneficia con el tráfico de moribundos hacia los países vecinos para que puedan morir. De esta forma, la mafia ayuda a aliviar buena parte de la presión social, religiosa, política y cuando la muerte haya regresado, el crimen organizado se dedicará a dar protección a los negocios.

Al principio pareciera que es la gente la que ha encontrado la forma de engañar a la muerte, cuando los tres campesinos llevan al abuelo y al nieto al otro lado de la frontera para que puedan dejar de sufrir; pareciera que todo se llevará a cabo a pequeña escala, un ir al otro lado a cuenta gotas, pero después, dada la magnitud del problema y del potencial negocio, la mafia se encarga de organizar la logística y lo hace de modo eficiente, hasta que la muerte (así con minúscula) decide volver a funcionar.

Vemos que la situación imperante pone en crisis la legalidad del país, pues cruzar uno mismo la frontera es un suicidio y ayudar a hacerlo resulta un homicidio. Saramago aprovecha este caos para introducir una crítica a la hipocresía imperante en los gobiernos pues, oficialmente los mandatarios se oponen a la muerte pero entienden la necesidad de descargar al país que cada vez tiene mayor densidad de población de la gente “no productiva” y que son en términos económicos un lastre para el país.

La trama sufre un cambio con la aparición de un sobre morado en el escritorio del director general de la televisión, en esa carta escrita por la propia muerte, esta explica que ha pretendido que el ser humano conozca cómo sería la vida si ella no funcionase y en la cual reconoce públicamente que se ha equivocado y que a partir de ese momento anunciará a las personas su muerte con una semana de antelación para que les de tiempo a poner en orden todos sus asuntos. Para avisar del fallecimiento la muerte utiliza el servicio postal tradicional, a través de cartas de color violeta. El lector puede imaginar que este nuevo experimento da malos resultados. El aviso de una semana sólo sirve para crear un estado de histeria colectiva que lejos está de la aceptación y de la resolución de los asuntos mundanos. El país cae en un nuevo caos: «la semana de espera establecida por la muerte había tomado proporciones de verdadera calamidad colectiva, no sólo para la media de trescientas personas a cuya puerta la triste suerte llamaba diariamente».

Pero un día la muerte se encuentra con la sorpresa que uno de sus sobres es devuelto y esto despierta su curiosidad y descubre que hay un hombre que está vivo y el cual ya debería estar muerto. No le contaré más para que el lector se anime a leer la obra y conozca por sí mismo como la termina el novelista.

Sin llegar a ser la mejor novela del escritor portugués, esta es una ficción que se lee rápido pues es ágil y se encuentra muy bien escrita. Y tiene en su tema la misma densidad de El ensayo de la ceguera, uno de sus mayores créditos.

 

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Sergio Inestrosa (San Salvador, 1957) es escritor y profesor de español y de asuntos latinoamericanos en el Endicott College, Beverly, de Massachusetts, Estados Unidos, además de redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

Una edición de «Las intermitencias de la muerte»

 

 

Sergio Inestrosa

 

 

Imagen destacada: José Saramago (1922 – 2010).